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Arte y Cultura

El hombre que inventó el recital

 


Retrato del artista genial Franz Liszt en una foto de 1856, tomada por Franz Hanfstaengl.
El mundo entero celebra el año Liszt, y nada parece más apropiado que la decisión del gobierno húngaro de rebautizar con su nombre el aeropuerto de Budapest. No es, por cierto, la única gloria musical que ostenta Hungría; Franz Liszt fue una figura dominante de la época romántica, mientras que otros dos húngaros marcarían definitivamente el paisaje musical del siglo XX: Béla Bartók, autor fundamental de la primera mitad, y György Ligeti, tal vez el más grande compositor europeo de la segunda.

Pero ahora es el turno de Liszt. El 22 de octubre se cumplirán los 200 años del nacimiento, en la aldea de Raiding, del artista que modificó decisivamente la historia de la música, como compositor y como intérprete.

Había tomado las primeras lecciones de piano con su padre, también músico. Al advertir la precoz genialidad, Adam Liszt mudó la familia a Viena para que Franz estudiase piano con Carl Czerny y composición con Antonio Salieri.

A los once años maravilló a un auditorio con unas acrobáticas variaciones de su autoría sobre un vals de Diabelli (el mismo de las Variaciones de Beethoven), y un año más tarde la familia emprendió la marcha a París, un sacrificio que el padre transformó en redituable desde el mismo momento de la partida, con conciertos del pequeño Franz en Munich, Ausburgo, Stuttgart y Estrasburgo.

En París Liszt permaneció doce años; conoció a Chopin y Berlioz, además del catolicismo revolucionario de Lammenais y las ideas socialistas de Saint-Simon. En 1831 escuchó por primera vez a Paganini.

Luego escribiría: “¡Oh, Dios, cuántos tormentos, cuánta pesadumbre, cuánto martirio en esas cuatro cuerdas! (...) Y qué expresividad, qué modo de frasear, qué alma, en suma!”.

De la academia al recital Liszt llevó a su instrumento la filosofía performática del violinista italiano, y puede ser considerado el creador del recital pianístico, incluso en sentido terminológico (el termino “recital”se empezó a usar con Liszt en 1840).

Antes de Liszt los programas de concierto que se ofrecían con el nombres de “academias” tenían una composición que difícilmente consiga imaginar un oyente actual.

El pianista e historiador italiano Piero Rattalino nos proporciona el detalle de un concierto de Chopin, el 17 de marzo de 1830 en la Opera de Varsovia: la primera parte abría con la obertura de una ópera de Elsner y seguía con el Allegro del Concierto en fa menor, compuesto y tocado por Chopin; a continuación, un divertimento para corno y orquesta compuesto y tocado por Gottlieb Görner, para cerrar con los dos tiempos restantes del Concierto en fa menor.

La segunda parte presentaba, en este orden, una obertura de una ópera de Kurpinski, unas variaciones de Päer para soprano y la Fantasía op. 13 de Chopin.

El mayor músico polaco del siglo XIX aparecía en medio de una auténtica kermesse musical, y ni siquiera su concierto para piano se podía escuchar en forma corrida.

Si bien el término “recital” se afianza en 1840, Liszt venía dando sus recitales (individuales) desde algunos años antes.

Robert Schumann describe una actuación de 1840: “Su entrada fue saludada por una entusiasta ovación de todo el público. Luego él empezó a tocar (...) y el demonio empezó a mover sus fuerzas. Casi como si quisiera poner a prueba al público, pareció primero juguetear con él, para luego darle algo más profundo, llegando así a engatusar a cada uno de los espectadores con su arte levantando y arrastrando al público entero a su antojo.

Semejante capacidad para subyugar no puede comprobarse en otro artista, exceptuando a Paganini (...) Hay que escucharle y también verle: Liszt no podría de ningún modo tocar desde detrás de los bastidores, porque de esta forma se perdería gran parte de su poesía”.

Rara vez faltaba una transcripción de una página sinfónica en un recital de Liszt. No se trataba de la transcripción para la ejecución doméstica, sino de la reinvención orquestal del piano. En 1838 Liszt escribió en la Gazette musicale:

“Gracias a los progresos ya cumplidos y a los que la práctica de los pianistas consigue cada día, el piano extiende poco a poco su poder de asimilación. Hacemos arpegios como las arpas, notas largas como los instrumentos de viento, staccati y otros mil progresos que antaño parecían reservados a uno u otro instrumento.”

Diez años le bastaron a Liszt para afirmarse como el mayor virtuoso de todos los tiempos. En 1847, radicado ya en Weimar, prácticamente dio por terminada su carrera concertística; tal vez lo hizo para volcarse al repertorio sinfónico (como director y como compositor), tal vez por influencia del ascetismo espiritual y religioso de su venerado Lammenais.

En cierto modo, Liszt dejó de interesarse por el público. En 1865 recibió las órdenes religiosas en un monasterio romano y fue nombrado abad. El recogimiento abarcaría la faz compositiva.

Del fresco al papel pintado En mayo de 2007 Daniel Barenboim grabó un video de un recital Liszt en la Scala de Milán (Euro Arts); entre otras piezas, toca la primera de las Leyendas: La plegaria de San Francisco de Asís a los pájaros , de 1863. La interpretación es maravillosa, y su visión acentúa el efecto hipnótico.

Ya no se trata de un ilusionismo orquestal sino de una forma desnuda. Es una impresionante decantación del virtuosismo, un virtuosismo enmudecido. Nadie podría decribirlo mejor que Rattalino:

“La tendencia hacia la abolición de planos múltiples y el retorno a dos o incluso a un solo plano de sonoridades próximas a las del arpa y del armonio, es decir, todas aquellas características que definirán la sucesiva búsqueda de Liszt hacia la descoloración del timbre pianístico y hacia la renuncia de la teatralidad o, si queremos emplear una comparación con otro arte, hacia la transformación del fresco en papel pintado de empapelar (...) Liszt no reniega de la investigación realizada hacia 1830 (...).

No tiene tentaciones neoclásicas, pero redescubre los valores de la no-perspectiva y de la monocromía, de las sonoridades tenues y achatadas, dulces y lisas.” Por esa vía Liszt progresaría hacia piezas tan enigmáticas como Sospiri! , Nubes grises , La lúgubre góndola , y tan proféticas como la Bagatela sin tonalidad , que anticipa en cincuenta años el radical giro que da la música europea con el atonalismo de Arnold Schoenberg.

Franz Liszt murió el 31 de julio de 1886 en Bayreuth, la patria artística de su yerno Richard Wagner (Cosima fue la hija que Liszt tuvo con su primera mujer, la condesa Marie d’Agoult). Ya muy enfermo, una semana antes había conseguido reunido fuerzas para volver a oír su amada Tristán e Isolda.
 


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