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Geografía

La Antártida
 


Bases permanentes y temporales argentinas en el sector antártico.

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  • La palabra Antártida proviene del idioma griego, de antarktikos, que significa ‘opuesto al ártico‘. A su vez, ártico proviene del vocablo griego arktikos, cuyo significado es ‘de la osa‘, en referencia a la constelación boreal llamada Osa Menor, en la que se encuentra la Estrella Polar, que señala el polo Norte. Por tanto, antarktikos significa ‘opuesto a la osa‘; es decir, alude al polo Sur, que está ubicado en la Antártida.  


    ¿Qué es la Antártida? - La situación geográfica

    La Antártida está situada al sur de la convergencia antártica, región comprendida aproximadamente entre los 55° y 58° de latitud sur, que rodea el continente antártico.
    La convergencia antártica puede definirse como la zona de contacto entre las aguas antárticas y las aguas menos frías y menos densas de la zona subantártica. Este límite constituye una importante frontera desde el punto de vista biológico y oceanográfico y tiene su equivalente en la atmósfera, donde un frente polar atmosférico separa masas de aire frías de la región antártica de otras más cálidas de la región subantártica. La Antártida abarca los territorios al sur del paralelo 60º S, que es la región a la que se refiere el Tratado Antártico. Con excepción del norte de la península Antártica, prácticamente todo el continente antártico se encuentra al sur del círculo polar Antártico (66° 33´ S).  


    La Antártida, un continente helado

    El continente antártico tiene una forma casi circular, de la que sobresale la península Antártica en dirección sur-norte. Tiene un diámetro de unos 4500 km y una superficie de alrededor de 14 millones de km2; de esta, menos del 1 % se encuentra libre de hielo. Es el continente más frío, más seco, más ventoso y con mayor altura media (más de 2000 m sobre el nivel del mar) del planeta. Su tamaño es superior al de Australia y algo menor que el de América del Sur. Está separado de la última por el pasaje Drake o mar de Hoces, de casi 1000 km, mientras que la distancia a África y a Australia es de 3800 y 2500 km, respectivamente. Es un continente rodeado por océanos, a diferencia del Ártico, que es, en esencia, un océano rodeado por continentes.

    Las montañas Transantárticas, una alineación elevada de unos 4000 km de longitud, dividen el continente en dos partes desiguales: la Antártida occidental y la Antártida oriental. Esta última está constituida, sobre todo, por rocas muy antiguas, en su mayoría de más de 550 millones de años, y recubierta por una capa de hielo que, en algunas zonas, llega a superar los 4500 m de espesor. No sucede lo mismo en la Antártida occidental, sector situado al sur de América del Sur que incluye la península Antártica, donde las rocas son más recientes, la cubierta de hielo es más delgada y, además, se encuentra la montaña más alta del continente, el monte Vinson (de 4897 m sobre el nivel del mar). En esta porción del continente, en las últimas décadas se manifiesta un aumento de temperatura y una pérdida de hielo más intensos que en la Antártida oriental.

    En la Antártida existen algunos volcanes activos, como el de la isla Decepción, en el sector septentrional de la península Antártica, o el Erebus, de 3794 m de altura, en la isla Ross (Antártida oriental), que domina la barrera de hielo de Ross.
    Se conocen más de 150 lagos ocultos bajo el hielo antártico, en algún caso a más de 3600 m bajo la superficie, como el lago Vostok, que con unos 14 000 km2 de extensión tiene un tamaño similar al del lago Maracaibo (Venezuela).

    En este continente se almacenan, en forma de hielo, más de las tres cuartas partes del agua dulce existente en la Tierra, ya que el espesor medio de la capa helada supera los 2000 m. Si todo este volumen de hielo cambiara al estado líquido, se produciría un incremento del nivel del mar del orden de 65 m, aunque este escenario no es probable en las escalas de tiempo habituales para los seres humanos.  


    Los días y las noches polares

    La duración del día y la noche antárticos es consecuencia de la ubicación polar del continente y de la inclinación del eje terrestre. En el día del solsticio de verano (21 de diciembre, fecha en que comienza desde el punto de vista astronómico dicha estación en el hemisferio sur), en cualquier punto situado al sur del círculo polar Antártico, el día tiene 24 horas de luz; opuestamente, en el solsticio de invierno (21 de junio), tiene 24 horas de oscuridad. La situación extrema se presenta en el polo Sur geográfico, donde el sol permanece seis meses sin ocultarse en el horizonte y otros seis meses debajo de este. Durante la transición entre el invierno y elverano, cuando el sol ya se encuentra cerca del horizonte, el día transcurre con penumbras. Una persona que estuviera en el polo Sur geográfico en verano, vería que el sol gira sobre su cabeza en forma de espiral ascendente hasta el mediodía y descendente más tarde, sin ocultarse nunca detrás del horizonte. Entre el círculo polar Antártico y el polo Sur geográfico, las variaciones en la duración del día y la noche son graduales, y la zona cuenta con veranos de días largos e inviernos de noches largas.  


    El Clima

    La temperatura promedio de enero, el mes más cálido del verano, oscila entre 0,4 ºC, en la costa, y –40 ºC, en el interior del continente. Durante el invierno, el promedio se encuentra entre –23 ºC y –68 ºC. La temperatura mínima registrada ha sido de –89 ºC. En todo el continente, las escasas precipitaciones ocurren mayoritariamente en forma de nieve.

    El continente antártico es considerado en parte un desierto, a pesar de la enorme reserva de agua dulce que posee, porque las precipitaciones son escasas, y además, al estar el agua en forma de hielo o nieve, no se halla disponible para la flora y la fauna. Solo un pequeño porcentaje de las precipitaciones se producen en forma de lluvia, durante el verano austral y, principalmente, en las zonas costeras y en las islas aledañas. Los fuertes vientos son característicos de la Antártida.

    Están condicionados por el anticiclón (o centro de alta presión) que suele desarrollarse en el interior del continente, desde donde se generan vientos que se dirigen en dirección norte y noreste, por el efecto de Coriolis, hasta la zona de ciclones (o centros de baja presión), ubicados en latitudes subpolares. Los temporales de nieve y viento son frecuentes, sin que existan tormentas eléctricas. El viento puede alcanzar los 200 km por hora, con ráfagas aún mayores. Son típicos de la región los llamados vientos catabáticos, que descienden hacia la costa desde el interior. Es común que se formen ventiscas o blizzards, que arrastran nieve, por lo que también se las conoce como vientos blancos.  


    La historia del descubrimiento y la exploración de la Antártida

    Al regreso de Colón a España, los Reyes Católicos, queriendo asegurarse la posesión de las tierras recién descubiertas, solicitaron que se las donara el Papa, considerado en ese entonces dueño temporal de todas las tierras pertenecientes a Dios. Así, en 1493 el Papa promulgó una bula por la cual los reyes de Castilla y León y sus herederos y sucesores eran poseedores de los siguientes territorios: «todas las islas y tierras firmes halladas, y que se hallaren descubiertas, y que se descubrieren hacia el Occidente, y mediodía, fabricando y componiendo una línea del Polo Ártico, que es el Septentrión, al Polo Antártico, que es el Mediodía…».

    El primer viaje de circunnavegación de la Tierra tuvo lugar entre 1519 y 1522, capitaneado por Hernando de Magallanes y, tras su muerte en abril de 1521, por Juan Sebastián Elcano. En esta ocasión Magallanes descubrió el paso entre el Atlántico y el Pacífico, y rompió la creencia generalizada de que existía un enlace entre el continente americano y la Terra Australis. Asimismo localizó el territorio que fue denominado Tierra del Fuego, a causa de las fogatas encendidas por los pobladores nativos. Si bien Magallanes era portugués, sus descubrimientos pertenecían a España por el Tratado de Tordesillas y por el patrocinio español de la expedición.

    Otros viajes de navegantes españoles produjeron avances en el conocimiento y la exploración de los mares australes a lo largo del siglo XVI, como el de la flota al mando de García Yofré de Loayza, que en 1525 debió soportar un gran temporal en el estrecho de Magallanes. Una de sus carabelas, la San Lesmes, capitaneada por Francisco de Hoces, fue arrastrada hasta los 55° de latitud S, donde encontraron un amplio mar abierto al sur de Tierra del Fuego que más tarde sería denominado pasaje de Drake y que algunos documentos han recogido con el nombre de mar de Hoces.

    Ya que la jurisdicción española en las tierras del Nuevo Mundo alcanzaba hasta el mismo polo Sur, en 1534 Carlos V creó la provincia del Estrecho. En 1540 le encomendaron a Francisco Alonso de Camargo la exploración de esos territorios y fue una de sus carabelas la que descubrió la isla de los Estados, aunque no llegaron a reconocer su insularidad. Un año antes le habían encargado a Pedro Sancho de Hoz navegar por el mar del Sur. Demostraban su convencimiento sobre la existencia de tierras australes no descubiertas aún al decir: «hasta el dicho Estrecho de Magallanes y la tierra que está de la otra parte dél». También Juan Ladrillero, en 1557, tratando de encontrar la entrada occidental del estrecho de Magallanes, llegó más al sur de Tierra del Fuego. En 1579-1580 y 1581-1587 Pedro Sarmiento de Gamboa realizó importantes reconocimientos y levantamientos hidrográficos en la zona del estrecho de Magallanes.

    Muy probablemente los primeros europeos que divisaron tierras antárticas fueron los españoles que en 1603 navegaron hasta alrededor de los 64º de latitud S en el buque Buena Nueva, al mando del capitán Gabriel de Castilla. El ánimo exploratorio los llevó a dirigirse hacia el sur desde el cabo de Hornos y, a la vuelta de aquel viaje, relataron que habían visto montañas con nieve, aunque no habían llegado a desembarcar. Una latitud similar no sería alcanzada hasta 168 años más tarde, avanzado el siglo XVIII, en los viajes del navegante inglés James Cook. Este representante de la corona inglesa circunnavegó la Antártida y fue el primero en cruzar el círculo polar Antártico, en enero de 1773. Alcanzó los 71º de latitud S, pero no llegó a ver el continente.

    Otra importante expedición fue la capitaneada entre 1618 y 1619 por los hermanos Bartolomé y Gonzalo García de Nodal, al mando de los buques Nuestra Señora de Atocha y Nuestra Señora del Buen Suceso, quienes circunnavegaron Tierra del Fuego y en febrero de 1619 hallaron las islas Diego Ramírez, las más australes de América. En 1756 el capitán español Gregorio Jerez descubrió las islas San Pedro (luego llamadas Georgias del Sur por Cook). En 1762 el buque español Aurora halló unas islas entre las San Pedro y las Malvinas, a las que más adelante James Wedell bautizaría Shag Raks y Black Rocks. En 1794 el capitán José de Bustamante, de la expedición científica de Alejandro Malaspina y al mando del Atrevida, localizó nuevamente las islas del Aurora y realizó un estudio hidrográfico del área.  


    Las primeras aproximaciones a la Antártida

    A finales del siglo XVIII y principios del XIX, la caza de ballenas y, sobre todo, de focas, se intensificó con el descubrimiento de las islas San Pedro y Aurora.
    Los foqueros eran atraídos por el aceite que se obtenía de estos animales, muy apreciado por su uso en la iluminación de la época. En 1818 se le otorgó permiso formal al comerciante Juan Pedro Aguirre, que lo gestionó ante el Consulado de Buenos Aires con las siguientes palabras: «se le permita el establecimiento de la pesca de lobos marinos en alguna de las islas que en la altura del polo Sur de este continente se hallan inhabitadas…». Las islas mencionadas en el documento no eran otras que las Shetland del Sur. También puede citarse la actividad del buque San Juan Nepomuceno, del Río de la Plata, que entre 1817 y 1820 desarrolló sus actividades foqueras en las islas cercanas al polo Sur. Es probable que la búsqueda de nuevas zonas de caza de focas haya conducido a otros navíos hacia la Antártida. Sin embargo, sus descubrimientos parecen haber quedado sin registro por el interés de sus protagonistas en mantener el secreto, ante la dura competencia que existía entre los diversos barcos y compañías que operaban en ese negocio en los mares australes. Entre otras travesías de principios del siglo XIX que es necesario destacar está la campaña del almirante Guillermo Brown, que en 1815 con bandera del Río de la Plata, inició un viaje de corso contra posesiones españolas en el Pacífico.

    Tras alcanzar los 65º de latitud, mencionó la presencia de signos indicativos de la cercanía de tierra firme. En1819 el emperador Alejandro I, de Rusia, le encomendó al capitán Fabián Tadeo Bellingshausen que intentara llegar más al sur de lo alcanzado por James Cook. Así, con sus dos buques, el Mirny y el Vostok, alcanzó la ruta antártica en 1820, realizó un relevamiento de las Shethlands del Sur y las islas San Pedro (Georgias del Sur), y logró la segundacircunnavegación del Antártico. En los años siguientes a 1820 los foqueros desarrollaron una intensa actividad en la zona antártica.

    Algunos de los capitanes y tripulantes de estos barcos hicieron importantes aportaciones al descubrimiento geográfico, también realizaron mediciones, y sus nombres han quedado ligados a la toponimia antártica. Entre los muchos que actuaron en esa época, cabe mencionar a Eduardo Bransfield, que cartografió varias de las islas Shetland del Sur; a George Powell y Nataniel Palmer, que descubrieron las Orcadas del Sur; al capitán James Weddell, que fue el primero en adentrarse en el hoy denominado mar de Weddell, donde llegó a alcanzar los 74º 15’ S; a Henry Foster, quien en 1828-1829 fijó la posición de varias islas de las Shetland del Sur e instaló un termómetro de máximas y mínimas en la isla Decepción.
    Otro caso es el del buque San Telmo, que en 1819 enfrentó una tormenta en el cabo de Hornos y fue arrastrado hacia el sureste.

    Luego algunos foqueros que frecuentaron las islas Shetlands dejaron registrado el hallazgo de restos de dicho naufragio. En 1819 el capitán británico William Smith, mientras intentaba evadir una tormenta cerca de Tierra del Fuego, se desvió hacia el sur y avistó unas islas cubiertas de nieve. En un segundo viaje ese mismo año, con la intención de confirmar su avistamiento anterior, llegó nuevamente a mares antárticos y denominó a estas islas Nueva Bretaña del Sur, más tarde rebautizadas Nuevas Shetlands del Sur.  


    Otras expediciones exploratorias y científicas en el siglo XIX y principios del XX

    Finalizado el primer tercio del siglo XIX, se llevaron a cabo varias expediciones apoyadas por iversos países, que resultaron importantes por sus descubrimientos. Incluyeron dibujantes y científicos, que aportaron información con sus observaciones, muestreos y mediciones.

    Entre estos expedicionarios están: el francés Jules Sébastien César Dumont D´Urville, que en 1838-1841 realizó investigaciones sobre el magnetismo de los polos; el teniente norteamericano Charles Wilkes, que en 1839-1843 navegó por el mar de Bellingshausen y alcanzó los 70° S; el inglés James Ross, que en 1839-1843, con sus barcos Erebus y Terror, llegó a la latitud de 78° S, la máxima navegada en esa época; el alemán Eduard Dallmann, que en 1873-1874 realizó la cartografía de varias zonas antárticas; el noruego Carl Anton Larsen, que en 1893-1894 exploró la región oriental de la península Antártica, donde halló fósiles que probaban la vida vegetal en tiempos remotos y descubrió la barrera de hielo que lleva su nombre.

    A finales del siglo XIX, cuando ya había sido explorada la mayor parte del planeta, las zonas polares, en particular la Antártida, continuaban siendo las regiones más desconocidas, y las sociedades científicas promovían su exploración. Entre 1897 y 1899 tuvo lugar la expedición belga dirigida por el ingeniero y teniente Adrien de Gerlache que, a bordo del buque Bélgica, partió hacia la región occidental de la península Antártica. Entre los miembros de su expedición figuraban el geólogo y geofísico, Emile Danco; el médico Frederick Cook; el geólogo y eteorólogo Henryk Arctowski; el naturalista Emile Racovitza y un joven noruego llamado Roald Amundsen, quien luego protagonizaría su propia aventura. El Bélgica quedó varado aproximadamente un año cerca de los 71° de latitud S, por causa de los hielos, y constituyó la primera invernada científica en la Antártida.

    En 1898 la expedición alemana del profesor Karl Chun, a bordo del Valdivia, llegó hasta los 56° de latitud S para realizar observaciones oceanográficas y geográficas. Cerca de la tierra de Enderby registraron la máxima profundidad oceánica, de 4647 m. Entre 1898 y 1900 la campaña del explorador Carsten Egeberg Borchgrevink, financiada por los ingleses, desembarcó en la barrera de hielo de Ross y la cruzó por primera vez.
    Con el comienzo del siglo XX, se efectuaron las más importantes y famosas expediciones a zonas antárticas.

    El profesor Erich von Drygalski estuvo al frente de la expedición alemana de 1901-1903 y, con su buque Gauss, permaneció prisionero de los hielos durante más de un año. Utilizando un globo de hidrógeno para ascender a más de 400 m, tomó fotografías desde el aire. La expedición científica escocesa de 1903-1904 al mando del científico William S. Bruce también quedó atrapada con su buque, el Scotia, en la bahía que luego llevaría su nombre, y debió invernar en la isla Laurie. El científico francés Jean B. Charcot realizó dos viajes a la Antártida, el primero entre 1903 y 1905, a bordo del Francais. Su expedición, que también debió pasar el invierno en tierras antárticas, aportó datos sobre la geología y oceanografía de la zona. Su segundo viaje fue de 1908 a 1910, a bordo del Pourquoi-pas?

    En 1904 se estableció en la base argentina de Orcadas la primera estación meteorológica en territorio antártico. Esta es la base antártica que por más tiempo ha permanecido ocupada y en funcionamiento de forma ininterrumpida. Junto a ella el gobierno argentino instaló la primera oficina de correos en ese continente.A principios del siglo XX comenzaron también los intentos para alcanzar el polo Sur, con las expediciones del británico Robert Falcon Scott y del explorador noruego Roald Amundsen. Este último contaba con las ventajas de su experiencia previa en esas tierras y su decisión de llevar perros como bestias de tiro, en lugar de los ponis elegidos por Scott. Amundsen llegó al polo Sur el 14 de diciembre de 1911 y emprendió el regreso. Scott, junto a su grupo de 4 hombres, llegó el 17 de enero de 1912, pero fallecieron todos durante el regreso, por falta de alimentos.

    Entre 1914 y 1916 se desarrolló la expedición dirigida por el británico sir Ernest Shackleton. Cuando su buque Endurance quedó aprisionado por el hielo del mar de Weddell, parte de la tripulación logró llegar hasta las islas San Pedro, donde unos balleneros los auxiliaron.

    Al no poder regresar para rescatar a sus compañeros, debido al hielo que impedía la navegación, debieron volver al continente americano. Más tarde, con la ayuda del gobierno de Chile, retornaron y lograron rescatar a los sobrevivientes. En las décadas de los veinte y los treinta del siglo XX, la aviación también dejó su huella en la historia antártica. El almirante norteamericano Richard Byrd sobrevoló el polo Sur en 1928. Su compatriota Lincoln Ellsworth cruzó en avión la Antártida desde el mar de Weddell hasta el mar de Ross en 1935 y 1939.  


    El desarrollo de la investigación científica y de la cooperación Internacional

    Tras la segunda guerra mundial, hubo una serie de factores trascendentales para el futuro de la Antártida. Por un lado, los avances de la ciencia y de la tecnología (medios de transporte, comunicaciones, etc.) permitieron desarrollar las investigaciones en las duras condiciones antárticas, y por otro, la decisión internacional de colaborar hizo posible que la Antártida no se convirtiera en escenario de conflictos.

    La celebración en 1957-1958 del Año Geofísico Internacional, considerado el Tercer Año Polar Internacional, se focalizó fundamentalmente en la Antártida: doce naciones actuaron de modo coordinado, se hicieron importantes descubrimientos científicos y se instalaron una serie de estaciones sobre el terreno. Así, en 1958, se estableció el Comité Científico para la Investigación Antártica (SCAR, sigla de Scientific Committee on Antarctic Research), con el objetivo de promover y coordinar la investigación científica, y al año siguiente se firmó el Tratado Antártico, con el fin de decidir de forma colectiva sobre el futuro del territorio situado más allá del paralelo 60º S. Gracias a esos acuerdos, hoy la Antártida es un territorio gestionado multinacionalmente, dedicado a la paz y a la ciencia, y en el que la conservación ambiental tiene un lugar prioritario.  


    Un Acuerdo histórico: El tratado Antártico

    El Tratado Antártico (TA) fue firmado por los 12 países que habían participado en el Año Geofísico Internacional (AGI) de 1957-1958.
    La experiencia del AGI demostró que era posible establecer bases en la Antártida y desarrollar la cooperación científica sin entrar en conflictos. Desde entonces, 36 países más se han adherido, y son hoy 48 en total los que reconocen el Tratado. En el anexo A.1 se puede consultar la relación de países integrados en el TA.
    El Tratado se firmó el 1 de diciembre de 1959 en Washington (Estados Unidos), entró en vigor el 23 de junio de 1961 y se convirtió desde ese momento en una referencia de los avances que se pueden lograr mediante la cooperación internacional.

    El Tratado afecta a los territorios, incluso a las barreras de hielo y al océano, ubicados al sur de los 60° de latitud S y establece que «la Antártida se utilizará exclusivamente para fines pacíficos» (artículo I), que «la libertad de investigación científica en la Antártida y la cooperación [...] continuarán» (artículo II), que «las Partes Contratantes acuerdan proceder […] al intercambio de observaciones y de resultados científicos sobre la Antártida, los cuales estarán disponibles libremente» (artículo III) y que «todas las regiones de la Antártida, y todas las estaciones, instalaciones y equipos que allí se encuentren […] estarán abiertos en todo momento a la inspección» (artículo VII). La importancia del Tratado se aprecia en que, a pesar de los conflictos y las tensiones mundiales de los cincuenta últimos años, la Antártida se ha mantenido como zona de paz, cooperación científica y territorio protegido.

    El TA y los diferentes acuerdos, protocolos y organizaciones que lo han ido desarrollando conforman lo que se conoce como Sistema del Tratado Antártico. Incluye diversos acuerdos de carácter internacional sobre temática antártica, como la Convención para la Conservación de las Focas Antárticas (Londres, 1972), que entró en vigor en el año 1980, y la Convención para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (Canberra, 1980), que está vigente desde 1982.

    El Protocolo sobre Protección del Medio Ambiente (Protocolo de Madrid), aprobado en 1991, es el texto normativo más importante aparte del TA y se comenta más detalladamente en el apartado 1.5. A pesar de que las ballenas habitan en aguas antárticas, no se aborda en estos acuerdos su problemática específica, sino en la Convención Internacional para la Reglamentación de la Caza de la Ballena, que precedió al TA. Además de estas normas acordadas por los países firmantes del Tratado, los otros elementos del Sistema del Tratado Antártico son los diversos órganos que gestionan las actividades que se realizan en la Antártida. Una vez al año se realiza una Reunión Consultiva del Tratado Antártico, con la participación de los países firmantes del TA y de las organizaciones que forman parte del sistema, que se centra en el intercambio de información y consultas, así como en la elaboración de propuestas para la aplicación del tratado.  


    Foros antárticos

    El Comité Científico para la Investigación Antártica (SCAR, sigla de Scientific Committee on Antarctic Research) fue creado en 1958. Se trata de una organización no gubernamental, constituida por científicos y cuyos objetivos son promover y coordinar la investigación científica que se desarrolla en la Antártida.
    Además, es el órgano asesor del TA en materia científica. El Consejo de Administradores de Programas Antárticos Nacionales (COMNAP, sigla de Council of Managers of National Antarctic Programs) se ocupa de coordinar el apoyo logístico necesario para las actividades científicas en la Antártida.

    En el ámbito latinoamericano existe una organización que se ocupa de los temas indicados para el COMNAP, en lo que afecta a los países de esa región. Se trata de la Reunión de Administradores de Programas Antárticos Latinoamericanos (RAPAL), en la que participan Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Perú, Uruguay y Venezuela. La Coalición para el Océano Austral y la Antártida (ASOC, sigla de Antarctic and Southern Ocean Coalition) está formada por diversos grupos cuyo objetivo es la protección ambiental. Esta organización interviene en las reuniones del Tratado con estatus de observador. Por último, cabe mencionar a la Asociación Internacional de Operadores Turísticos Antárticos (IAATO, sigla de International Association of Antarctica Tour Operators). Fue creada en 1991 por varios operadores turísticos con el objetivo de promover actividades turísticas responsables y participar en el Sistema del Tratado Antártico. También asiste a las reuniones consultivas del Tratado como observador. La información sobre el funcionamiento del Sistema del Tratado Antártico y sobre sus diversos órganos puede consultarse en la página web de la Secretaría del TA, que se encuentra en Buenos Aires, Argentina.
    Los textos se encuentran en español, que es una de las cuatro lenguas oficiales del tratado, junto con el inglés, el francés y el ruso.  


    La protección ambiental de la Antártida - El Protocolo de Madrid

    Hoy en día podemos hablar de un proceso normativo que tuvo su momento cumbre en el año 1991 cuando se firmó el Protocolo del TA sobre Protección del Medio Ambiente, conocido también como Protocolo de Madrid y vigente desde el año 1998.

    El Protocolo de Madrid es la principal herramienta internacional para la protección del medio ambiente antártico y declara a la Antártida reserva natural dedicada a la paz y a la investigación científica. Contiene una serie de principios y procedimientos que deben aplicarse a todas las actividades que se desarrollen en el continente. Asimismo se creó el Comité para la Protección del Medio Ambiente, encargado de revisar permanentemente los temas ambientales y asesorar a las reuniones consultivas del tratado sobre la implementación de medidas ambientales complementarias.

    Entre los principales aspectos abarcados por el Protocolo de Madrid, están la protección de la flora y la fauna, el tratamiento de los residuos, la gestión de las zonas protegidas y la prevención de los impactos ambientales.  


    La flora y la fauna antárticas, bien protegidas

    Con el objeto de proteger la vida autóctona de la Antártida, está prohibido matar, herir, manipular y molestar a los animales o dañar la vegetación. Los peces se encuentran en el ámbito de una regulación particular, la Convención para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCRVMA). Solo los científicos pueden acceder a un sistema de permisos que ha establecido el TA. Así, por ejemplo, los biólogos autorizados estudian las colonias de pingüinos, en las que evalúan, entre otras cosas, el éxito reproductivo o la dieta de estos animales. El hecho de que otras personas no puedan interactuar de manera directa con la fauna permite a los científicos trabajar en un ambiente casi prístino, poco modificado por el hombre, situación infrecuente en el resto del mundo.

    Otro aspecto importante de la protección de la fauna y la flora locales es la prohibición para introducir especies no autóctonas. Históricamente, se llevaron al continente diversos animales e, incluso, plantas. Un caso muy reconocido fue el de los perros, utilizados durante décadas para tirar de trineos. Con el tiempo, diversos estudios comenzaron a señalar que la presencia de animales provenientes de otras latitudes podría tener consecuencias negativas para la flora y la fauna locales. Entre los problemas detectados se encuentran el posible desplazamiento de las especies locales debido a la ocupación de sus hábitats por parte de especies invasoras que no cuenten allí con depredadores y la transmisión de enfermedades no presentes en la fauna antártica. Asimismo algunas especies foráneas podrían constituirse en depredadoras de las locales. Fue por eso por lo que, desde la entrada en vigor del Protocolo de Madrid, quedó prohibida la introducción intencional no controlada de especies no autóctonas, a la vez que las aún presentes debían ser retiradas, como los perros. Esto supone, por ejemplo, impedir la entrada de pequeños roedores o insectos en la carga de buques o aviones. La preocupación actual radica en que, debido al calentamiento climático, especies que actualmente no prosperarían en la Antártida podrían hacerlo bajo futuras condiciones de temperatura más alta y afectar a las especies locales. Otras cuestiones vinculadas a la protección de la fauna también han sido abordadas en los últimos años. Un ejemplo es la adecuada utilización de aeronaves cerca de concentraciones de aves y mamíferos, para lo que se formuló una serie de recomendaciones, que incluyen alturas y distancias mínimas de separación entre los vehículos y las colonias de animales.  


    ¿Qué se hace con la basura?

    La principal premisa es la minimización de los residuos a partir de una adecuada planificación de las actividades. A menor cantidad de residuos generados, menor posibilidad de producir contaminación.

    Sin embargo, la gestión no se detiene aquí. Un estricto sistema de clasificación de residuos rige también en todas las estaciones científicas, campamentos o buques que trabajan en la Antártida. Si bien puede haber algunas pequeñas diferencias entre países, en líneas generales los residuos se separan en restos orgánicos, plásticos, metales, cemento, vidrios, residuos peligrosos o tóxicos y aguas residuales. Otra de las claves de la gestión de los residuos radica en que la gran mayoría debe ser retirada de la Antártida por sus propios generadores. Solo los residuos orgánicos y las aguas de baños y cocinas pueden tratarse en el continente mediante la utilización de equipos especiales. El resto de los residuos se almacenan bajo estrictas condiciones, por lo general en contenedores aislados del sustrato, hasta que son desalojados de la Antártida, principalmente por barco. Esto ha sido un paso fundamental a la hora de evitar la contaminación de los mares y los suelos antárticos. Se aplican, además, restricciones mayores para el almacenamiento y transporte de los residuos peligrosos o tóxicos. Debe tenerse en cuenta que en la Antártida la energía para iluminación, calefacción y uso de vehículos y embarcaciones se genera, sobre todo, a partir de combustibles de origen fósil.

    Por ello, las mayores cantidades de residuos tóxicos provienen de estos así como de aceites minerales. Los laboratorios científicos también producen una amplia gama de residuos de sustancias químicas, aunque en general en pequeñas cantidades. Hasta la entrada en vigencia del Protocolo de Madrid en 1998, muchos residuos se arrojaban al mar, se quemaban a cielo abierto o se enterraban en el sustrato, lo que constituía una fuente de contaminación. Se requiere, entonces, un considerable esfuerzo logístico y económico que permita clasificar, almacenar y transportar los residuos a varios miles de kilómetros de distancia de su lugar de generación. Otra manera de prevenir la contaminación, pero en este caso de los buques que navegan en aguas antárticas, es aplicar toda la normativa internacional relacionada a la prohibición de eliminación de basuras y líquidos contaminados desde las embarcaciones. Con esto no solo se busca limitar la posible contaminación de los mares, sino también proteger la fauna. En este sentido, se debe tener en cuenta la incidencia de la pesca ilegal sobre las focas o lobos marinos que quedan atrapados en redes.  


    La protección de los sitios más valiosos

    Otra de las medidas de protección implementadas en la Antártida es el establecimiento de Zonas Antárticas Especialmente Protegidas (ZAEP) y Zonas Antárticas Especialmente Administradas (ZAEA).
    Si bien todo el continente es una gran reserva natural protegida, el tratado estimó necesario que determinadas áreas recibieran mayor protección. Para ello se crearon las ZAEP, sectores terrestres o marinos con valores naturales o científicos excepcionales, en los que se encuentra restringido el acceso humano. Solo los científicos o quienes deben realizar tareas de control o mantenimiento pueden acceder a esta especie de pequeñas reservas naturales. Los primeros pueden trabajar con la fauna, la flora o allí donde hay especiales valores geológicos, sin la interferencia de otras actividades humanas, como el turismo o las operaciones logísticas. Bajo este estatus de protección, se encuentran grandes colonias de pingüinos, sectores de reproducción de otras especies o sectores con coberturas de vegetación excepcionales, así como yacimientos de fósiles, debido a su alto valor científico.

    Las ZAEA son otra categoría para la gestión de zonas creada por el Protocolo de Madrid.
    El objeto de estas es el ordenamiento de diferentes actividades que confluyen en un mismo espacio. Un ejemplo de zona designada como ZAEA es la isla Decepción. Toda la isla es un volcán activo, situado en el archipiélago de las islas Shetland del Sur. Una de sus características es que su caldera se encuentra inundada por el mar, por lo que constituye un puerto natural. Como volcán activo, ya de por sí es de interés para la ciencia, pero lo es también por su ubicación y por su vegetación endémica asociada al calor que emite el volcán al sustrato. Como consecuencia de todos los atractivos de la isla y por su accesibilidad, es el sitio más visitado de toda la Antártida. Por los motivos mencionados, se acordó que la totalidad de la isla se constituyera en una ZAEA.

    Esto significa que se ha establecido un plan de gestión que ordena las actividades logísticas y turísticas, de manera tal que no se vea interferida la labor científica y que no se perturben los valores naturales e históricos del lugar.
    En la Antártida los sitios históricos más valiosos han sido incluidos oficialmente por el Protocolo de Madrid en la categoría de Sitios y Monumentos Históricos. Esta designación conlleva que no pueden ser dañados ni retirados, y se preserva así el patrimonio histórico antártico. En su mayoría, estos sitios evocan algún acontecimiento de la época de las expediciones antárticas de los siglos XIX y principios del XX (como es el caso de las cabañas de los exploradores pioneros o de la vieja factoría ballenera de isla Decepción), o eventos relacionados con la firma del tratado y la cooperación entre países.  


    La prevención de los impactos ambientales

    Para contribuir a que se causen las menores consecuencias negativas posibles al medio ambiente, el Protocolo de Madrid establece la obligación de que toda actividad que se lleva a cabo en la Antártida debe estar sujeta a una evaluación de impacto ambiental, previa a su inicio. Esto comprende las actividades científicas, las logísticas (por ejemplo, la construcción de una estación científica) y las turísticas, entre otras. Quienes realizan estas evaluaciones son las autoridades nacionales de cada país miembro del tratado, y es necesaria la aprobación internación al por parte del Comité de Protección Ambiental antes de la actuación, en el caso de que tenga cierta importancia. El objeto de estos estudios no es únicamente determinar cuáles serán las consecuencias que una actividad tendrá en el ambiente, sino también plantear modificaciones o programas de seguimiento posterior, para cada actividad. Por ejemplo, ante la propuesta de construcción de un nuevo laboratorio en una base antártica, se evalúan las alternativas para su ubicación de acuerdo con la cobertura vegetal o la cercanía a la fauna. Asimismo se estudian las diferentes opciones de materiales y técnicas de construcción para elegir las menos contaminantes o se toma la decisión de construirlo en determinado mes del año para no interferir con la época de reproducción de las especies de aves que anidan en las cercanías. Es previsible que en el futuro se desarrollen una mayor regulación de las actividades turísticas, de gran crecimiento en los últimos años, un mayor control por parte de la CCRVMA de la pesca ilegal y medidas más efectivas para minimizar la introducción en la Antártida de especies no autóctonas.
     


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