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Historia

A 200 años de la llegada de Juan Manuel de Rosas a La Matanza, la historia de las tierras que fueron su baluarte
 


La casa en la que vivió Juan Manuel de Rosas en La Matanza, en la estancia Del Pino. Hoy es un Museo.
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  • Hace 200 años, el 20 de abril de 1822, Juan Manuel de Rosas y su socio Juan Nepomuceno Terrero compran a José María del Pino y su esposa, María de las Mercedes Saraza, una estancia en los pagos de lo que hoy es La Matanza. El establecimiento era conocido como estancia “El Pino” o “Del Pino”. Desde ese momento, Rosas se convirtió en vecino asiduo del lugar.
    La sociedad Rosas-Terrero había perdido un año antes a otro de sus socios, Luis Dorrego (hermano de Manuel Dorrego), quien les había manifestado su deseo de abrirse en el negocio tras las pérdidas ocasionadas por un malón.

    Hace 200 años, al comienzo de la década del ‘20, la economía estaba signada por la formación de grandes latifundios. Diez millones de hectáreas de tierra pública pasaron a manos de un centenar de propietarios y la reapertura de saladeros para la exportación de cueros crudos al exterior ayudó a estos estancieros a enriquecer.
    La sociedad que conformaba Rosas llegó de esta manera a disponer de trescientas mil hectáreas de extensión entre las cuales se encontraban las tierras de La Matanza, Magdalena y de la Guardia del Monte, que se convertirían en un baluarte del futuro Restaurador. Fue así que, antes de llegar a los 30 años, Rosas tenía dominio sobre océanos de tierras.
     


    Origen e historia de la estancia que compró Rosas

    José María del Pino era el segundo hijo del Virrey del Pino y de su primera esposa María Ignacia de Ramery y Echanz. La esposa de José María era hija de Javier Saturnino Saraza y Juana Josefa de Tirado y Castro, prima hermana de Martín de Álzaga. Doña Juana había estado casada en primeras nupcias con Casimiro Francisco de Necochea, con quien tuvo entre otros, al futuro general Mariano Pascual de Necochea.

    En su origen fueron tierras del capitán Cristóbal Ignacio de Loyola, hijo de Juan de Loyola (hermano del obispo Martín Ignacio de Loyola y sobrino del Santo) y de Catalina Ugandi. Loyola se casó con Antonia Naharro, hija de Cristóbal Navarro o Naharro e Isabel Umanes. Las tierras de tres leguas de fondo por dos de frente pasan a su hija Isabel de Guzmán (Rosa Inés, según el historiador Alfonso Corso), casada con su pariente el capitán Naharro.
    Dichas tierras fueron ocupadas ilegalmente por el capitán don Juan de San Martín y Umanes (también pariente) quien sin derecho alguno levantó población la cual aún se conserva en nuestros días. Mediante un juicio es desalojado y devueltas las tierras de la estancia a sus propietarios.

    Heredan la propiedad Andrea López Tarija y Naharro y su esposo Felipe Arguibel. Este la amplía comprando en 1774 unas 3.000 hectáreas más de tierras a los Recoletos y a Fermín Fretes. Arguibel vende a Alonso Zamudio, pero por problemas económicos de este vuelven a Arguibel. A su muerte, Del Pino y su esposa las compran el 11 de septiembre de 1805. Como se fue repasando, nada tiene que ver aquí el Virrey, pese a que el decreto nº 120.411 del 21 de mayo de 1942 firmado por el presidente Ramón Castillo diga, erróneamente, que la estancia le pertenecía a él.
    Llega así esta propiedad a manos de Juan Manuel en 1822 bajo el nombre de “Estancia San Martín” y con dicho nombre perduró bajo la firma Rosas y Terrero. Muchos rosistas quisieron vincular este nombre a la memoria del “Santo de la Espada” y una supuesta simpatía de Rosas con el Libertador, pero aquí don José nada tuvo que ver en el nombre.
     


    En manos de Rosas

    La estancia “San Martín”, al disolverse la sociedad con Terrero, pasa enteramente al dominio de Juan Manuel. En el establecimiento matancero residía Rosas con su esposa Encarnación Ezcurra y sus hijos.
    Durante su estadía aquí se producen hechos históricos para el país como la entrevista con el general Juan Galo Lavalle después de la batalla de Puente de Márquez que llevó posteriormente al surgimiento del Pacto de Cañuelas.
    También el general Juan Facundo Quiroga visitaba esta estancia mientras duró su permanencia en Buenos Aires.

    Cuando Rosas adquiere la propiedad, ésta tenía un comedor, escritorio, tres dormitorios y una capilla. Todo lo mencionado era parte de la vieja construcción que había realizado el capitán don Juan Ignacio de San Martín.
    Juan Manuel le agrega: baño, cocina, antecocina y tres dormitorios más. Las habitaciones forman un cuadrado con un patio central donde se encuentra un aljibe. Agrega también cuartos en la planta alta. Con paredes de 80 centímetros de espesor cuenta con una galería al frente, galpón con altillo, cocheras, caballerizas, viviendas para el mayordomo y los peones, y una casa para huéspedes. Finalmente, una pulpería la completaba.
    La capilla, primitivamente dedicada a la Sagrada Familia, lo estuvo luego a la Virgen de la Merced.

    Aquí Rosas foresta con 70.000 acacias blancas para formar monte, cientos de nogales, olivos, frutales y 50.000 paraísos, además una avenida de ombúes. En “San Martín” estuvieron los primeros vacunos de raza Shorthorn que llegaron al país gracias al escocés John Miller quien era vecino y amigo, prestándole a Rosas su semental.

    En esta estancia del pago matancero vivió Rosas cuando se hizo cargo de la gobernación de Buenos Aires (1829) y aquí firma su primera renuncia (1832). Sus hijos Juan Bautista y Manuelita se familiarizaron en La Matanza con todo el mundo rural de la época. Por esos años Juan Manuel y su familia compartían su estadía entre La Matanza y el caserón de los Ezcurra en la calle Bolívar a pocos metros del Cabildo de Buenos Aires.
     


    Luego de la caída

    Después de la Batalla de Caseros, la estancia “San Martín” fue confiscada por los vencedores y recién el 7 de agosto de 1852 se logró expedir un decreto que declaraba nulo dicho embargo y que ordenaba entregar todos los bienes de Rosas a su apoderado, don Juan N. Terrero.
    Al respecto, Adolfo Saldías, en su Historia de la Confederación Argentina, dice:
    “Á no mediar este acto de serena rectitud del general Urquiza, Rosas no habría tenido con qué comer; pues aunque se dijo que había embarcado doce cajones con onzas de oro, es lo cierto que no llevó consigo más que las pequeñas cantidades que recogió su hija en las gavetas de casa, y que no tenía otros bienes que los radicados en Buenos Aires”.

    Es por ello que Rosas le manifiesta su agradecimiento a Urquiza, el cual le responde que la derogación del decreto de confiscación “era un acto de rigurosa justicia y de conformidad con sus más íntimas convicciones”.
    Pero el único bien de Rosas cuya venta Terrero pudo realizar fue la estancia “San Martín” en La Matanza, remitiéndole a su antiguo socio y amigo unos cien mil duros aproximadamente ya que el 11 de septiembre de 1852 estalló una revolución en Buenos Aires contra el general Urquiza, y sus vencedores, como era de esperarse, descargaron sus viejos odios y rencores contra todo lo que no se ajustaba al orden de las cosas que comenzaba a imperar, y don Juan Manuel estaba incluido en ellas.

    A Rosas le bastó con el dinero recibido por la venta de su estancia en La Matanza para ponerse en condiciones de volver a la vida de trabajo, ya no en las pampas argentinas, sino muy lejos, en Southampton. Allí vivió hasta sus últimos días, siempre laborioso, metódico y austero, pragmático y eficaz.
    Amado y odiado hasta nuestros días, hoy aquella vieja estancia que lo convirtió 200 años atrás en un vecino más de La Matanza se conserva todavía en pie como Museo Histórico Municipal “Brigadier General don Juan Manuel de Rosas”, un justo y merecido homenaje a su paso por nuestro suelo.
     


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