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En el país funcionan dos supercomputadoras
 


Primero fue Clementina I, después Clementina II y ahora es el turno de Hope.

Primero fue Clementina I, después Clementina II y ahora es el turno de Hope. Así de espiritual (“hope” en inglés significa “esperanza”) es el nombre de una nueva joyita de la computación que funciona desde el Instituto de Astronomía y Física del Espacio de la UBA y que se suma a la lista de megamáquinas.

“El sistema está formado por 46 procesadores todos juntos para resolver un mismo problema. Esto último aumenta la capacidad de cálculo y permite encarar problemas más importantes”, asegura con orgullo Patricia Tissera, directora del Proyecto Hope y doctora en astronomía.

Los 46 procesadores trabajan en 64 bits y el resultado es una velocidad entre 35 y 50% mayor que una máquina tradicional con igual número de procesadores.

Fue el Conicet quien financió el proyecto para desarrollarla a través de un subsidio especial de equipamiento. Entre los créditos de producción también están diferentes grupos de investigadores del IAFE, el Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera, el Observatorio Astronómico de Córdoba y el Centro Atómico de Bariloche.

En cuanto a las cuestiones técnicas vale aclarar que Hope es un cluster Beowulf (simplificando: una máquina hecha de varias máquinas) dedicado a la realización de simulaciones numéricas y cálculos pesados.

Gracias a su configuración no sólo logra disminuir el tiempo de trabajo sino que posibilita la realización de experimentos numéricos mucho más ambiciosos.

Ahora bien, sabiendo de su cantidad de procesadores, de su velocidad de trabajo y demás atracciones, surgen algunas preguntas espontáneas: ¿para qué sirve? ¿Quién la usa?.

“La usamos para procesar datos sobre el universo y la atmósfera, para cálculos de astronomía, meteorología y astrofísica. Pero el sistema está abierto, la idea es expandirse”, dice Tissera.

Si bien Hope hoy está dedicada a los procesos relacionados con la física y la astronomía, bien vendría a otras áreas como la economía, la exploración petrolera y medicina, entre otras. Así, más de uno festejará la apertura porque, hasta el momento, no había en nuestro país un cluster tan grande.

Además hay planes para que sea superado en un par de meses, según dijo la especialista del IAFE, que realiza estudios sobre la formación y evolución de las galaxias.

Las antecesoras de Hope son Clementina I y II. Clementina I llegó a la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA en 1961 cuando Manuel Sadosky invirtió 300 mil dólares del Conicet.

Las principales funciones de aquel lujo del supercálculo iban desde los pronósticos climáticos hasta traducciones lingüísticas automáticas y proyecciones estadísticas.

En cinco años cumplió más de mil tareas científicas hasta que en 1966 la noche de los bastones largos también le dijo “basta” a esta megacomputadora y fue destruida.

En 1999 llegó Clementina II, una Cray Origin 2000 de la firma SGI (denominación para Silicon Graphics) que funciona desde la Secretaría de Ciencia y Tecnología y sus 40 procesadores están disponibles para el mundo científico local.

“Clementina fue armada para que la usen todos. Cualquier persona desde cualquier lugar puede acceder a ella”, dijo Silvia Tejero, la madre de la criatura.

Fabián Medina, coordinador de sistemas de información de la Secyt, cuenta que “se trata de una supercomputadora que trabaja con programas en paralelo. La obtuvimos gracias a que Telecom pagó ‘en especias’ una deuda con el Estado”.

Mientras que Clementina II costó tres millones de dólares -adquirida por Telecom y entregada al Estado en pago por multas y obligaciones–, para Hope sólo se debieron desembolsar 100 mil dólares. Pero la lista de diferencias no termina en el precio, también hay cuestiones técnicas.

Tissera explica: "En Clementina II, los procesadores comparten toda la memoria de la máquina, por eso el trabajo se distribuye de manera diferente.

En Hope, cada procesador tiene su propia memoria. Tenemos que dividir cada experimento y darle a cada procesador su trabajo. Para algunas cosas es más eficiente Clementina II y para otras Hope".

Por su parte, Marta Caldentey, segunda madre de Clementina, dice: “En la supercomputadora se pueden correr programas con mucha información de forma más fácil.

Eso se logra por las buenas conexiones y porque los procesadores comparten la misma memoria y el mismo sistema operativo. Eso no pasa en un cluster”.

Las supercomputadoras son el blanco de varios países del primer mundo. Algunos ejemplos: la Ecole Polytechnique Fédérale de Lausana (Suiza) puso en carrera el mes pasado el “Blue brain”, maquinita que logra hacer 22 billones de operaciones por segundo gracias a los 8 mil procesadores trabajando en paralelo y en tiempo real.

Por otro lado y como no podía ser de otra manera, Estados Unidos, Japón y China están tras la supercomputadora más rápida del mundo y la aventura del supercalculo ya tiene precio: 1.000 millones de dólares.

Hasta acá, y teniendo en cuenta que contamos con dos joyitas, todo parecería indicar que estamos en la meca de la alta tecnología.

Pero no todo lo que brilla es oro: “Esto es grande para nosotros pero en el mundo hay supercomputadoras con 500 o miles de procesadores. No estamos en la cresta de la ola pero, al menos, ya la vemos”, dice Tissera.  


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  • Publicado en el Diario Clarín (12/10/05)

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