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El mapa del habla argentina

 


"Un tape con moncholos que se cubre del huayra" (Un petiso con bigotes que se cubre del viento).
“Pedí un carlitos”, dice una joven entrerriana a otra, que se suma: “Yo prefiero pororó”. Mientras tanto, en Córdoba, un pibe de 25 le dice a otro “estás cortado a verde”, y en Misiones, un adolescente con cara de preocupado le susurra al oído a su amigo que “la guaina está pichada”. Todos pertenecen al mismo país y aprendieron el lenguaje oficial, el de la lengua castellana, pero las formas de hablar y el léxico que utilizan en su vida cotidiana parecen ser radicalmente distintos.

En busca del “mapa” del habla argentina, la Academia Argentina de Letras (AAL) explica que el país ha sido dividido por los lingüistas en siete regiones: noreste, noroeste, cuyana, central, litoral, bonaerense y pampeano-patagónica. “Cada una tiene rasgos distintivos y lo más diverso entre ellas es el léxico”, dice Pedro Barcia, presidente de AAL y lo detalla: “En nuestro Diccionario fraseológico del habla argentina (Emecé, 2010) hemos recogido más de 11 mil frases que no se usan en España, y que son corrientes en nuestra habla cotidiana.

Muchas de ellos son de uso casi exclusivo porteño: “La quinta del ñato”, “Pampa y la vía”, “No quiere más Lola”. Además, resalta que “una misma acción es mentada de diferentes maneras en las provincias: ‘hacerse la rata’ (Buenos Aires), ‘hacer la rabona’ (Litoral), ‘hacerse la chupina’ (San Juan), ‘hacerse la yunta’ (Salta)”.

Una periodista entrerriana cuenta que al tostado se lo llama “carlitos”, y que el artículo “siempre se antepone al nombre propio para anunciar su género”. Además, cuenta que “al pochoclo le decimos pororó, a un muro no muy alto lo llamamos tapial y a la mentira le decimos bolazo.

Cuando te acusan de algo que no hiciste, le respondemos con un ‘no me achaqués’, y cuando te critican sin fundamentos, decimos ‘no me relaje’”. Ahora vive en Capital Federal y asegura que ya se acostumbró a oír palabras que al llegar no comprendía: “Cuando me decían que algo era bizarro, limado, freak, o cuando me aclaraban ‘te lo digo posta’, no les entendía nada”.

Evangelina Baston estudia abogacía y vive en Córdoba hace cuatro años, aunque su ciudad natal es Gonnet, próxima a La Plata. Ella le explicó a sus compañeros de facultad que decir “che, boludo” no es un insulto y que “ponete las pilas” es sin ánimo de “reaccioná”, “hacé algo”. “Cuando a mis amigos les decía que me digan ‘la posta’ –cuenta Evangelina–, sin explicarles que equivale a ‘decime la verdad’, ninguno me entendía”. También cuenta que en Córdoba se le dice “lomito” al “chivito”, siempre y cuando se encuentre “bien aplastado y finito como una suela de zapatilla”. También se usa “culiado” para “boludo” y “cortado a verde” para cuando “sos medio loquito”. “Al final de las palabras se agrega el sufijo ‘azo’ como para agrandar algo, por ejemplo ‘culiadazo’, ‘buenazo’, ‘chetazo’”.

Crisol de razas. Para el presidente de AAL, el mayor aporte de la lengua extranjera “ha sido dado por los inmigrantes italianos, y de particular manera los dialectos del sur de la península, que han nutrido en parte al lunfardo (fiaca, bacán, pibe), y luego al habla popular general: mina, laburo, toco, busarda”. Por otra parte, asegura que “la lengua indígena que ha brindado mayor caudal de voces es la quechua con términos como cancha, choclo, batea, aloja; y mucho menos el mapuche, araucano o mapudungun, con términos como laucha, cultrún, choique”. Según explica María Sol Iparraguirre, investigadora del Conicet del Centro Regional Universitario Bariloche-Universidad Nacional del Comahue, “en Argentina se hablan entre 12 y 14 lenguas indígenas –algunas de las más conocidas son el quechua (noroeste), el guaraní correntino, el mapuche (gran parte de la Patagonia y parte de las provincias de La Pampa y Buenos Aires), el toba, el wichí y el mocoví (Salta, Formosa, Chaco, Santa Fe)– y numerosas lenguas de procedencia europea y asiática –por ejemplo, italiano, alemán, galés, ucraniano, chino, etc.–, además del español”. Y agrega que: “Al decir de Cristina Messineo y Paola Cúneo en su libro Las lenguas indígenas de la Argentina. Situación actual e investigaciones (2007), ‘un recorrido por las distintas zonas geográficas de nuestro país nos mostraría que el contacto lingüístico es la regla y que el monolingüismo, la excepción’”.

¿Estas diferencias regionales podrían llegar a impedir la comunicación entre dos argentinos?, pregunta PERFIL a Iparraguirre: “Es poco probable. Al buscar delimitar las nociones de dialecto y lengua –entendida como un espacio donde intervienen factores políticos, histórico-geográficos, sociales y culturales, además de factores estrictamente lingüísticos–, podríamos pensar que las lenguas pertenecen al orden de lo nacional, lo general, mientras que los dialectos pertenecen al orden de lo local o regional, atendiendo fundamentalmente criterios de orden político. También podríamos pensar que las lenguas difieren más entre sí de lo que lo hacen los dialectos, y que allí reside la diferencia entre ambos”. Desde esta segunda perspectiva, la experta argumenta que “es esperable que dos personas hablantes de dialectos diferentes puedan comunicarse sin mayores dificultades”.

Barcia da su opinión: “Las diferencias regionales no incomunican en absoluto a los hablantes argentinos. Lo que no se entiende al decirlo, se lo allana de inmediato. Más aún, creo que se avanza hacia una homogeneización creciente del habla de los argentinos, por obra de la radio y de la televisión porteña”.

¿Y entre distintos grupos etéreos? “El habla juvenil es la de mayor renovación y de menor pervivencia”, dice Barcia. “Las voces suelen tener apenas cuatro o cinco aóos de vida: ya nadie dice ‘tirar las agujas’, ni ‘tirar pálidas’, ‘tirar buenas ondas’. Quedan algunas como bardear, curtir, de onda, el rescate juvenil de ‘bondi’, pero es el habla más efímera de todas las populares. Y suele ser la más sectorizada por clases sociales o tribus urbanas. También difiere mucho de región a región”.

Más al sur, Andrés Gonda, estudiante de Psicología y nacido en Ushuaia, cuenta que “nosotros acostumbramos decirle ‘pro’ a algo muy bueno, y somos de usar mucho el término ‘cuerpito’, como sinónimo del término porteño ‘chabón’”. Y recuerda un término que usaba de adolescente: “Con mis amigos decíamos ‘dale canción’ para expresar ‘dale para adelante’, no sé si en otros lados se usa, pero en mi lugar esa frase era casi ‘de cabecera’”.

En el otro extremo, Yanina Briossi, misionera y contadora, hace su aporte: “Nosotros usamos ‘pichado’ para decir ‘enojado’; ‘argel’ para alguien ‘mala onda’; ‘guaina’ para llamar a las nenas; y cuando mirás de arriba a abajo a otro y lo desprecias por el look o la ropa que lleva puesta, se dice que los estás ‘rebajando’”. Respecto de los términos que más recuerda al llegar a Buenos Aires, menciona “flash”, “pibe”, y cuenta uno de sus primeros sentimientos: “Se putea mucho más en Buenos Aires que en Misiones, y no lo digo sólo cuando se pelea, sino en el vocabulario cotidiano. Tienen una forma de hablar más avasallante”.

“No todos los argentinos aprendemos el mismo español. Las distintas variedades constituyen expresión indiscutible de la individualidad y de la cultura de quienes las hablan. Siguiendo el pensamiento de Luis-Jean Calvet, no dominar la lengua oficial priva a las personas de diversas posibilidades sociales”, dice la investigadora del Conicet. Es por ellos que se habla del “derecho a la lengua”: a conocer y dominar la lengua del Estado, así como también derecho a aquella que aprendimos primero en nuestros hogares y que constituye parte fundamental de nuestra identidad. “Negar, desprestigiar o degradar esas lenguas primeras implica negar, desprestigiar o degradar parte de la constitución individual y social de las personas que las hablan. En ese caso, las diferencias lingüísticas serán un problema donde las oportunidades a las que pueda acceder una persona dependan, directa o indirectamente, en mayor o menor medida, de su variedad lingüística”, concluye.
 


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