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Arte y Cultura

Antonio Vivaldi era cura y compuso 770 obras, pero vivía de un sueldo docente
 


Retrato anónimo de Antonio Vivaldi, este óleo se encuentra en el Museo Internazionale e Biblioteca della Musica di Bologna.

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  • Un 4 de marzo, pero de 1678 nació Antonio Lucio Vivaldi, el autor de Las cuatro estaciones, casi la única pieza clásica que, por su increíble popularidad, puede reconocer un adolescente del siglo XXI sin esmerada educación musical.
    Antonio Vivaldi podría ser el icono de la potencia artística que experimentó la Serenísima República de Venecia durante 1.100 años y que él mismo protagonizó cuando la ciudad estado ya comenzaba su declive político.
    Antonio Vivaldi nació durante un terremoto y sobrevivió milagrosamente, razón por la cual se cree que su madre le prometió a Dios que el niño sería cura en agradecimiento.
    Antonio Vivaldi fue asmático durante toda su vida (su nombre es emblemático en numerosas asociaciones contra la alergia y el asma) y, sin embargo, sobrevivió a varios de sus nueve hermanos.
    Su padre, Giovanni, era pelirrojo, barbero y violinista profesional, el responsable de haberlo convertido en un talento precoz.
     


    Antonio Vivaldi, el cura

    Su padre no sólo fue miembro fundador de una asociación veneciana de músicos profesionales, Sovvegno de' musicisti di Santa Cecilia, sino violinista en la orquesta de la Basílica de San Marcos y lo llevaba en sus giras musicales a otras ciudades.
    Sin embargo, a los 15 años no le quedó otra opción que cumplir con la promesa que su madre le había hecho a Dios y se ordenó cura, tras casi diez años de formación. La música quedó relegada a “un hobby”.

    De todos modos, a pesar de ser un católico ferviente que andaba con un rosario enrollado en la mano, el asma lo dispensaba de dar misa y cumplir con el trabajo propio de un cura.
    Aun así, no pasaba desapercibido: pelirrojo como su padre, era Il prete rosso (“el cura rojo”), el apodo que lo acompañaría hasta su muerte en Viena, en 1741.
     


    Vivaldi, cura docente

    Con un legado de 770 piezas, entre las cuales hay más de 400 obras instrumentales, 70 sonatas, 195 composiciones vocales y, como mínimo, 46 óperas (según él mismo, habría escrito 94, pero sus estudiosos no le creyeron a pie juntillas), suena a poco decir que Occidente le debe haber dado forma definitiva al concierto como género musical.
    Sin embargo, con increíble simplificación, así se lo recuerda en cada aniversario. Llegó a la ópera empujado por “la moda” de la ópera que inundaba Venecia, aunque su primera composición operística fue Ottone in villa (1713) y se estrenó fuera de su tierra, en Vicenza.
    El género lo trató muy bien, le permitió incluso tener un teatro propio –San Angelo- y le dio unas cuantas monedas de oro (cequíes venecianos).
    Sin embargo, su medio de vida fue ser maestro de violín y director de una orquesta de señoritas.

    En 1717 su éxito musical iba en aumento y lo obligó a interrumpir sus clases y hacer giras por Mantua, Viena e incluso otras ciudades venecianas. Las representaciones de sus óperas eran costosas, pero aún así recorrió con ellas Venecia, Mantua y Viena.
    Conoció al emperador Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico y se mudó a Viena con la esperanza de dedicarse por completo a la música, gracias al apoyo imperial. Sin embargo, el emperador murió a poco de que Vivaldi se mudara y un año más tarde, ya sin sueldo docente y completamente pobre, Antonio Vivaldi murió lejos de su patria, por una complicación respiratoria.
     


    Las huérfanas de Vivaldi

    Entre 1703 y 1715 y luego entre 1723 y 1740, Antonio Vivaldi fue el maestro de violín de uno de los cuatro orfantatos venecianos de entonces, el Ospedale della Pietà, en donde había sido contratado como sacerdote, pero pronto se dieron cuenta de que sería más útil como docente.
    Por entonces, cuando Vivaldi tenía tan sólo 25 años, comenzó a componer sus piezas más notables y así fue durante tres décadas y siempre pensando en la Orquesta de Señoritas que formó con sus mejores alumnas.

    Sus huérfanas, niñas abandonadas que habían nacido de algún amorío noble, eran secretamente entregadas al hospicio para que recibieran “al menos” una buena educación musical. Si bien a los 15 años debían abandonar la institución, a las de mayor talento se les daba ingreso a la Orquesta de Señoritas y se les permitía seguir viviendo allí de por vida, si es que no encontraban para ellas algún ricachón veneciano para casarlas, previo pago de una dote.

    Vivaldi era “el maestro del coro” -luego lo ascendieron a Director- y además de enseñarles a tocar varios instrumentos e impartirles canto y teoría musical, debía componer un oratorio o un concierto para cada presentación de la orquesta.
    La Orquesta de la Pietà llegó a contar con 60 miembros y algunas fueron de renombre, como Anna Bon, Vicenta da Ponte, Santa della Pietà, Agata della Pietà, etc.
    Se dice que Vivaldi tenía sus alumnas favoritas, como Anna Maria del Violino, para quien el cura barroco consiguió una habitación individual cuando el hospicio, que originalmente funcionaba en un hotel para cruzados, se trasladó a parte de la Iglesia de la Santa Maria della Pietà.
     


    Vivaldi y sus alumnas favoritas

    Vivaldi hizo la Orquesta tan famosa que aún tras su muerte siguió funcionando, hasta 1830.
    De pequeño, Jean-Jacques Rousseau el filósofo multitarget de la ilustración suiza, oyó de la fama de Vivaldi y su Orquesta de Señoritas, y viajó hasta Venecia a escucharlos.
    Tiempo después, Rousseau dejaría esas impresiones por escrito en Confesiones (1770):
    “Nada conozco tan voluptuoso, tan conmovedor como esta música; las maravillas del arte, el gusto exquisito de los cantos, la belleza de las voces, la exactitud de la ejecución, todo, en fin, en esos deliciosos conciertos concurre a producir una impresión que no es seguramente muy saludable, pero de la que no creo que haya corazón capaz de librarse”.

    Como sucede muchas veces, el polvo del olvido eclipsó la obra de Antonio Vivaldi, sin embargo su influencia sobre Johann Sebastian Bach, Gioacchino Rossini, Wolfgang Amadeus Mozart y Ludwig Van Beethoven fue enorme y, a su debido tiempo, los estudiosos de su obra lo volvieron a poner en el pedestal que siempre le correspondió por derecho propio.
     


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