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Educación

Chicos felices y libres, pero que acepten reglas

 


Gustavo Iaies.

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  • Sobre mediados de los ochenta, cuando dirigía una escuela primaria, los padres buscaban para sus hijos una escuela libre, abierta, flexible, donde los chicos se sintieran escuchados y las normas no fueran impuestas sino dialogadas.

    Detrás de esa demanda aparecía la representación de “buscamos lo contrario de lo que vivimos”, algo así como “somos hijos de la escuela del orden y buscamos para nuestros hijos la de la libertad”. No aparecía como una demanda de los chicos sino de los adultos que así como se estaban peleando con “la vieja escuela”, lo hacían con la “vieja familia”, “la vieja adultez”, “la vieja maternidad y paternidad”, “el viejo matrimonio”.

    Queríamos educar a los chicos para ser libres, con la idea de que eso era formarlos para ser felices.

    Y así fuimos flexibilizando las normas, las exigencias, las formas, los límites, las asimetrías, buscando alumnos críticos, libres, creativos. Y aparecieron cuadernos más desprolijos pero más diversos, textos con más vuelo pero con más errores de ortografía y redacción, chicos que comprenden problemas diversos pero les “dan mal” las cuentas, aulas más “ricas” de experiencias e ideas, pero menos ordenadas y aptas para concentrarse.

    Hace unos meses el CEPP terminó un estudio sobre jóvenes y mercados de trabajo. Allí aparecía esta visión de empleadores y especialistas: “ Les cuesta mucho aceptar reglas que no son las que ellos mismos definieron” , “los buenos son mucho mejores que en el pasado, pero la mayoría no resiste los encuadres”.

    Aparecen jóvenes más libres, creativos, “guardianes” de sus derechos y su calidad de vida, pero con dificultades para enfrentar la frustración, el esfuerzo, el sacrificio.

    Una idea de la felicidad podría pasar por acercarse todo lo posible a lo que cada uno “sueña ser”: un buen profesional, padre, amigo, deportista. Habiéndonos acercado a la cima de la colina, miramos hacia atrás, y nos sentimos felices por el camino recorrido, por el lugar al que llegamos, porque pudimos.

    Pero acercarse a lo que uno quiere ser requiere tener objetivos claros, sobrellevar el esfuerzo, la frustración.

    En el camino de educar a los chicos para la libertad, ¿no hemos perdido de vista esas dimensiones? ¿No deberíamos encontrar un equilibrio entre formarlos para la libertad y para la felicidad ? Dudamos que resistan ese cambio: más exigencias, más límites. Pero los que decidimos el cambio en su momento fuimos los adultos, no los chicos. Nos estábamos peleando con nuestras representaciones de familia, escuela, adultos, padres. El problema no lo tienen ellos sino nosotros y nuestra posibilidad de terminar esa “pelea”.

    Para enseñarles a andar en bicicleta, tendremos que soportar sacarles las rueditas, que se caigan y sufran.

    En caso contrario, nunca podrán andar.

    Equilibrar la educación para la libertad y la felicidad es un problema de los adultos. No se trata de volver al pasado, porque en el camino los chicos han ganado mucho. Sin perder lo alcanzado, debemos formarlos para definir quiénes quieren ser y para tener la capacidad de buscarlo. En caso contrario, la idea de “ser felices” cambia por la de “estar felices”, ante un regalo, una salida, el juego. Se trata de que sean constructores de su propia felicidad, por haberse acercado a ser lo que querían.
     


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