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Hedy Lamarr: la bellísima actriz que escapó de un matrimonio nazi y se convirtió en inventora, espía y precursora del wifi
 


Hedy Lamarr nombre artístico de Hedwig Eva Maria Kiesler.

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  • Hacia el final de 1939, los U–Boote (submarinos alemanes) habían hundido más de 500 naves aliadas entre cargueros y de combate. Empezaban a ser una leyenda negra del mar. Los llamaban "los asesinos silenciosos de Hitler", "la manada invisible de lobos grises", y no era para menos: casi cuatro millones de toneladas de material, a un precio colosal en moneda, eran chatarra entre los peces...
    Pero no mucho después del ataque japonés a Pearl Harbor –7 de diciembre de 1941– y la entrada de los Estados Unidos en la guerra, los lobos empezaron a errar sus dentelladas.
    Sus torpedos, antes con precisión de relojería, pasaban lejos de sus blancos, como si un defensor también invisible guiara su fracaso. Algo inexplicable...

    Mucho antes, el 9 de noviembre de 1914, en Viena, nacía una niña: Hedwig Eva Maria Kiesler, hija de un matrimonio judío de la alta burguesía. Padre banquero, madre pianista..., y la pequeña, además de rasgos que anticipaban una belleza superlativa, una precoz superdotada.
    A sus 16 años empezó a estudiar ingeniería, pero abandonó los libros por el escenario antes de cumplir los 20, se mudó a Berlín y se inscribió en la escuela de actuación del director Max Reinhardt (nombre real: Maximilian Goldman), un mítico innovador de las puestas en escena.
    Luego de actuar en tres films olvidables, Hedwing, ya de una belleza apabullante, tuvo su Día D. Su asombrosa vuelta de tuerca.

    En el film checo Éxtasis, 1933, dirigido por Gustav Machaty, rompe dos convenciones de hierro: desnudo total al borde de un lago y corriendo por un bosque, y orgasmo fingido. La primera de la historia del cine comercial en dar ese paso gigante...
    Luego de verla en esas escenas, Friedrich Mandl, magnate austríaco, fabricante de armas, nazi desde los primeros y delirantes discursos de Hitler, y después de la derrota refugiado en la Argentina y asesor de Juan Perón..., enloquece ante su belleza y se casa con ella de la peor manera: matrimonio de conveniencia y contra su voluntad pactado entre el millonario y los padres Hedwig.
    Extraña combinación: judíos y un nazi. ¿Por qué? Porque los Kiesler, previendo la brutal tormenta de sangre y muerte que se avecinaba contra el pueblo judío, se secularizaron: pasaron de la esfera religiosa a la no religiosa. Conversión que les salvaría la vida...

    Friedrich, de familia católica por los cuatro costados, además de proveedor de municiones, aviones de combate y sistemas de guías de precisión de armas para Hitler y Mussolini, era un tirano que esclavizó Hedwig desde el primer día, enloquecido por los desnudos y el orgasmo del film en cuestión. Trató, sin éxito, de comprar todas las copias. Lo obligó a acompañarlo en tediosas comidas y viajes de negocios, y a vivir encerrada. Mucho después, ella revelaría en público:

    –Solo podía bañarme o desnudarme delante de él...
    Y, desde luego, no volver a pisar un set de filmación.
    Pero la astucia de Hedwig pudo más que las cadenas.

    Empezó una relación lésbica con una asistente, y mientras preparó un plan de fuga digno de un guión de cine. Una noche, ausente el tirano, puso un somnífero en el té de su asistente, se vistió con sus ropas, montó en bicicleta, llegó a la estación de tren, y tomó un expreso a París.
    ¡Libre!

    De París pasó a Londres, y allí conoció a Louis B. Mayer, uno de los zares de la MGM, que estaba a punto de tomar un barco hacia los Estados Unidos.
    Sin una libra en la cartera, vendió algunas joyas que rescató en su fuga y compró un pasaje en el mismo barco. Al llegar a destino, y acaso por medio de su belleza y su seducción, ya tenía un contrato de siete años, y un nuevo y definitivo nombre: Hedy Lamarr..., inspirado en la famosa actriz y guionista Barbara La Marr (Reatha Dale Watson), que fue amante de Mayer y murió en 1926, apenas a sus 30 años, de tuberculosis y abuso de cocaína.
    La carrera de Hedy no fue larga: treinta películas en dos décadas: 1938 a 1958. Directores importantes (King Vidor, Victor Fleming, Jean Negulesco, César B. DeMille), pero films mediocres. Sin embargo, más que suficientes para que, hasta hoy, figura entre las cinco más bellas de la historia del cine. Y según muchos, la máxima...

    Pero su gran rol –Paradoja: histórico y poco conocido– no pasaría por la pantalla. Inventora por vocación casi desde niña y alentada por sus estudios de ingeniería, durante sus años junto al nazi Mandl tomó notas acerca de armas, balística, sistemas de comunicación cifrados, nuevas tecnologías militares, intercepciones..., y como una espía amateur, en plena guerra, le entregó al gobierno de los Estados Unidos –ya era ciudadana americana– toda la información confidencial que poseía.

    Al mismo tiempo, descubrió que el éxito letal de los submarinos alemanes contra los buques aliados se debía a una secuencia mecánica y secreta que los guiaba, y acompañada por su amigo, el compositor de música George Antheil, creó a partir de dos tambores perforados y sincronizados (como las viejas pianolas automáticas), un sistema de salto de hasta 88 frecuencias para interferir los torpedos alemanes y construir otros teledirigidos por radio e imposibles de detectar.
    La invención fue aceptada y patentada bajo el número 2.292.387 a nombre de H.K. Markey (Hedwing Kiesler, y Markey por su segundo marido en ese momento), y George Antheil.
    Si la patente hubiera llevado el nombre "Hedy Lamarr", el reconocimiento habría sido mayor...
    Recién en 1957, la empresa Sylvania Electronics pasó ese sistema de mecánico a electrónico.

    Se usó por primera vez (oficialmente) en 1962: la crisis de los misiles soviéticos en Cuba. Misión: control remoto de boyas marinas rastreadoras. Más tarde, en la guerra de Vietnam, y en el Milstar (sistema norteamericano de defensa por satélite. Y desde 1980 en adelante, con la irrupción masiva de la tecnología digital, el invento de Hedy Lamarr de conmutación de frecuencias,¡le abrió las puertas a las redes inalámbricas! WI–FI, Bluetooth, ZigBee, etcétera.

    Según Hedy, "la marina norteamericana rechazó mi invento. Sus altos jefes me dijeron 'Eso déjelo para nosotros. Usted aproveche su belleza para vender bonos de guerra'. ¡Qué estúpidos! Por eso siempre preferí al ejército. Pero más tarde, cuando venció la patente, la misma marina se apropió del invento. Después de vencida, yo tenía seis meses para reclamar y renovarla... ¡pero no lo sabía!".
    Sin embargo, su nombre figura –para siempre– en el Salón Nacional de la Fama de Inventores.

    Entre 1933 y 1965 tuvo seis maridos.
    En sus últimos años cayó en el abismo de la droga y en una desesperada cabalgata de cirugías estéticas que borraron los últimos rastros de su belleza celestial, como la definió un crítico.
    Murió el 19 de enero del 2000 en Altamonte Springs, Florida.
    Tenía 85 años.
    Su único hijo llevó sus cenizas al cementerio vienés de Zentralfriedhof.
    La vuelta a casa.

     


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