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Salud

Los secretos del laboratorio argentino que desvela a EE.UU.

 


El laboratorio Biogénesis-Bagó está formado por capitales argentinos, de las familias Bagó y Sigman-Gold. Desde 2006 –y este es otro motivo de su mención en el cable secreto– provee al Banco de Antígenos de Norteamérica, que utilizan Estados Unidos, Canadá y México para completar sus vacunas.
Caminar por los renglones de un documento secreto puede resultar muy entretenido. Y si se trata de un cable diplomático revelado al mundo por WikiLeaks mejor todavía, porque se podría acceder a información que, hasta hace unos días, sólo manejaba la diplomacia estadounidense.

La tentación de zambullirse en ese mar de caracteres, con palabrotas sobre líderes mundiales, intrigas sobre los peligros que acechan y un concierto de hipocresías, es tan grande como el volumen del escándalo.

Fue por eso que un fotógrafo y un periodista de Clarín se metieron en uno de los lugares de máxima sensibilidad para los Estados Unidos –según uno de los reportes que llegó al Departamento de Estado– y comenzaron a husmear.

La escena tuvo lugar la semana pasada, en una planta industrial que cumple con las normas de bioseguridad más rigurosas del mundo para el tratamiento de productos veterinarios. Apenas se chequearon los documentos de identidad, se abrió el portón metálico y comenzó la recorrida, observada en tramos por cámaras en altura.

El cable diplomático que actuó como disparador del reportaje habla de más de 300 lugares estratégicos del planeta, que la Casa Blanca piensa proteger en caso de una emergencia por terrorismo.

El estrecho de Gibraltar, puertos, gasoductos, minas y también laboratorios, cuya hipotética destrucción causaría efectos sobre “la salud pública, la estabilidad económica y la seguridad” norteamericanas, están en esa lista.

De la Argentina, sólo menciona una frase de 35 letras, que dice: “Foot and Mouth Disease Vaccine finishing”. La pista lleva a la fábrica de vacunas contra la fiebre aftosa Biogénesis-Bagó que está a un costado de la Panamericana, en el kilómetro 38,5 ramal Escobar. Es la única en su tipo, así que, por más que el cable no mencione su nombre, no caben dudas.

La carne y la leche son alimentos fundamentales para evitar el hambre y las enfermedades en caso de una emergencia o de una crisis prolongada y, por eso, asegurarse la vacuna para el ganado resulta vital, razonó la persona que redactó el informe secreto.

En una sala, comienza la proyección de un video que explica a los empleados el protocolo que deben cumplir si ingresan a las áreas críticas de la planta, concentradas en dos edificios herméticos, con ventanas y tuberías selladas.

Tienen que dejar el celular, los anteojos y hasta el anillo de casamiento, luego desvestirse, darse una ducha de cuatro minutos y ponerse un delantal esterilizado. Si olvidan sacarse una cadenita, por ejemplo, tienen que avisar. El objeto será descontaminado con ácido cítrico.

Los empleados se comprometen por escrito a cumplir una cuarentena de 72 horas al salir de allí, después de marcar una clave personal de acceso en un lector digital.

Durante esos tres días, no pueden tomar contacto con animales que tengan pezuñas, como cerdos, guanacos, ovejas o llamas. Tampoco les está permitido concurrir a granjas, zoológicos o circos. Y mucho menos entrar a otro laboratorio, aunque sea el de una facultad.

Todos los procesos se realizan bajo condiciones de “Bioseguridad Nivel 3 Agricultura”, normas internacionales establecidas para garantizar que no escape virus que pueda alojarse en plantas y animales de los lugares donde se manipulan.

Más precauciones que esas son infrecuentes: el siguiente nivel de seguridad, el 4, es el que mostraba Dustin Hoffman en la película Epidemia, disfrazado de astronauta al momento de enfrentarse con el virus del Ébola.

O el Doctor House en el capítulo del jueves pasado, cuando se vistió con un mameluco naranja, guantes para lavar los platos y una máscara de buzo, hasta que descubrió que el mal que afectaba a su paciente tenía cura.

Pero eso es ficción. A los enviados de Clarín se les exige menos, porque los escondites de los microorganismos pueden verse a través de los cristales y hay edificios complementarios que se pueden recorrer.

Una cofia en la cabeza, un camisolín de gasa blanca, como para entrar a un quirófano, y doble bota de franela alcanzan para ingresar a las áreas menos riesgosas. Igual, hay que lavarse las manos con alcohol en gel.

Los expertos que guían la excursión comprueban rápidamente el analfabetismo químico del periodista, pero el director de Operaciones, Rodolfo Bellinzoni, inicia una paciente explicación de los procesos que se cumplen en el lugar:

“La vacuna antiaftosa está compuesta por virus inactivado químicamente, y un adyuvante oleoso que sirve para lograr una protección más potente y duradera en el animal vacunado. El virus inactivado es lo que se denomina ‘antígeno’, y ése es el principal componente de la vacuna”.

“El virus se produce en cultivos celulares: las células son las que reproducen el virus, transformándose así en las verdaderas fábricas biológicas del antígeno. Una vez producido el virus en estas células, el mismo es químicamente inactivado y separado de las células y otras impurezas que se generan en el proceso”.

“Así, se logra un antígeno purificado e inocuo, pero capaz de generar inmunidad cuando se inyecta en los animales. El antígeno inactivado y purificado es mezclado con los adyuvantes para lograr el producto final, que es el que se envasa en forma estéril en frascos ampolla”.

Y en este lugar estamos ahora, vestidos de blanco como La Momia y con anteojos de seguridad. Los envases de 50 mililitros giran en fila. En el primer sector reciben la dosis, luego un tapón de goma y más tarde un sello de aluminio, que bloquea filtraciones. Pueden llenarse hasta 60 mil por día. En un año, se elaboran aquí 200 millones de dosis.

Cambia la etiqueta del frasco según el país de destino. En uno de los depósitos de la planta, además, hay una montaña de banderas, por si llega algún representante extranjero interesado en las vacunas. La decoración de los mástiles es un detalle que puede mejorar el ambiente de la transacción.

El laboratorio Biogénesis-Bagó está formado por capitales argentinos, de las familias Bagó y Sigman-Gold. Desde 2006 –y este es otro motivo de su mención en el cable secreto– provee al Banco de Antígenos de Norteamérica, que utilizan Estados Unidos, Canadá y México para completar sus vacunas. Desde allí, cada dos años, vienen auditores a controlar que nada se salga de los márgenes convenidos.

Un joven portavoz –muy elegante hasta que lo enfundaron en el camisolín– se preocupa por aclarar que la planta “no es un objetivo terrorista ni mucho menos”, pero admite que sí es considerada como un sitio estratégico para la sanidad animal y la cadena agroalimentaria. “En estos días llegaron a preguntarnos si nos custodian los marines, y nada que ver”, refuerza Alejandro Gil, el director.

Hace 32 grados al sol, pero, de repente, el recorrido nos mete en una cámara de frío, dos grados, catarro seguro por el cambio brutal de temperatura. Hay heladeras de telgopor llenas de vacunas listas para ser exportadas a Uruguay y Brasil. La capacidad de respuesta ante una emergencia es clave. “Si un país necesita preparar una vacuna en 72 o 96 horas, nuestra producción les resulta decisiva”, señala Gil.

Aunque parezcan improbables, esas crisis ocurren: un brote de fiebre aftosa en Inglaterra, en 2001, obligó al sacrificio con rifles sanitarios de seis millones de vacas, provocó pérdidas superiores a los 15 mil millones de dólares y dejó un gran agujero en la economía de ese país.

Tener a mano estas plantas que, por tratarse de productos biológicos, trabajan las 24 horas del día, los 365 días del año, es entonces el motivo del interés demostrado por Estados Unidos, según el documento secreto revelado por WikiLeaks.

Los empleados que salen de los dos edificios críticos tienen que cepillarse las uñas, hacerse buches y gárgaras y sonarse la nariz con agua, para no ser portadores de ningún microorganismo potencialmente dañino. Al mediodía, los del turno mañana cruzan una calle interna para ubicarse en el comedor. Suele haber bife al horno con papas y flan con crema.

 


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