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"Portal a los Hielos Eternos"

Historia

La historia de las primeras fotos que se tomaron en el país
 


Domingo Faustino Sarmiento, sentado, en 1850. Colecciones públicas y privadas.

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  • Si hay fechas que quedan indeleblemente marcadas en la historia de la humanidad, una de ellas es, sin dudas, la del 19 de agosto de 1839. Ese día, en París, nacía oficialmente un invento increíble para la época: el daguerrotipo.
    En el prestigioso Instituto de Francia, los miembros de las Academias de Ciencias y de Bellas Artes reunidos en solemne sesión, escucharon con enorme expectativa las encendidas palabras del diputado y astrónomo François Arago (1786-1853), quien revelaba los secretos para la obtención del ansiado daguerrotipo. Decía en su discurso: “Este descubrimiento ha sido adoptado por Francia desde el primer instante, y nuestro país está orgulloso de poder ofrecerlo, libremente, al mundo entero...”

    Así, había nacido definitivamente la fotografía. El hombre por fin concretaba el viejo anhelo de capturar para siempre la fugitiva imagen de la cámara oscura, reteniéndola de manera casi milagrosa entre los estrechos límites de una plancha espejada. Este hito, último eslabón de una cadena de pequeños avances durante siglos por sabios e investigadores, fue el fruto de los desvelos de los franceses Joseph Nicéphore Niépce (1765-1833) y Louis-Jacques-Mandé Daguerre (1787-1851).

    La noticia se esparció por el mundo a velocidades asombrosas para las comunicaciones de la época y, pocos meses después, llegaba al Río de la Plata –previa escala en Bahía y Río de Janeiro (Brasil)– la corbeta francesa L’Orientale, adaptada como escuela flotante para alumnos belgas y franceses y sus profesores, expedición que se encontraba circunnavegando el globo en viaje de instrucción. Su capellán, el joven Louis Compte, era el responsable de operar una flamante cámara de daguerrotipo Giroux para registrar el largo viaje y cuyo manejo e instrucciones le fueron suministrados por el propio Daguerre.
    En medio de una escenografía casi teatral, las personas debían posar muy tiesas frente a la misteriosa cámara de madera.

    Lamentablemente, el bloqueo naval francés a los puertos argentinos impidió el arribo a Buenos Aires de la nave y su cámara pionera. Sin embargo, los porteños tomaron conocimiento de esta maravilla europea, gracias a noticias publicadas por La Gaceta Mercantil del 11 de marzo de 1840 y donde ya se comentaban los sucesos de París.
    El estadounidense John Elliot fue el primer daguerrotipista en nuestro país. Su anuncio del 22 de junio de 1843 es por demás elocuente: “El señor Elliot tiene el honor de anunciar al respetable público de Buenos Aires que acaba de llegar de los Estados Unidos provisto de todas las máquinas perfeccionadas del Daguerrotipo. Tengan a bien concurrir a la Recova Nueva, en los altos N° 56 Plaza de la Victoria”.

    La historia de estos primeros Profesores en el Arte del Daguerreotipo –como se autotitulaban– representa un capítulo apasionante de nuestra temprana fotografía. Los primeros daguerrotipistas eran verdaderos aventureros, provenientes en su mayoría de los Estados Unidos y Europa. Arribaron a nuestro país en extensas “giras artísticas” plenas de peripecias y a través de las denominadas “corrientes” del Atlántico y del Pacífico. De esta última venían el americano Arthur Terry y el alemán Adolfo Alexander (1822-1881), quien tuvo una dilatada carrera en la provincia de Mendoza a partir de 1856.
    En Buenos Aires se instalaron preferentemente en los alrededores de la actual Plaza de Mayo, abriendo en viviendas alquiladas las puertas de aquellos enigmáticos “establecimientos” y cuyas “galerías de pose” se ubicaban en los “altos” de aquellas edificaciones . Allí retrataron a lo más granado de la sociedad porteña y enseñaron el nuevo arte.

    Hoy, en pleno siglo XXI, se nos hace muy difícil imaginar el impacto que causó en aquella cerrada sociedad colonial al sur de América la llegada de este milagro tecnológico. Caballeros con sombrero de copa y bastón y damas de amplios miriñaques eran ubicados en el interior de una pequeña construcción aérea de madera y vidrio y sujetados por complicados artefactos de inmovilidad.
    En medio de una escenografía casi teatral debían posar muy tiesos frente a la misteriosa cámara de madera con su gran objetivo montado en bronce y, seguir precisas instrucciones de aquellos “gringos”. No podían moverse ni parpadear mientras la imagen se iba formando durante los largos segundos de exposición en la sensible plancha daguerreana.
    El horario para retratarse era entre las 10 de la mañana y las 2 de la tarde para aprovechar la luz cenital.

    Era todo maravilloso, pero también había opiniones contrarias, como la de Juan Manuel de Rosas, quien, por ejemplo, nunca permitió que se le tomara un daguerrotipo por considerarlo “cosas de gringos”. Sin embargo, gracias a estos fieles retratos, hoy se conocen las verdaderas facciones de personajes ilustres como el general José de San Martín, Domingo Faustino Sarmiento o Mariquita Sánchez de Thompson.

    El proceso era muy costoso. Según el fotohistoriador Julio F. Riobó, el precio de un retrato era de unos 100 patacones. Sólo se encontraba al alcance de una minoría acaudalada de altos comerciantes, hacendados, jefes militares, clérigos, diplomáticos. Por sus elevados precios son contados los retratos que se conocen sobre gauchos o afroargentinos. En el Museo Histórico Nacional se atesoran las únicas nueve vistas al daguerrotipo del centro de Buenos Aires.
    Estos incunables de los albores de la fotografía actualmente están guardados en colecciones públicas y privadas, entre las primeras destacamos los valiosos conjuntos del Museo Histórico Nacional y el Complejo Museográfico Provincial “Enrique Udaondo” de Luján, entre otros. Pero la mayor parte pertenece a familias que han recibido por herencia este patrimonio visual. En ellas también están a resguardo los primeros rostros argentinos. Cuidemos ese rico legado.
     


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