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Historia

Todos sabían que Justo J. de Urquiza moriría, menos Urquiza
 


Justo José de Urquiza.

  • Más videos y fotos: GonBal.

  • A la edad de 68 años muere asesinado en su residencia del Palacio San José (Entre Ríos) el político y militar Justo J. de Urquiza, presidente de la Confederación Argentina entre 1854 y 1860 y varias veces gobernador de la Provincia de Entre Ríos.
    Justo José de Urquiza fue asesinado por una partida de 50 hombres a caballo, que lograron ingresar a lo que hoy llamamos Palacio San José. Personaje clave de la historia argentina, ex aliado y luego vencedor de Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros, promotor de la Constitución Nacional de 1853, y por sus esfuerzos para lograr la unión y pacificación nacional será reconocido como El Organizador.

    Algunos acontecimientos eclipsaron su figura y precipitaron su asesinato:

    • Su inexplicable y cobarde retiro de los campos de Pavón, una batalla que podría haber ganado pero que le obsequió a Bartolom Mitre.
    • Su llamativo silencio ante la embestida de Buenos Aires contra los movimientos federales.
    • Su adhesión a la ridículo Guerra contra el Paraguay, un compromiso de Mitre con los ingleses.
    • La rebelión Jordanista (Ricardo Ramón López Jordán, ex ministro de Urquiza), que culminó con su muerte.

     


    Una crónica en tinta roja

    Según los testimonios de la época, la partida de asesinos dirigida por el cordobés Simón Luengo, ingresó a caballo por los patios de atrás de la propiedad.
    En un primer momento Urquiza creyó que se trataba de unos troperos que debían llegar desde Nogoyá. A los primeros disparos se dio cuenta de que el anunciado operativo para asesinarlo se había concretado.

    Ese lunes de Semana Santa todo parecía transcurrir en el mejor de los mundos en San José. En el salón principal del palacio, Justa y Dolores Urquiza, sus hijas adolescentes, tomaban lecciones de piano con su profesor.
    En el dormitorio, Dolores Costa, su esposa, amamantaba a un bebé. En otra de las galerías jugaban otros de sus hijos, mientras los cocineros empezaban a preparar la cena.
    Urquiza siempre se había jactado de que en Entre Ríos ningún hombre se le animaría. Tal como Facundo Quiroga, aseguraba que quien intentra asesinarlo terminaría poniéndose a sus órdenes.

    A ambos similar apreciación -que sólo era consecuencia de un exceso de autoestima- les costó sus vidas. Ante la evidencia del peligro, su primer reflejo fue ingresar al cuarto y tomar un rifle. Alcanzó a tirar un tiro. Inmediatamente un disparo le dio en la cara. Le herida resultó mortal. Sin embargo, Simón Luengo y Nicómedes Coronel bajaron de los caballos y, apartando a su hija Dolores, quien con su cuerpo intentaba proteger al padre, le asestaron 5 puñaladas.
     


    Un operativo de película

    El episodio de las puñaladas no fue menor. Cuando luego se investigó la intención de los asesinos, sus defensores dirían que la orden era capturarlo vivo, pero que se vieron obligados a matarlo debido a la resistencia que ofreció. Patrañas.
    Cuando Urquiza recibió el balazo ya estaba fuera de combate. Las puñaladas de Luengo y Coronel demuestran que la orden era matarlo.
    Nadie podrá explicar -por ejemplo- por qué, casi a la misma hora, en la ciudad de Concordia, fueron asesinados los dos hijos de Urquiza: Justo y Waldino.
     


    Quien miraba a la muerte de frente

    Los historiadores se preguntan por qué un hombre como Urquiza no atinó a refugiarse en la torre del palacio. Urquiza era un hombre de acción. En su vida había tenido oportunidad de mirar a la muerte de frente y nunca había temblado.
    El caudillo que se había enfrentado a Rosas no iba a abandonar a su mujer y a sus hijas. Muerto Urquiza, la soldadesca se abalanzó sobre las joyas y los objetos de valor. Algunos quisieron propasarse con las mujeres.
    Un grito del capitán Ángel Alvarez los paró en seco:
    "No hemos venido ni a violar ni a matar mujeres". Nicomedes Coronel le dijo a Dolores:
    "Con esta misma daga con la que maté a su padre las voy a defender a ustedes".
    Mientras tanto, Simón Luengo se acomodaba en el comedor y se hacía servir la cena por la aterrorizada servidumbre.
     


    La profecía y los porqués

    José Hernández, unos años antes, había vaticinado que Urquiza sería asesinado en alguno de los salones de su lujoso palacio. Y fue así, salvo en un detalle: no fue un puñal unitario el que lo liquidó. Supuestamente Urquiza fue asesinado porque López Jordán consideró que su ex jefe había traicionado la causa federal.
    Desde Pavón sus críticos decían que su itinerario era el de la claudicación ante el poder de Buenos Aires: Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento. El gauchaje que se había formado en el odio a los porteños estaba escandalizdo: Urquiza había alojado a ambos en San José.

    Tampoco le perdonarán no haber ayudado a los héroes de Paysandú o haberse unido a los porteños contra Francisco Solano López. Por su parte, Simón Luengo lo acusó a Urquiza de haber abandonado al Chacho, Ángel Peñaloza.
    Es probable que así fuera, pero Urquiza nunca abandonó a Luengo, por quien pagó la fianza para que saliera de la cárcel después de haber organizado una rebelión en Córdoba.

    Los jordanistas presentaron al operativo criminal como una verdadera revolución. Pero no hubo ni sublevaciones ni levantamientos armados en ninguna parte. En la partida que cabalgó hacia San José había un único entrerriano: el capitán José María Mosqueira.
    También se dijo que había que terminar con la tiranía que había empobrecido a la provincia. Pero en 30 años, Urquiza había provocado el milagro de transformar un baldío en una provincia rica y poderosa.

    Hacia 1870, Entre Ríos tenía el promedio de escuelas más alto del país. La población se había triplicado. Y contaba con instituciones más o menos sólidas., con libertades civiles y políticas que en otras provincias brillaban por su ausencia.
     


    Una opinión sobre base histórica

    A partir de la derrota en Pavón empezó a nacer un nuevo protagonista: el Estado Nacional. En ese contexto la lucha debía librarse en otro terreno. Urquiza entendió mejor que nadie que las rebeliones montoneras estaban destinadas al fracaso.
    Interpelado por los amigos sobre su presunta defección con las montoneras, se permitió dar una respuesta teñida con algo de humor:
    "Mis enemigos me han acusado de muchas cosas, pero nunca se atrevieron a acusarme de tonto, porque no lo soy, porque nunca lo he sido, y hoy no lo seré apoyando causas perdidas".

    También acertó cuando decidió no sumarse a Solano López. Su alianza con Buenos Aires era riesgosa.
    En lo personal, López Jordán se portó como un canalla. Cuando en febrero de 1870 a Urquiza le informaron que López Jordán estaba conspirando, él desestimó la información. La conspiración de los jordanistas preocupaba a todos, menos a Urquiza.
    Dicen que Urquiza habló con López Jordán y le informó punto por punto lo que sabía. Pero lo dejó ir.
    Si las acciones políticas, incluso las más controvertidas, deben evaluarse por sus resultados, el asesinato de San José merece ser condenado en toda la línea. Las rebeliones jordanistas sólo trajeron ruina, miseria y muerte para la provincia que durante treinta años Urquiza había transformado en la más importante del Litoral.
     


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