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El ritual de la lapidación del diablo, al pie del mítico monte Arafat
 


El ritual de la lapidación, consagrado en el Corán, tiene más de 2.000 años de antigüedad. | AFP.

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  • Bajo un calor sofocante, un empleado de seguridad rocía con agua a los peregrinos que van camino de las estelas de Mina, al este de La Meca, para el ritual de la lapidación del demonio que hace dos años se tiñó de luto por una estampida. Tras subir el día anterior al monte Arafat, los 2,5 millones de fieles de todo el mundo que peregrinan a La Meca celebran el Eid al Adha, o fiesta del sacrificio.
    Al alba, una muchedumbre se encamina a un campamento al pie del monte Arafat, situado al este de La Meca.
    Allí lapidan la primera de las tres estelas que representan a Satanás con siete piedras recogidas en Muzdalifa (entre el monte Arafat y Mina).

    “Mi madre está enferma, le propuse lanzar las piedras en su lugar pero ella insistió en hacerlo”, cuenta Amine Hachkir, un treintañero de Casablanca. Sentado en una vereda al lado de su madre y de su hermana de 26 años, saborea un instante que esperaba desde hace seis años. “Mi padre murió en 2011, desde ese año intentamos venir para hacer el hach en su lugar. Algo faltaba en su vida”, declara.
    A su lado, una multitud camina hacia las estelas. Cada uno se protege del sol como buenamente puede, a veces con objetos insólitos, como un paraguas “vaporizador”.
    Habiba Kabir, una nigeriana instalada desde hace dos años en Riad, se refresca en una fuente instalada a lo largo del recorrido.

    “Dos peregrinos se desmayaron esta mañana temprano”, afirma Almas Khattak, un voluntario paquistaní.
    Delante de las estelas, una anciana en silla de ruedas tiene los ojos cerrados. Sus parientes intentan despertarla echándole agua a la cara. Acaban pidiendo ayuda.
    Frente a la estela hay un dispositivo policial y varias cámaras de vigilancia siguen asimismo el movimiento de los peregrinos.
    Todos tienen en mente la estampida de 2015 durante este ritual, en la que murieron más de 2.000 fieles.
    Ahmad Chadfani, un jordano instalado en Riad desde hace 9 años, la pensó bien antes de venir. “Pero todo ha transcurrido bien, está organizado”, afirma.

    Con motivo del Eid al Adha, muchos peregrinos compran un cupón por unos 100 dólares para el sacrificio de un animal (normalmente un cordero) que será distribuido entre los pobres.
    Conmemoran así la lealtad de Abraham a Dios cuando estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo, que al final fue sustituido por este animal.
    La mayoría de los fieles realizan la peregrinación en su madurez y otros lo hacen todos los años.
     


    Los fieles iraníes, entre la felicidad y el miedo a una nueva estampida

    Sentado en la recepción de un hotel de un barrio de La Meca, el iraní Reza se debate entre dos sentimientos: rencor por la estampida mortal de hace dos años y felicidad por poder hacer la peregrinación.

    “Este año todo está claro” en la organización, afirma este peregrino de 63 años. Reza no olvida la estampida que mató a cientos de iraníes en 2015, pero confía en que se hayan extremado las precauciones para evitar una nueva tragedia. “Fueron asesinados. Ellos (los saudíes) no los ayudaron”, acusa este jubilado que trabajó en una compañía petrolera.
    “Este año se han tomado medidas de seguridad, sino no habríamos venido. En Irán los responsables del hach nos dieron instrucciones para evitar un accidente: ‘a tal hora tenemos que ir en tal dirección y realizar tal rito’”, añade.

    Teherán aceptó que sus peregrinos llevaran pulseras electrónicas para ser identificados en caso de accidente.
    Estas pulseras, fabricadas en Irán, contienen datos sobre la identidad de los peregrinos y pueden estar conectadas a teléfonos inteligentes para permitir el acceso a la información.
    Según las autoridades iraníes, más de 86.000 fieles iraníes participan este año en la peregrinación, que congrega a más de 2,5 millones de musulmanes del mundo entero.

    La estampida en la que murieron hace dos años casi 2.300 peregrinos, entre ellos 464 iraníes, provocó una crisis entre Irán y Arabia Saudita. El primero acusó al segundo de mala gestión del hach y Riad respondió a Teherán que trataba de politizar el tema.
    Cuatro meses después de esta guerra verbal, los dos rompieron relaciones por la ejecución de un dignatario chiíta en Arabia y el ataque a delegaciones diplomáticas sauditas en Irán. A falta de un acuerdo entre los dos países, los fieles iraníes no acudieron al hach de 2016.
    “Era un desacuerdo entre dos países. Los iraníes siempre quisieron venir”, asegura Mohamed, de 38 años, en el barrio de Al Aziziya, a medio camino entre la Kaaba y Mina. Este ingeniero de Arak, una ciudad al suroeste de Teherán, estaba en La Meca el año del drama y afirma haber perdido a varios conocidos.
     


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