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Enrique Piñeyro y su compromiso social: “Estamos haciendo el trabajo que los Estados no hacen”
 


"El nivel de corrupción y el nivel de mediocridad que está hoy en los puestos de poder en Argentina es devastador", dice el piloto. (Fernando Calzada).

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  • Sábado lluvioso, al mediodía, en la terminal de vuelos privados de Ezeiza. En la pista, espera un gigantesco Boeing 787 que perteneció a la compañía Aeroméxico y hoy es propiedad de la ONG Solidaire. A bordo de la aeronave, está su piloto y propietario: Enrique Piñeyro.
    Multifacético y emprendedor, incursionó en el cine, la actuación y la cocina, pero su mayor pasión, esa que abrazó desde la infancia, son los aviones. No sabe explicar por qué:
    “Yo no hice nada. Vine cableado así. Debe ser alguna trisonomía de un par genético. Porque ni siquiera tenía familiares que volaran”.
    Él estaba predestinado a ser piloto: su casa, en Vicente López, estaba ubicada debajo del localizador del Aeroparque “Jorge Newbery”. “De chico –recuerda– podía estar horas en la terraza de Ezeiza mirando aviones. Podía diferenciar un 707 de un DC-8. Era una pasión descontrolada, armaba avioncitos, jugaba con avioncitos”, confiesa.

    De todos modos, a la hora de elegir una carrera universitaria, optó por Medicina. Fue luego de un viaje al norte del país, en el que palpó la dura realidad de las comunidades wichis. Sin embargo, nunca pudo abandonar su locura por los aviones. Y en un viaje que hizo con un grupo de compañeros a Uruguay, cuando cursaba el cuarto año de la facultad, se canceló el vuelo de regreso de Montevideo a Buenos Aires.
    “Le pregunté al comandante si, al día siguiente, podía viajar en la cabina del avión. A la mañana, al momento de embarcar, se lo recordé y me dejó hacer todo el vuelo en la cabina”, recuerda y agrega que ese fue el momento en el que hizo un clic en su vida: “Me bajé del avión y me fui a Don Torcuato a empezar el curso de piloto. Tenía muy claro que quería entrar en una aerolínea y volar un jet. Desde ese momento, no paré nunca más”.

    En realidad, Piñeyro tuvo que parar: fue un impasse obligado de casi... veinte años sin poder hacer lo que más le gusta: volar. Fue después de su renuncia a LAPA y luego de haber denunciado los desmanejos de esa aerolínea en su film Whisky, Romeo, Zulú, estrenado en 2004, y la corrupción en el manejo del transporte aerocomercial, con Fuerza Aérea Sociedad Anónima, en 2006.
    Reconoce que fue muy un proceso muy duro porque significó renunciar a su carrera. “Yo sabía que no estaba dispuesto a mantener mi puesto a costa de participar de una línea aérea como LAPA. Era obvio que iba a matar gente por las condiciones en las que estaban volando los aviones”, resume.
    Sobre la posibilidad de revalidar sus credenciales en el exterior, asegura que no lo hizo porque no se quería ir del país. “La verdad es que extrañaba un montón. No puedo creer estar nuevamente volando”, admite.
     


    Solidaire: volar y ayudar

    -¿Cómo surgió la idea de fundar Solidaire?
    -Me cayó la ficha cuando viajé a Somalía a filmar un documental, dirigido por Juan Pablo Domenech. Es un país peligrosísimo. Hay que salir a la calle con chaleco antibala y casco, en blindados del ejército ugandés y de Naciones Unidas, atravesar distintos check-points y no detenerse más de diez minutos en ningún lugar.
    Al llegar a Mogadiscio, la capital, el Boeing 737 en el que viajábamos prácticamente se “planchó” sobre el mar para aterrizar. Era para evitar que nos dispararan con un cohete espaldero. Sin embargo, cuando tuvimos que despegar para ir al campo de refugiados de Dadaab, en Kenia, el Fokker 27 despegó y rápidamente se veía Mogadiscio abajo. Nos podían haber bajado de un hondazo. No tenía sentido. Fui a hablar con una persona de la ONU y me contestó que cada compañía tenía sus procedimientos.
    Me di cuenta de que la logística de las ONG que trabajan con emergencias humanitarias está librada a la buena de Dios. Lo que había que hacer, entonces, era crear era una ONG que trabajara con pilotos profesionales con criterios de línea aérea, con criterios para operaciones de riesgo, análisis, contramedidas, plan B, plan C, plan D, plan E.... Nosotros, en Solidaire, operamos con los estándares más seguros. Es un lujo poder hacer estos vuelos humanitarios en un avión como este y con una tripulación profesional como la que tenemos. Son expilotos de Emirates, de Norwegian y de KLM.

    -¿Trabajan para la ONU?
    -No. De hecho, no hemos tenido relación con Naciones Unidas. Cuando el Programa Mundial de Alimentos pidió en cámara a la BBC el envío de alimentos a Madagascar, conseguimos 40 toneladas. Estábamos listos para llevarlos y el presidente del país no nos autorizó a aterrizar porque, teóricamente, el avión contaminaba. El mismo tipo que deforestó medio país, que sufría una hambruna tremenda.
    Al final, terminamos en Mozambique, adonde llevamos los alimentos a la población desplazada. En el pico de la pandemia, llevamos 24 toneladas de equipo médico a la India: respiradores, tubos de oxígeno, concentradores de oxígeno, entre otros insumos.

    -¿Cómo fue la experiencia del vuelo con los refugiados desde Níger?
    -Fue muy fuerte. En ese viaje, pude escuchar historias de personas, como la de un muchacho de 25 años que parecía de 40. Es gente reducida a esclavitud, sometida a tortura y persecuciones. Lo que pasa es que esa es una ruta que concentra todo el cuerno de África y todo el centro del continente, y desemboca ahí. Y Dios los libre y guarde si llegan a Libia, por lo que les puede pasar. También estamos viendo lo que sucede en Yemen. En el mundo, hay 15 o 16 focos de inmigración marítima por militarización de fronteras y ni siquiera es el Mediterráneo el peor de estos focos.
     


    Los mares, peligrosos y depredados

    Paralelamente a los vuelos de ayuda humanitaria, a fines del año pasado Piñeyro donó a la ONG catalana Open Arms una embarcación con 66 metros de eslora, que puede acoger a más de 300 personas.
    “El mar es una especie de gigantesca alfombra, donde hay desde trabajo esclavo hasta pesca ilegal. En aguas internacionales, donde nadie se mete, hay buques factorías en los que solo sabe Dios lo que está pasando”, advierte.
    Respecto de la actitud de los gobiernos europeos con los migrantes que atraviesan el Mediterráneo, no solo observa “desinterés”, sino que, desde su punto de vista, hay “abierta hostilidad”. Cita el caso de Matteo Salvini, exministro del Interior italiano y líder de La Lega –partido de extrema derecha–, quien enfrenta un proceso judicial por haber bloqueado ilegalmente, frente a la costa de Sicilia, un barco de Open Arms con 147 migrantes a bordo.

    -¿Por qué eligieron trabajar con Open Arms? ¿Cómo se acercaron a ellos?
    -Yo quería trabajar con ellos porque hacen una labor impresionante. En cuatro años, rescataron del mar una cantidad enorme de personas. Están haciendo el trabajo que los Estados no hacen. Nosotros les brindamos apoyo aéreo y marítimo. Les compramos un barco y también vamos a volar para decirles dónde están las pateras con los migrantes, para que puedan llegar rápido. La mayor preocupación es que lleguen antes de la guardia costera libia. La colaboración con Open Arms y con su fundador, Oscar Camps, es muy cerrada.

    -Han hecho también otras actividades de monitoreo de los mares...
    -Sí. Nos preocupa la pesca clandestina, que es un desastre mundial. Por un lado, están depredando y generando un desastre ecológico tremendo. Como les importa el langostino, descartan la merluza negra, que es un pez de profundidad y a la superficie llega muerto. Entonces, vienen las aves alimentarse y, a la vez, empiezan a depredar los huevos de las pingüineras en la costa.
    También empiezan a contaminar aeropuertos: el ave grande marina es un peligro para los aviones cuando se mete en el motor y, la realidad, es que no hay control. Por otro lado, la depredación de los mares lleva a la pérdida de trabajo y eso empieza a generar migración, que es marítima porque se da, a la vez, una militarización de las fronteras. Es una situación espantosa.

    -También documentaron, con su avión, la pesca clandestina en el mar Argentino. ¿Qué vieron ahí?
    -Lo que nosotros mostramos en la milla 200 es lo que el Estado debería estar haciendo todos los días. Había barcos pescando en la zona económica exclusiva. De unos 500 barcos, solamente 170 tenían el sistema de identificación automática AIS encendido. La zona más grande de apagado de AIS es en Argentina.
    Después de ese vuelo, empezaron a pasar algunas cosas. Se compraron algunos aviones y se empezó a cuestionar a un astillero que reparaba esos barcos pesqueros. También se hizo una protesta por el puerto de Montevideo [NDR: no exige a los buques extranjeros que atracan en él información sobre sus actividades en altamar]. Pero todavía tienen que pasar muchas cosas más.
     


    El estado argentino, corrupción y mediocridad

    -¿Cómo surgió la idea del Innocence Project, una ONG desde la que brindan asesoramiento legal a personas condenadas injustamente?
    -Innocence Project surgió después de que estrenamos el Rati horror show [NDR: el film que ventiló el caso de Fernando Cabrera, condenado injustamente y con pruebas fraguadas, a 30 años de prisión].
    Fue un éxito en todas las cárceles del país. Me pedían que fuera a proyectar la película y ahí me comentaban casos similares de condenas injustas. Yo no podía hacer una película por cada uno de ellos. Ahí me cayó la ficha del Innocence Project. Lo fuimos a ver a Justin Brooks, que es el fundador del Innocence Project en la Universidad de West California. Hoy, para nosotros, Justin es como un hermano; nos apoyó muchísimo todo el tiempo.

    -¿Hay un patrón de corrupción generalizada en el Estado argentino?
    -El nivel de corrupción y el nivel de mediocridad que está hoy en los puestos de poder en Argentina es devastador. Corrupción y mediocridad hay en todos lados. El problema son los porcentajes. Acá es abrumador.

    -¿Le gustaría preparar gente para entrar en gestión pública?
    -Sí, me encantaría. Es que en Argentina no se estudia “gestión estatal”. Es una disciplina económica, administrativa y social compleja. Muchos países tienen escuelas donde se forman los cuadros que administran el Estado. Después, responden políticamente a la orientación que le dé el que ganó las elecciones. Pero no se puede poner, como sucede acá, a gente que no tiene la menor idea de cómo administrar una compañía del Estado, como AySA o Aerolíneas.

    -Siempre se da esta idea suya de no abandonar las causas y armar proyectos para darles seguimiento. ¿Por qué?
    -Si tengo recursos y quiero ayudar, en general no doy dinero. Armo proyectos y participo activamente de ellos. Después, cada proyecto empieza a tener su dinámica y tienen su gente a cargo. Pero yo sigo estando. No me desconecto.
     


    De la actuación a la gastronomía

    Enrique Piñeyro también cultiva otras pasiones: la actuación y la gastronomía. Por eso, sigue con su espectáculo unipersonal Volar es humano, aterrizar es divino. Este año, va a seguir su gira en España, primero en Murcia y después en Galicia.
    “Después veremos...”, dice. Y, por el lado culinario, el 15 de febrero reabre “Anchoíta”, su restaurante ubicado en Villa Crespo.

    -En su cuenta de Twitter, dice “fui cineasta”. ¿Por qué lo dice en pasado?
    -Yo ya dije lo que tenía que decir. Ya está. Creo que uno tiene una película para hacer en su vida. Las otras empiezan a ser opiniones que uno tiene sobre cosas. Y si hacés muchas más, ya es tu oficio. Así como a mí me encanta volar, a otras personas les gusta filmar; se emocionan y vibran con eso. A mí eso no me pasa. De hecho, me divierte más actuar que dirigir. Cuando sos actor, sos niño; es lo que hacías cuando tenías ocho años.

    -Otra actividad que lo apasiona es la cocina. ¿Cómo nació “Anchoíta”?
    -Siempre me gustó cocinar. La primera vez que vi un huevo frito transformarse por efecto del calor, no lo podía creer. Ahí quedé tildado. Lo que me gustó, al lanzar “Anchoíta”, fue la idea de poner en valor los productos locales. Por ejemplo, el pescado de río o los quesos argentinos. Nosotros abrimos una cava, con 120 tipos de quesos distintos de productores argentinos. También empezamos a hacer fiambres de bellota. Argentina tiene un potencial tremendo en su vitivinicultura, su agricultura y su ganadería. Es algo apasionante.

    -Usted dijo en una entrevista una frase: “No me interesan las carreras; me interesan los proyectos”. ¿Qué significa?
    -Nunca me embarqué en esta cosa acumulativa de la carrera. Me voy embarcando adonde el viento sople. Hoy mi foco está puesto en Solidaire, en Open Arms, en los vuelos, en el show y en la cocina.

    -¿Y dan los tiempos para hacer todo eso?
    -Sí. Tenés que saber armar equipos. La verdad es que tengo muy buenos equipos. Con un buen equipo, podés hacer lo que quieras. No hay límites.

     


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