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Ecología

El barco del explorador Jacques Cousteau se oxida en el olvido

 


El Calypso, la nave con la que el francés surcó los océanos, está arrumbada en una bodega en Francia.

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  • En su época, el Calypso fue más que una embarcación de investigación oceanográfica. Compañero constante del afamado explorador francés Jacques Cousteau, el barco y su capitán acumularon más de un millón de millas náuticas juntos, desde el mar Rojo y el Amazonas, hasta la Antártida y el océano Indico.

    Ahora, todo lo que se puede ver es su escuálido casco, que se extiende fuera de una bodega en la pequeña ciudad portuaria de Concarneau, en la costa de Britania, en el oeste de Francia. Es difícil reconocerlo como el mismo barco que fue protagonista en películas que ganaron premios y en aventuras televisadas que empezaron a mediados de los 1950 y se extendieron hasta los 1980. Durante esos años, el Calypso y Cousteau se convirtieron en íconos de un vibrante movimiento ecologista, elevando la conciencia sobre las maravillas y la fragilidad de los océanos del mundo. Sus viajes dieron fama a la pareja e hicieron que fueran sinónimo del romance de la exploración marina, al buscar tiburones, esponjas marinas y naufragios por todo el mundo.

    Hoy, el Calypso se pudre en una bodega a donde lo llevaron para repararlo en el 2007. Despojado del metal y la madera que lo revistió alguna vez, las hierbas se enroscan en las vigas de madera del armazón y el barco es ahora un símbolo de cómo Cousteau se desvaneció de la memoria colectiva, y de cómo, a pesar de la tradición naviera francesa, ni el gobierno ni sus herederos han encontrado una solución para restaurarlo.

    Cousteau, el principal oceanógrafo del país y defensor del ambiente, fue tanto un empresario como un científico, y, astutamente, reconoció que para poder obtener financiamiento, la investigación científica tenía que ser atractiva para una audiencia popular. Al pulir la filmación submarina, hizo justo eso, y creó una riqueza en la documentación de la vida bajo las olas de los océanos. Sin embargo, Cousteau dejó pocas directrices claras en cuanto a lo que debería hacerse con el navío que lo acompañó en sus exploraciones durante más de 40 años, cuando murió a los 87 años en su casa de París, en 1997.

    Todavía en uso en 1996, el Calypso estaba en el puerto de Singapur cuando una barcaza chocó accidentalmente contra él, hundiéndolo hasta el lecho marino. Sacarlo a la superficie llevó días y mucho más tiempo regresarlo a Francia.
    Aún cuando la Sociedad Cousteau -una organización ambientalista sin fines de lucro fundada por el explorador- emprendió la restauración a su muerte, hubo demandas y disputas que provocaron que el armazón de madera se pudra y se oxide su famosa nariz falsa con una cámara submarina.

    "Es deprimente ver que nadie llega a ser su patrocinador", comentó Pascale Baldier-Chassaigne, el director general de la Asociación para el Patrimonio Marítimo y Fluvial, al describir al barco como "mítico" y "emblemático" para Francia. El año pasado, la Asociación designó al Calypso parte del patrimonio cultural marítimo del país, pero el Estado todavía lo tiene que considerar monumento nacional para que haya posibilidad de que compita por financiamiento para su preservación.
    "Apenas si sorprende el abandono en el que está", dijo Gérard D'Aboville, el capitán de PlanetSolar, un navío de investigación, impulsado por energía solar. "A pesar de las amplias costas y muchas islas de Francia, el gobierno nunca mostró gran entusiasmo en la preservación de sus barcos".

    El registro de monumentos históricos que maneja el ministerio de la cultura incluye 43.000 edificios y 1.400 órganos (muchos en iglesias), entre otras cosas, pero sólo 133 barcos. "Somos un país donde el patrimonio marítimo tiene grandes dificultades para existir", comentó por teléfono D'Aboville, desde su barco. "Se redujeron las posibilidades de que el gobierno dé financiamiento para el Calypso a medida que su fama se fue desvaneciendo en la memoria. Si le preguntas a la generación más joven en Francia, no saben nada sobre él", añadió D'Aboville.

    El destino sin resolver del Calypso plantea interrogantes sobre lo que debería pasar con un barco cuando llega al final de su vida útil, en especial uno que fue pionero en su época. No obstante, la práctica frecuente de cortar en partes a una embarcación para reciclarlas, les parece a muchos un doloroso insulto hacia un barco con semejante historia augusta.
    Nadie hablaba de tal opción extrema cuando llegó el barco a Concarneau para su total restauración en 2007. Multitudes abarrotaron los atracaderos para ver como lo remolcaban hasta el puerto. La Sociedad Cousteau distribuyó gorras rojas en memoria de las que usó el finado Cousteau y la gente aplaudió.

    "Cuando nos enteramos de que el taller había logrado conseguir la orden para la renovación del Calypso, nos dio mucho orgullo y alegría", recordó Bruno Quillivic, el vicealcalde para puertos en Concarneau, refiriéndose al taller de Servicios Navales de Piriou, uno de los mayores empleadores en esta localidad y uno de los armadores de barcos más grandes de Francia. "Todos recordábamos las noches de domingo cuando veíamos los documentales", agregó.

    Sin embargo, cuando empezó el 2009, la Sociedad Cousteau decidió que las renovaciones no eran las adecuadas y dejó de pagar. Piriou dejó de trabajar en el barco y siguió una serie de acciones judiciales. Un juez falló a favor de Piriou, diciendo que la Sociedad Cousteau necesitaba pagarle al constructor de barcos 273.000 euros (300.000 dólares) y sacar el barco de la bodega en Concarneau. Piriou dijo que si la Sociedad Cousteau no se lo llevaba para mediados de marzo, tomaría medidas para subastar al Calypso. Esa fecha llegó y pasó, y no se realizó ninguna venta. No está claro si la compañía tiene el derecho de venderlo y, aun si lo hiciera, si habría un comprador.

    En los muelles de Concarneau, en los astilleros y entre los pescadores, hay poca controversia en cuanto a la forma de honrar al Calypso: se lo debería mandar al fondo del mar.
    Jacques Scavennec, un marinero de 70 años, quien revisaba las reparaciones que le habían hecho a su barco en un taller local antes de dirigirse a revisar sus trampas para langostas, habló con firmeza: "Se debe hundir a 3.000 metros de profundidad y no volver a hablar de él", dijo.

    "Sí, es posible renovarlo, pero nadie tiene el financiamiento". Pierre Nerzic, de 36 años, quien maneja Concar'nautic, una compañía ubicada cerca de los astilleros, que vende, renta y repara pequeños navíos, y quien, como muchos marineros en esta ciudad, habla de Jacques Cousteau como si lo hubiese conocido en persona, estaba igualmente seguro de su opinión. "El deseo de Cousteau era que lo hundieran en las profundidades para que se pudiera convertir en hogar para los peces", indicó. "Luego, el siguiente Cousteau lo encontrará".
     


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