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Educación

Juan Martín Maldacena: "El aborto no es una decisión científica, sino una decisión moral"
 


Juan Martín Maldacena. Físico teórico argentino.

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  • ¿Cómo romper los tabiques que existen entre la ciencia, la política, lo humano y lo social?
    -Ciertos tabiques son buenos. Por ejemplo, cuando uno investiga un problema desde el punto de vista científico es importante no dejarse llevar por opiniones políticas o ideológicas. El conocimiento científico actúa como un universo en expansión. Al aumentar, también crece la distancia entre ciertas disciplinas. Sin embargo, hay lecciones generales que pueden aplicarse a varios campos. Por ejemplo, el principio de la conservación de la energía se descubrió pensando en la mecánica. Pero se aplica a la química, a la biología y a la gravedad.

    -¿En Argentina no se respetan los datos?
    -Se manipularon los datos del INDEC y eso me parece un problema grave. En la ciencia resulta sagrado que los datos se tomen en forma objetiva. Sin influencias políticas o ideológicas.

    -¿Cómo debería ser una política científica adecuada para la Argentina?
    -Falta un puente entre la investigación estatal y la privada. La investigación aplicada debe tener una relación estrecha con los empresarios. Ellos saben qué necesita el mercado y cómo comercializarlo.

    -¿Qué balance puede hacer, como científico, de la política argentina actual?
    -A nivel estatal se ha desarrollado mucho la ciencia. Nos toca mejorar la eficiencia, mejorar la evaluación de los científicos. Y optimizar la relación con la empresas privadas. Esto, en parte también depende del fortalecimiento general de la economía. Es clave contar con una economía fuerte.

    -¿Qué le diría al presidente Macri?
    -Que mejore la educación primaria y secundaria.

    -¿Política y ciencia es un dúo inconveniente?
    -No. La política puede aprender mucho de la ciencia. Por ejemplo, la importancia de los datos y de la experimentación. Se puede tratar de implementar nuevas ideas y ver si realmente funcionan utilizando el método científico. De igual forma, evaluar los aspectos positivos y negativos de ciertas políticas, considerar su costo y beneficio total, basándose en datos confiables.

    -¿Cómo se ve desde afuera la grieta política?
    -En todos los países hay diferencias con las ideas políticas. Por suerte, estamos mucho mejor que otras naciones como Siria o Venezuela.

    -¿Hay grieta entre los científicos argentinos?
    -Los científicos que trabajan para el Estado están más de un lado de la grieta. Y los que trabajan para el sector privado, más bien del otro.

    -¿Qué nivel tiene la ciencia en Argentina comparada al resto del mundo?
    -Argentina es un país de ingresos medianos y tiene una ciencia muy buena para ese nivel. Está muy bien ubicada dentro de Latinoamérica, e incluso mejor que algunos países con ingresos mayores como Arabia Saudita. En mi campo, además hay científicos muy reconocidos. Horacio Casini, físico cuántico que trabaja en Bariloche, es uno de ellos. Lo mismo ocurre en otras áreas.

    -¿Qué resultado concreto observa en la ciencia o la tecnología argentinas?
    -Haber completado la central nuclear de Atucha II fue un gran logro. Se hizo con científicos e ingenieros locales. Esa experiencia permitirá continuar con un plan nuclear a largo plazo.

    -¿Qué opina de las huelgas y paros docentes en la facultades y escuelas públicas?
    -Solucionar conflictos laborales está fuera de mi horizonte. Pero, obviamente, al haber paros los chicos no aprenden.

    -¿Qué futuro tienen los chicos argentinos para desarrollar sus vocaciones? Según datos de Unicef, la mitad de los adolescentes es pobre y sólo el 45% termina la secundaria.
    -Mejorar la educación es muy importante. Una idea concreta es tomar exámenes nacionales para evaluar cómo y qué aprenden en cada grado. Se hace en Estados Unidos y también permite evaluar a las escuelas y maestros.

    -Un científico recién recibido en el país, ¿tiene campo de acción? ¿Puede vivir de la ciencia?
    -Sí. Podría trabajar en empresas petroleras, agrícolas, informáticas u otras. Por ejemplo, una de mis hermanas, Eleonora, es química. Hace investigación y desarrollo en Unilever. Para la investigación académica también hay oportunidades en universidades, en Conicet y otros organismos. Si el científico trabaja con dedicación y entusiasmo, podrá vivir razonablemente bien. Pero no va a ganar tanto como un médico, un abogado o un empresario. Si la prioridad es tener mejores ingresos, mejor que se dedique a otra cosa. Esto ocurre en Argentina y en todo el mundo.

    -¿La perspectiva religiosa condiciona el avance o desarrollo científico?
    -Son aspectos distintos. La mayoría de los científicos no se profesan religiosos. Pero hubo grandes científicos que sí fueron religiosos. Por ejemplo, Georges Lemaitre, astrónomo y sacerdote belga. El integró un equipo que desarrolló la teoría del Big Bang. Ya en 1927 fue el primero en estimar la velocidad de la expansión del universo. Unos años después, (Edwin) Hubble la midió mucho mejor, con ley de Hubble que dice que “las galaxias se alejan unas de otras a una velocidad proporcional a su distancia”.

    -¿Cuándo empieza la vida para Usted?
    -La vida comenzó hace miles de millones de años y se va pasando a las nuevas generaciones. Adquirimos nuestra identidad genética luego de la concepción, nos desarrollamos, nacimos. Estuvimos vivos durante todo este proceso.

    -Como científico y como hombre de fe, ¿aborto legal sí o no?
    -El aborto pone dos intereses en conflicto. Por un lado, el interés de la mujer de interrumpir un embarazo no deseado. Y, por el otro, el interés del embrión o del feto en seguir viviendo. Dependiendo de cuánto se valore cada aspecto, podemos llegar a distintas conclusiones. La ciencia nos puede informar, hacer oír el latido del corazón o dar una imagen de la nueva vida en desarrollo dentro del vientre. También nos puede dar una estadística confiable de cuántas mujeres abortan. Pero cuando valoramos la nueva vida en comparación a la experiencia que está viviendo la madre, no es una decisión científica. Se trata de una decisión moral.

    -¿Qué vale más, el feto o la madre?
    -Si uno cree que el valor de las personas depende del número de experiencias vividas y del contenido grabado en su cerebro, uno le daría más prioridad a la madre, ya que el feto no tiene esas experiencias. Le doy valor al desarrollo potencial de la nueva vida. Me opongo moralmente al aborto sin causa. En casos de peligro de la vida materna o casos de violación, me parece permisible.

    -En Argentina ahora tiene media sanción el aborto legal.
    -Un día triste el jueves pasado. Si sale la ley, finalmente, no sólo lo permitiría sino que se usaría la fuerza del estado para obligar a los contribuyentes, incluso a los que éticamente se oponen, a pagar por los abortos. Ni la despenalización ni la subvención del aborto fueron temas de campaña. Hacer una consulta popular sería la manera más razonable de tomar la decisión sobre la despenalización. Incluso se podría consultar sólo a las mujeres.

    -¿Qué responsabilidad tiene la ciencia en las guerras que se libran en nombre de las armas químicas?
    -El químico Fritz Haber recibió el Nobel en 1918 y protagonizó un caso interesante. Inventó un proceso para fabricar fertilizantes que ha aumentado enormemente la producción de alimentos en el mundo. Esto contribuyó incluso a la prosperidad del agro argentino. Pero también inventó las armas químicas en la Primera Guerra por ayudar a su país, Alemania. Sus contribuciones terminaron siendo positivas en el balance total.

    -¿Qué puede aportar la ciencia desde lo social? ¿Puede ayudar a vivir mejor?
    -La ciencia ayuda a entender mejor la naturaleza, en sus aspectos físicos, biológicos y sociales. El método científico consiste en hacer experimentos y observaciones para descubrir cómo es la realidad. Muchas veces, uno concluye que la realidad es distinta de lo que aparece a primera vista. Por ejemplo, las fuerzas eléctricas y magnéticas sólo fueron una curiosidad con poca importancia hasta hace unos 300 años. Y ahora son las que gobiernan la estructura de la materia. Esto permitió grandes avances en la electricidad, electrónica, telecomunicaciones y computación.

    -La inteligencia artificial está de moda hoy. ¿Llegaremos a crear máquinas que puedan superarnos y dañarnos?
    -Recientemente hubo avances muy importantes. Especialmente en el área de reconocimiento de imágenes, de voz, de texto. Estamos muy lejos de una inteligencia artificial comparable a la humana. Pero cuando hagamos esa inteligencia, ¿qué valores morales le daremos?

    -¿Cómo definiría a una persona inteligente?
    -Ser inteligente es la capacidad de enfrentarse a nuevos problemas y resolverlos. De reconocer la información relevante de la irrelevante. De entender el punto de vista del otro. Todos tenemos una inteligencia similar, de la misma manera que podemos correr a una velocidad más o menos similar. Las diferencias no son muy grandes. Pero, pensamos más en la inteligencia que en el entusiasmo, el amor, la paciencia o la perseverancia, que son más importantes.

    -¿Cómo convencería a un chico que duda entre estudiar Física o Economía?
    -Diego Hofman, que cursó el doctorado conmigo, estudió ambas. Y finalmente se dedicó a la Física. Depende de cada uno. Uno puede estudiar licenciatura en Física y luego dedicarse a otra cosa. Yo mismo no sabía si continuaría con el doctorado o no cuando comencé a estudiar.

    -Que los nenes manejen celulares desde bebés, ¿los hará más o menos inteligentes?
    -Serán igual de inteligentes, la inteligencia no pasa por manejar tabletas o celulares. Quizás estar mucho tiempo concentrado, con los videojuegos, o volverse adictos a las redes sociales, les afecte la inteligencia emocional y social. Cuando aparecieron los libros, la gente perdió el ejercicio de la memoria. Sin embargo, no es algo que ahora lamentemos demasiado. Se desarrollaron nuevas habilidades.

    -Este año se cumplen dos décadas de la Conjetura Maldacena. Además de su estudio sobre los agujeros negros, ¿qué quisiera aportar antes de irse?
    -Hay que entender mejor la Conjetura. El interior de los agujeros negros se comporta como un universo que se contrae y colapsa. Me gustaría comprender qué pasa realmente en ese instante y si el tiempo deja de existir en ese punto.

    -¿Le molesta que lo señalen o “presionen” con ganar el premio Nobel?
    Sí, pero trato de ignorarlo. Ni Jorge Luis Borges ni Stephen Hawking lo ganaron. Prefiero acercarme a los logros de Hawking que llevarme el Nobel.
     


    De Caballito a correr y pensar en la élite mundial del saber

    Su rostro se enciende cuando habla de agujeros negros. Ríe porque se fascina. Se fascina porque piensa. Sólo él sabe qué. Juan Martín Maldacena, físico teórico argentino, genio en el podio de la ciencia mundial, habla lo justo y necesario. Su cabeza parece cocinar un hervidero. Ideas que se mueven al ritmo de neutrones y protones. O, mejor dicho, de partículas más diminutas aún, enigmas, belleza y poesía de la física cuántica.

    Maldacena nació en Caballito y saltó a la tapa del New York Times hace 20 años cuando publicó su “Conjetura Maldacena”, la teoría que relaciona las leyes de la relatividad de la física (Albert Einstein) con la mecánica cuántica, algo que hasta ese momento se pensaba imposible.
    ¿Y para qué sirve la gravedad cuántica? “Para entender cómo funcionan los agujeros negros bien chiquitos. En su comportamiento, por dentro y por fuera, podría residir la clave del origen del tiempo”, explica Maldacena. Le brillan los ojos. Como chico con sortija de calesita.

    Rareza en su especie, Juan Martín cree en Dios. Para él, el Creador dio origen a las leyes de la física para que, a su vez, los físicos estudiaran el origen del tiempo. Casado y papá de tres, fue al La Salle y luego al Liceo Militar. Nunca lo eligieron abanderado. Quería seguir ingeniería como su papá Luis. Mamá Carmen es traductora de inglés. “Me interesaba la tecnología y la matemática. Pero me decidí por la física porque combina matemática con el mundo real”, explica desde Princeton, Nueva Jersey. En un bosque encantado, a una hora y media en tren desde Nueva York, corre todas las mañanas. Puntualmente, desde las 6.30.

    Entre senderos semidesiertos se recorta la Universidad de Princeton, fundada en el siglo XVIII, y donde el físico cursó uno de sus doctorados. Unas cuadras más allá, el Institute for Advanced Study (IAS), donde Maldacena pasa sus días junto a un puñado de 200 profesionales de élite de todas las ramas: Historia, Ciencias Sociales, Naturales y Matemática. Una conjunción de cerebros para la docencia e investigación. En el hall del IAS, delante de un jardín inmenso y prolijo, asoma el busto de Albert Einstein. El célebre Nobel (1921) fue uno de los primeros docentes e investigadores de esta casa, desde 1933.

    Ahora, otros científicos deambulan por el mismo parque. Un pájaro corta el aire. El ambiente de concentración sólo admite un recreo para el almuerzo. En un comedor similar al de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, físicos y astrofísicos prolongan la sobremesa. Juan Martín se sirve liviano. Poca cantidad en el plato. En el mediodía que comparte con Clarín, elige pescado. “No quiero quedarme dormido”, avisa. Como cada mañana, desde las 7.30, ya leyó las nuevas publicaciones científicas de la jornada.
    ¿Qué desvela a Maldacena? “Hallar esas nuevas leyes físicas que puedan describir cómo comenzó el tiempo. No sabemos si las encontraremos, pero creemos que sí...”, se entusiasma. Sonríe por que sí. Mirada de niño.
     


    Itinerario

    En abril de este 2018, Juan Martín Maldacena ganó la Medalla de Lorentz, distinción que muchos consideran la antesala del Nobel. El físico que el 10 de septiembre cumplirá 50 años, se convirtió en uno de los más notables del mundo cuando, en 1998, publicó su “Conjetura Maldacena”.
    Su trabajo relaciona la teoría de la relatividad de Einstein con la mecánica cuántica. Maldacena cursó la licenciatura en Física en la UBA y se recibió en el Instituto Balseiro de Bariloche. Se doctoró en la Universidad de Princeton y en Rutgers University, ambas en Nueva Jersey; fue el profesor más joven de Harvard y desde 2001 integra el staff del Institute for Advanced Study, en Princeton, NJ.

     


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