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Tiene el coeficiente intelectual de Einstein

 


A los 4 meses de edad, Oscar Wringley ya podía escoger su indumentaria preferida, a los 9 meses comenzó a hablar y al año y medio logró memorizar el alfabeto.

A los 2 años, el niño ya domina varios miles de vocablos,cuando la mayoría de los niños de su edad apenas utilizan 50 palabras para expresarse, según su padre, Joe, de 29 años.

“El test de Stanford-Binet muestra que mi hijo tiene un coeficiente intelectual de hasta 160 y puede compararse con Einstein y Hawking. Desde que comenzó a hablar, ha hecho preguntas de vez en cuanto. Oscar es extraordinariamente extraño, aunque todos los padres creen que sus propios hijos son diferentes de los demás”, dijo Joe.

Los padres de Oscar Wrigley tienen un coeficiente intelectual común, pero su tío, hermano de su madre, Jonathan, también es un genio y a los 13 años ingresó en la universidad para cursar estudios de informática.

Oscar ya tiene página en Wikipedia y es ocio de Mensa International, la sociedad global de superinteligentes.

Oscar también muestra mucho interés por la música. Recientemente le ha interesado la música clásica. Él también puede explicar con qué instrumentos se interpreta las melodías que escucha. Sus padres están dispuestos a regalarle un saxofón para Navidad.

Un funcionario del Centro de Información para Niños Dotados Solihull, de Inglaterra, afimó que Oscar es el más inteligente de los niños que ha encontrado: el test de 45 minutos -denominado 'de Stanford-Binet', sólo puede medir IQ’s de hasta 160, pero Oscar superaría esa marca y necesitarán un nuevo test para medir su capacidad en el futuro-.

Oscar es el más joven miembro de Mensa, la sociedad mundial que solo admite a las personas con el coeficiente intelectual por encima de 160.

La organización admitió en 1995 a Ben Woods que tenía 2 años y 10 meses de edad.

Elise Tan Roberts, originaria de Edmonton, al Norte de Londres y de 2 años 5 meses y 14 día de edad, se incorporó a la organización con 158 de coeficiente intelectual.
 


Niños prodigios

Una de las más sorprendentes historias de niño prodigio es la de Jambar Darba, cuya familia pidió durante 5 años permiso para inmigrar de Etiopía a Israel, y ya en territorio hebreo fue instalada en un pequeño departamento en el centro de absorción de Kiryat Yam.

En Etiopía el padre del niño era campesino y su madre, ama de casa. Jambar, quien complementaba el ingreso familiar trabajando como pastor, esde los 3 años de edad se sentaba fuera del aula en la escuela de su aldea. A los 4 años de edad el director lo descubrió y sorprendido por sus aptitudes intelectuales lo recibió en la escuela como una excepción a la regla.

Poco después de llegar al país ya era capaz de leer, escribir y hablar hebreo de un modo fluido. Reconocido como prodigio, fue admitido para estudiar Medicina en la Academia para Niños Superdotados bajo los auspicios de la Escuela de Medicina del Tejnión y el Centro Médico Rambam en Haifa.

De acuerdo con el asesor académico del proyecto, profesor Avi Berman, del Tejnión, Jambar fue inscripto a los 10 años en el programa de Medicina Veterinaria de la Academia, pero él prefirió centrarse en medicina humana.
 


Lista de niños prodigios famosos

Matemáticas

  • Maria Gaetana Agnesi.
  • Paul Erdos.
  • Sophie Germain.
  • William Rowan Hamilton.
  • John von Neumann.
  • Blaise Pascal.
  • Regiomontanus (Johannes Müller).
  • Bernhard Riemann.
  • Norbert Wiener.
  • Stephen Wolfram.
  • Johann Carl Friedrich Gauss.
  • Terence Tao.
 


Literatura

  • Isaac Asimov.
  • Thomas Chatterton.
  • Samuel R. Delany.
  • Arthur Rimbaud.
  • Lope de Vega.
  • H.P. Lovecraft.
 


Músicos

  • Felix Mendelssohn Bartholdy.
  • Ferruccio Busoni.
  • Wolfgang Amadeus Mozart.
  • Frédéric Chopin.
  • Rudolf Serkin.
  • George Szell.
  • Georges Auric.
  • David Helfgott.
  • Claudio Arrau.
  • Niccolo Paganini.
  • Franz Liszt.
  • Ludwig Van Beethoven.
 


Ajedrez

  • José Capablanca.
  • Robert James Fischer.

 


Cuidado

Hay que tener mucho cuidado con estos temas. En marzo de 2002, el diario italiano La Repubblica publicó, con la firma de Vittorio Zuccon, lo siguiente:

En la foto, con el birrete, la toga y el diploma entre las manos, Justin parece un adulto muy pequeño, si no fuera porque lo traiciona la inconfundible sonrisa desdentada de un chico de su edad.

Exhibe el diploma que le otorgó la Cambridge Academy, con su nombre impreso en letra gótica, el mismo que Justin reproduce en su propio sitio de Internet.

"Bienvenidos a la casa del chico más inteligente del mundo", advierte el sitio. Para creerlo, basta con leer su currículum. A los 3 años, resolvía tests de inteligencia para adultos.

A los 5 había terminado la primaria, a los 6 ya tenía el diploma de la secundaria, a los 7 iba a la universidad. Hoy tiene 8 años y está encerrado en un neuropsiquiátrico.

Se golpea la cabeza contra la pared, intenta suicidarse y le implora a los médicos que, por favor, le devuelvan su gatito blanco, Jedi, que tiene el acceso prohibido al hospital.

No la llamemos una historia ejemplar de genialidad que deviene locura porque no lo es. La vida del "chico más inteligente del mundo" es la parábola obscena de muchas cosas -la ambición desesperada de una madre, la actitud cínica de los políticos y del periodismo, el oprobio de un sistema escolar que busca exaltar a los mejores en lugar de recuperar a los peores- que se entrelazan para destruir a un niño absolutamente normal. Porque la realidad es que Justin Chapman no es ningún genio.

La suya es, en cambio, la historia de un fraude llevado a cabo por una madre que aprovechó las grietas del sistema educativo norteamericano, obsesionado por los números y por la producción.

Las primeras noticias del "superchico" llegaron a los diarios a fines de los años 90, cuando Elizabeth Chapman, una madre soltera, advirtió a varios institutos que se dedican a la educación de los pequeños genios que su hijo había obtenido los resultados máximos en varios tests oficiales de inteligencia para adultos. El chico tenía 3 años.

Siempre ávidos de "golpes publicitarios", los institutos le enviaron varios formularios y los resultados que obtuvieron a vuelta de correo fueron sensacionales.

Decir que Justin era el primero de la clase habría sido igual que decir que Einstein era bueno para las matemáticas. No se equivocaba nunca, resolvía todo, obtenía el récord de puntajes para todas las edades.

Cuando sus pares empezaban la primaria, él ya la terminaba y se inscribía en una secundaria por correspondencia (la Cambridge Academy) vía Internet.

A los 6 años recibió el diploma. Inmediatamente después, la madre hizo que le enviaran los papeles para el SAT, el test de admisión a la universidad. A los 7 años, Justin obtuvo el máximo puntaje (1600 puntos) y la industria de los diplomas se lo otorgó.

Se inscribió entonces en la respetable Universidad de Rochester, en el estado de Nueva York. Allí se lo veía en las aulas, sin dientes, entre alumnos de veinte años. Elizabeth, la madre, le construyó un sitio web.

Su fama empezó a propagarse. Recibió fondos de institutos y centros que promueven la educación de los "pequeños genios". Los políticos de todos los colores se dejaban ver con él.

Lo recibió el gobernador republicano de Nueva York, George Pataki. Lo felicitaron Mario Cuomo y Rudy Giuliani, ambos ex alcaldes de la ciudad. También Hillary Clinton, senadora demócrata del estado, que corrió a su encuentro y no se limitó a la foto, sino que dijo haber discutido con él "los problemas de la educación para los chicos de inteligencia superior" en el transcurso de una cumbre grotesca entre una señora de 55 años y un chico de 7.

Congresos y asociaciones se disputaban al pequeño Einstein para sus propias conferencias: sólo en 2001 participó en 13 -remuneradas, naturalmente-. Pero cuando habló en la Universidad de Denver, algunos docentes empezaron a sospechar:

"A mí me pareció un chico normal de 7 años, desenvuelto pero normal", dijo una profesora de psicología infantil que había asistido a la conferencia para escucharlo. Y en la universidad, en la confrontación real con estudiantes y profesores de verdad, comenzaron los problemas.

Después de las primeras clases, Justin se desmoronó. Se escondía debajo de los bancos. Estallaba en llantos y gritos. Se golpeaba la cabeza contra la pared y los escritorios. Se negaba a comer.

Vomitaba en clase. Lo visitó un psiquiatra y el veredicto fue tremendo: Justin es un chico trastornado, aterrorizado, casi psicótico. Intervinieron las autoridades públicas y el diagnóstico fue aún más terrible: si no lo alejan pronto de su madre, Justin se volverá clínicamente loco… si es que todavía es recuperable.

Todos los analistas concuerdan: el pequeño sabio que dialogaba con funcionarios públicos y senadoras famosas es un chico absolutamente normal, incluso emotiva e intelectualmente atrasado.

A la madre le quitaron la tenencia del chico, que quedó a cargo del tribunal. ¿Y todos esos tests, esos resultados sensacionales, esos diplomas? Puras mentiras. La madre había hecho los exámenes por él, aprovechándose del anonimato que confiere Internet y de la crédula deshonestidad de las escuelas.

Cuando las pruebas empezaban a resultarle muy difíciles, se transformó en una embaucadora cibernética. Había enviado por computadora los tests hechos por los alumnos más brillantes del país, los había reproducido con escáners, los había manipulado con programas especiales, atribuyéndolos a su pequeño Justin.

Habían sonado centenares de señales de alarma, pero la necesidad de creer en el pequeño genio, el culto norteamericano de la "excepcionalidad", habían sido más fuertes que la prudencia.

Naturalmente, ahora la madre dice lo que decimos todos los padres, que "lo hizo por él", para darle a ese hijo único e "ilegítimo", como todavía se sigue diciendo, "la posibilidad de abrirse camino en la vida". Y, a decir verdad, el pobre Justin hizo camino: de Nueva York a Denver, de la universidad a una clínica psiquiátrica para menores.

Ya intentó suicidarse tomándose un frasco entero de analgésicos. Se golpea la cabeza contra las paredes y pide, llorando, que le dejen ver a su gatito blanco. Y que le lleven su manta azul de Harry Potter. El gato tiene el acceso vedado pero, al parecer, el pobre Justin ya pudo recuperar su manta.  


Crédito:

  • Publicado en el Sitio Urgente24.com. (15/10/09)
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