Comodoro Rivadavia - Chubut Argentina
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Los dueños de la cumbre

 


Los Benegas con parte de su equipo de escalar. Ahora están en el Everest, una montaña que Willie ya ascendió 10 veces Foto: LA NACION   /  Graciela Calabrese.

La primera regla era simple y fácil de recordar: no hay que caerse.

Los hermanos Benegas tendrían unos catorce o quince años cuando se les ocurrió que esas palabras expresaban una verdad absoluta, aunque también cabía la posibilidad de que no fuese más que una ocurrencia de adolescentes, algo dicho al pasar. Con el tiempo, sin embargo, comprobaron que la primera regla fue lo que les permitió seguir vivos hasta el día de hoy.

Damián y Guillermo vivían por entonces en la península Valdés, eran mellizos y tan parecidos que su presencia invitaba a la confusión, aun en el ámbito familiar. Para evitar corregir todo el tiempo a los demás, se acostumbraron a responder como si fueran el otro. Así, lo que empezó como una broma, un juego de identidades cambiadas, fue fortaleciendo el vínculo entre ellos a tal punto que un gesto o una palabra equivalían a mil expresiones.

Por supuesto, la desolada costa patagónica era poco alentadora para dos muchachos criados con los códigos del campo, curiosos, algo salvajes, que soñaban y hablaban en voz alta acerca de conquistar cumbres nevadas que nunca habían visto.

Como en 500 kilómetros a la redonda no había una sola montaña, empezaron a practicar alpinismo en una chimenea exterior de piedra. La chimenea estaba en Puerto Madryn, en la casa de una novia que tenía Willie, que es como todo el mundo llamaba desde chico a Guillermo.

Después fueron las paredes rocosas del dique Ameghino, en el valle inferior del río Chubut, y las modestas elevaciones de un lugar llamado Bardas del Indio.

El problema de la falta de pistas de nieve lo resolvieron de otra manera: fabricaron sus propios esquíes de madera y se pusieron a practicar en la arena. Las montañas en serio las conocieron más tarde, en El Bolsón.

Describir los comienzos de los Benegas en el Sur es un poco como hablar del garaje de Bill Gates. Resulta difícil asociar el antes y el después en cada historia.

A los 41años, los hermanos ya son parte de la elite mundial de guías de alta montaña y han coronado muchas de las cimas más célebres del alpinismo, incluyendo varios de los difíciles "ochomiles" del Himalaya.

Willie estuvo nueve veces en la cima del Everest, con el agregado de que hizo dos veces cumbre en una misma temporada. Damián ascendió seis de las siete cumbres más altas de los siete continentes. El Aconcagua lo escalaron unas sesenta veces, aunque ninguno está seguro del número exacto porque un buen día, sencillamente, dejaron de contar.

Ascender la misma ruta más de una vez tiene, por lo general, una única explicación, y es económica: la necesidad de guiar otra expedición, otro cliente, a la cumbre. Podría decirse que son las reglas de mercado en la montaña. En lo personal, sin embargo, los Benegas coinciden con aquello de que toda repetición es una ofensa, y sienten un goce mayor cuando avanzan sobre el hielo sin huellas, el paisaje virgen y, de ser posible, sin oír otras voces que las de los compañeros de cordada.

El empeño que ponen en explorar se refleja en las nuevas vías de ascenso que abrieron en las montañas de media docena de países. También, en el hecho de que pasan horas enteras ante la pantalla estudiando los mapas en tres dimensiones de Google Earth para embarcarse, como dicen ellos, "en algo que nadie haya hecho".

En la primavera de 2003, los dos fueron noticia en el mundo del alpinismo al ser los primeros en escalar la cara norte del Nuptse, una temible montaña de Nepal, de 7800 metros, ubicada en las proximidades del Everest. No sólo abrieron la nueva ruta, sino que la bautizaron con un nombre que convoca, a la vez, a la imaginación y a la pesadilla: "La serpiente de cristal". En la lista de conquistas figuran los montes Cho Oyu, Kenia, Erebrus, Nuptse, Oshapalca, Wyoming, Vinson, Thalay Sagar, Atensoraju y otras cumbres tan difíciles de pronunciar como de ubicar en un atlas.

El Parque Nacional Yosemite, en California, es uno de los escenarios en los que Damián y Willie pasan varios meses al año y en el que consolidaron su reputación de alpinistas intrépidos y decididos a asumir riesgos calculados.

"La primera vez fue bastante duro -recuerda Damián-: no nos conocía nadie y nos ganábamos la vida trabajando en barcos pesqueros o en oficios parecidos para poder después ir a escalar. Hicimos algunas temporadas pescando en el mar de Bering, que era un infierno, hasta que conseguimos un empleo mejor a bordo de remolcadores que operan en la bahía de San Francisco. Fue un gran cambio, porque cumplíamos turnos corridos de cuatro días y teníamos otros cuatro días libres, de modo que nos íbamos todas las semanas a practicar a Yosemite, que estaba a tres horas de auto."

Al verlos escalar El Capitán, la montaña símbolo del parque, los guías locales sintieron curiosidad por "esos tipos que hablan con acento extranjero y suben tan rápido". Cuando comprobaron lo que los recién llegados eran capaces de hacer en la roca, la química funcionó: los Benegas fueron contratados temporada tras temporada y subieron unas 85 veces a El Capitán por todas las vías imaginables. Los apodaron "Rob Guns", que se puede traducir como el que se atreve o el que dispara su arma primero. Algo más: ya podían vivir de la montaña.

Damián y Willie adhieren a una curiosa teoría de la buena suerte que escucharon por primera vez, posiblemente, en la región del Himalaya. La teoría, en lo esencial, sostiene que cada persona dispone de una cantidad limitada de suerte, que disminuye con el paso del tiempo, dependiendo de sus acciones y de la vida que haga. Fue así como, en montañas y en años diferentes, cada hermano creyó que su cuota de suerte se había acabado para siempre.

El primero fue Damián, quien sufrió una caída casi mortal en 1993 mientras escalaba en el estado de Washington. Los médicos comprobaron que tenía los ligamentos rotos, un tobillo desgarrado y la pierna inutilizada. Pasó por varias cirugías y tuvieron que reconstruirle el tendón de Aquiles antes de que pudiera volver a caminar y a cargar la mochila.

El día negro de Willie fue el 9 de agosto de 2009. Escalaba una de las paredes de Mount Torment, en el norte de los Estados Unidos, y estaba sujeto por una cuerda a Craig Luebben, un conocido alpinista y escritor norteamericano. Craig estaba unos metros más arriba en el momento en que Willie oyó el golpe. El instinto, así lo llama él, hizo que se apretara con más fuerza a la roca. Vio caer primero un enorme bloque de hielo, del tamaño de un auto, que lo golpeó con fuerza, pero no la suficiente como para arrancarlo de la montaña. Luego fue el cuerpo de Craig el que pasó a su lado y quedó colgando en el vacío, unos quince metros más abajo, sujeto por la cuerda.

Cuando Willie llegó a su lado Craig todavía estaba consciente. Le habló para animarlo y para que no se durmiera. Después, a pesar de que él también estaba herido y con traumatismos, lo cargó como pudo hasta la protección de una cornisa y llamó con su celular al 911 para que enviaran una patrulla. El mal tiempo demoró el rescate y Craig murió seis horas después. Willie pudo ser rescatado de la montaña en helicóptero.

Pese a que no pudieron cumplir a rajatabla con la primera regla que se habían impuesto en Puerto Madryn, los hermanos jamás pensaron en dedicarse a otra cosa. Son como los marinos que soportan las peores tormentas en alta mar pero que se marean en cuanto pisan tierra firme. Los agobian la vida urbana, las multitudes y la hoja de ruta que impone el reloj. Aceptaron ver el último Boca-Racing, por ejemplo, porque los invitó un amigo y estaban de paso, pero en la mitad del primer tiempo ya se habían arrepentido.

Los dos hablan con respeto del bisabuelo Tiburcio Benegas, que fue senador, gobernador de Mendoza y uno de los grandes pioneros de la vitivinicultura argentina. Rescatan, sobre todo, su carácter independiente, innovador y el hecho de que aceptara los riesgos con naturalidad, como parte de la vida misma.

"El miedo es útil -afirma Willie-, porque te mantiene alerta y, en la mayoría de los casos, también vivo." Damián reconoce que para él no hay mayor sensación de plenitud que la que provoca la altura: "Mis motores -dice- se encienden a partir de los cinco mil metros".

Para alejar los peligros confían más en el buen juicio y en la experiencia que en las cábalas. Willie, por ejemplo, se pone siempre la camiseta de la Selección argentina, con el 10 y el nombre de Maradona bien visible, cada vez que se interna en regiones políticamente inestables de Paquistán, dominadas por clanes tribales, en las que es muy fuerte el apoyo a los talibanes. "Ponerse la camiseta allí es como exhibir un pasaporte amistoso -explica-, y la razón es que ante la mirada de los otros se diluye mi condición de occidental."

Cuando este texto llegue al lector, Damián y Willie estarán escalando nuevamente el Everest, esta vez como guías de Leonardo McLean, el segundo argentino que intenta completar el Seven Summits, el circuito de las cumbres más altas de cada continente.

Si tienen éxito, como el año pasado, cuando guiaron a la cima a Mercedes Sahores, la primera argentina en llegar a lo más alto del Everest, tendrán su cuarto de hora en los medios. Será una excepción. Las hazañas en las alturas ocurren siempre en soledad o con testigos privilegiados que se cuentan con los dedos de la mano. Salvo cuando todo termina en tragedia.

Antes de partir para el Himalaya, los Benegas vivieron sesenta días de gloria.

En diciembre, Willie hizo cumbre en el monte Vinson, el más alto de la Antártida, y en enero alcanzó en dos oportunidades la cumbre en el Aconcagua; la segunda vez, en solitario, sin apoyo externo, en un ascenso y descenso rápido de 32 horas que es el nuevo récord para la montaña. Damián acompañó a su hermano en el primer ascenso al Aconcagua y después se marcharon juntos al Sur, a batir otra marca. En sólo tres días escalaron y descendieron la pared de 2800 metros del Fitz Roy, considerada de dificultad extrema y una de las más difíciles del mundo por sus enormes extensiones de lajas casi verticales y los vientos huracanados.

Después se fueron al Everest, a desafiar a la gran ballena blanca del alpinismo.
 


Camino al Everest

Este blog es todo un desafío. Willie Benegas, Leonardo MacLean y Damián Benegas ofrecerán relatos, fotos y videos acerca de cómo se vive y qué se padece en el ascenso al Everest, la montaña más alta del mundo. Los tres andinistas disponen de este espacio ( http://blogs.lanacion.com.ar/everest ). Y si sólo respirar a más de 7000 metros de altura es una odisea, imagínense simplemente filmar o sacar una foto...

Para relatar la experiencia, el equipo de andinistas cuenta con tres teléfonos satelitales (Thuraya e Iridium), dos centrales de transmisión de datos (BGAN, Explorer) y tres computadoras portátiles (Macintosh) de última generación.  


Créditos:

  • Por Héctor D´Amico. Publicado en el Diario La Nación (18/04/10)
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