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Historia

La increíble vida de Thorne, el neoyorquino que quedó sordo en el combate de la Vuelta de Obligado
 


Juan Bautista Thorne era muy joven cuando se radicó en Buenos Aires, y desde los 11 años había vivido ciento de aventuras.

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  • Fue una acción temeraria la de aquel guardiamarina de tan solo 20 años que, al mando de un bergantín, frente a las costas de Patagones, abordó con arrojo y decisión un poderoso buque brasileño. Era diciembre de 1827 y estábamos en guerra con el Brasil. El marino, en la cubierta del buque enemigo, fue uno de los tantos que peleó con coraje contra el impresionante número de enemigos que los rodeaban. Vencido por las numerosas heridas recibidas, fue tomado prisionero, llevado a la fortaleza de Santa Cruz, en Río de Janeiro, y liberado cuando se firmó la paz.

    Su nombre era Juan Bautista Thorne, había nacido en Nueva York y su vida de aventuras no había empezado peleando contra los brasileños. Comenzó a los 11 años cuando se embarcó en un viaje de instrucción que lo llevó a navegar el Pacífico y el Atlántico. Conoció Buenos Aires y siguió viaje a Europa, donde en Francia se instruyó en el arte de la navegación. Interrumpió su formación al embarcarse en un buque corsario que fue hundido y Thorne, con algunos sobrevivientes, pudo alcanzar la costa de Africa asido a un mástil. Estuvo en el Perú, recorrió Brasil, volvió a embarcarse hacia el Lejano Oriente y a los 18 años decidió radicarse en Buenos Aires, la ciudad que lo había deslumbrado. Tanto que mandó a llamar a sus padres para que fueran a vivir con él.

    Se alistó en la armada del almirante Guillermo Brown.
    Participó de la campaña del desierto de Juan Manuel de Rosas, fue jefe naval de la isla Martín García, peleó junto al gobernador Pascual Echagüe, combatió contra las tropas unitarias de Juan Lavalle y se enfrentó con las fuerzas de Giuseppe Garibaldi.
    Por 1934 por iniciativa del director del Museo Histórico de Luján, se colocó un obelisco justo en el lugar donde estaba emplazada “Manuelita”, una de las cuatro baterías que participó del combate de la Vuelta de Obligado, librado el 20 de noviembre de 1845. Esa batería fue comandada por Thorne.

    Entre 1845 y 1850 una escuadra anglo-francesa bloqueó el Río de la Plata –los franceses habían realizado un primer bloqueo entre 1838 y 1840- impidiendo el paso de los barcos hacia Buenos Aires o a los puertos de la Confederación, con excepción de Montevideo.
    Los europeos argumentaban que la existencia del Uruguay estaba amenazada por el sitio que sufría.
    En realidad estaban siendo afectados sus intereses comerciales que además ya tenían en mente navegar los ríos interiores de nuestro país para comerciar, algo que el gobernador Juan Manuel de Rosas, a cargo de las relaciones exteriores de la Confederación Argentina, impedía.

    Las fuerzas bloqueadoras decidieron remontar el Paraná. Los ingleses tenían los vapores Gorgón –que era el insignia- el Fireband; la corbeta Comus y los bergantines Philomel, Dolphin y Fanny, con 50 cañones de gran poder. Los franceses lo hicieron con el vapor Fulton, los bergantines San Martín –del que se habían apoderado en Montevideo dos meses antes- el Pandour y Prócida, y la corbeta Expeditive, con 49 cañones de importante calibre. Estaban armados con balas explosivas con espoletas, de tremendo poder.

    Rosas designó a su cuñado, el general Lucio Norberto Mansilla, para que organice el operativo que impida que la escuadra, que custodiaba cerca de 90 buques mercantes, remontase el Paraná. En su parte de guerra, Mansilla describió “12 buques de guerra de nuestros bárbaros y alevosos enemigos los anglo-franceses y 95 buques mercantes del pirático convoy que protegían...”

    La Vuelta de Obligado era el lugar adecuado para atacarlos. Ubicado entre los partidos de San Pedro y Ramallo, tenía barrancas de 20 metros de altura y el río se angostaba. Entre bosquecillos que crecen en la costa, instalaron cuatro baterías:

    • “Manuelita”, al mando de Thorne, con 7 pequeños cañones.
    • “General Mansilla”, comandada por Felipe Palacio, con 3 cañones de bajo calibre.
    • “General Brown”, al frente de Eduardo Brown, con 5 cañones de calibre regular.
    • “Restaurador Rosas”, comandada por Alvaro de Alzogaray, con 6 cañones de calibre considerable.
    Estas cuatro baterías eran servidas por 220 artilleros. Detrás, esperaban 2000 hombres, entre los que se mezclaban soldados profesionales con voluntarios reclutados en la zona.
    Eran 21 cañones de mediano alcance contra 100 de alto poder de la fuerza invasora.
    Frente a la batería “General Mansilla” fueron dispuestas tres filas de gruesas cadenas que, apoyadas en 24 barcazas, llegaban hasta la otra orilla, defendida por el bergantín Republicano y los lanchones Místico, Restaurador y Lagos, armados como pudieron.

    En la mañana del 20 comenzó el ataque. “¡Vedlos, camaradas, allí los tenéis! ¡Considerad el tamaño del insulto que vienen haciendo a la soberanía de nuestra república, sin más título que la fuerza con que se creen poderosos!”, arengó Mansilla.
    El primer buque que quedó fuera de combate fue el San Martín, que terminó a la deriva por la rotura de la cadena del ancla. Primero, los anglo franceses concentraron el fuego sobre la batería “Restaurador Rosas”, mientras se acercaban a la zona donde estaban las cadenas el Dolphin, el Comus, el Pandour y el Fulton. El resto se mantuvo a unos mil metros.

    Luego, el bombardeo fue contra las cuatro baterías, que soportaron con importantes bajas la lluvia de proyectiles. No obstante, los buques que se habían acercado debieron alejarse por los daños de las balas argentinas.
    Los enemigos concentraron el fuego sobre el Republicano y sobre los tres lanchones de la orilla opuesta, los que fueron hundidos. Cuando el Republicano se quedó sin municiones, su comandante lo hizo volar.
    Los anglo franceses se ocuparon de las cadenas. A ellas se acercaron tres pequeñas embarcaciones. En una de ellas llevaron un yunque, y a martillazos cortaron las cadenas.

    Los tres buques a vapor, cuando pasaron, dirigieron su fuego contra la batería “Manuelita”, comandada por Thorne, que animaba a sus artilleros.
    A las cuatro de la tarde, el enemigo ordenó el desembarco, maniobra que hicieron cerca de la batería “Restaurador Rosas”, cuyos cañones ya no disparaban ya que se había quedado sin proyectiles. Casi al mismo tiempo, a las otras baterías les pasó lo mismo, y el enemigo se concentró en la batería “Manuelita”. Thorne, cuando se quedó sin balas y, organizaba a los hombres para rechazar el inminente desembarco, un proyectil que estalló muy cerca, lo hizo volar. Quedó tendido con heridas en la cabeza y fractura de un brazo.
    Perdería parcialmente la audición de un oído y nunca se pudo sacar de encima el mote de “el sordo de Obligado”.

    Cerca de las cinco y media de la tarde, se produjo el desembarco. El general Mansilla fue herido cuando lideró una carga a bayoneta y los invasores terminaron por destruir las baterías. También fue rechazada una carga de la caballería rosista. La superioridad numérica inglesa y francesa era notoria. Al anochecer, los defensores se retiraron al campamento, distante una legua del lugar.
    Quedaron en el campo 250 argentinos muertos y 400 heridos, mientras que los atacantes sufrieron 26 muertos y 86 heridos. El escritor y poeta Rafael Obligado, cuya familia era la propietaria de las tierras del lugar, fue el que colocó, tiempo después, una cruz de madera en la fosa común, a la vera del río.

    Los buques debieron permanecer más de un mes en el lugar para ser reparados por el importante daño que habían sufrido.
    Luego de muchas idas y vueltas diplomáticas, se firmó un tratado mediante el cual los ingleses reconocían la soberanía argentina sobre sus ríos interiores y su derecho a solucionar sus problemas con el Uruguay sin la intervención extranjera. Francia demoró en acordar, pero finalmente lo hizo.

    Hasta los opositores a Juan Manuel de Rosas reconocieron y alabaron dicha acción. José de San Martín, desde su exilio de Gran Bourg, había tomado casi como una afrenta personal el bloqueo al Río de la Plata, que lo llevaría a decir “que los argentinos no somos empanadas que se comen con el solo abrir de boca”.

    Thorne se recuperó de sus heridas. En las campañas en las que participó, la espada que usó fue la que entregó el general William Carr Beresford cuando se rindió en 1806. Porque una versión sostiene que Liniers no quiso aceptar el arma y otra fue que el propio jefe inglés la arrojó por sobre el muro del fuerte en señal de rendición. Lo cierto es que el coronel Quintana la conservaba desde entonces. Se la entregó como prenda a la mamá de Thorne a cambio de un préstamo de dinero. Quintana nunca la reclamó y Thorne fue el que la usó.

    Luego de Obligado, fue nombrado jefe de las costas del Paraná y derrocado Rosas, quedó fuera del ejército. Por un tiempo comandó la escuadra de la Confederación Argentina mientras Justo José de Urquiza fue presidente. Se ganó la vida como capitán de un buque mercante y ya era un anciano cuando fue reincorporado al ejército. Falleció de pulmonía el 1 de agosto de 1885. Había transitado intensamente 77 años de una vida de película.  


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