Comodoro Rivadavia - Chubut Argentina
"Capital del Viento"

Comunidades Aborígenes - Mapuche

La Economía y las Artes
 


Jarro Mapuche.

Antes de la llegada del español, la actividad fundamental de subsistencia mapuche se relacionaba con la recolección de productos de la amplia y variada gama existente en la flora y fauna de la región.

Probablemente, el hombre hacía expediciones de caza, junto con sus parientes masculinos, en busca de manadas de guanacos, venados pequeños u otros animales. Las mujeres, acompañadas de sus hijos, se dirigían a los bosques en procura de frutas silvestres de maqui, boldo, murta, frutilla, y cóguil, con los que preparaba frescas bebidas fermentadas, o de yerbas tales como yuyos, cardos, nalcas y heléchos para cocinar caldos que sazonaban con ají y grasa.

En la precordillera, Ia actividad económica principal, junto con la caza, era la recolección del piñón, fuente alimenticia de los indígenas de aquella región.

El lafkenche o habitante de la costa, se internaba en el mar, aprovechando las bajas mareas, para extraer erizos, choros y machas o cazar jaibas y pancoras. Las mujeres recolectaban el cochayuyo y sus raíces -huilte-, el luche y la lúa. Objeto de trabajo comunitario era la pesca que se practicaba mediante la técnica del arrastre usando redes fabricadas con fibras vegetales. Para la pesca individual se utilizó el arpón y el tridente de coligüe.

La llama (Lama glama) fue domesticada por el mapuche, al parecer en reducidas proporciones, sobre todo si se le compara con la ganadería de los Andes Centrales. La posesión del weke llamado posteriormente chiliweke, para diferenciarlo del ovino europeo, era símbolo de alcurnia y riqueza y la lana de estos camélidos era muy apreciada por constituir la única fibra que existía para la elaboración de textiles. No hay constancia de que el weke haya sido utilizado por el indígena mapuche como medio de transporte.

El cultivo de la tierra se limitaba a la mantención de pequeñas huertas familiares de porotos, habas, quínoa, calabazas, ají y papas y a la preparación de reducidos campos para el cultivo de maíz -wa-, mediante la tala y roce de los bosques que tapizaban el territorio.

Estas labores de subsistencia determinaron que el asentamiento mapuche no fuera totalmente sedentario y fijo, sino que los grupos se fueran trasladando de un lugar a otro en busca de mejores tierras para procurar una óptima subsistencia.

Esta movilidad favorecía las relaciones de intercambio entre los grupos que habitaban diversos nichos ecológicos. Los lelfunche o habitantes de los llanos acudían a la costa en procura de productos marinos que los costinos intercambiaban por granos. La sal y el fruto del pewen que bajaban los pehuenches de las faldas de la cordillera, eran elementos que gozaban de mucho aprecio en el valle.

Mediante el proceso de conquista y colonización, el europeo introduce extrañas especies vegetales y animales, que se adaptan y son adoptadas por los indígenas con extrema facilidad. Dentro de ellas, ocupan un lugar preponderante el trigo y la cebada, entre los cultígenos, y la oveja, caballo y vacuno como animales domésticos. El manzano se adapta de tal manera al suelo y clima de la Araucanía, que en pocos años forma verdaderos bosques naturales, y sus frutos -manshana- llegan a formar parte de los productos de recolección silvestre.

Mientras la población aborigen de las regiones pacificadas, en un acelerado proceso de mestizaje, adopta un nuevo modo de vida determinado por las encomiendas agrícolas, el indígena de los indómitos territorios australes continúa con su tradicional asentamiento móvil, el que resulta exacerbado por la Guerra de Arauco y la introducción del caballo.

La actividad agrícola, en consecuencia, no se desarrolla más allá de la adopción de las nuevas especies. No ocurre lo mismo con la ganadería, la que si se compadece con la movilidad de los grupos y que también se beneficia con la introducción de caprinos, ovinos, caballares y vacunos.

Durante el período colonial, estas dos últimas especies llegaban de las pampas trasandinas a través del pehuenche y constituían un importante bien de intercambio con los españoles, los que entraban más allá de las fronteras en busca de ganado para después venderlo en las plazas de Chillan y Los Angeles.

Después de la pacificación de la Araucanía, reducidos los indígenas a las mercedes de tierras concedidas por el Estado, se crea un vínculo de mayor permanencia entre el mapuche y el suelo, disminuyen paulatinamente las labores de recolección de productos silvestres y se acrecentan, en cambio, las actividades agrícolas.

Recién en este momento y a partir de este siglo se puede hablar con propiedad de una economía agrícola entre los mapuches. Se adquieren técnicas de cultivo, rotación de suelos y uso de animales de arado a través del contacto con los campesinos. Sin embargo, el uso de estos elementos está limitado por las facultades económicas del terraniente. Los fertilizantes y la maquinaria de cultivo y cosecha, son, por esta misma razón, accesibles sólo a un número muy limitado de comunidades. Por otra parte, las técnicas de siembra y cosecha no son siempre las más adecuadas a la conservación del suelo y el mejoramiento de la producción.

Gran parte del terreno otorgado a las comunidades mapuches tiene un relieve de lomajes, los que debieran ser aterrazados o arados en círculos para sembrarlos, aunque lo ideal sería conservarlos como recursos forestales. El mapuche que debe trabajar intensamente estos suelos para subsistir, desconoce estas técnicas y es agente involuntario de una acelerada erosión de los campos, la que adquiere los caracteres de una verdadera catástrofe en las tierras pertenecientes a las comunidades de la costa.

Aún se conservan los lofkudau o trabajos de grupo para ciertas labores agrícolas como la siembra o cosecha en las tierras de algún personaje importante de la comunidad, el que convoca a parientes y amigos a las faenas, recompensándolos con festejos. Antiguamente, la trilla de trigo, principal cultivo mapuche del período posthispánico, se practicaba en un gran baile en que las parejas danzaban al son de tambores -kultrún- y pifillka -pitos-, sobre las espigas a fin de desgranarlas.

Hasta hoy, la época de la cosecha es considerada como un período festivo y da origen a un incremento de visitas entre los parientes así como a un mejoramiento en la calidad de las comidas y el consumo de grandes cantidades de carne.

Otras labores en las que aún se emplea el lof-kudau o mingaco, son aquellas que se hacen en beneficio de toda la comunidad, tales como la limpia de canales, construcción y reparación de caminos y puentes y la preparación del campo, ritual donde se celebran las rogativas de fertilidad.

Menos frecuente es el rukan o colaboración en la construcción de la casa de paja, que daba origen a fiestas de larga duración y hermoso colorido.

La ruka mapuche que primitivamente parece haber sido de grandes dimensiones, con superficies que variaban entre los 120 y 240 metros cuadrados, y albergaba a un grupo familiar extenso, compuesto por una gran cantidad de parientes, era construida por todos los vecinos de la localidad, los que ayudaban a cortar los robles, arrancar ramas y paja entrenzarlas con enredaderas para levantar los muros, que posteriormente eran recubiertos por manojos de hierba "ratonera".

Preparado el terreno, se excavaban los huecos de los postes y se diseñaba el contorno de la habitación. El revestimiento de los muros y techos con vegetales servía como un aislante de primera calidad contra las inclemencias de la temperatura exterior. Aún se conserva este tipo de construcciones, las que son preferidas en algunos lugares como habitaciones por ser frescas en verano y abriga das en las temporadas frías.

Entrando a la ruka, se distinguen varias secciones. En la interior, opuesta a la entrada, se guardan los cántaros de chicha y mudai, junto a los sacos de granos y bultos o baúles con ropas y utensilios. En la parte central se encuentra el hogar, a los lados de éste, las camas y colgando del techo ristras de ají y maíz.

La entrada de la casa está orientada generalmente hacia el Este y es en esta parte donde la mujer instala su telar para tejer en invierno. En ambos extremos del techo existen orificios de ventilación -ullon-ruka- por donde escapa el humo del fogón.

En este escenario transcurre la vida de la mujer mapuche. Aquí se muele la arcilla que mezcla con uku para darle consistencia, humedece y amasa la mezcla con la que modelará cántaros, tazas, ollas y platos a partir de una larga cinta de greda que se va enrollando sobre una base hasta que la alfarera logra la forma requerida. Se alisa la superficie y se calcina el modelado en el fuego.

El hilado de los vellones de lana es ocupación de toda mujer mapuche en sus momentos de ocio. Con su huso girando en torno a la tortera van produciendo hilos de distinto grosor dependiendo de la prenda que piensan fabricar. En el proceso del teñido, usarán nalca o relvún para los tonos rojos, maqui o barro para los negros, cochayuyo o radal para los pardos, fuera de las tinturas artificiales que comprarán en los mercados urbanos. Para tejer las frazadas, mantas, choapinos y alfombras usarán el telar vertical, en que distribuirán los complicados diseños y símbolos que se han trasmitido de generación en generación. Las fajas de hombres y mujeres, de textura y tejido más finos, se tejerán en telares horizontales, tendidos en el suelo, como los usados en los Andes Centrales.

Las actividades masculinas, por el contrario, se desarrollan generalmente fuera de la ruka. El hombre es un gran trabajador de la madera, la que labra con azuela, fabricando tejas, instrumentos de todo tipo y toda clase de artefactos de uso doméstico, tales como bancos, platos y recipientes.

La estatuaria mapuche es principalmente de madera y se distinguen en este arte los rewes o escalas ceremoniales de los chamanes, los ngillatúe o figuras antropomorfas que representan a las deidades y presiden las rogativas, y las estatuas funerarias que representan figuras humanas -mamulche-.

Con cuernos y madera elaboran elementos musicales, entre los que destacan la pifillka -pito-, el tambor -kultrún- y la trompeta -trutruka- Son escasos los que se han especializado en la metalurgia y merecen especial mención por su destreza y creatividad los plateros, que fabricaban las joyas femeninas, anillos, pulseras, tocados, pectorales y prendedores, así como los aderezos para monturas y aperos de jinete, que constituían el mayor orgullo de un cacique u hombre poderoso de Arauco.

Estas artesanías han sufrido natural menoscabo con el acceso del mapuche a los mercados urbanos, que les proporcionan sustitutos de cómoda y fácil obtención. Es así como los chamal y chiripa masculinos y los kepam o prenda de vestir femenina, que consistían en paños tejidos en telar, fueron rápidamente reemplazados por productos de procedencia industrial urbana.

El efecto imitador influyó no solo sobre la vestimenta mapuche, sino también en la adopción de nuevos utensilios de uso doméstico, que implican la desaparición de los tradicionales. Persiste, sin embargo, el arte textil mapuche, pues las mantas, frazadas, lamas y choapinos representan productos artesanales cuya calidad la industria no ha podido superar y que continúan llenando una necesidad de actual vigencia dentro de la vida doméstica. La desmedrada situación económica de las familias mapuches las ha obligado a recurrir a la venta de sus joyas de plata tradicionales, las que son requeridas por coleccionistas.  


Fuente: Cultura Mapuche - Editado por el Departamento de Extensión Cultura del Ministerio de Educación de Chile - Julio 1986.

 



 
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