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A New Kind of Science, (Una nueva clase de ciencia), un libro de más de 1.200 páginas que ha levantado un revuelo inusitado en el campo científico.

En la vida cotidiana no es demasiado común reflexionar sobre cómo entendemos la realidad, cómo la reconocemos y cómo actuamos en ella para luego ponernos en movimiento físico o mental.

Normalmente no se describe la realidad sino que simplemente se la reconoce desde una determinada manera. De la misma manera para la Ciencia es un tema bastante más complejo y enraizado -por ahora- el hecho de analizar el funcionamiento y el estado de las neuronas cerebrales en relación y en el momento en que se produce un fenómeno del que son responsables (un estado de ánimo, un movimiento, una frase) que observar, preguntar o escuchar a la persona a la que le pertenecen esas neuronas el propósito o la reflexión sobre su acción o discurso.

Pero de ser posible en términos máximos descubrir que cualquier sistema, hasta el más complejo -sea el ser humano o el mismísimo universo-, puede ser medido por la computación se pondría entre paréntesis todo lo que creemos para nosotros y el lugar central que nos otorgamos en el mundo.

Es decir que el ser humano sería un sistema más, sólo uno más, dentro de la gran variedad de sistemas que conforman el universo y equivalente a ellos.

Y esto es así porque todo lo que se considera hasta el momento como humano (es decir, atribuido a seres inteligentes), como la capacidad de reflexión y el reconocimiento de un propósito, sería puesto solamente en el extremo máximo en una serie de niveles de complejidad y ubicado dentro de la indeterminación cuántica en la que "lo único absoluto es la negación de lo absoluto".

Nada menos, pero tampoco nada más que eso. Y por eso todo lo que se considera hasta hoy taxativamente humano por definición se convertiría no sólo en parte de un fenómeno generalizado que pertenece a la base de todo -y por ello en un sistema equivalente a cualquier otro (como la lluvia, como una hormiga, como una estrella, como una simple roca)- sino también en algo que no se puede definir, por lo menos, a partir de ciertas variables deterministas.

Esta idea es la de Stephen Wolfram, creador del programa de software de cálculo Mathematica, considerado un innovador en la tecnología de software y la informática y autor del best-seller publicado en mayo de este año A New Kind of Science, (Una nueva clase de ciencia), un libro de más de 1.200 páginas que ha levantado un revuelo inusitado en el campo científico.

El creador de Mathemática pone de relieve en su libro que enterarse de todo esto significará un cambio cognitivo en el hombre y que, de hecho, ése cambio es el próximo paso lógico después de las anteriores revoluciones, cada una de las cuales demostró a la humanidad el error de caer una y otra vez en la idea de que "algo especial" existe en nuestra especie y en el lugar que ocupan en el universo. (Ver: "Heridas que no cierran")  


Los humanos, la sencillez del número uno

Desde el prólogo del libro, Wolfram ya elige sorprender: "Hace poco más de veinte años hice lo que entonces me pareció un pequeño descubrimiento: un experimento informático que realicé mostró una cosa que no esperaba.

Pero cuanto más investigo, más me doy cuenta de que lo que vi fue el comienzo de una fractura en los mismos cimientos de la ciencia existente, y la primera clave hacia un tipo de ciencia totalmente nuevo".

Su controvertida teoría es que todos los procesos producidos por el humano o por la naturaleza pueden verse como cálculos computacionales o son reducibles a algoritmos que calculen la interacción entre pequeños programas.

Y ya en el comienzo aclara que esto, en definitiva, es la continuación de algo que empezó hace tiempo: "Hace trescientos años la ciencia fue transformada por la dramática nueva idea de que reglas basadas en ecuaciones matemáticas podrían ser usadas para describir el mundo natural.

Mi propósito en este libro es iniciar otra transformación similar e introducir una nueva clase de ciencia basada en tipos de reglas mucho más generales, que pueden tomar cuerpo en la forma de simples programas de computación".

La computación se caracteriza por producir complejidad a partir de lo simple. Tal vez por ello, ha sido sustento de teorías desde infinitos ángulos para explicar todo tipo de causas y de comportamientos.

Según Wolfram el código de computación más sencillo puede revelar complejos patrones de la naturaleza. O dicho de otro modo un sistema cuya conducta parece simple, lo es. O al menos es tan simple como cualquier sistema computacional.

Esto es la manera en que este científico explica el Principio de Equivalencia Computacional, una nueva manera de observar cómo opera nuestro universo y una teoría que pone entre paréntesis muchos de los supuestos de los procesos científicos plagados de ecuaciones muy complejas acerca de los patrones de la naturaleza.  


La equivalencia computacional

El principio de la equivalencia computacional nos dice que reglas simples generan contra-intuitivos resultados complejos, es decir, que los sistemas complejos tienen un comportamiento que muchas veces parece contrario al sentido común.

Afirma también que una vez que un sistema llega a cierto grado de complejidad, ha llegado en verdad al máximo punto de complejidad, medido por la computación necesaria para emitir un resultado.

Los cálculos computacionales necesarios para producir comportamientos complejos son, en potencia, los mismos. Y por eso en determinado nivel de complejidad puede ocurrir que las reglas subyacentes no puedan ser estudiadas a partir del fenómeno.

Lo que se pone en entredicho entonces es que lo que se entiende como "inteligencia avanzada" no implica que versiones más simples de ella -que conviven en el universo- no tengan potencialidades, y esto es tanto para la materia viva como la inanimada.

Quiere decir que la complejidad de los sistemas se debe solamente a la gran cantidad de componentes simples que interaccionan simultáneamente.

Entonces, más allá de las diferentes estructuras subyacentes de los sistemas serían, sin embargo, fundamentalmente equivalentes (a nivel computacional).

De hecho ya existe un programa que producen el mismo resultado para los patrones de pigmentación en mariscos y la conducta de mercados financieros.

Teniendo en cuenta este principio de equivalencia computacional que nos dice que las herramientas computacionales son tan complicadas como el sistema a estudiar se concluye que, por obvias razones, hay límites a la misma ciencia, ya que muchas cuestiones son imposibles de responder, porque la única manera de descubrir las consecuencias de muchos procesos muy complejos es dejar, simplemente, que ocurran.

Esta nueva ciencia tiene en cuenta la propia irreductibilidad computacional, en la que las reglas subyacentes a un sistema no pueden predecir siempre el complejo comportamiento resultante.

Para muchos Wolfram resulta incomprensible; para otros, fascinante. Algunos dicen que delira. Pero sí es seguro que la incidencia de la llamada nueva ciencia podría ser enorme. Involucra la física, la biología, la matemática, la filosofía.

Así, por ejemplo, el eterno problema del libre albedrío abordado siempre desde las ciencias políticas, la filosofía y hasta desde la economía, puede enfocarse ahora desde esta perspectiva como producto de una complejidad resultante de reglas simples en el nivel básico, la que deriva luego en cálculos irreductibles y complejos que difícilmente puedan ser simplificados por lo que, finalmente, son consideradas "producto de la libre voluntad".

Por eso Wolfram puede ir mucho más allá de una teoría de autómatas y proponer una nueva base para todas las ciencias y, por lo mismo, vislumbra increíbles desarrollos tecnológicos ya que un programa de computación muy simple puede capturar muchos fenómenos, incluso lograr que las máquinas piensen como lo hacen los humanos.

Según el autor de Una Nueva Clase de Ciencia se necesita sólo que sus ideas sean entendidas y que sus seguidores generen un gigantesca reserva de sistemas relacionados a las computadoras para crear fenómenos idénticos a los encontrados en el mundo natural. Y que cuando estas dos cosas ocurran el peso de la evidencia convencerá que está en lo cierto y entonces los problemas más grandes serán resueltos.

Coherente con su abarcadora teoría este reconocido científico encuentra una excepción a la segunda ley de la termodinámica; hipotetiza sobre si los extraterrestres se comunican con nosotros mediante mensajes que no podemos percibir; explica el aparente azar de los mercados financieros; y, como si fuera poco, Wolfram estima que existe un "modelo final del universo", una sóla, única y simple ley (dice que probablemente lleve tres o cuatro renglones de programación en el lenguaje Mathematica) capaz de computar todo, todo lo que tocamos, olemos, escuchamos.

Por ahora hay mucho escepticismo. Es que cuesta mucho creer que este mundo realmente esté plagado de tanta inteligencia.  


"Heridas que no cierran"

El ser humano ya ha tenido varias heridas a su narcisismo según Freud -o varias suturas de una discontinuidad entre el hombre y otros sistemas, según Maszlish. La cultura occidental, en mayor medida, se esfuerza por intentar poner al hombre una y otra vez en un lugar aparte del resto de la naturaleza.

De hecho, se suele describir a la historia de la ciencia como un proceso por el cual el ser humano ha ido perdiendo poco a poco su lugar central: cuatrocientos años atrás con Copérnico y la revolución que lleva su nombre aprendimos que la Tierra en la que habitamos no era el centro del universo y que por ello era un sistema más, que no había una discontinuidad entre la tierra como centro y el resto de los astros. Ésa fue nuestra primer herida como seres humanos.

Hace ciento cincuenta años, con Darwin, descubrimos que éramos sólo otro producto más de la evolución biológica y que no había nada de especial o divino en nuestro origen como especies, por lo que el hombre no está separado del mundo viviente.

Ello produjo una "segunda herida narcisista" a nuestra especie. Al analizar la resistencia al psicoanálisis a principios del siglo XX Freud, decía que el psicoanálisis era resistido porque producía una nueva herida narcisista en la condición humana. La "tercera herida" o discontinuidad fue entonces, según Freud, el psicoanálisis ya que con el desarrollo del estudio del inconsciente se planteó la idea de que uno ni siquiera era dueño de su propia voluntad sino que había algo que era el inconsciente que estructuraba al "yo".

Finalmente se habla de la cibernética como la sutura de "la cuarta discontinuidad" que es la relación hombre-máquina. Esto es así porque las máquinas cibernéticas generan -a partir de establecerse en un dominio que antes era exclusivamente humano- una nueva herida narcisista.

Lo que afirma Stephen Wolfram en "A New Kind of Science" es que todo lo que pensamos, todo lo que existe en la mente, es una consecuencia computacional de una regla simple. Nos estamos enterando de que no existe diferencia, no hay discontinuidad (en lo computacional) entre una gota de lluvia, el vuelo de un pájaro, la suba de la bolsa y el ser humano.

¿Cómo no? Duele, claro.


El libro, llevado a la práctica

Wolfram Research desarrolló una aplicación complementaria al libro A New Kind of Science que se basa en los mismos programas que Stephen Wolfram utiliza en su libro.

Así la herramienta A New Kind of Science Explorer permite al lector experimentar los descubrimientos detallados en el libro a través de la computadora. Se pueden repetir los experimentos propuestos por Stephen Wolfram y crear, además, experimentos propios.

El programa incorpora aproximadamente 450 experimentos interactivos, organizados de acuerdo con el recorrido del libro, ofreciendo un sistema sencillo de referencias entre libro y experimentos.  


El autor

 

Créditos:
Por Laura Levy para 3puntos.com (28/11/02)

 



 
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