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Historia

Misteriosa Buenos Aires: ¿qué hay detrás del correo escondido?
 


Empleado de Correos y Telecomunicaciones insertando un torpedo en el tubo., Sin fecha. Foto publicada en Buenosaireshistoria.org.

  • Más videos y fotos: GonBal.

  • En toda ciudad convive lo visible y lo invisible, lo que se repliega debajo de la superficie. En ese perfil de Buenos Aires se ocultan los restos de un olvidado correo neumático...
    Al llegar a la Plaza del Congreso, en la esquina de Rivadavia y Montevideo, se alza una estructura metálica algo herrumbrada y desvencijada, con cuadrados hexagonales y detalles decorativos que acusan las huellas del art nouveau, y que parece una entrada clausurada a la Línea A de subte. Pero no es lo que parece. Es una entrada a otro nivel de la ciudad, y de procesos en los que, como veremos, se confunden el pasado, el presente y el futuro.

    En un mapa parcial de la ciudad subterránea sobresalen los cementerios que hoy son plazas públicas como la Plaza Primero de Mayo, en Balvanera, o Plaza Ameghino, en Parque Patricios. O los túneles. Los túneles más conocidos en el imaginario popular son los que albergó la ciudad en la llamada hoy Manzana de las Luces; o el túnel del viejo Ferrocarril Oeste, del año 1912, y de 5 kilómetros de largo, desde Casa Rosada al barrio de Once.

    Pero la entrada metálica, cuya primera pincelada ya hemos trazado, es parte de otra geología urbana dormida y oculta: el ingreso a lo que era la estación central del correo neumático en Buenos Aires.
    El correo neumático consistía en una red de tubos para transportar objetos a través de aire comprimido o por medio del vacío, diferenciándose así de las tuberías precedentes que solo transportaban líquidos o gases.

    Negocios, bancos, empresas que necesitaban enviar con carácter urgente paquetes con dinero o correo y a distancias breves, apelaron gustosos al sistema de los tubos neumáticos entre fines del siglo XIX y los primeros años del siglo XX. Algunos de esos sistemas aumentaron en complejidad y eficiencia, y se mantienen hasta hoy, pero de forma muy reducida, al ser reemplazados por las comunicaciones modernas, computadoras, faxes, correo electrónico, teléfonos e internet.
    En París, una importante red de tubos estuvo en uso hasta 1984, y en Praga 60 kilómetros de tubos aún enviaban paquetes por correo neumático hasta su inutilización por la inundación de la ciudad en 2002.
     


    Invención del correo neumático

    El correo en el que las cartas se desplazaban en tubos de aire presurizado nació de la inventiva del ingeniero escocés William Murdoch, que participó en la creación de los primeros barcos de vapor británicos que atravesaron el Canal de la Mancha, y que creó el sistema de mensajes de tubo neumático en la primera década del siglo XIX.

    Así, para 1853 ya un servicio postal neumático unía la estación de telégrafos con la Bolsa de valores en Londres; en París, el servicio empezó en 1866 con una red de tubos que llegarían casi a los 500 kilómetros, aún más extenso que el de Berlín, que funcionó hasta 1976; en Viena, el servicio neumático fue útil entre 1875 hasta 1956; y en Nueva York desde 1897 hasta 1953.
     


    El correo neumático de Buenos Aires

    La inauguración del servicio de correo neumático en Buenos Aires sería más tardía: recién en 1934, luego de la autorización de su instalación en 1887, bajo la presidencia de Miguel Juárez Celman, y como parte de un proyecto dirigido por el famoso ingeniero Otto Krause. El tejido de tuberías bajo tierra se demoró cuarenta años. El ya referido túnel de cargas del Ferrocarril Oeste, habilitado en 1916, fue usado para instalar los tubos del correo neumático.

    La obra de ingeniería subterránea porteña que se propagó por 21 kilómetros de ramales, entre ida y vuelta, tenía 60 kilómetros de extensión total. La correspondencia se movía por el trabajo de dos bombas neumáticas. Una que expelía un torpedo cilíndrico de aluminio, con cartas expresos y hasta un máximo de 30 telegramas, y otra bomba que aspiraba la carga. El torpedo alcanzaba una velocidad de 12 metros por segundo, y comenzaba sus viajes cada dos minutos.

    La red se extendía desde el Palacio Central de Correos y Comunicaciones hasta 14 estaciones distribuidas en la ciudad siendo la estación central la mencionada en el comienzo de esta narración. La de Plaza del Congreso era el puesto retransmisor 1, y la fricción de los años le arrebató el cartel que anunciaba “Correos y Telégrafos. Servicio neumático”.
    En su tiempo, en estas estaciones numerosas empleadas velaban por el envío de los torpedos con su contenido a sus distintos destinos, generalmente vinculados con operaciones comerciales. Por fotos antiguas se puede apreciar a las trabajadoras intensamente concentradas en sus tareas entre enjambres nerviosos de tubos que, como criaturas vivientes, se descolgaban de las paredes. En 1970, el silbido de los cilindros dentro de los tubos se acalló finalmente.

    Hasta aquí, la estela del pasado del correo hoy escondido, olvidado, en la ciudad subterránea. Pero todas las ciudades son muchas, brillan con muchos rostros. Y en una de esas caras, el ayer registrado por fotos en blanco y negro a veces se tuerce para desplegarse nuevamente en lo presente y lo futuro. En la época de la invasión informática de la privacidad, hoy el correo neumático permitiría enviar mensajes totalmente inviolables, ajenos a toda ruptura de encriptados sistemas de seguridad.

    Pero el correo pasado, el que se movió por el aire presurizado, al ser pensado dentro de un proceso mayor, remite a los tubos neumáticos y su proyecto original, que iba más allá de un servicio de mensajería. Ya en 1812 fueron concebidos como forma de transporte de personas y carga a través de “soplar” vehículos de pasajeros a través del túnel neumático.
     


    El tren neumático y el Hyperloop

    Muchos proyectos buscaron el salto de las tuberías como redes para la correspondencia hacia los circuitos de transporte de personas a través de tubos y vacío. En 1864, en el Crystal Palace, el edificio de hierro fundido y cristal en Londres, erigido como parte de la famosa Gran exposición de 1851, se exhibió un tren neumático de 550 metros, cuya intención era desplazarse por debajo del río Támesis. El proyecto nunca se realizó, como otros semejantes.

    Pero hoy, aquellos tubos dormidos del correo escondido en muchas ciudades, como la nuestra, silenciosamente se relacionan con el proyecto de transporte futurista presentado, desde sus empresas Tesla y SpaceX, por Elon Musk, el adalid de la tecnología visionaria, bajo del nombre de Hyperloop.
    Hyperloop es un transporte de pasajeros y carga diseñado, nuevamente, como un tren en tubos al vacío, pero apelando a la alta tecnología contemporánea y con un formato de código libre. A través de los tubos sellados, una cápsula presurizada con pasajeros podrá moverse con personas y objetos sin resistencia al aire o la fricción, y a una alta velocidad, con una ostensible reducción de los tiempos de viaje.

    La pandemia ha suspendido el proyecto que, para algunos, es una escena demasiado lejana. Pero la propuesta de Musk de transporte futuro relacionado con tubos parecidos a los viejos correos neumáticos, es tecnológicamente viable. El tren neumático proyectado para cubrir un trayecto desde Los Ángeles hacia la Bahía de San Francisco. Una ruta de 560 kilómetros a ser cubierta con una velocidad de 1200 km/h en 35 minutos.

    El tren neumático se plasmará en algún momento del porvenir. Mientras tanto, el correo escondido, una rareza olvidada de la urbe invisible, al ser pensada, abre a las conexiones inesperadas entre un sistema de transporte poco conocido, y los túneles donde personas y carga se moverán dentro del espacio y el vacío en la ciudad futura.  


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