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Un genio condenado por la miopía de la ley

 


Turing fue también el primero en plantear la pregunta: ¿puede pensar una máquina?.

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  • Desde hace unos cuatro siglos, la ciencia muestra un sostenido progreso que hicieron posible incontables descubrimientos y la siempre renovada formulación de teorías. Los logros indudables de ese progreso fueron la elaboración de una visión racional de la naturaleza y el desarrollo consecuente de una impresionante tecnología.

    Pero en ese cuadro hubo períodos en los cuales la creación de nuevos paradigmas generó puntos de inflexión en el avance científico. Fueron períodos protagonizados por figuras geniales como Galileo y Newton y la mecánica clásica, Maxwell y Hertz y el electromagnetismo, y, en este siglo, Einstein y la teoría de la relatividad, Plank y la teoría de los cuantos.

    Uno de esos momentos fueron los años 30 y 40, cuando unos pocos investigadores establecieron los fundamentos de las ciencias y tecnología de la información, e iniciaron así una revolución de alcances incalculables en la sociedad. Sin embargo, esas investigaciones no alcanzaron en su momento notoriedad comparable a la lograda por los espectaculares desarrollos tecnológicos que representaron el avión de reacción, el radar y la energía atómica, todos ellos surgidos en función de las urgencias bélicas.

    Entre esa reducida pléyade de investigadores ocupa un lugar singular el matemático y lógico inglés Alan M. Turing (1912-1954). En 1936, diez años antes de la invención de la primera computadora digital electrónica, Turing concibió un modelo abstracto de computadora, hoy denominada máquina universal de Turing, que suministra una estructura y un procedimiento lógico para investigar la solución de problemas.

    En principio, la obtención de una solución exige construir un algoritmo, es decir, elaborar una lista ordenada de instrucciones en la cual se especifican las operaciones necesarias para alcanzar la solución.

    Habitualmente, si se logra idear un algoritmo apto para resolver un problema aritmético o lógico, se lo expresa en forma codificada mediante un programa de computación. Cargado el programa en una computadora, junto con los datos del problema, se obtiene la solución en forma automática.

    Ahora bien, Turing demostró que existe una clase de problemas para los cuales no es posible idear algoritmos capaces de resolverlos. Se denominan problemas indecidibles y su hallazgo constituye uno de los logros más importantes del siglo XX.

    La demostración de Turing es válida con independencia de la capacidad de proceso que puede alcanzar una computadora, y constituye el punto de partida de una disciplina científica básica denominada teoría de la complejidad computacional.

    Turing fue también el primero en plantear la pregunta: ¿puede pensar una máquina?. La respuesta encierra una enorme dificultad previa, la definición de inteligencia, que el científico soslayó ideando una prueba operativa para decidir si una máquina podía pensar como un ser humano. Denominada test de Turing, es el primer trabajo en un área científica y tecnológica prometedora, aunque a veces discutida: la inteligencia artificial.

    Por otra parte, en trabajos que se publicaron en 1968, después de su muerte, Turing enuncia una serie de ideas básicas en el área de las redes neurales, tema ubicado en la vanguardia de la investigación científica moderna. Con dichas redes, la tecnología intenta imitar la forma de trabajo del cerebro y así resolver problemas frente a los cuales las computadoras más poderosas se muestran lentas y poco hábiles, tales como el reconocimiento de un rostro en una fotografía o de la escritura manuscrita.

    También supo enfocar matemáticamente el tema de la morfogénesis, es decir, la generación, estudiada en embriología, de formas vivas diversas a partir de células homogéneas.

    Por último, no es posible hablar de Turing sin mencionar su destacada participación en un episodio de la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes habían diseñado la máquina Enigma, capaz de generar mensajes cifrados utilizando códigos considerados inviolables por sus creadores, que se convirtieron en la pesadilla de los servicios de inteligencia británicos.

    Un equipo de expertos criptoanalistas, asesorado por Turing, logró finalmente descifrar los mensajes alemanes. Con ello el mando aliado obtuvo una significativa ventaja operativa, en particular con la intercepción de los mensajes intercambiados entre los submarinos en alta mar y el almirantazgo alemán.

    Todo el conjunto de méritos científicos extraordinarios de Turing y el sobresaliente servicio que prestó a su país durante la guerra no fueron óbice para que se le incoaran lamentables procesos judiciales fundados en las normas legales inglesas sobre homosexualidad.

    Se considera que esos penosos episodios lo condujeron al suicidio a la edad de cuarenta y un años. Es un ejemplo más de una paradoja muchas veces repetida: la vida de una personalidad excepcional se trunca por la miopía de convenciones arbitrarias.
     


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