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La Epopeya
 


Mujeres Mapuche.

Durante la segunda mitad del siglo XV de nuestra era, el Inca incorpora a su extenso imperio los territorios meridionales, que pasan a formar parte del reino del Sur o Kolla Suyu. El control efectivo del imperio, sin embargo, al parecer solo llega hasta el río Maipo, extendiéndose hacia el sur de este límite solamente en enclaves militares que deben haber cumplido la función de resguardar la frontera de los territorios dominados.

Al sur del Maule, la conquista es resistida tenazmente por grupos indígenas que, aprovechando los densos bosques favorables para la defensa, mantenían replegadas a las tropas invasoras, impidiendo su avance hacia el sur. Estos indígenas fueron llamados aukas o purun aukas, que en lengua quechua significa enemigo, rebelde o salvaje.

De este modo, el inca allanó el camino a la conquista española. Esta, al dominar el Cuzco, centro administrativo y político del imperio, y someter a su cabeza, sustituyó el núcleo de la rígida organización jerárquica del imperio y facilitó el avance del europeo por todos los territorios que lo integraban.

Los adelantados iberos llegan a Chile con dignatarios de la corte sometida que facilitan el paso a los nuevos conquistadores. Es, precisamente, en los confines meridionales del imperio donde son detenidos por los mismos aukas o rebeldes que el inca no había logrado someter.

Al mando de Don Pedro de Valvidia, las tropas españolas vencen esta resistencia, llegan hasta la Isla Grande de Chiloé, pero no logran afianzar el dominio de estas tierras, y los sucesivos ataques y alzamientos indígenas culminan con el desastre de Curalaba, la destrucción de las ciudades españolas y el repliegue de las fuerzas hispanas a la margen norte del Bío-Bío.

Esta frontera es consagrada jurídicamente en el Parlamento de Quillín, celebrado el 6 de enero de 1641. Aquí se reconoce la autonomía de los indígenas ubicados al sur de este río y la independencia de estos territorios, situación que se mantiene por espacio de todo el periodo colonial y casi un siglo después de instaurada la República.

Este periodo de permanentes luchas, conocido como la Guerra de Arauco, obliga a España a fortificar las fronteras y mantener un ejército profesional para defenderlas, hecho inusitado en las colonias americanas.

Si bien el español renuncia a la conquista de los territorios ubicados al sur del Bío-Bío, debido a la pertinaz resistencia indígena, no toda esta región se comporta de la misma manera ante la invasión conquistadora.

Mientras los mapuches que habitaban entre el Bío-Bío y el Toltén mantienen celosamente su independencia y no admiten penetración alguna, los del sur del Toltén, menos en número y poco cohesionados, admiten la instalación de enclaves militares y misionales a partir de la segunda mitad del siglo XVII.

Estos establecimientos, si bien no alcanzaron a facilitar una colonización de los territorios en que estaban ubicados, fueron fuente de transformaciones en el modo de vida de aquellos grupos indígenas que vivían en sus cercanías.

En consecuencia, mientras en la región de la Araucanía se mantiene con notable vigor la vigencia de las instituciones tradicionales mapuches, en Valdivia se configura otro esquema socio-cultural, similar al existente al norte del Bío-Bío, y que se caracteriza por la creación de vías y medios de contacto entre el indígena y el español.

Los fuertes de las fronteras y las misiones jesuítas y franciscanas adyacentes permitían el desarrollo de una variada gama de relaciones económicas y de cooperación bélica. Los caciques de los grupos cercanos a estos establecimientos eran nombrados funcionarios oficiales de la corona, recibían bastón de mando en su calidad de gobernadores y cooperaban con el español en la guerra contra los rebeldes, al tiempo que eran protegidos de las incursiones y "malones" de estos últimos.

Eran denominados "indios amigos" y formaban tropas comandadas por capitanes. Otra institución de más tardía creación y que sobrevivió a la colonia fue la de los "comísanos de naciones". Estos plenipotenciarios e intérpretes eran verdaderos embajadores destacados ante los grupos indígenas. Su presencia era indispensable en los Parlamentos o Juntas que se celebraban periódicamente y cuyos acuerdos o resoluciones rara vez eran cumplidas.

Uno de los aportes españoles que mayor impacto tuvo en la transformación del modo de vida mapuche y en la mantención de la secular Guerra de Arauco, fue el caballo. Este elemento que los indígenas obtuvieron primeramente y con gran dificultad, de los conquistadores, y después, en grandes cantidades, por medio del intercambio con las etnías transcordilleranas, fue incorporado a su modo de vida con extremada facilidad, convirtiéndose en la mejor arma para la mantención del estado de guerra y otorgando a este pueblo una movilidad en proporciones sin precedentes.

El mapuche hace de la guerra un sistema de vida. A través de ella obtiene prestigio, sustento y mujeres. Destacan como guerreros por sus excepcionales aptitudes, modo de vida y completa dedicación, los denominados "fronterizos", que habitaban al sur del Bío-Bío. Los "imperiales", en cambio, ocupaban la región del Cautín y vivían en forma más sedentaria y tranquila, pero cooperaban a la guerra con soldados y armas.

Son frecuentes las alianzas guerreras, y en este sentido, es de gran importancia el papel que juega el pehuenche o habitante de las faldas cordilleranas que, dedicado a actividades cazadoras y recolectoras y con un sistema de asentamientos no permanentes, caracteriza a un pueblo de excepcionales aptitudes bélicas. Este indígena tuvo un papel preponderante en la defensa de la frontera del Bío-Bío.

La Guerra de Arauco obliga al mapuche a organizarse de manera eficaz, tanto para defenderse de los continuos ataques del español, como para tomar ofensivas. La cohesión indígena en cuanto a las empresas bélicas está representada por la institución del toki o jefe guerrero, elegido por sus aptitudes de líder y destreza táctica cada vez que surge un conflicto de proporciones.

Este personaje aúna a vanos grupos y a veces a regiones enteras bajo su mando y es obedecido ciegamente. Una vez desaparecido el peligro, cesaba Ia actividad y autoridad de este líder y retomaban vigencia las instituciones de tiempos de paz.

Las empresas bélicas indígenas que asombraron al español por su organización, no pueden entenderse sin este importante elemento. Esta cohesión circunstancial para la guerra se materializa en los fuertes construidos por los indígenas, tan bien descritos por los cronistas de los siglos XVI y XVII, en cuvo interior se refugiaban cientos de guerreros y sus familias en los momentos de peligro.

Invariablemente, terminado un conflicto, se convocaba a una Junta o Parlamento, donde acudían representantes españoles e indígenas y se llegaba a acuerdos de paz, estableciendo condiciones de tráfico, de intercambio y determinando fronteras.

Estas reuniones, que se celebraban con gran aparato y daban lugar a festividades donde se intercambiaban obsequios, terminaban con la suscripción de documentos que daban fe de los acuerdos alcanzados. Era de extrema utopía el creer que los representantes de los indígenas tendrían algún poder coercitivo sobre su gente como para exigir el respeto de tales compromisos.

En tiempos de paz, los lonko o caciques no representaban a sus grupos y tenían sobre ellos una influencia muy limitada, circunstancia que producía nuevos roces y motivaba otros enfrentamientos.

De esta forma se mantiene la encarnizada Guerra de Arauco, por espacio de casi tres siglos, resultando inútiles los esfuerzos para sojuzgar al mapuche.

Sacerdotes, militares y administradores de la corona española envían periódicos informes a la península tratando de justificar la mantención del ejército de Arauco. Se escriben libros, como el de Alonso González de Nájera, acerca del "Desengaño y Reparo de la Guerra del Reino de Chile", el "Cautiverio Feliz y Razón de las Guerras Dilatadas de Chile", de Pineda y Bascuñan, "La Araucana" de Ercilla, "Arauco Domado" de Oña, y muchos otros en los que el español trata de explicar la tenaz resistencia del mapuche y diseña estrategias y tácticas para doblegarlo.

Recién a fines del siglo XIX, el gobierno Republicano de Chile logra pacificar por completo a este pueblo e incorpora plenamente a la soberania nacional el territorio, hasta entonces insurrecto que se extendía entre los ríos Bio-Bio y Toltén.

La actual Región de Los Lagos había sufrido un proceso diferente, a partir de la incorporación de Osorno, en 1795 hecha sobre la base de las buenas relaciones existentes con los indígenas de esos territorios y provocada por la existencia pacífica de los enclaves militares y misionales, se comienza a gestar un proceso de ocupación y colonización, que culmina con la llegada de los inmigrantes extranjeros a mediados del siglo XIX.

Con la "pacificación de la Araucanía" se inicia el proceso de colonización y concesión de las tierras indígenas. A las familias mapuches se les conceden mercedes en los territorios sobrantes. El aumento demográfico experimentado en este siglo ha incidido en una exagerada división de las tierras dentro de cada comunidad, produciéndose un extremo minifundismo, con los problemas económicos y sociales consiguientes.  


Fuente: Cultura Mapuche - Editado por el Departamento de Extensión Cultura del Ministerio de Educación de Chile - Julio 1986.

 



 
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