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Juan Martín Maldacena
 


Juan Martín Maldacena.

"Estoy feliz de informarle que el presidente y el concejo de nuestra Academia decidieron por unanimidad otorgarle la Medalla Pío XI correspondiente al año 2002 en reconocimiento a la sobresaliente investigación que desarrolla en su campo.

En nombre de todos los académicos y de la Cancillería deseo hacerle llegar nuestras más calurosas felicitaciones por haber sido elegido entre los muchos candidatos propuestos."

Estas líneas fueron enviadas desde el Vaticano y tenían como destinatario nada más y nada menos que a un investigador argentino: Juan Martín Maldacena, que este domingo recibirá la prestigiosa distinción otorgada por la Pontificia Academia de Ciencias a científicos sobresalientes de menos de 45 años.

La medalla, que fue instituida en 1961 por el Papa Juan XXIII y se otorga sólo una vez cada dos años, es un privilegio para elegidos.

En 1975 la recibió el célebre Stephen Hawking. En 1988 fue para el matemático argentino Luis Caffarelli, que actualmente investiga en la Universidad de Utah. En esta oportunidad la recibe también Stanislas Dehaene, investigador del Institut National de la Santé francés que estudia la neuropsicología del lenguaje y el procesamiento de los números en el cerebro.

Pero cuando escucha las felicitaciones, del otro lado del teléfono ubicado en Princeton, donde ahora vive y trabaja, Maldacena responde con absoluta sencillez: "Sí, la recibiré este domingo en Roma", responde, dando a entender que prefiere la eternidad del cosmos a la brevedad de los honores terrenales.

El joven físico formado en el Instituto Balseiro, que sorprendió a la comunidad científica internacional al iluminar uno de los más persistentes misterios del universo, que hace dos años se convertía en el profesor más joven de Harvard y recibía la beca de los genios Mc Arthur, y cuya fotografía recorrió las páginas de The New York Times, Time y Newsweek (esta última lo consideró no hace mucho uno de los veinte latinos para seguir de cerca), se entusiasma cuando se refiere a su tema de estudio: la teoría del todo , una única hipótesis capaz de describir todas las fuerzas de la naturaleza que se convirtió en las últimas décadas en el cáliz sagrado de la física.

Hace aproximadamente un año, Maldacena dejó Harvard para incorporarse al Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, donde había realizado su doctorado. "Aquí no tenemos alumnos, sólo algunos posdoctorados -cuenta-, de modo que no tengo que dar clases y puedo dedicarme por completo a la investigación."

El Instituto reúne habitualmente un conjunto escogido de talentos del arte y de la ciencia, y le imprime su sello a la coqueta ciudad que queda a dos horas de Nueva York. "Una vez, alguien que estaba dando una charla de cosmología dijo que Princeton debe ser uno de los pocos lugares donde hay más astrónomos que astrólogos", bromea.  


Cuerdas cósmicas

Con la misma familiaridad se refiere a sus investigaciones en torno de un problema que derrotó al mismísimo Einstein: cómo entretejer la teoría de la relatividad, que describe el universo en gran escala, con la mecánica cuántica, que hace lo propio con el mundo subatómico.

"Sigo investigando lo que se llama la gravedad cuántica y la teoría de cuerdas -explica-, una hipótesis en construcción que, en ciertas situaciones, permite describir la mecánica cuántica junto con la gravedad de forma consistente.

En ella, las excitaciones del espacio-tiempo no son partículas puntuales, sino objetos bidimensionales, por eso se llaman cuerdas."

Según el investigador, básicamente las teorías se dividen en dos: por un lado, está la teoría de la gravedad general, que describe el espacio-tiempo, cómo se expande el universo, cómo se forman los cuerpos y producen la gravedad. "Nos sirve para describir por qué la Tierra nos atrae, cómo se mueven los planetas y las galaxias, cómo se va expandiendo el universo. Y funciona muy bien", asegura.

Para el mundo microscópico se aplican otras teorías, las cuánticas. "Ambas describen bien el universo ahora -prosigue-, pero si uno va hacia atrás en el tiempo, en los principios del Big Bang, por ejemplo, cuando la materia estaba muy concentrada en una pequeña región del espacio, la gravedad también empezaba a actuar a distancias microscópicas.

Nuestra comprensión actual de la naturaleza no describe todas las situaciones imaginables que han ocurrido durante la historia del universo, sólo algunas. Entonces, la idea es encontrar una teoría que pueda describir todo."

Hay quienes encaran este desafío como una búsqueda de belleza, de simplicidad. Para Maldacena, se trata de un obstinado deseo de consistencia: "Las teorías que tenemos ahora no concuerdan entre sí. Las aplicamos a regiones distintas.

Cuando hacemos un experimento microscópico, la gravedad no es muy importante; cuando hacemos un experimento a distancia, es la mecánica cuántica la que no importa mucho. Pero por ahora la teoría de cuerdas no tiene comprobación experimental. Estamos estudiando las propiedades y hasta qué punto se pueden definir."

Y finalmente agrega: "En cierto sentido, es una especie de física matemática. La naturaleza es ciertamente consistente, por lo tanto debe haber una teoría de la gravedad que es consistente con la cuántica. No sabemos si es ésta, pero es la que conocemos mejor, y otros intentos no parecen funcionar."

 


Autor:

Por Nora Bär para Diario La Nación (07/11/02)
 



 
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