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Malvinas: la espiral de la historia
 


Por Mariano Grondona

En 1848, México debió ceder a los Estados Unidos por la fuerza los actuales estados de California, Texas, Arizona, Nevada, Utah y Nuevo México: la mitad norte del territorio mexicano.

Hoy, los inmigrantes mexicanos constituyen una mayoría sustancial de la población hispana de los Estados Unidos, cuyo número se acerca año tras año al de la población anglosajona.

¿Adónde van los inmigrantes mexicanos? A esos mismos territorios que sus abuelos perdieron a manos de los norteamericanos.

La historia, así, vuelve y no vuelve. Vuelve, porque empujados por un movimiento profundo de nostalgia, los mexicanos regresan a las tierras que les habían arrebatado.

Pero no vuelve porque, a la inversa que la invasión norteamericana del siglo XIX, la invasión mexicana del siglo XX no se hace con las armas sino con los pies.

La historia gira en espiral. No es enteramente lineal, porque a una ola sigue su contraola. Pero tampoco es enteramente cíclica, porque nunca vuelve al punto original.

El Diccionario define la espiral como "una línea curva que da indefinidamente vueltas alrededor de un punto, alejándose de él más en cada una de ellas". Bécquer cantó a las golondrinas que "volverán". Pero esas golondrinas, las que "contemplaron nuestro idilio", ésas "no volverán".

Los mexicanos vuelven. Pero esos mexicanos, los pobres y valientes soldados a los que derrotó el poderío norteamericano, ésos no volverán. La historia combina nostalgia y sorpresa. Gira en espiral.

El signo de la paz

A cambio de algún tipo de obediencia, los imperios ofrecen el consuelo de la paz. Después de las terribles guerras púnicas entre Roma y Cartago, que duraron un siglo, en el mundo occidental se instaló la pax romana.

Después de las guerras napoleónicas, que duraron veinte años, nació la pax britannica. Después de la Guerra Fría, que duró medio siglo, en el mundo se instaura la pax americana.

En este nuevo contexto, la historia que alguna vez se escribió con sangre vuelve bajo el signo de la paz.

También el siglo XIX conoció en sus albores, justo en el momento en que se estaba gestando la pax britannica, las revoluciones de la independencia de las naciones hispanoamericanas. Lo cantan todos nuestros himnos: por entonces España era el tirano al que había que derrocar.

Pero los españoles, finalmente, volvieron. Antes y después de 1900, ya en plena pax britannica, lo hicieron mansamente en barcos cargados de inmigrantes.

Ahora que se avecina el año 2000, en el curso de la naciente pax americana, lo están haciendo a bordo de grandes empresas de petróleo, energía y comunicaciones. Vuelven a Hispanoamérica. Pero ya no lo hacen con la cruz y con la espada.

Esas golondrinas, las que sometieron o convirtieron a los indios, las que fundaron ciudades, ésas no volverán.

Las nuevas golondrinas

En 1833, cuando el imperio británico se desplegaba, ocupó por la fuerza las islas Malvinas que la Argentina había heredado de España.

Mientras duró la pax britannica, la Argentina no dejó de reclamarlas, aunque en vano, ya que la superioridad militar del imperio británico era aplastante.

Sin embargo, en 1982, un siglo y medio más tarde, la nostalgia se pintó la cara y la invasión ocurrió. El imperio británico ya no existía.

Pero los militares argentinos no habían tomado en cuenta que el imperio norteamericano lo estaba reemplazando. Cuando el presidente Reagan bajó el pulgar, los envolvió la catástrofe.

Pacíficamente ahora, los argentinos vuelven. Primero lo hicieron los familiares de los héroes que para siempre yacen en las islas, en condiciones estrictamente limitadas.

Quiso la historia que yo fuera el primero en visitar las islas con pasaporte argentino y sin ninguna clase de limitaciones; que pudiera emitir desde ellas el primer programa de televisión en vivo, en cuyo transcurso un panel en las islas y un panel en Buenos Aires discutieron libremente, en octubre del año pasado.

Hoy, dos periodistas de La Nación y Clarín recorren libremente las islas. Mañana, cientos y miles de argentinos, ya sean periodistas, turistas o funcionarios, las "invadirán".

Lo harán, esta vez, pacíficamente. Serán recibidos con una mezcla variable de curiosidad, hostilidad y simpatía. Se ha abierto un grifo al que ningún dedo podrá taponar.

El encuentro entre dos sociedades, una mínima y casi perfecta, vasta y en profundo cambio la otra, es a partir de ahora inevitable. No es el encuentro entre dos Estados, porque los dos únicos Estados soberanos que dialogan en el Atlántico Sur son la Argentina y el Reino Unido.

Ambos han decidido poner su disputa de soberanía bajo el "paraguas" de un congelamiento temporal, para darle tiempo al encuentro entre las dos sociedades, para ver si, pasado ese tiempo, la disputa política puede resolverse en medio de un nuevo clima.

El "paraguas", por ello, encierra una apuesta. Si en medio del período de apertura que ahora comienza la relación entre la sociedad argentina y la sociedad isleña se frustra, el Estado argentino y el Estado británico se toparán de nuevo con el conflicto de soberanía que ahora mantienen en sordina. Si la relación entre ambas sociedades se amplía y profundiza, la historia avanzará.

Mientras la comunicación entre argentinos e isleños era nula, nada podía crearse porque lo primero que se necesita para apreciar al otro es conocerlo.

Los argentinos y los isleños, de ahora en adelante, se conocerán. Ambas sociedades contienen altos valores. Una vez que de un lado y del otro se los reconozca, el respeto mutuo irrumpirá.

Los argentinos venimos de medio siglo de altas turbulencias. De 1930 a 1983, nuestro país vivió en medio de una guerra civil a veces larvada y a veces manifiesta.

Conoció el estancamiento prolongado y la hiperinflación. Pero en la medida en que afiance sus instituciones y consolide su economía, en la medida en que atienda sus agudos problemas sociales, la Argentina se convertirá en un gran país emergente.

¿Cómo no van a advertir los isleños lo conveniente que les será vincularse cada vez más con esta sociedad próxima, ascendente y amiga?.

A ello habría que agregar una virtud que la Argentina posee desde siempre y que no es fácil encontrar en el ancho mundo: la calidez de los sentimientos, un sentido familiar de la vida, el culto a la amistad.

No bien lleguen al áspero paisaje malvinense, los argentinos descubrirán a su vez en esa sociedad en miniatura que han formado los isleños algo así como una isla de Utopía donde sus más caros anhelos, de la transparencia administrativa a la oferta de servicios educativos, médicos y de seguridad social para todos de altísima calidad, han podido concretarse.

¿Cómo no van a atraernos? Ellos resumen en su pequeña ciudad, en su mínima Patagonia, mucho de aquello que aspiramos ser. Por otra parte, ¿cómo no habríamos de atraerlos? El Reino Unido, de donde deriva su cultura, los protege desde una lejana indiferencia.

Nosotros, sólo nosotros, les quedamos cerca. Nosotros somos los únicos seres en el mundo que, movidos por una nostalgia tan irresistible como inexplicable, se interesan por ellos.

Ellos y nosotros, estamos solos y cerca en el lejano Sur. Cuando a la vecindad geográfica se sume la cercanía de los espíritus lo demás, todo lo demás, vendrá por añadidura.

 


¿Y Ud. ...Que opina? por Favor escriba Aquí.  


Créditos: Este artículo fue plagiado del diario La Nación.

 



 
 
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