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"Portal a los Hielos Eternos"

Historia

Biografía de Juan José Castelli

 


Juan José Castelli.

Juan José Castelli (Buenos Aires, 19 de julio de 1764 - íd., 12 de octubre de 1812) fue un político de las Provincias Unidas del Río de la Plata más conocida como República Argentina, miembro de la Primera Junta de gobierno de ese país. Fue conocido como "El orador de Mayo" y se caracterizó junto a Mariano Moreno por su enérgico apoyo a la Revolución de Mayo.

Fue integrante de la Primera Junta resultante tras dicha revolución. Marchó hacia Córdoba para supervisar el fusilamiento de Santiago de Liniers tras la derrota de su contrarrevolución, y de allí marchó al Alto Perú con el Ejército del Norte.

A pesar de sus triunfos iniciales, fue derrotado por José Manuel de Goyeneche en la Batalla de Huaqui. A su regreso a Buenos Aires el Primer Triunvirato le inició un juicio, pero murió en 1812 debido a un cáncer de lengua. El juicio nunca fue finalizado.
 


Familia y educación

Castelli fue el primero de los ocho hijos del médico veneciano Ángel Castelli Salomón y Josefa Villarino. Esta última estaba emparentada por vía materna con los Belgrano.

Castelli cursó sus primeros estudios con los jesuitas, poco antes de su expulsión, en el Real Colegio de San Carlos, lo cual sentó las bases de sus posteriores estudios religiosos.

Por una disposición de una herencia, uno de los hijos del matrimonio Castelli debía ordenarse sacerdote; a ese destino fue asignado Juan José, y fue enviado a estudiar al Colegio Monserrat, en Córdoba.

Allí fue compañero de estudios de otros hombres que influirían en la vida pública sudamericana, como Saturnino Rodríguez Peña, Juan José Paso, Manuel Alberti, Pedro y Mariano Medrano, o el cuyano Juan Martínez de Rozas, entre otros.

Allí tomó contacto también con las obras de Voltaire y Diderot y, en especial, con el Contrato Social de Rousseau. Al finalizar los estudios escolares comenzó estudios universitarios de filosofía y teología. Pero, en 1785, al morir su padre, abandonó la carrera sacerdotal, por la cual no sentía una fuerte vocación.

Decidido a estudiar jurisprudencia, rechazó la intención de su madre, de enviarlo a estudiar a España, junto a su primo Manuel Belgrano, a universidades como la de Salamanca o Alcalá de Henares. En lugar de ello, optó por dirigirse a la Universidad de Chuquisaca. Allí conoció los ideales de la Revolución francesa.

De regreso a Buenos Aires, se estableció como abogado, abriendo su estudio en su casa familiar. Representó a la Universidad de Córdoba en distintas causas, y a su tío Domingo Belgrano Peri.

Su relación con Saturnino Rodríguez Peña se extendió a su hermano, Nicolás Rodríguez Peña, y a su socio Hipólito Vieytes. La casa de Rodríguez Peña sería, posteriormente, la sede de reuniones frecuentes de criollos revolucionarios.

En 1794 se casó con María Rosa Lynch, y tuvieron como hijos a Ángela, Pedro (el futuro coronel), Luciano, Alejandro, Francisco José y Juana.
 


Inicios de su acción política

Ese mismo año llegó a Buenos Aires una copia de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, sancionada por la Revolución francesa, que circuló clandestinamente por el virreinato.

Al mismo tiempo, también regresó Manuel Belgrano de sus estudios en Europa, con el cargo de secretario perpetuo del Consulado de Comercio de Buenos Aires. Ambos compartían ideas similares sobre el monopolio comercial español y los derechos de los criollos.

Belgrano intentó nombrar a Castelli secretario interino del Consulado, como suplente suyo, pero debió enfrentar una fuerte oposición de los comerciantes españoles que demoró dicha designación hasta 1796.

Los intentos de Belgrano por nombrar a Castelli como su sucesor se fundamentaban también en una enfermedad contraída por el mismo durante su estadía en Europa, que lo obligó a tomar prolongadas licencias en su trabajo.

Dos años después, tuvo lugar una situación similar durante la elección de los integrantes del Cabildo de Buenos Aires de 1799. Castelli fue elegido regidor tercero, y rechazado por los comerciantes ligados al puerto de Cádiz.

El pleito duró un año, hasta que finalmente el virrey Avilés aceptó el dictamen del comerciante Cornelio Saavedra y confirmó a Castelli en el cargo, mediante orden real en mayo de 1800.

Sin embargo, para entonces Castelli se había excusado de asumir dicho cargo, ya que las funciones del Consulado ocupaban todo su tiempo. Esto fue considerado como un insulto por los comerciantes peninsulares, entre ellos Martín de Álzaga.

Al llegar de españa el masón Francisco Cabello y Mesa, Belgrano y Castelli lo apoyaron en dos proyectos: la creación de una "Sociedad Patriótica, Literaria y Económica" y la publicación del Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiografo del Río de la Plata, que sería el primer periódico porteño.

Ambos proyectos tuvieron una escasa duración: la sociedad no llegó a constituirse y sus actividades fueron prohibidas por una orden real, mientras que la Corona ordenó al Consulado retirar su apoyo al periódico, que dejó de publicarse.

En dicho periódico se mencionó por primera vez el concepto de patria y se habló de los habitantes como "argentinos". Además de Castelli, Cabello y Belgrano, quien fuera el secretario de la publicación, trabajaron Manuel José de Lavardén, Miguel de Azcuénaga y el fray Cayetano Rodríguez.

A pesar del cierre del Telégrafo Mercantil, los criollos aún deseaban expresarse a través de un periódico, por lo que Vieytes fundó el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio.

Castelli, al igual que todo el grupo que se reunía en la casa de Rodríguez Peña, colaboró con el proyecto. En dicho periódico se proponían ideas para la mejora técnica de la agricultura, la quita de las restricciones al comercio, el desarrollo de manufacturas, etc.

También se presentaron biografías de los autores de la revolución estadounidense, como Benjamín Franklin.
 


Las Invasiones Inglesas

A través de Saturnino Rodríguez Peña entró en contacto con James Florence Burke, quien decía representar a Gran Bretaña y que, en apoyo a las propuestas de Francisco de Miranda, se impulsaba la emancipación de las colonias hispanoamericanas.

Burke era en realidad un espía inglés, con la misión de obtener información sobre las colonias hispanoamericanas. Con su intervención y gracias a las promesas de apoyo inglés, se creó la primera sociedad secreta criolla organizada para tales fines, que más adelante sería conocida como "partido de la independencia", en donde se encontraban Castelli, Burke y los principales colaboradores del Semanario... de Vieytes. El espía fue finalmente descubierto por Sobremonte y expulsado del virreinato.

Por ese entonces Castelli se había mudado de vivienda, trasladándose a una chacra situada donde actualmente se encuentra el barrio de Núñez. Algunos de sus vecinos en la zona eran Cornelio Saavedra, Juan Larrea, Miguel de Azcuénaga y el abogado José Darregueira.

En dicha chacra tendría sembrados y una fábrica de ladrillos. Las reuniones de la sociedad secreta continuaron, sin verse afectadas por la ida de Burke. El 2 de junio de 1806 murió su madre. Castelli aún estaba de luto cuando, ese mismo mes, llegaron noticias del desembarco inglés en Quilmes.

El partido de la independencia fue tomado por sorpresa por los acontecimientos; en primer lugar, no habían sido avisados de que aquella expedición fuera a tener lugar, luego, la proclama inglesa hablaba de respeto a la religión, las propidades, el orden, la libertad y el comercio, pero no se había emitido una palabra relativa a los proyectos de Miranda.

Para aclarar dichos puntos se formuló una entrevista con Beresford, a quien se le solicitó aclarar si las promesas de Burke seguían en pie y si el gobierno de Londres apoyaría la independencia. Beresford respondió con evasivas, argumentando que no tenía instrucciones en dicho sentido y que con la reciente muerte de William Pitt y el ascenso de los liberales al poder inglés, debía aguardar nuevas órdenes.

Desde el punto de vista de los criollos, aquello implicaba que los ocupantes sólo aspiraban a anexar la ciudad al Reino Unido; lo cual hubiera significado cambiar una metrópoli por otra. A pesar de ello, intentaron un último golpe de mano: tras la reconquista de Buenos Aires lograda por Santiago de Liniers, Saturnino Rodríguez Peña ayudó a Beresford a fugarse, con el propósito de que éste convenza al jefe de la nueva invasión de aplicar los proyectos de Burke y Miranda.

La segunda invasión inglesa sepultó las últimas esperanzas de los patriotas criollos en la estrategia de acercamiento que impulsaba el venezolano Francisco de Miranda. Castelli, al igual que Belgrano, Martín Rodríguez, Domingo French y Antonio Beruti, combatió contra quienes poco antes consideraban sus posibles aliados.

Tras la exitosa defensa de la ciudad, en 1807 crecieron las disputas entre Santiago de Liniers, nombrado como virrey interino, y el Cabildo de Buenos Aires, liderado por Martín de Álzaga.

El grupo criollo también vio aumentado su poder de influencia: de los ocho mil hombres armados de la ciudad, cinco mil correspondían a las milicias criollas.

Los cuerpos más poderosos eran los de Patricios y Arribeños, y también tenían una fuerte injerencia en los de Húsares y artilleros. Álzaga, por su parte, contaba con unidades de españoles peninsulares, entre ellas las de Vizcaínos, Gallegos y Catalanes.

Tanto Álzaga como Liniers representaban a facciones con intereses opuestos a la separación de la metrópoli: Álzaga y el Cabildo, a los comerciantes ligados con Cádiz, y Liniers a los funcionarios del poder monárquico. Aún así, ambos procuraban utilizar la creciente influencia criolla en su favor.

Álzaga se abstuvo de denunciar a Castelli y Rodríguez Peña como cómplices de la fuga de Beresford, y Liniers se apoyaba en las milicias criollas para contrarrestar la oposición de Álzaga y el Cabildo.
 


El carlotismo

A fines de 1807 tuvo lugar un acontecimiento que revolucionó la política española: luego de invadir Portugal, Napoleón Bonaparte tomó España.

El rey Carlos IV abdicó en favor de su hijo Fernando VII, pero Napoleón lo capturó e intervino para que en su lugar se nombrara como rey de España a su hermano José Bonaparte, en una serie de traspasos de la corona española conocida como Abdicaciones de Bayona.

El pueblo español organizó juntas de gobierno para resistir la ocupación francesa y a los pocos meses la Junta Central de Sevilla, que se atribuyó la autoridad suprema sobre España y las colonias. Esta situación alentó a la infanta Carlota Joaquina de Borbón a reclamar la regencia de las colonias americanas.

En este contexto, Castelli y Álzaga conversaban la posibilidad de expulsar a Liniers y constituir una Junta de gobierno propia, similar a las de la metrópoli.

Dicho proyecto no era compartido por la mayoría de los criollos ni por el jefe del Regimiento de Patricios, Cornelio Saavedra. Manuel Belgrano propone como alternativa apoyar los planes de la infanta Carlota, a lo cual adhieren Castelli y los demás criollos.

Belgrano, de ideas monárquicas, sostenía que el proyecto carlotista sería la forma más práctica de lograr la emancipación de España en las circunstancias vividas.

El 20 de septiembre de 1808 Castelli redactó un documento dirigido a Carlota, con las firmas de Beruti, Vieytes, Belgrano y Nicolás Rodríguez Peña.

Sin embargo, Carlota renegó de dichos apoyos: el partido de la independencia aspiraba a establecer una monarquía constitucional con Carlota a la cabeza, pero ésta prefería conservar el poder de una monarquía tradicional.

En consecuencia, denunció la carta y mediante su agente Julián de Miguel logró que se detuviera y acusase de alta traición a Diego Paroissien, quien llevaba diversas cartas dirigidas a los criollos. Castelli fue su abogado defensor.

Castelli logró la absolución de Paroissien amparándose en la doctrina de la Retroversión de la soberanía de los pueblos, que sostenía que las tierras americanas eran una posesión personal del Rey de España pero no una colonia española.

Dicho criterio ya existía de antaño y se utilizaba para legislar en forma diferenciada en ambos distritos, pero en el nuevo contexto Castelli argumentaba que ni el Consejo de Regencia, ni ningún otro poder de España que no fuera el del rey legítimo, tenía autoridad sobre América. Decía Castelli que "no basta la mera voluntad de los pueblos de España para traer a su obediencia los de las Indias".

Bajo estas premisas, Castelli sostuvo exitosamente que ofrecer la regencia a la hermana del rey cautivo, mientras no se negara la legitimidad de Fernando VII, no constituía un acto de traición sino un proyecto político legítimo que debía ser resuelto por los pueblos americanos sin intervención de los españoles.

El 1 de enero de 1809 Álzaga reunió a los batallones de Vizcaínos, Gallegos y Catalanes e intentó una asonada para destituir a Liniers.

Unos pocos criollos como Mariano Moreno depositaron sus esperanzas independentistas en la misma, pero la mayoría no: los cuerpos de Patricios, Arribeños, Húsares, Artilleros, Pardos y Morenos, acompañados de los Montañeses y Andaluces fieles a Liniers, ganan la plaza y obligan a las tropas complotadas a retirarse.

Castelli apoyó a Liniers y acusó a Álzaga de independentismo. La aparente contradicción radica en que Álzaga no buscaba lo mismo que los criollos: buscaba destituir al virrey que se oponía a sus intereses, pero manteniendo la supremacía social de los españoles peninsulares por sobre los criollos sin cambios.

Álzaga fue derrotado y poder de los criollos aumentó: Álzaga y Sentenach fueron desterrados a Carmen de Patagones y las milicias españolas que intentaron la asonada fueron disueltas.

En julio arribó a colonia el nuevo virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros y los independentistas no se ponían de acuerdo sobre el curso a seguir.

Castelli hablaba de retomar la idea de Álzaga de crear una junta de gobierno pero no dirigida por españoles, mientras que Belgrano insistía con el plan carlotista y Rodríguez Peña proponía un golpe militar, con o sin Liniers a la cabeza.

Pero quien se impuso fue Saavedra, quien sostenía la necesidad de postergar las acciones: "aún no es tiempo, dejen ustedes que las brevas maduren y entonces las comeremos".
 


La Revolución de Mayo

Cuando llegó la noticia de la caída de la Junta de Sevilla en poder de los franceses, el grupo de Castelli y Belgrano dirigió el proceso que llevaría a la Revolución de Mayo.

Castelli y Saavedra eran los líderes más notorios de esos días, [cita requerida] y en primer lugar descartaron el plan de Martín Rodríguez de expulsar a Cisneros por la fuerza. Luego de varias discusiones, se decidió demandar la realización de un cabildo abierto.

Castelli y Belgrano negociaron con el alcalde de primer voto Juan de Lezica y el síndico procurador, Julián de Leiva. Aunque lograron convencerlos, aún hacía falta la autorización del propio Cisneros, para lo cual acudieron Castelli y Rodríguez a la sala del Fuerte.

Previo a ello, Cornelio Saavedra le había negado a Cisneros el apoyo de los patricios, bajo la premisa de que al desaparecer la Junta de Sevilla que lo había nombrado como virrey, ya no poseía legitimidad para ejercer dicho cargo.

Cisneros se exaltó por la presencia de Castelli y Rodríguez, que acudían sin cita y armados, pero éstos reaccionaron con dureza y exigieron una contestación inmediata al pedido de cabildo abierto.

Tras una breve conversación en privado con el fiscal Caspe, Cisneros accedió a que se realizara. Cuando los criollos se estaban retirando, Cisneros consultó por su seguridad personal, a lo cual Castelli respondió: "Señor, la persona de Vuestra Excelencia y su familia están entre americanos, y esto debe tranquilizarlo".

Tras dicha entrevista acudieron a la casa de Rodríguez Peña, a informar a sus partidarios de lo ocurrido.

Además de por su oratoria, Castelli es conocido como "el orador de Mayo" por la gran actividad que desarrolló en la semana de Mayo. Las memorias de los testigos y protagonistas de esos días lo mencionan en multitud de sitios y actividades: negociando con los hombres del Cabildo, en casa de los Rodríguez Peña, participando de la planificación de los pasos a seguir por los criollos, en los cuarteles arenando a las milicias, yendo y viniendo al Fuerte para presionar a Cisneros.

El propio Cisneros, al describir los acontecimientos al Consejo de Regencia, llamó a Castelli "el principal interesado en la novedad", es decir, en la revolución.

El cabildo abierto se celebró el 22 de mayo de 1810. En él se discutió si el virrey debía seguir o no en su cargo y en caso negativo quién lo debería reemplazar.

El primero en opinar fue el obispo Benito Lué y Riega, quien sostuvo que Cisneros debía continuar y que, en caso de que toda España quedase en poder de Francia, los españoles peninsulares debían mandar en América.

Castelli tomó la palabra para responderle al obispo y basó su argumentación en la doctrina de la retroversión de la soberanía de los pueblos que ya había empleado en la defensa de Paroissien. Insistía con la idea de que, a falta de una autoridad legítima, la soberanía regresaba al pueblo y éste debía gobernarse a sí mismo.

Más adelante se impuso la idea de destituir al virrey, pero como Buenos Aires no tenía autoridad para decidir unilateralmente la nueva forma de gobierno, se elegiría a un gobierno provisorio, en tanto se solicitaban diputados a las demás ciudades para tomar la decisión definitiva.

Sin embargo, hubo diferencias sobre quién debía ejercer ese gobierno provisorio: algunos sostenían que debía hacerlo el cabildo, y otros que debía elegirse una junta de gobierno. Para unificar criterios, Castelli se plegó a la propuesta de Saavedra de formar una junta, pero con el añadido de que el síndico procurador del cabildo, Julián de Leiva, tuviese voto decisivo en su formación. Con esto buscaba sumar a los antiguos partidarios de Álzaga, como Mariano Moreno, Domingo Matheu y el propio Leiva.

Sin embargo, el poder que recibió Leiva le permitió realizar una maniobra que Castelli no había previsto. Aunque se aprobó el cese de Cisneros como virrey, Leiva conformó una Junta con Cisneros como presidente, quien de dicha forma conservaría el poder.

Los otros miembros habrían sido el cura Juan Nepomuceno Solá, el comerciante José Santos de Inchaurregui, del partido español, y Saavedra y Castelli en representación de los criollos.

El grueso de los criollos rechazó el proyecto: no aceptaban que Cisneros permaneciera en el poder aunque fuera bajo otro título; desconfiaban de las intenciones de Saavedra y estimaban que Castelli, solo en la junta, poco y nada podría lograr.

Castelli y Saavedra renunciaron ese mismo día y la Junta organizada por Leiva no llegó a gobernar.

Mariano Moreno compartía varios puntos de vista con Castelli.Esa misma noche los dirigentes criollos se reunieron en la casa de Rodríguez Peña y redactaron una lista de integrantes para una junta de gobierno que se presentó el 25 de mayo, mientras que French, Beruti, Donado y Aparicio ocuparon con gente armada la plaza y sus accesos.

La lista agrupaba a representantes de las distintas extracciones de la política local. Lezica informó finalmente a Cisneros que había dejado de mandar. En su lugar asumió la Primera Junta.

Castelli encabezó junto a Mariano Moreno las posturas más radicales de la Junta. Ambos se habían vuelto amigos íntimos y se visitaban a diario. Julio César Chávez los describió de la siguiente manera:

"Apasionados al extremo, leales hasta el sacrificio con el amigo o el correligionario, e implacables en su oposición al enemigo; decisión firme, santa, al servicio de una causa imponderable y noble; valor moral, conciencia de la responsabilidad; energía, tenacidad e indeclinable resolución en el servicio: Juan José Castelli y Mariano Moreno."

Como ambos compartían los ideales rousseaunianos y la determinación de tomar las medidas más extremas en favor de la revolución, se les adjudicó el calificativo de "jacobinos".

Una de las primeras medidas de Castelli en la Junta fue la expulsión de Cisneros y los oidores de la Real Audiencia, que fueron embarcados rumbo a España con el pretexto de que sus vidas correrían peligro.
 


El fusilamiento de Liniers

Al conocer las noticias del cambio de gobierno, Santiago de Liniers preparó una contrarevolución en la ciudad de Córdoba. En apenas un par de escaramuzas el jefe de la Expedición Auxiliar, Francisco Ortiz de Ocampo, desbarató a las milicias reunidas por Liniers y capturó a todos los cabecillas.

Las órdenes iniciales eran remitirlos a Buenos Aires, pero tras su captura se decidió condenarlos a muerte. Dicha decisión se tomó en una resolución firmada por todos los integrantes de la junta, excepto Manuel Alberti, debido a que como sacerdote no podía dar conformidad a la pena capital.

La medida no fue aceptada en Córdoba, y Ocampo y Chiclana decidieron proseguir con las órdenes originales de remitir los prisioneros a la ciudad.

La Junta ratificó la orden, aunque excluyendo al obispo Orellana quien, en cambio, fue desterrado. Castelli fue comisionado por la Junta para cumplir la orden de ejecución que el general no había obedecido. Mariano Moreno le dijo:

"Vaya usted, Castelli, y espero que no incurrirá en la misma debilidad que nuestro general; si todavía no cumpliese la determinación, irá Larrea, y por último iré yo mismo si fuese necesario".

Ocampo y Chiclana fueron apartados de sus cargos. Entre sus colaboradores para la misión Castelli eligió a Nicolás Rodríguez Peña como secretario, a su antiguo cliente Diego Paroissien como médico de campaña y a Domingo French como jefe de escolta.

Apenas encontró a los reos, ordenó y presidió el fusilamiento del gobernador cordobés Juan Gutiérrez de la Concha, el ex virrey Santiago de Liniers, el ex gobernador Santiago Alejo de Allende, el asesor Victorino Rodríguez y el contador Moreno, en Cabeza de Tigre, en el límite entre Santa Fe y Córdoba.

No fue fusilado el obispo de Córdoba, Rodrigo de Orellana, pero sí obligado a prestar asistencia espiritual a los condenados y a presenciar el fusilamiento. Domingo French fue el encargado de ejecutar la sentencia.

Tras fusilar a Liniers, Castelli regresó brevemente a Buenos Aires y se reunió con Moreno. Éste lo felicitó por su proceder y lo nombró vocal representante de la Junta, con plenos poderes para dirigir las operaciones hacia La Paz.

También le dejó una serie de instrucciones, entre ellas poner las administraciones en manos patriotas, ganar el favor de los indios, y arcabucear al presidente Nieto, el gobernador Sanz, Goyeneche y el obispo de La Paz.

También se le encargó rescatar y sumar al ejército auxiliar a los soldados patricios y arribeños, quienes bajo el mando de Vicente Nieto, habían partido en 1809 de Buenos Aires para reprimir las revoluciones en Chuquisaca y La Paz.

Desconfiando de dichos soldados, Nieto los había desarmado y enviado como prisioneros a Potosí, bajo el control de Francisco de Paula Sanz. Más de un tercio de dichos soldados habían muerto al mes de trabajar en la mina.
 


La campaña al Alto Perú

Castelli no fue bien recibido en Córdoba, en donde los fusilados eran populares, pero sí en San Miguel de Tucumán. En Salta, pese a ser bien recibido, tuvo dificultades para obtener tropas, mulas, víveres, dinero o artillería.

Asumió el mando político de la Expedición, desplazando a Hipólito Vieytes y reemplazó a Ocampo por el coronel Antonio González Balcarce. En Salta recibió noticias de que Cochabamba había adhirido al movimiento patriótico, aunque enfrentando fuerzas realistas provenientes de La Paz.

Tenía también en su poder una carta de Nieto para Gutiérrez de la Concha, ya fusilado, donde relataba que un ejército realista dirigido por Goyeneche avanzaba sobre Jujuy.

Balcarce, ya en Potosí, fue derrotado por las fuerzas de Nieto en Cotagaita, lo que motivó a Castelli a enviar doscientos hombres y dos cañones a marchas forzadas para reforzarlos. Con dicha guarnición Balcarce logró la victoria de Suipacha, que les permitió controlar todo el Alto Perú sin oposición.

Entre los hombres enviados, reclutados en Salta y Santiago del Estero, se encontraba Martín Miguel de Güemes, un ex oficial de los Húsares de Buenos Aires que más tarde se convertiría en un caudillo de la lucha independentista en la región.

En la Villa Imperial, uno de los sitios más prósperos del Alto Perú, un cabildo abierto reclamó a Goyeneche que se retirase del territorio, a lo cual debió acceder ya que no contaba con las fuerzas suficientes para imponerse.

El obispo de La Paz, Remigio La Santa y Ortega, huyó junto a él. Castelli fue recibido en Potosí, en donde exigió a la Junta un juramento de obediencia y la entrega de los generales realistas Francisco de Paula Sanz y José de Córdoba, que fueron fusilados.

Para capturar a Vicente Nieto decidió que la operación fuese llevada a cabo exclusivamente por los patricios sobrevivientes de Potosí, que habían sido incorporados con honores al ejército patriota.

Por su parte, Goyeneche y el obispo paceño también fueron condenados legalmente, pero la sentencia no llegó a ejecutarse ya que se encontraban a salvo en tierras realistas. Bernardo Monteagudo, preso en la Real Cárcel de la Corte de Chuquisaca por su participación en la revolución de 1809, se enteró del acercamiento del ejército y logró fugarse para poder unirse a sus filas. Castelli, que ya conocía los antecedentes de Monteagudo, no dudó en nombrarlo su secretario.

Instaló su gobierno en Chuquisaca, desde donde presidió el cambio de régimen en toda la región. Proyectó la reorganización de la Casa de Moneda de Potosí, planeó la reforma de la Universidad de Charcas y proclamó el fin de la servidumbre indígena en el Alto Perú, anulando el tutelaje y otorgándoles calidad de vecinos y derechos políticos iguales a los de los criollos.

También prohibió que se establecieran nuevos conventos o parroquias, para evitar la práctica frecuente de que, bajo la excusa de difundir la doctrina cristiana, los indios fueran sometidos a servidumbre por las órdenes religiosas.

Autorizó el libre comercio y repartió tierras expropiadas entre los antiguos trabajadores de los obrajes. El decreto fue publicado en castellano, guaraní, quechua y aimara; y también se abrieron varias escuelas bilingües.

Festejó el 25 de mayo de 1811 en Tiahuanaco con los caciques indios, donde rindió homenaje a los antiguos incas, incitando a los pobladores a revelarse en contra de los españoles. Sin embargo a pesar del acogimiento recibido, Castelli era consciente de que la mayor parte de la aristocracia lo apoyaba debido al temor que les provocaba el ejército auxiliar, más que por un auténtico apoyo a la causa de Mayo.

Las órdenes recibidas de la Junta fueron ocupar con criollos todos los cargos de importancia, y quebrar la alianza entre la élite criolla y la española. Entre otras, se le ordenaba queno quede un solo europeo, militar o paisano, que haya tomado las armas contra la capital.

En noviembre de 1810 envió a la Junta un plan: cruzar el río Desaguadero, frontera entre ambos virreinatos, y tomar el control de las intendencias peruanas de Puno, Cuzco y Arequipa.

Castelli sostenía que era urgente sublevarlas contra Lima, ya que su economía dependía en gran medida de dichos distritos y si perdía su poder sobre ellos, el principal baluarte realista se vería amenazado.

El plan fue rechazado por considerárselo demasiado temerario y se le requirió a Castelli atenerse a las órdenes originales. Castelli obedeció lo ordenado.

En diciembre desterró a Salta a 53 españoles y sometió la decisión a aprobación de la Junta. El vocal Domingo Matheu, que tenía tratos comerciales con Salvador Tulla y Pedro Casas, gestionó la anulación del acto, aduciendo que Castelli habría actuado influído por calumnias y acusaciones infundadas.

"'(...) siento que por cuatro borrachones se tratase de descomponer una obra tan grande como la que tenemos para coronar (...)".

En cambio, el doctor Juan Madera, integrante del ejército de Castelli, no compartió el criterio de la Junta: "(...) sucedió que fueron perdonados y mandados volver a Potosí por orden del gobierno de Buenos Aires contra el sentimiento de todos los buenos patriotas y con notable perjuicio de la causa pública; pues en el mes de mayo de 1811 formaron éstos una horrorosa conspiración, en que fueron sorprendidos en el lugar que llaman el Beaterio de Copacabana, habiendo hecho fuego y resistencia y estos individos no se castigaron".

El apoyo a Castelli comenzaba a bajar, principalmente por el trato dado a los indios y la decidida oposición de la iglesia, que atacaba a Castelli a través de su secretario Bernardo Monteagudo y su público ateísmo.

Tanto los realistas de Lima como los saavedristas en Buenos Aires los comparaban a ambos con Maximilien Robespierre. El Dean Funes los consideraba "esbirros del sistema robesperriano de la Revolución francesa".

Castelli también abolió la mita en el Alto Perú, un proyecto que era compartido por Mariano Moreno, pero por entonces Moreno ya había sido alejado de la Junta, que con la incorporación de los diputados del interior se transformó en la Junta Grande.

Sin que Castelli estuviera en Buenos Aires para mediar entre ellos, las disputas entre morenistas y saavedristas habían recrudecido. La Junta le reclamaba a Castelli que moderara sus acciones, pero éste siguió adelante con las posturas que compartía con Moreno.

Varios oficiales saavedristas —entre ellos José María Echaurri, José León Domínguez, Matías Balbastro, el padre capellán Manuel Antonio Azcurra y el sargento mayor Toribio de Luzuriaga— planearon secuestrar a Castelli y Balcarce, remitirlos a Buenos Aires para juzgarlos y otorgar el mando del Ejército del norte a Juan José Viamonte.

Sin embargo, el propio Viamonte no se prestó a dicho plan cuando le fue informado por los complotados y no llegó a intentar ejecutarse.

Les escribió a Vieytes, Rodríguez Peña, Larrea y Azcuénaga solicitándoles que viajen al Alto Perú y que tras la derrota de Goyeneche marcharían sobre Buenos Aires, pero la carta fue enviada por el servicio de postas y el jefe de correos de Córdoba, don José de Paz, resuelve enviársela a Cornelio Saavedra.
 


La batalla de Huaqui

La orden de la junta de no avanzar sobre el Virreinato del Perú produjo un armisticio de hecho, que duraría mientras Goyeneche no atacase.

Castelli procuró convertir la situación en un acuerdo formal, lo cual implicaría el reconocimiento de la Junta como un interlocutor legítimo.

Goyeneche aceptó firmar un armisticio por 40 días, hasta que Lima se expidiera y utilizó ese tiempo para reforzarse. El 19 de junio, con dicha tregua aún en vigencia, una avanzada realista atacó las posiciones realistas en Juraicoragua. Castelli declaró roto el armisticio y declaró la guerra al Perú.

El ejército realista cruzó el Desaguadero el 20 de junio de 1811, iniciando la batalla de Huaqui. El Ejército Auxiliador aguardaba cerca de Huaqui, entre la pampa de Azapanal y el lago Titicaca.

El flanco izquierdo patriota, comandado por Díaz Velez, afrontó el grueso de las fuerzas realistas, mientras que el centro fue arrollado por los soldados de Pío Tristán.

Viamonte no envió refuerzos; muchos soldados patriotas reclutados en el Alto Perú se rindieron o huyeron y muchos de los reclutados en La Paz cambiaron de bando en plena batalla.

Aunque las bajas del Ejército Auxiliador no fueron sustanciales, éste se dejó ganar por el terror y se desbandó.

Los habitantes del Alto Perú los abandonaron y abrieron las puertas de sus ciudades a los realistas, de modo que el ejército tuvo que abandonar rápidamente esas provincias.

Si la persecución no fue un desastre y los invasores no atacaron rápidamente la zona del Río de la Plata, fue por la heroica resistencia de Cochabamba.

Castelli llegó hasta la posta de Quirbe el 26 de agosto de 1811, y allí recibió órdenes de bajar hacia Buenos Aires para su enjuiciamiento.

Sin embargo, cuando se enteró de tales órdenes, ya habían sido reemplazadas por otras: Castelli debía quedar confinado en Catamarca, mientras el propio Saavedra se hacía cargo del ejército del Norte. Pero poco después de abandonar Buenos Aires, Saavedra fue depuesto en su cargo y confinado en San Juan mientras el Primer Triunvirato asumió el gobierno, reemplazando a la Junta Grande. Castelli fue nuevamente requerido en Buenos Aires.

Una vez en Buenos Aires, Castelli quedó en una situación de soledad política. El triunvirato y el diario La Gazeta lo acusan de la derrota en Huaqui y buscan realizar un castigo ejemplificador, mientras que el antiguo partido de la independencia se encontraba dividido entre quienes se habían unido a las corrientes del Triunvirato y quienes que ya no gozaban de poder efectivo.

El juicio tardó en iniciarse, por lo que en enero de 1812 reclamó que se realizara con rapidez. Dos semanas después recusó al juez Echeverría, antiguo abogado de Liners. Por ese entonces supo que padecía un Cáncer de lengua, que le dificultaba progresivamente el habla.

El juicio no dejaba en claro si era un juicio político o un juicio militar, ni cuál era la acusación exacta sobre Castelli.

Las preguntas formuladas no analizaban sólo su responsabilidad en la derrota de Huaqui, sino también otros temas como si "mantuvo trato carnal con mujeres, se entregó al vicio de bebidas fuertes o al juego".

Bernardo de Monteagudo fue el principal defensor de Castelli. Nicolás Rodríguez Peña también lo defendió:

"Castelli no era feroz ni cruel. Castelli obraba así porque así estábamos comprometidos a obrar todos. Cualquier otro, debiéndole a la patria lo que nos habíamos comprometido a darle, habría obrado como él... Repróchennos ustedes que no han pasado por las mismas necesidades... Que fuimos crueles. ¡Vaya con el cargo! Mientras tanto, ahí tienen ustedes una patria que no está ya en el compromiso de serlo. La salvamos como creímos que había que salvarla... nosotros no vimos ni creímos que con otros medios fuéramos capaces de hacer lo que hicimos. Arrójennos la culpa a la cara y gocen los resultados... nosotros seremos los verdugos, sean ustedes los hombres libres."

Castelli murió el 12 de octubre de 1812, con el juicio aún abierto. Momentos antes de su deceso pidió papel y lápiz, y escribió "Si ves al futuro, dile que no venga". Tuvo un pequeño y modesto entierro en la Iglesia de San Ignacio, en la Ciudad de Buenos Aires, sin honras oficiales.

Tras su muerte, la viuda María Rosa Lynch debió vender su chacra para pagar deudas y pasó años reclamando los sueldos impagos a su difunto esposo. Dicha suma ascendía a 3378 pesos, terminándose de pagar 13 años después. La causa abierta en su contra jamás fue sentenciada.
 


Homenajes

Una de las características que se suelen destacar de Castelli son sus capacidades de oratoria, y se lo suele conocer como "el orador de mayo" o "el orador de la revolución".

Varias calles y plazas en diversas ciudades y pueblos de Argentina recuerdan al prócer, entre ellas tres localidades en Chaco, Buenos Aires y La Rioja. Todas ellas son cabeceras de partido o departamento.

Las vidas de Castelli y Monteagudo son representadas en una historieta de la colección "La historieta argentina", dirigida por el historiador Felipe Pigna. Cuenta con guiones de Esteban D’Aranno, Julio Leiva y el propio Pigna, y dibujos de Miguel Scenna.
 


Créditos:

  • Publicado en el Sitio wikipedia.org.
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