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Economía

La increíble vida de Ladislao Biró
 


Mariana Biró tiene 87 años y es la única heredera del genio que patentó el bolígrafo (Lihue Althabe).

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  • Mariana Biró (87) vivía en Belgrano y tenía doce años cuando su padre la despertaba a las dos de la mañana para ir a observar las hormigas. "Le interesaba cómo cargaban un peso siete veces mayor que su cuerpo y cómo se organizaban en sociedad", asegura la única heredera de Ladislao Biró (1899-1985), el húngaro que inventó el bolígrafo, se instaló en la Argentina para fabricarlo y lo volvió tan popular que su marca pasó a ser el nombre: Birome (en sociedad con Juan Jorge Meyne).

    Lázlo Jozséf Biró nació en Budapest el 29 de septiembre del último año del siglo XIX. "No llegaba a los dos kilos. Era tan chiquito que a mi abuela le dijeron: 'Déjelo a un lado', según me contó. Tenía pocas chances de sobrevivir. Pero ella agarró una caja de zapatos, la forro con algodón y puso a mi papá adentro y debajo de una lámpara para que se mantenga calentito. Era ama de casa pero siempre había querido ser médica, que en ese entonces era como ser prostituta", cuenta Mariana en su oficina de la dirección de la Escuela del Sol, colegio que fundó en el barrio porteño de Colegiales con su marido en 1966 y dirige desde entonces.

    "Mi papá creció demostrando que tenía fuerza a pesar de ser menudito. Entonces, por sugerencia del pediatra, cuando no quería comer mi abuela le ponía la comida más alta de lo que él podía alcanzar. Pero además pasaba y decía: 'No toquen ese plato'. Mi papá buscaba una silla, subía y se la comía", detalla Mariana sobre la infancia cargada de desafíos que forjó el carácter de Biró.
    En tiempos de la Primera Guerra Mundial, Ladislao se educó en una familia de médicos donde se esperaba que siguiera el mandato. De hecho empezó a estudiar y se interiorizó por el hipnotismo. "Porque cuando fue soldado casi al final de la guerra, notó que muchos de sus compañeros sufrían estrés post traumático y quería curarlos", revela Mariana sobre el hombre para saciar su curiosidad trabajó como periodista. Y que nunca quiso hacer la carrera de Ingeniería porque "una vez que le explicaban algo, era más difícil pensarlo de otra forma".

    Cansado de mancharse y que se le trabara la lapicera Pelikan, se dedicó a observar las rotativas del diario y a preguntarse cómo podía crear algo que se basara en los principios de la imprenta. Con 38 años ideó una pequeña bolita para poner en un tubo, con una tinta especial que fluyera por la fuerza de la gravedad y se secara en el papel.
    "Patentó el invento original en 1938 en Hungría. Y empezó un proceso largo hasta comercializarlo. Porque el mundo estaba en guerra: las bolillas y la tinta no eran perfectas. Entonces cuando papá quería mostrarlo, antes de entregarlo lo limpiaba un poquito debajo de la mesa", revela Mariana y apunta que "la propiedad de la patente sobre el invento duraba 15 años pero hoy dura 20".

    En 1940 un grupo inversor húngaro e inglés le propuso a Biró fabricar su invento en la Argentina. Entonces Ladislao viajó a Buenos Aires para terminar de conocer el éxito en 1944. "Por eso siempre digo que el invento tiene partida de nacimiento húngara y pasaporte argentino", detalla la hija del gran creador sobre el producto que lanzó al mercado la Compañía Sudamericana Biró-Meyne. Y apunta: "Entre un invento y un producto hay un promedio seis años de trabajo. Es probar y probar, hasta lograrlo. Además, es para solucionar el problema de uno, pero sobre todo, de los demás".

    Sin embargo, un año antes de que le llegara la propuesta de viajar a la Argentina, ocurrió un episodio fortuito que le aceleraría los trámites. "Mi papá estaba en un hotel de una playa de Yugoslavia cuando se le acerca un hombre fascinado por cómo escribía con el bolígrafo. Le da una tarjeta y le dice que contara con su apoyo si alguna vez venía a la Argentina. Papá la guarda sin prestar atención. Pensó que 'Agustín P. Justo, presidente' era alguien que comandaba una empresa", detalla Mariana sobre aquel encuentro que debió haberse dado en alemán, porque Ladislao hablaba además francés, pero no inglés, y a esa altura tampoco español, idioma que después le facilitaría el desembarco en Buenos Aires.

    Pero además, en 1944 Ladislao le vendió la patente a la firma estadounidense Eversharp Faber en 2 millones de dólares. "Ellos trabajaron mucho para mejorar la tinta. También la vendió otros países de Europa. Y todos hacían carrera por mejorar un producto qua aún hoy no es perfecto. No se logró en el Montblac, que es el bolígrafo más caro. Ni tampoco en la Bic trazo punta mediana, que es la que mejor anda", asegura la única heredera de Biró.
    Y agrega: "Una vuelta, en Estados Unidos, compré diez bolígrafos por un dólar. Diez centavos cada uno. '¡No valen nada!', pensé. Y recordé lo que había dicho mi padre cuando la Bic se volvió descartable: '¡Qué bien! Ahora todos pueden tener uno'".
     


    –¿Qué lo enamoró de la Argentina, Mariana?
    –Mi papá era un aventurero. Decía que este era el país de la yapa. En el almacén pedías medio kilo de azúcar y te daban una cucharada de más. Llegó por la propuesta de fabricar el bolígrafo acá. Se vino primero solo y al año me trajo con 9 años y a mi madre, Mariana Elsa Schick. Invitó al resto de la familia, pero nadie quería venir tan lejos. El tenía mucho más claro que todos lo que estaba pasando con la Segunda Guerra Mundial. 'Se viene el hitlerismo', anticipaba y se peleaba con sus amigos. Porque Hungría era aliado de Alemania, siempre que no lo invadiera. Hasta que sí la ocupó. Y en el '46, cuando Europa se dividió y mi país quedó bajo los comunistas, sí se vinieron mis tías y mis abuela.
     


    El genio que supo pasar la posta

    Eduardo Fernández es el director de la Escuela Argentina para Inventores y miembro de la Fundación Biró, que Mariana creó en 1999. "Colaboré con Biró los últimos seis años de su vida", apunta el autor de varios inventos, entre los que se destaca Trabalitos, un juego didáctico premiado internacionalmente.
    "Tenía diez años cuando lo vi por primera vez en televisión con Chunchuna Villafañe. Era una publicidad de Sylvapen y decía: 'Soy Biró, el inventor de la birome'. Quería conocerlo desde entonces, por eso a los veinte agarré la guía telefónica, encontré al único Biró de la lista, lo llamé y me presenté. 'Vengase', me dijo. Me recibió en su casa de Belgrano y charlamos como cuatro horas. Porque más allá de su talento, era un tipo generoso, abierto y flexible. Y como me recibió a mi, recibió a muchos. Al final de su vida, seguía con la curiosidad intacta, desarrollando un invento para enriquecer el uranio. Le concedieron post mortem muchas de sus últimas patentes", detalla Fernández, en la Biblioteca de la Fundación Biró, que queda en la plaza continua a la Estación Colegiales y frente a la Escuela del Sol.

    Si bien la birome fue su invento más revolucionario, antes había creado el primer lavarropas automático y la caja de cambios automática que la General Motors compró no para fabricar, sino para que no la hiciera la competencia. De hecho, Biró cuenta más de 300 patentes a nivel mundial, entre los que se encuentran además el sistema retráctil para bolígrafos, una cerradura inviolable, la bolilla del desodorante, el principio de sustentación magnética para trenes.
     


    El legado de Biró

    Mariana se casó con un educador estadounidense, Francis Sweet. "Mi marido ya tenía tres hijos y juntos tuvimos dos. Hoy viven cuatro de los cinco. Tengo trece nietos y tres bisnietos. Varios están fuera del país, pero nos vemos seguido. Aunque ya no quiero viajar tanto porque pierdo mucho tiempo", apunta con una lucidez y una salud envidiable.
    Como dueña de la Escuela del Sol, tiene 390 alumnos entre jardín y primario. "Ahora me tengo que ir a Bucarest porque el 15 de junio van a nombrar una calle en honor a mi padre. Siempre que voy la agenda es apretada. Después sigo viaje con mi familia. Soy muy sana porque trabajo con niños hace sesenta años. Es gratificante dedicarte al futuro. Eso sí, cuando estoy de vacaciones, ¡veo un chico y lloro!", asegura con picardía.
     


    –¿Su escuela tiene algo de los principios de su padre?
    –Cuando fundamos la escuela con mi marido, mi padre nos decía: "Por favor, no arruinen a los chicos enseñándoles. ¡Déjenlos crear!". Yo diría que descubrí que inventiva y educación son inseparables. Nuestro lema es que la educación es algo más que dos más dos es cuatro. Tenemos un programa Inventar, de tercer grado para arriba, aunque también se cuelan los más chicos.

    –Mariana, ¿cuál diría que es el legado de Biró como inventor?
    –Para mí es mi papá, no un inventor. Te puedo decir que tuve la suerte de tenerlo muchos años, porque murió a los 86, en Buenos Aires. A esa altura llevábamos más de cuarenta años usando el bolígrafo. Mantuvo sus convicciones. Tenía un carácter muy equilibrado. Y era muy interesante estar con él. Era fundamentalmente atento y curioso. Te hacía profundizar. Pero además era cariñoso. Al final, no vivía como el célebre inventor que fue. Aceptaba los reconocimientos, pero en general me hacía ir a mí. De hecho, ¡estaba harto del bolígrafo! Quería mirar para adelante. Esas actitudes son parte fundamental de su legado.

     


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