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Recordamos al Anasagasti, el primer auto argentino
 


El Anasagasti fue el primer auto en exportarse al mundo.

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  • Hoy se cumplen 204 años desde la que los argentinos realizamos uno de los actos más atrevidos que aquellos que quieren tener su propio destino pueden enfrentar: declarar la independencia. Así nacía la Argentina, con problemas, contradicciones y un destino por enfrentar.
    Por suerte, el camino que encaramos como nación se decidió cuando tuvo la oportunidad por la senda del desarrollo industrial en los últimos años del Siglo XIX. Desde ese momento Argentina se transformó en un país "fierrero": apenas los automóviles empezaron a sorprender al mundo, nuestro país los adoptó para siempre.

    Los primeros autos llegaron ni bien se patentaron como innovación mundial, a finales del siglo XIX. Parte de esta pasión fue Horacio Anasagasti, el pionero de la industria automotriz local e innovador a la altura de Henry Ford.
    Descendiente de inmigrantes vascos, Anasagasti nació en 1879 y se recibió de ingeniero en la UBA a los 23 años. No demoró en viajar a Europa para conocer más acerca de la floreciente actividad y soñó con traerla a nuestro país.

    Si bien provenía de una familia acomodada, al regresar a estas tierras finalizó varios de sus negocios y abocó todos sus esfuerzos a dar vida a su propia tarea: crear el primer auto argentino.
    Hubo antecedentes, pero eran unidades únicas, artesanales. El valor de este ingeniero, cuya fábrica estaba en la actual Av. Del Libertador y Bulnes, fue sistematizar la construcción. Ford presentó su Modelo T en 1908, armado en serie. Algunos años después, en Buenos Aires hubo un engranaje muy parecido.

    No era una línea de montaje como tal, pero logró construir 50 modelos entre 1910 y 1915 con un mecanismo similar, dejando la artesanía total de lado.
    Aunque esto parezca contraproducente para la industria local, Anasagasti fue uno de los innovadores fabriles más importantes del siglo pasado, y un férreo defensor de los derechos laborales: sus empleados, por ejemplo, cumplían una jornada de ocho horas, cuando eso, hace más de cien años, no era algo común.

    El Anasagasti tenía piezas importadas (esa fue la experiencia de su viaje por Europa), pero su gran sueño era reemplazarlas por partes nacionales. El motor, francés, era un Ballot de 12 HP y, podía alcanzar unos 50 km/h. La carrocería era de construcción local. Costaba 6.000 pesos, pero “Don Horacio”, como reza el tango en su honor, no quiso que nadie se quedara sin su auto, y armó un plan de cuotas de 200 pesos por mes.
    Algunas voces sostienen que esta financiación y el estallido de la Primera Guerra Mundial truncaron los sueños de este nieto de vascos. En su época de esplendor tuvo más de 20 empleados, pero luego, fiel a sus principios, Anasagasti no quiso que quienes trabajaban para él (casi todos inmigrantes) lo hagan sin la garantía de poder cobrar.

    Antes del final de la fábrica y el fallecimiento de su dueño, también hay otro hito. El Anasagasti fue el primer auto en exportarse al mundo, ya que el ingeniero mandó algunas unidades a competir a Europa, logrando algunos triunfos que sorprendieron a todos. Seguramente, a su creador no.
    Tras búsquedas insaciables, de las 50 unidades siguen vigentes dos. El propio Anasagasti donó uno a la Fuerza Aérea de El Palomar. El otro está en el Club de Automóviles Clásicos de San Isidro. Sólo dos. Tal vez los suficientes para dar crédito a la leyenda.

     


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