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De cestos a cubeteras, las creaciones del rey de los inventos
 


Eduardo Fernández tiene una escuela en la que dicta talleres para fomentar la creatividad de chicos entre 6 y 12 años. Crédito: Ricardo Pristupluk.

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  • Cuando un amigo que trabajaba como mozo le hizo un comentario sobre la incomodidad de tener que abrir 30 botellas de champagne en una noche y evitar el peligro del corcho convertido en proyectil, él pensó que tenía un desafío por delante y se puso a trabajar de inmediato en el diseño de un sacacorchos de espumantes que fuera sencillo de utilizar, rápido y seguro.
    O como ese domingo del año 2001, que leyó en el diario que de los 125.000 cestos de basura que habían sido instalados en la Ciudad solo quedaba en pie el 5 %. Recibió la noticia casi como una declaración de guerra, y esa misma tarde ya tenía tres modelos de cestos antivandálicos armados. Eduardo Fernández (64), es inventor profesional, y se dedica a tiempo completo a imaginar y fabricar objetos que le den solución a un problema cotidiano.

    Tiene la mirada entrenada para ver en las quejas de los demás una oportunidad de negocio, porque no solo se divierte con la invención de herramientas agrícolas, dispositivos para el deporte, juguetes educativos o una máquina industrial para pelar nueces. Fernández vive de sus inventos, por eso una de las premisas cada vez que se le ocurre algo nuevo es que esas ideas deben ser también comercialmente viables.
    La semana pasada fue señalado por la revista norteamericana AQ como uno de los cinco inventores más importantes y prolíficos de América Latina. Es autodidacta, y bajo ese mismo concepto fundó hace casi dos décadas la Escuela Argentina de Inventores, que recibe a chicos de 6 a 12 años en talleres que desarrollan el "pensamiento inventivo"; algo que, según Fernández, sino se incentiva de manera temprana, se pierde.

    "Hasta los doce años hay más imaginación que conocimiento, más futuro que pasado y se tienen más esperanzas que decepciones. Luego la ecuación empieza a invertirse, por eso en los talleres de la escuela todos los chicos trabajan juntos sin división por edades ni tampoco por contenidos, como sucede en la escuela formal. Leemos los diarios y cuando detectamos un problema relevante que la gente no puede resolver, ahí hay una oportunidad", asegura Fernández, que también es fundador del Foro Argentino de Inventores y director ejecutivo de la Fundación Biró, creada por la hija de Ladislao José Biró, el inventor del bolígrafo.

    "Cuando tenía 10 años vi a Biró en un comercial de televisión. Cerca de los 20, cuando me profesionalicé, lo llamé para conocerlo, y aceptó. Era mi héroe, mi ídolo de la juventud, como puede ser hoy Messi para cualquier chico apasionado por el fútbol", considera Fernández, que rebalsa de entusiasmo cada vez que habla sobre alguno de sus inventos.
     


    Juego didáctico

    El más reciente es Trabalitos, un juego didáctico que estimula la creatividad y conecta las habilidades cognitivas de los chicos con las motrices, basado en un sistema de piezas flexibles que pueden ensamblarse para formar distintas figuras. Lo desarrolló junto con su colega, Nicolás Di Prinzio, y por su trabajo ambos recibieron en abril pasado la medalla de oro en la Geneva Inventions 2018, la más grande y prestigiosa feria de inventos, que se realiza en Ginebra, Suiza, desde hace casi 50 años.

    En la Argentina, hay cerca de 3000 personas que se definen como inventores. Pero según Fernández, no son más de 40 los que pueden denominarse como profesionales, es decir que se dedican de manera exclusiva a esta actividad. "Lo más difícil no es tener una idea. Hace falta transformarla en un producto vendible, que salga al mercado y la gente lo compre. No es una tarea sencilla, y ahí es donde falla la mayoría-explica el experto-. Lo pienso, lo digo, lo hago y lo vendo. Ese es el objetivo de cualquier inventor profesional, y es un circuito que en nuestro país puede volverse muy engorroso. No hay oficinas de patentes eficientes, facilidades para crear una pyme ni un contexto favorable que facilite la búsqueda de inversores para desarrollar un producto. Todo es lento, caro y difícil", cuestiona Fernández.

    "El reconocimiento es internacional, porque dentro del ministerio de Ciencia y Tecnología jamás consideraron nuestro aporte a la innovación", señala, y agrega con ironía: "No tenemos el glamour de los científicos que publican papers. Por supuesto que no hay nada en contra de la ciencia, pero sobre nuestra actividad sobrevuelan muchos prejuicios, y uno de los más fuertes es que hay inventores que no tenemos una formación académica. No somos especialistas, más bien todoterreno, y podemos inventar en cualquier área. Resolver un problema de ingeniería sin ser ingenieros. O como Jorge Odón, un mecánico de Lanús que ideó un dispositivo para asistir el trabajo de parto", ejemplifica.

    ¿Cuál considera el mejor de sus inventos? "Ahora estoy trabajado en tres nuevos proyectos: una máquina industrial para pelar nueces a gran escala y sin mermas, o sea que cuando rompe las cáscaras no se rompe en contenido. También en una nueva cubetera de uso doméstico, más simple y efectiva, para hacer cubitos de hielo. Y varios accesorios para la pesca deportiva", enumera Fernández, que está convencido de que el mejor invento siempre es el próximo.

    La inspiración y las ideas, dice, es la parte más atractiva de todo el proceso, y la más fácil. Su lema de trabajo: "Donde hay un problema, siempre hay una oportunidad de cambio positivo".
     


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