Caleta Olivia - Santa Cruz - Argentina
"Portal a los Hielos Eternos"

Historia

VII C. Manifiesto.
Que hace a las naciones el Congreso General Constituyente
de las Provincias Unidas en Sud América,
sobre el tratamiento y crueldades que han sufrido de los españoles,
y motivado la declaración de su independencia
 


El año de 1815 fue un momento de dura prueba para las antiguas colonias hispanoamericanas.

22 de Octubre de 1817

El honor es la prenda que aprecian los mortales más que su propia existencia, y que deben defender sobre todos los bienes que se conocen en el mundo, por más grandes y sublimes que ellos sean.

Las Provincias Unidas del Río de la Plata han sido acusadas por el Gobierno Español de rebelión y de perfidia ante las demás Naciones, y denunciado como tal el famoso acto de emancipación, que expidió el Congreso Nacional en Tucumán a 9 de Julio de 1816; imputándole ideas de anarquía y miras de introducir en otros países principios sediciosos, al mismo tiempo de solicitar la amistad de esas mismas Naciones y el reconocimiento de este memorable acto para entrar en su rol.

El primer deber, entre los más sagrados del Congreso Nacional, es apartar de sí tan feas notas, y defender la causa de su país publicando las crueldades y motivos que impulsaron la declaración de Independencia.

No es este ciertamente un sometimiento, que atribuya a otra potestad de la tierra el poder de disponer de una suerte, que le ha costado a la América torrentes de sangre, y toda especie de sacrificios y amarguras. Es una consideración importante, que debe a su honor ultrajado y al decoro de las demás Naciones.

Prescindimos de investigaciones acerca del derecho de conquista, de concesiones pontificias, y de otros títulos, en que los españoles han apoyado su dominación: no necesitamos acudir a unos principios, que pudieran suscitar contestaciones problemáticas, y hacer revivir cuestiones, que han tenido defensores por una y otra parte. Nosotros apelamos a hechos, que forman un contraste lastimoso de nuestro sufrimiento con la opresión y sevicia de los españoles.

Nosotros mostraremos un abismo espantoso, que España abría a nuestros pies, y en que iba a precipitarse esta Provincia, si no se hubiera interpuesto el muro de emancipación. Nosotros en fin daremos razones, que ningún racional podrá desconocer, a no ser que las encuentre para persuadir a un país, que renuncie para siempre a toda idea de su felicidad, y adopte por sistema la ruina, el oprobio, y la paciencia. Pongamos a la faz del mundo este cuadro, que nadie puede mirar sin penetrarse profundamente de nuestros mismos sentimientos.

Desde que los españoles se apoderaron de estos países, prefirieron el sistema de asegurar su dominación, exterminando, destruyendo y degradando.

Los planes de esta devastación se pusieron luego en planta, y se han continuado sin intermisión por espacio de trescientos años. Ellos empezaron por asesinar a los Monarcas del Perú, y después hicieron lo mismo con los demás Régulos y Primados que encontraron. Los habitantes del país, queriendo contener tan feroces irrupciones, entre la gran desventaja de sus armas, fueron víctimas del fuego y del hierro, y dejaron sus poblaciones a las llamas, que fueron aplicadas sin piedad ni distinción por todas partes.

Los españoles pusieron entonces una barrera a la población del país; prohibieron con leyes rigurosas la entrada de extranjeros; limitaron en lo posible la de los mismos españoles; y la facilitaron en estos últimos tiempos a los hombres criminosos, a los presidiarios, y a los inmorales, que convenía arrojar de su península.

Ni los vastos pero hermosos desiertos que aquí se habían formado con el exterminio de los naturales; ni el interés de lo que debía rendir a España el cultivo de unos campos tan feraces, como inmensos; ni la perspectiva de los minerales más ricos y abundantes del Orbe; ni el aliciente de innumerables producciones desconocidas hasta entonces las unas, preciosas por su valor inestimable las otras, y capaces de animar la industria y el comercio, llevando aquella a su colmo, y este al más alto grado de opulencia; ni por fin el tortor de conservar sumergidas en desdicha las regiones m s deliciosas del globo, tuvieron poder para cambiar los principios sombríos y ominosos de la corte de Madrid.

Centenares de leguas hay despobladas e incultas de una ciudad a otra. Pueblos enteros se han acabado, quedando sepultados entre las ruinas de las minas, o pereciendo con el antimonio bajo el diabólico invento de las mitas; sin que hayan bastado a informar este sistema exterminador ni los lamentos de todo el Perú, ni las muy enérgicas representaciones de los celosos ministros.

El arte de explotar los minerales mirado con abandono y apatía, ha quedado entre nosotros sin los progresos, que han tenido los demás en los siglos de la ilustración entre las Naciones cultas; así las minas más opulentas, trabajadas casi a la brusca, han venido a sepultarse, por haberse desplomado los cerros sobre sus bases, o por haberse inundado de agua las labores, y quedado abandonadas.

Otras producciones raras y estimables del país se hallan todavía confundidas en la naturaleza, sin haber interesado nunca el celo del Gobierno; y si algún sabio observador ha intentado publicar sus ventajas, ha sido reprendido de la corte, y obligado a callar, por la decadencia que podían sufrir algunos artefactos comunes de España.

La enseñanza de las ciencias era prohibida para nosotros, y solo se nos concedieron la gramática latina, la filosofía antigua, la teología y la jurisprudencia civil y canónica. Al Virrey D. Joaquín del Pino se le llevó muy a mal que hubiese permitido en Buenos Aires al Consulado costear una cátedra de náutica; y en cumplimiento de las órdenes que vinieron de la corte, se mandó cerrar el aula, y se prohibió enviar a París jóvenes que se formasen buenos profesores de química, para que aquí la enseñasen.

El comercio fué siempre un monopolio exclusivo entre las manos de los comerciantes de la península y las de los consignatarios, que mandaban.  


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