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El hombre que hizo del mar su filosofía de vida

 


Familia Durbas.

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  • El hombre de 1,70 y tatuaje de fragata en su brazo izquierdo sabe que el destino lo viene a buscar.
    Y como en los comienzos reúne a sus hijos -que de pequeños siempre estuvieron a su lado- para darles la última indicación: que sus restos descansen en el fondo del mar, donde Miguel Angel Durbas supo constituirse como uno de los pioneros del buceo de la región. Ya tiene 81 años.

    “Mi viejo pidió que lo cremen y que sus cenizas estén en un lado exacto, en el sur de las costas de la ciudad, donde era su sitio preferido para bucear. Incluso nos dijo que dejáramos la urna por si algún pulpo lo habitaba”, apunta Héctor “Gringo” Durbas, hijo de Miguel Angel y quíntuple campeón argentino en caza submarina además de ser el presidente del club Náutico YPF.

    Son los principios de 1930 y en Escalante -locación desaparecida y cercana al barrio Diadema Argentina- nace Miguel Angel Durbas, que con dos años de vida se establecerá en Buenos Aires por la delicada salud de su madre.
    El servicio militar en la Marina en 1953 y el barco de la Armada “Ingeniero Gada” (buque armada madre de los buzos tácticos) fueron sus inicios, y las costas de Mar del Plata el escenario de su “bautismo”.

    Ya cercano a los 30 años, Miguel Angel retornó a la capital petrolera para recordar donde nació y fue el amor por Iris Yolanda Cárcamo -primera maestra de Rada Tilly e integrante de la cadena de panaderías “Cárcamo”- lo que lo hizo quedarse en el lugar que lo vio nacer.

    Las costas patagónicas eran inexplorables a principio de los ´60, por lo que se buceaba cerca del puerto. Ello hizo que Miguel Angel redescubriera nuevos puntos para conocer el mundo submarino.
    Con el tiempo, a la compañía de amigos como Víctor Strasser y Raúl Ruiz se le sumó la propia familia. Aunque en un principio sus hijos Carlos y Héctor se tuvieron que conformar por copiar a su padre en los pozones de la costa, mientras él desaparecía en el mar, para salir con “tesoros” que serían parte de la cena.

    “Mi viejo tuvo un profundo arraigo y respeto por el mar y su entorno. Incluso por la naturaleza misma: lo que cazaba se comía. Regresábamos con nuestra basura y a la hora de la captura elegíamos las piezas. Creo que esa forma de vida le enseñó -y nos enseñó- a disfrutar de lo maravilloso de nuestras costas”, sostiene el “Gringo”.

    Quien estuvo cerca de Miguel Angel sabía que el “bautismo” era una fija porque tarde o temprano uno se sentía atraído por ese mundo que no está a la vista de todos.
    En Miguel la palabra egoísmo no existía porque a pesar de haberse consagrado campeón argentino de caza submarina prestaba hasta sus equipos a aquellos que buscaban el mismo objetivo, o a quienes se iniciaban en la actividad.

    La realidad también lo golpeaba y más de una vez en condición de voluntario -Prefectura Naval Argentina no tuvo buzos hasta pasados los ’80- le tocó la búsqueda de ahogados; incluso el rescate de varios compañeros que perdían la vida en plena competencia.
    “Promediaban los ’70 y la competencia exigía al máximo en el peor de los sentidos. Por ello la pérdida de dos amigos le hizo ver a mi viejo que la competencia en sí misma había cambiado su esencia y ya no tenía sentido”, apunta Héctor.

    Su hijo Carlos es otra de las personas en donde el espíritu de Miguel vive, dado que su hijo menor nunca dejó el amor por el mar, desempeñándose como salvavidas en distintas localidades de la costa patagónica y cazador submarino (en su hombro derecho se evidencia el dibujo de ello).

    “Miguelito cuando vivía era un capo. Yo creo que es (y fue) uno de los pioneros del buceo de la Argentina porque practicó la disciplina en sus dos modalidades: el profesional y el deportivo (apnea y con tubo). Incluso hizo obras como el puerto de piojos en Caleta Córdova. En lo deportivo fue campeón argentino en un momento en que la ‘élite’ se suponía que estaba en Puerto Madryn”, recalca Carlos.

    La poca diferencia de edad entre Héctor y Carlos los llevó a ser compañeros de aventura, donde el artífice de todo ello fue su padre. “Mi viejo sostenía que lo nuestro con el buceo era un amor de pocos días, pero con el paso del tiempo se dio cuenta que lo vivíamos con la misma pasión. Ya de grande, él repasaba mentalmente el fondo de las costas y nos preguntaba si todo seguía en su lugar”, rememora Carlos.

    En el repaso de la historia de Miguel, sus hijos citan la popularidad de su nombre en otras costas y el cariño que él construyó a lo largo de los años y que hoy disfrutan ellos como hijos.
    En el vaso medio vacío viene a la memoria el manoseo de la Federación para dejar de lado a los buzos de la capital petrolera. Paradojas de la vida: gracias al trabajo de los clubes Neptuno de Rada Tilly y Náutico YPF, desde hace un año la actividad volvió a tomar vigencia y la Argentina cuenta con presencia internacional.

    En el final, el brillo en la mirada de Héctor y Carlos se consolida cuando hablan del mar, de su entorno, de sus cuidados. Y del buceo como práctica y deporte donde no hay rédito económico ninguno, más que la satisfacción de contagiar e iniciar a nuevas personas, como lo hiciera Miguel Angel a lo largo de su vida. Entonces el legado con sus principios sigue vivo a través de sus hijos.
     


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