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Salud

Inquietud por chicos que se tajean la piel

 


Jugar con el filo de la navaja  hoy se ha convertido en una fuente de goce adolescente.

"Grité porque me salió mucha sangre. Se me fue la mano, por eso se enteró mi madre... Sólo me corto algunas veces, cuando no puedo más conmigo."

Zoe, de 15 años, empezó a rayarse la piel con la punta de un compás en el colegio. En la consulta psicoterapéutica refiere problemas de relación con sus padres y sus compañeros.

Mantuvo ocultas tanto sus lesiones en los brazos como sus comportamientos bulímicos (vomitaba varias veces al día). Sólo se aliviaba por momentos, luego la inundaba el arrepentimiento.

Una frustración amorosa fue el desencadenante de ambas expresiones de rechazo de sí misma.

Jugar con el filo de la navaja, como hace Zoe, hoy se ha convertido en una fuente de goce adolescente.

Este impactante fenómeno denominado self cutting syndrome (autolesiones en la piel) es una práctica cada vez más frecuente entre los adolescentes, que consiste en rayarse los antebrazos compulsivamente con objetos punzantes, produciendo pequeñas incisiones superficiales, cercanas a las venas.

El contorno de las venas es explorado y tajeado en un acto riesgoso, que pone de relieve la intensidad emocional alterada de ciertos adolescentes.

Este acto que requiere de un milimétrico control en la incisión resulta paradójico en relación con el descontrol impulsivo que le da origen. Con una actitud omnipotente, ostentan provocación y minimizan la exposición al peligro.
 


Escenario del conflicto

El cuerpo está marcado por la cultura como el terreno de operaciones concreto, tangible, de las búsquedas siempre conflictivas que hacen a la adolescencia.

Un cuerpo cuya "imagen de perfección" hoy es sólo viable si está intervenido, más precisamente, tallado con bisturí. Ya la temprana adolescencia encarna este discurso, llegando a lastimar al propio cuerpo con gilletes, biromes, cutters , navajas.

Hay una innegable distancia entre escrituras como los grafitis en pupitres escolares o paredes públicas y aquellas que tienen como soporte el cuerpo.

A diferencia del tatuaje, cuya imagen se ofrece a la vista o a la lectura en forma más explícita, las cicatrices de las lesiones de piel son fruto de un acto desesperado que esconde un pedido de ayuda.

La sociedad absorbe estos fenómenos con relativa indiferencia. Las tribus urbanas los han incorporado como rasgo de pertenencia. Así, se diluye su connotación patológica.

En la adolescencia, la piel tiene un protagonismo especial en el contacto con los otros. Es a la vez envoltura y presentación de sí, contexto de la seducción, de la sensualidad y de manifestaciones emocionales.

Por otra parte, los límites y su transgresión resultan ser un foco de alta tensión en los vínculos parento-filiales. Si los contornos generacionales entre adultos y adolescentes se homologan, se entorpece el trabajo adolescente de conquista gradual de su autonomía.

Y el límite, que en este caso es la piel, se convierte en el escenario del conflicto. En este contexto, la intervención parental constituye un punto de referencia y de confrontación.Y su inhibición, una fuente de posibles complicaciones.

El abordaje terapéutico se propone rescatar este fenómeno que transcurre en la piel, en el límite de lo psíquico y de lo social, para volverlo accesible al trabajo de elaboración en lugar de mudo desgarro.

Las autoras son psicoanalistas y escribieron el libro Desvelos de padres e hijos.  


Créditos:

  • Susana Mauer y Noemi May. Publicado en el Diario La Nación (09/01/10)
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