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"Portal a los Hielos Eternos"

Historia

Belgrano en el Norte
 


Jura de la Bandera.

10 de marzo de 1811 - 1° de marzo de 1812

El gobierno había ordenado a Belgrano que se dirigiera a la Banda Oriental, porque en ella se desarrollaban hechos decisivos y era necesario unificar el mando para evitar fricciones entre los jefes insurrectos de la campana.

En abril, al llegar a Concepción del Uruguay, designa como su segundo a José Gervasio Artigas y toma las primeras providencias para extender la insurrección por toda la Banda Oriental. En estos momentos recibe la orden de entregar el mando a José Rondeau y regresar a Buenos Aires.

La Iucha política entablada en el seno de la Junta alcanzaba a quien, como Belgrano, se había alejado para evitarla. Las diferencias entre morenistas y saavedristas habían hecho crisis, en un turbio movimiento, Ia noche del 5 y 6 de abril, que provocó el alejamiento del gobierno de los primeros y, entre otras providencias, la suspensión en sus funciones y grados a Belgrano, y la orden de su enjuiciamiento por la campaña del Paraguay.

La reacción general hizo honor al pueblo: nadie se presentó a deponer contra el jefe, gratuitamente ofendido; sus oficiales enviaron una nota que al honrar a Belgrano, los honró a ellos; hasta los alcaldes de barrio alegaron en su favor.

El error era tan evidente que para repararlo la Junta ofreció a Belgrano una misión diplomática en el Paraguay; pero éste exigió antes de responder, la substanciación del proceso.

El 9 de agosto de 1811 se le da término con su reposición en grados y honores y considerandos laudatorios. Al día siguiente Manuel Belgrano y el doctor Vicente Anastasio Echevarría son designados representantes ante el gobierno paraguayo, donde un movimiento popular había reemplazado al gobernador Vélazco, por una Junta en la cual gravitaba don José Gaspar Rodríguez de Francia.

La actitud del nuevo gobierno al alejarse de la órbita porteña; explica el viaje de los dos comisionados. El 12 de octubre de 1811 los representantes argentinos firmaron con los paraguayos una convención que, en esencia, es el reconocimiento de la independencia del país del norte.

De regreso en Buenos Aires, Belgrano, coronel del Regimiento de Patricios, hace frente a un grave motín de los mismos. Sofocado sangrientamente por el gobierno, Belgrano debe marchar, ahora, al Rosario, donde se fortifica la margen derecha del Paraná.

Una vez más encuentra soldados bisoños, escasez de materiales, dificultades que vencer. Como siempre, en sus informes al gobierno, al puntualizar los problemas, presenta las probables soluciones con que deben encararse los mismos.

En su nota del 13 de febrero propone que la escarapela que distinguía a nuestros soldados, fuera única para todos y distinta de la española.

Cinco días más tarde el Triunvirato responde con el decreto que dispone la suplantación del rojo distintivo realista por la escarapela celeste y blanca.

Dado ya el primer paso, distribuidos los nuevos colores, tan populares entre los criollos, designa Belgrano a las nuevas baterías - que el celo del coronel Monasterio está terminando - con los sugestivos nombres de Libertad e Independencia.

Finalmente, el 27 de febrero de I8I2, ante sus hombres formados en cuadro, les presenta la bandera celeste y blanca de su creación. Breva es la proclama y rotundo el juramento: "Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la Independencia y de la Libertad".

Belgrano informa al gobierno, la desaprobatoria respuesta de éste no llega hasta él; de acuerdo con las órdenes recibidas, el 1 -o el día 2- de marzo se ha puesto en marcha hacia el Alto Perú.

La revolución agoniza en las altas puertas del norte de la patria. Hacia el drama norteño se dirige ahora Belgrano, para rescatar, de la sima en que se halla, la causa de mayo -que es la suya- para ilustrar los fastos de la patria con los milagros de Tucumán y de Salta.
 


El exodo jujeño

La derrota de Huaqui echó por tierra las esperanzas norteñas de un fácil triunfo por el norte. Los hombres salvados del desastre son recibidas por Pueyrredón en Jujuy y bajan lentamente hasta Salta.

En Yatasto los encuentra Belgrano, el nuevo jefe, quien recibe los 8O0 hombres, reliquia del ejército del Norte, sin armas, desmoralizados, incapaces al parecer de luchar, otra vez, contra los hombres de Goyeneche.

"La deserción es escandalosa - escribe al gobierno - y lo peor es que no bastan los remedios para convencerla, pues ni la muerte misma la evita: esto me hace afirmar más y más en mi concepto de que no se conoce en parte alguna el interés de la patria, y que sólo se ha de sostener por fuerza interior y exteriormente".

La tarea que debe realizar es agotadora: reorganizar los cuadros, disciplinar los soldados, abastecer el ejército, dar ánimos a la población, crear, solo, en un puesto donde la improvisación puede ser falta para todos, un ejército armónico, disciplinado, apto para luchar contra los aguerridos regimientos que comandan los españoles.

Se vuelve, entonces, ordenancista al extremo. Su rigor, su inflexibilidad, su intolerancia para cualquier falta del servicio, le enajenan la popularidad entre la mayoría, pero salvan a todos y con ello a la patria.

Dentro de las rígidas normas que establece en su ejército, se forman hombres que ilustrarán las armas argentinas: Manuel Dorrego, José María Paz, Gregorio Aráoz de Lamadrid, Cornelio Zelaya, Lorenzo Lugones. Son jóvenes entusiastas en cuyas almas arde la llama inextinguible de un patriotismo exaltado.

Goyeneche permanece, mientras tanto, detenido en el Norte por la insurrección cochabambina. Hasta Jujuy se dirige, entonces, Belgrano y en la vieja ciudad celebra, en 1812, el 25 de mayo.

Por segunda vez presenta al pueblo y a los soldados la bandera de su creación, que es bendecida al término del tedéum por el deán de la Iglesia Matriz don Juan Ignacio de Gorriti.

Nuevamente el gobierno lo reprende por su actitud; Belgrano dolorido, responde en una nota: "La bandera la he recogido y la desharé...".

Otras preocupaciones se suman: el estado sanitario de las tropas es deficiente, el paludismo hace estragos, los efectivos del ejército no aumentan en la cantidad que las circunstancias requieren, y Goyeneche, libre ya su retaguardia, se dispone a entrar en territorio argentino por la puerta grande de Humahuaca.

En agosto de 1812 se produce la invasión del ejército español, compuesto de 3.000 hombres, a las órdenes del general Pío Tristán, primo de Goyeneche y como él, natural de Arequipa. El 23 de agosto de 1812, dispuesta ya la retirada, lanza Belgrano su famosa proclama a los pueblos del norte:

"Desde que puse el pie en vuestro suelo para hacerme cargo de vuestra defensa, os he hablado con verdad... Llegó pues la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reuniros al ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres . . . ".

Jujuy responde heroicamente al llamado patriótico. Y como en los viejos éxodos de la historia, todo un pueblo marcha con sus soldados - hijos de su seno - guiados por quien, sabedor de que esa es su hora de gloria, va sereno, hacia el campo de las Carreras, donde el drama ha de resolverse luego de treinta días de incertidumbre y duelo.

La gente debía llevarse todo lo que podía ser transportado en carretas, mulas y en caballos. Y así lo hizo.

Los pobladores siguieron a Belgrano cargando muebles, enseres y arreando el ganado en tropel. Cuando el ejército español llegó a las inmediaciones, encontró campo raso.

Las llamas habían devorado las cosechas y en las calles de la ciudad ardían aquellos objetos que no pudieron ser transportados. Todo era desolación y desierto.

El éxodo llegó hasta Tucumán, donde Belgrano decidió hacer pie firme. Pero la vanguardia realista había perseguido y hostigado a los patriotas y finalmente las atacó. El 3 de septiembre de 1812 se libró el Comabte de Las Piedras, a orillas del río del mismo nombre. En esta ocasión la victoria fue para los patriotas.

 



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