I Aquí me pongo a cantar al compás de la vigüela, que el hombre que lo desvela una pena estrordinaria, como la ave solitaria con el cantar se consuela. Pido a los santos del cielo que ayuden mi pensamiento: les pido en este momento que voy a cantar mi historia me refresquen la memoria y aclaren mi entendimiento. Vengan santos milagrosos, vengan todos en mi ayuda, que la lengua se me añuda y se me turba la vista; pido a mi Dios que me asista en una ocasión tan ruda. Yo he visto muchos cantores, con famas bien otenidas y que después de alquiridas no las quieren sustentar: parece que sin largar se cansaron en partidas. Mas ande otro criollo pasa Martín Fierro ha de pasar; nada lo hace recular, ni las fantasmas lo espantan, y dende que todos cantan yo también quiero cantar. Cantando me he de morir, cantando me han de enterrar, y cantando he de llegar al pie del Eterno Padre; dende el vientre de mi madre vine a este mundo a cantar. Que no se trabe mi lengua ni me falte la palabra; el cantar mi gloria labra y, poniéndome a cantar, cantando me han de encontrar aunque la tierra se abra. Me siento en el plan de un bajo a cantar un argumento; como si soplara el viento hago tiritar los pastos. Con oros, copas y bastos juega allí mi pensamiento. Yo no soy cantor letrao mas si me pongo a cantar no tengo cuándo acabar y me envejezco cantando: las coplas me van brotando como agua de manantial. Con la guitarra en la mano ni las moscas se me arriman; naides me pone el pie encima, y, cuando el pecho se entona, hago gemir a la prima y llorar a la bordona. Yo soy toro en mi rodeo y torazo en rodeo ajeno; siempre me tuve por güeno y si me quieren probar salgan otros a cantar y veremos quien es menos. No me hago al lao de la güeya aunque vengan degollando; con los blandos yo soy blando y soy duro con los duros, y ninguno en un apuro me ha visto andar tutubiando. En el peligro ¡qué Cristos! el corazón se me enancha, pues toda la tierra es cancha, y de esto naides se asombre; el que se tiene por hombre donde quiera hace pata ancha. Soy gaucho, y entiéndalo como mi lengua lo esplica: para mí la tierra es chica y pudiera ser mayor; ni la víbora me pica ni quema mi frente el sol. Nací como nace el peje en el fondo de la mar; naides me puede quitar aquéllo que Dios me dio: lo que al mundo truje yo del mundo lo he de llevar. Mi gloria es vivir tan libre como el pájaro del cielo; no hago nido en este suelo ande hay tanto que sufrir, y naides me ha de seguir cuando yo remuento el vuelo. Yo no tengo en el amor quien me venga con querellas; como esas aves tan bellas que saltan de rama en rama, yo hago en el trébol mi cama y me cubren las estrellas. Y sepan cuantos escuchan de mis penas el relato que nunca peleo ni mato sino por necesidá y que a tanta alversidá sólo me arrojó el mal trato. Y atiendan la relación que hace un gaucho perseguido, que padre y marido ha sido empeñoso y diligente, y sin embargo la gente lo tiene por un bandido. II Ninguno me hable de penas, porque yo penando vivo, y naides se muestre altivo aunque en el estribo esté, que suele quedarse a pie el gaucho más alvertido. Junta esperencia en la vida hasta pa dar y prestar quien la tiene que pasar entre sufrimiento y llanto; porque nada enseña tanto como el sufrir y el llorar. Viene el hombre ciego al mundo, cuartiándolo la esperanza, y a poco andar ya lo alcanzan las desgracias a empujones; ¡la pucha, que trae liciones el tiempo con sus mudanzas! Yo he conocido esta tierra en que el paisano vivía y su ranchito tenía y sus hijos y mujer... Era una delicia el ver cómo pasaba sus días. Entonces... cuando el lucero brillaba en el cielo santo y los gallos con su canto nos decían que el día llegaba, a la cocina rumbiaba el gaucho... que era un encanto. Y sentao junto al jogón a esperar que venga el día, al cimarrón se prendía hasta ponerse rechoncho, mientras su china dormía tapadita con su poncho. Y apenas la madrugada empezaba a coloriar, los pájaros a cantar y las gallinas a apiarse, era cosa de largarse cada cual a trabajar. Este se ata las espuelas se sale el otro cantando, uno busca un pellón blando éste un lazo, otro un rebenque, y los pingos relinchando los llaman dende el palenque. El que era pión domador enderezaba al corral ande estaba el animal bufidos que se las pela y más malo que su agüela se hacía astillas el bagual. Y allí el gaucho inteligente en cuanto el potro enriendó, los cueros le acomodó y se le sentó en seguida, que el hombre muestra en la vida la astucia que Dios le dio. Y en las playas corcoviando pedazos se hacía el sotreta mientras él por las paletas le jugaba las lloronas y al ruido de las caronas salía haciéndose gambetas. ¡Ah tiempos!... ¡Si era un orgullo ver jinetiar un paisano! Cuando era gaucho baquiano, aunque el potro se boliase, no había uno que no parase con el cabresto en la mano. Y mientras domaban unos, otros al campo salían, y la hacienda recogían, las manadas repuntaban, y ansí sin sentir pasaban entretenidos el día. Y verlos al cáir la noche en la cocina riunidos, con el juego bien prendido y mil cosas que contar, platicar muy divertidos hasta después de cenar. Y con el buche bien lleno era cosa superior irse en brazos del amor a dormir como la gente, pa empezar al día siguiente las fáinas del día anterior. Ricuerdo ¡qué maravilla! cómo andaba la gauchada, siempre alegre y bien montada y dispuesta pa el trabajo; pero hoy en el día... ¡barajo! no se le ve de aporriada. El gaucho más infeliz tenía tropilla de un pelo, no le faltaba un consuelo y andaba la gente lista... Tendiendo al campo la vista no vía sino hacienda y cielo. Cuando llegaban las yerras, ¡cosa que daba calor tanto gaucho pialador y tironiador sin yel! ¡Ah tiempos... pero si en él se ha visto tanto primor! Aquéllo no era trabajo, más bien era una junción, y después de un güen tirón en que uno se daba maña, pa darle un trago de caña solía llamarlo el patrón. Pues siempre la mamajuana vivía bajo la carreta, y aquél que no era chancleta en cuanto el goyete vía, sin miedo se le prendía como güérfano a la teta. ¡Y qué jugadas se armaban cuando estábamos riunidos! Siempre íbamos prevenidos pues en tales ocasiones caiban muchos comedidos Eran los días del apuro y alboroto pa el hembraje, pa preparar los potajes y osequiar bien a la gente, y ansí, pues, muy grandemente pasaba siempre el gauchaje. Venía la carne con cuero, la sabrosa carbonada, mazamorra bien pisada, los pasteles y el güen vino pero ha querido el destino que todo aquéllo acabara. Estaba el gaucho en su pago con toda seguridá pero áura... ¡barbaridá! la cosa anda tan fruncida que gasta el pobre la vida en juir de la autoridá. Pues si usté pisa en su rancho y si el alcalde lo sabe Lo caza lo mesmo que ave aunque su mujer aborte... ¡No hay tiempo que no se acabe ni tiento que no se corte! Y al punto dése por muerto si el alcalde lo bolea, pues áhi no más se le apea con una felpa de palos. Y después dicen que es malo el gaucho si los pelea. Y el lomo le hinchan a golpes, y le rompen la cabeza, y luego con ligereza, ansí lastimao y todo, lo amarran codo con codo Y pa el cepo lo enderiezan. Ahí comienzan sus desgracias, áhi principia el pericón; porque ya no hay salvación, Y que usté quiera o no quiera, lo mandan a la frontera o lo echan a un batallón. Ansí empezaron mis males lo mesmo que los de tantos; si gustan... en otros cantos les diré lo que he sufrido. Después que uno está perdido no lo salvan ni los santos. III Tuve en mi pago en un tiempo hijos, hacienda y mujer, pero empecé a padecer, me echaron a la frontera ¡y qué iba a hallar al volver! tan sólo hallé la tapera. Sosegao vivía en mi rancho como el pájaro en su nido; allí mis hijos queridos iban creciendo a mi lao... Sólo queda al desgraciao lamentar el bien perdido. Mi gala en las pulperías era, cuando había más gente, ponerme medio caliente, pues cuando puntiao me encuentro me salen coplas de adentro como agua de la virtiente. Cantando estaba una vez en una gran diversión; y aprovechó la ocasión como quiso el Juez de Paz. Se presentó, y áhi no más hizo una arriada en montón. Juyeron los más matreros y lograron escapar. Yo no quise disparar, soy manso y no había por qué; muy tranquilo me quedé y ansí me dejé agarrar. Allí un gringo con un órgano y una mona que bailaba haciéndonos ráir estaba cuando le tocó el arreo. ¡Tan grande el gringo y tan feo lo viera cómo lloraba! Hasta un inglés sanjiador que decía en la última guerra que él era de Inca-la-perra y que no quería servir, tuvo también que juír a guarecerse en la sierra. Ni los mirones salvaron de esa arriada de mi flor; fue acoyarao el cantor con el gringo de la mona; a uno solo, por favor logró salvar la patrona. Formaron un contingente con los que en el baile arriaron; con otros nos mesturaron que habían agarrao también: las cosas que aquí se ven ni los diablos las pensaron. A mí el juez me tomó entre ojos en la última votación: me le había hecho el remolón y no me arrimé ese día, y él dijo que yo servía a los de la esposición. Y ansí sufrí ese castigo tal vez por culpas ajenas; que sean malas o sean güenas las listas, siempre me escondo: yo soy un gaucho redondo y esas cosas no me enllenan. Al mandarnos nos hicieron más promesas que a un altar. El Juez nos jue a proclamar y nos dijo muchas veces: "Muchachos, a los seis meses los van a ir a revelar." Yo llevé un moro de número. ¡Sobresaliente el matucho! Con él gané en Ayacucho más plata que agua bendita; siempre el gaucho necesita un pingo pa fiarle un pucho. Y cargué sin dar mas güeltas con las prendas que tenía: jergas, poncho, cuanto había en casa, tuito lo alcé; a mi china la dejé media desnuda ese día. No me faltaba una guasca; esa ocasión eché el resto: bozal, maniador, cabresto, lazo, bolas y manea... ¡El que hoy tan pobre me vea tal vez no crerá todo esto! Ansí en mi moro, escarciando, enderecé a la frontera. ¡Aparcero, si usté viera lo que se llama cantón...! Ni envidia tengo al ratón en aquella ratonera. De los pobres que allí había a ninguno lo largaron; los más viejos rezongaron, pero a uno que se quejó en seguida lo estaquiaron y la cosa se acabó. En la lista de la tarde el jefe nos cantó el punto, diciendo: Quinientos juntos llevará el que se resierte; lo haremos pitar del juerte; más bien dése por dijunto. A naides le dieron armas, pues toditas las que había el coronel las tenía, según dijo esa ocasión, pa repartirlas el día en que hubiera una invasión. Al principio nos dejaron de haraganes criando sebo, pero después..no me atrevo a decir lo que pasaba. ¡Barajo!... si nos trataban como se trata a malevos. Porque todo era jugarle por los lomos con la espada, y, aunque usté no hiciera nada, lo mesmito que en Palermo le daban cada cepiada que lo dejaban enfermo. ¡Y qué indios, ni qué servicio, si allí no había ni cuartel! Nos mandaba el coronel a trabajar en sus chacras, y dejábamos las vacas que las llevara el infiel. Yo primero sembré trigo y después hice un corral, corté adobe pa un tapial, hice un quincho, corté paja... ¡La pucha, que se trabaja sin que le larguen ni un rial! Y es lo pior de aquel enriedo que si uno anda hinchando el lomo ya se le apean como plomo... ¡Quién aguanta aquel infierno! Y eso es servir al gobierno, a mí no me gusta el cómo. Más de un año nos tuvieron en esos trabajos duros, y los indios, le asiguro, dentraban cuando querían: como no los perseguían siempre andaban sin apuro. A veces decía al volver del campo la descubierta que estuviéramos alerta, que andaba adentro la indiada; porque había una rastrillada o estaba una yegua muerta. Recién entonces salía la orden de hacer la riunión y cáibamos al cantón en pelos y hasta enancaos, sin armas, cuatro pelaos que íbamos a hacer jabón. Ahí empezaba el afán, se entiende, de puro vicio, de enseñarle el ejercicio a tanto gaucho recluta, con un estrutor ¡qué... bruta! que nunca sabía su oficio. Daban entonces las armas pa defender los cantones, que eran lanzas y latones con ataduras de tiento... Las de juego no las cuento, porque no había municiones. Y chamuscao un sargento me contó que las tenían, pero que ellos las vendían para cazar avestruces; y ansí andaban noche y día déle bala a los ñanduces. Y cuando se iban los indios con lo que habían manotiao, salíamos muy apuraos a perseguirlos de atrás; si no se llevaban más es porque no habían hallao. Allí sí se ven desgracias y lágrimas y afliciones, naides le pida perdones al indio, pues donde dentra roba y mata cuanto encuentra y quema las poblaciones. No salvan de su juror ni los pobres angelitos: viejos, mozos y chiquitos los mata del mesmo modo; que el indio lo arregla todo con la lanza y con los gritos. Tiemblan las carnes al verlo volando al viento la cerda, la rienda en la mano izquierda y la lanza en la derecha; ande enderiesa abre brecha pues no hay lanzaso que pierda. Hace trotiadas tremendas dende el fondo del desierto; ansí llega medio muerto de hambre, de sé y de fatiga; pero el indio es una hormiga que día y noche está despierto. Sabe manejar las bolas como naides las maneja cuanto el contrario se aleja manda una bola perdida y si lo alcanza, sin vida es siguro que lo deja. Y el indio es como tortuga de duro para espichar; si lo llega a destripar ni siquiera se le encoge; luego sus tripas recoge y se agacha a disparar. Hacían el robo a su gusto y después se iban de arriba, se llevaban las cautivas y nos contaban que a veces les descarnaban los pieses a las pobrecitas, vivas. ¡Ah, si partía el corazón ver tantos males, canejo! Los perseguíamos de lejos sin poder ni galopiar. ¡Y qué habíamos de alcanzar en unos bichocos viejos! Nos volvíamos al cantón a las dos o tres jornadas sembrando las caballadas; y pa que alguno la venda, rejuntábamos la hacienda que habían dejao resagada. Una vez entre otras muchas. tanto salir al botón, nos pegaron un malón los indios y una lanciada. que la gente acobardada quedó dende esa ocasión. Habían estao escondidos aguaitando atrás de un cerro. ¡Lo viera a su amigo Fierro aflojar como un blandito! Salieron como máiz frito en cuanto sonó un cencerro. Al punto nos dispusimos aunque ellos eran bastantes; la formamos al istante nuestra gente, que era poca; y golpiándose en la boca hicieron fila adelante. Se vinieron en tropel haciendo temblar la tierra. No soy manco pa la guerra pero tuve mi jabón, pues iba en un redomón que había boliao en la sierra. ¡Qué vocerío, qué barullo, qué apurar esa carrera! La indiada todita entera dando alaridos cargó. ¡Jue pucha!... y ya nos sacó como yeguada matrera. ¡Qué fletes traiban los bárbaros, como una luz de ligeros! Hicieron el entrevero y en aquella mescolanza, éste quiero, éste no quiero, nos escogían con la lanza. Al que le dan un chuzaso dificultoso es que sane; en fin, para no echar panes, salimos por esas lomas lo mesmo que las palomas al juir de los gavilanes. Es de almirar la destreza con que la lanza manejan. De perseguir nunca dejan y nos traiban apretaos. ¡Si queríamos, de apuraos, salirnos por las orejas! Y pa mejor de la fiesta en esta aflición tan suma, vino un indio echando espuma y con la lanza en la mano gritando: "Acabau, cristiano, metau el lanza hasta el pluma." Tendido en el costillar, cimbrando por sobre el brazo una lanza como un lazo, me atropeyó dando gritos: si me descuido... el maldito me levanta de un lanzaso. Si me atribulo o me encojo, siguro que no me escapo; siempre he sido medio guapo pero en aquella ocasión me hacía buya el corazón como la garganta al sapo. Dios le perdone al salvaje las ganas que me tenía... Desaté las tres marías y lo engatusé a cabriolas. ¡Pucha!... si no traigo bolas me achura el indio ese día. Era el hijo de un casique sigún yo lo avirigué; la verdá del caso jue que me tuvo apuradazo, hasta que, al fin, de un bolazo del caballo lo bajé. Ahi no más me tiré al suelo y lo pisé en las paletas; empezó a hacer morisquetas... y a mezquinar la garganta... pero yo hice la obra santa de hacerlo estirar la jeta. Allí quedó de mojón y en su caballo salté; de la indiada disparé, pues si me alcanza me mata, y, al fin, me les escapé con el hilo en una pata. IV Seguiré esta relación aunque pa chorizo es largo: el que pueda hágase cargo cómo andaría de matrero, después de salvar el cuero de aquel trance tan amargo. Del sueldo nada les cuento, porque andaba disparando; nosotros, de cuando en cuando, solíamos ladrar de pobres: nunca llegaban los cobres que se estaban aguardando. Y andábamos de mugrientos que el mirarnos daba horror; le juro que era un dolor ver esos hombres, ¡por Cristo! En mi perra vida he visto una miseria mayor. Yo no tenía ni camisa ni cosa que se parezca; mis trapos sólo pa yesca me podían servir al fin... No hay plaga como un fortín para que el hombre padezca. Poncho, jergas, el apero, las prenditas, los botones, todo, amigo, en los cantones jue quedando poco a poco; ya nos tenían medio loco la pobreza y los ratones. Sólo una manta peluda era cuanto me quedaba; la había agenciao a la taba y ella me tapaba el bulto; yaguané que allí ganaba no salía... ni con indulto. Y pa mejor hasta el moro se me jue de entre las manos; no soy lerdo... pero, hermano, vino el comendante un día diciendo que lo quería "pa enseñarle a comer grano". Afigúresé cualquiera la suerte de este su amigo, a pie y mostrando el umbligo, estropiao, pobre y desnudo. Ni por castigo se pudo hacerse más mal conmigo. Ansí pasaron los meses, y vino el año siguiente, y las cosas igualmente siguieron del mesmo modo: adrede parece todo para aburrir a la gente. No teníamos más permiso, ni otro alivio la gauchada, que salir de madrugada, cuando no había indio ninguno, campo ajuera, a hacer boliadas, desocando los reyunos. Y cáibamos al cantón con los fletes aplastaos, pero a veces medio aviaos con plumas y algunos cueros que áhi no más con el pulpero los teníamos negociaos. Era un amigo del jefe que con un boliche estaba; yerba y tabaco nos daba por la pluma de avestruz, y hasta le hacía ver la luz al que un cuero le llevaba. Sólo tenía cuatro frascos y unas barricas vacías, y a la gente le vendía todo cuanto precisaba: a veces creiba que estaba allí la proveduría. ¡Ah pulpero habilidoso! Nada le solía faltar ¡Aijuna! y para tragar tenía un buche de ñandú. La gente le dio en llamar "el boliche de virtú". Aunque es justo que quien vende algún poquitito muerda, tiraba tanto la cuerda que con sus cuatro limetas él cargaba las carretas de plumas, cueros y cerda. Nos tenía apuntaos a todos con más cuentas que un rosario, cuando se anunció un salario que iban a dar, o un socorro, pero sabe Dios qué zorro se lo comió al comisario. Pues nunca lo vi llegar y, al cabo de muchos días, en la mesma pulpería dieron una buena cuenta, que la gente muy contenta de tan pobre recebia. Sacaron unos sus prendas que las tenían empeñadas, por sus deudas atrasadas dieron otros el dinero; al fin de fiesta el pulpero se quedó con la mascada. Yo me arrecosté a un horcón dando tiempo a que pagaran, y poniendo güena cara estuve haciéndome el poyo, A esperar que me llamaran para recebir mi boyo. Pero áhi me pude quedar pegao pa siempre al horcón; ya era casi la oración y ninguno me llamaba; la cosa se me ñublaba y me dentró comezón. Pa sacarme el entripao vi al mayor, y lo fí a hablar. Yo me le empecé a atracar y, como con poca gana, le dije: "Tal vez mañana acabarán de pagar." "-Qué mañana ni otro día", al punto me contestó, "la paga ya se acabó, siempre has de ser animal." Me rái y le dije: "Yo... no he recebido ni un rial". Se le pusieron los ojos que se le querían salir, y áhi no más volvió a decir comiéndomé con la vista: "-¿Y qué querés recebir si no has dentrao en la lista?" "-Este sí que es amolar", dije yo pa mis adentros, "van dos años que me encuentro y hasta áura he visto ni un grullo; dentro en todos los barullos pero en las listas no dentro". Vide el plaito mal parao y no quise aguardar más... Es güeno vivir en paz con quien nos ha de mandar, y reculando pa trás me le empecé a retirar. Supo todo el comendante y me llamó al otro día, diciéndomé que quería aviriguar bien las cosas que no era el tiempo de Rosas, que áura a naides se debía. Llamó al cabo y al sargento y empezó la indagación: si había venido al cantón en tal tiempo o en tal otro Y si había venido en potro, en reyuno o redomón. Y todo era alborotar al ñudo, y hacer papel: conocí que era pastel pa engordar con mi guayaca; mas si voy al coronel me hacen bramar en la estaca. ¡Ah hijos de una!... ¡La codicia ojalá les ruempa el saco! Ni un pedazo de tabaco le dan al pobre soldao, y lo tienen, de delgao, más ligero que un guanaco. Pero qué iba a hacerles yo, charabón en el desierto; más bien me daba por muerto pa no verme más fundido y me les hacía el dormido aunque soy medio dispierto. V Yo andaba desesperao aguardando una ocasión, que los indios un malón nos dieran, y entre el estrago hacérmelés cimarrón y volverme pa mi pago. Aquéllo no era servicio ni defender la frontera: aquéllo era ratonera en que es más gato el más juerte: era jugar a la suerte con una taba culera. Allí tuito va al revés: los milicos se hacen piones, y andan por las poblaciones emprestaos pa trabajar; Ios rejuntan pa peliar cuando entran indios ladrones. Yo he visto en esa milonga muchos jefes con estancia, y piones en abundancia, y majadas y rodeos; he visto negocios feos a pesar de mi inorancia. Y colijo que no quieren la barunda componer; para esto no ha de tener el jefe, aunque esté de estable, más que su poncho y su sable, su caballo y su deber. Ansina, pues, conociendo que aquel mal no tiene cura, que tal vez mi sepultura si me quedo iba a encontrar, pensé en mandarme mudar como cosa más sigura. Y pa mejor, una noche ¡qué estaquiada me pegaron! Casi me descoyuntaron por motivo de una gresca. ¡Aijuna, si me estiraron lo mesmo que guasca fresca! Jamás me puedo olvidar lo que esa vez me pasó: dentrando una noche yo al fortín, un enganchao, que estaba medio mamao, allí me desconoció. Era un gringo tan bozal, que nada se le entendía. ¡Quién sabe de ande sería! Tal vez no juera cristiano, pues lo único que decía es que era pa-po-litano. Estaba de centinela y, por causa del peludo, verme más claro no pudo y esa jue la culpa toda. El bruto se asustó al ñudo y fí el pavo de la boda. Cuanto me vido acercar "¿Quién vivore?", preguntó: "Qué vivoras", dije yo. "¡Hagarto!", me pegó el grito. Y yo dije despacito: "Más lagarto serás vos". Ahí no más ¡Cristo me valga! rastrillar el jusil siento; me agaché, y en el momento el bruto me largó un chumbo; mamao, me tiró sin rumbo que si no, no cuento el cuento. Por de contao, con el tiro se alborotó el avispero; los oficiales salieron y se empezó la junción: quedó en su puesto el nación y yo fi al estaquiadero. Entre cuatro bayonetas me tendieron en el suelo. Vino el mayor medio en pedo y allí se puso a gritar: "Pícaro, te he de enseñar a andar declamando sueldos." De las manos y las patas me ataron cuatro sinchones. Les aguanté los tirones sin que ni un ¡ay! se me oyera y al gringo la noche entera lo harté con mis maldiciones. Yo no sé por qué el gobierno nos manda aquí a la frontera gringada que ni siquiera se sabe atracar a un pingo. ¡Si crerá al mandar un gringo que nos manda alguna fiera! No hacen más que dar trabajo pues no saben ni ensillar; no sirven ni pa carniar, y yo he visto muchas veces que ni voltiadas las reses se les querían arrimar. Y lo pasan sus mercedes lengüetiando pico a pico hasta que viene un milico a servirles el asao... Y eso sí, en lo delicaos parecen hijos de rico. Si hay calor, ya no son gente, si yela, todos tiritan; si usté no les da, no pitan por no gastar en tabaco, y cuando pescan un naco unos a otros se lo quitan. Cuanto llueve se acoquinan como el perro que oye truenos. ¡Qué diablos! sólo son güenos pa vivir entre maricas, y nunca se andan con chicas para alzar ponchos ajenos. Pa vichar son como ciegos, ni hay ejemplo de que entiendan; no hay uno solo que aprienda, al ver un bulto que cruza, a saber si es avestruza, o si es jinete, o hacienda. Si salen a perseguir después de mucho aparato, tuitos se pelan al rato y va quedando el tendal: esto es como en un nidal echarle güebos a un gato. VI Vamos dentrando recién a la parte más sentida, aunque es todita mi vida de males una cadena: a cada alma dolorida le gusta cantar sus penas. Se empezó en aquel entonces a rejuntar caballada y riunir la milicada teniéndolá en el cantón, para una despedición a sorprender a la indiada. Nos anunciaban que iríamos sin carretas ni bagajes a golpiar a los salvajes en sus mesmas tolderías; que a la güelta pagarían licenciándolo al gauchaje. Que en esta despedición tuviéramos la esperanza, que iba a venir sin tardanza, sigún el jefe contó, un menistro o qué sé yo... que lo llamaban Don Ganza. Que iba a riunir el ejército y tuitos los batallones y que traiba unos cañones con más rayas que un cotín. ¡Pucha!... Las conversaciones por allá no tenían fin. Pero esas trampas no enriedan a los zorros de mi laya; que el menistro venga o vaya. poco le importa a un matrero. Yo también dejé las rayas... en los libros del pulpero. Nunca jui gaucho dormido, siempre pronto, siempre listo, yo soy un hombre ¡que Cristo! que nada me ha acobardao. y siempre salí parao en los trances que me he visto. Dende chiquito gané la vida con mi trabajo, y aunque siempre estuve abajo y no sé lo que es subir, también el mucho sufrir suele cansarnos ¡barajo! En medio de mi inorancia conozco que nada valgo: soy la liebre o soy el galgo asigún los tiempos andan; pero también los que mandan debieran cuidarnos algo. Una noche que riunidos estaban en la carpeta empinando una limeta el jefe y el Juez de Paz, yo no quise aguardar más y me hice humo en un sotreta. Para mi el campo son flores dende que libre me veo; donde me lleva el deseo allí mis pasos dirijo y hasta en las sombras, de fijo que a dondequiera rumbeo. Entro y salgo del peligro sin que me espante el estrago; no aflojo al primer amago ni jamás fí gaucho lerdo: soy pa rumbiar como el cerdo y pronto cái a mi pago. Volvía al cabo de tres años de tanto sufrir al ñudo, resertor, pobre y desnudo, a procurar suerte nueva, y lo mesmo que el peludo enderecé pa mi cueva. No hallé ni rastro del rancho; ¡sólo estaba la tapera! ¡Por Cristo, si aquéllo era pa enlutar el corazón: yo juré en esa ocasión ser más malo que una fiera! ¡Quién no sentirá lo mesmo cuando ansí padece tanto! Puedo asigurar que el llanto como una mujer largué. ¡Ay mi Dios, si me quedé más triste que Jueves Santo! Sólo se oíban los aullidos de un gato que se salvó; el pobre se guareció cerca, en una vizcachera; venía como si supiera que estaba de güelta yo. Al dirme dejé la hacienda que era todito mi haber; pronto debíamos volver, según el Juez prometía, y hasta entonces cuidaría de los bienes la mujer. Después me contó un vecino que el campo se lo pidieron, la hacienda se la vendieron pa pagar arrendamientos, y qué sé yo cuántos cuentos; pero todo lo fundieron. Los pobrecitos muchachos entre tantas afliciones se conchabaron de piones; ¡mas qué iban a trabajar, si eran como los pichones sin acabar de emplumar! Por áhi andarán sufriendo de nuestra suerte el rigor: me han contao que el mayor nunca dejaba a su hermano; puede ser que algún cristiano los recoja por favor. ¡Y la pobre mi mujer Dios sabe cuánto sufrió! Me dicen que se voló con no sé qué gavilán, sin duda a buscar el pan que no podía darle yo. No es raro que a uno le falte lo que a algún otro le sobre; si no le quedó ni un cobre sino de hijos un enjambre, ¿qué más iba a hacer la pobre para no morirse de hambre? Tal vez no te vuelva a ver, prenda de mi corazón: Dios te dé su protección ya que no me la dió a mí, y a mis hijos dende aquí les echo mi bendición. Como hijitos de la cuna andaban por áhi sin madre. Ya se quedaron sin padre y ansí la suerte los deja, sin naides que los proteja y sin perro que los ladre. Los pobrecitos tal vez no tengan ande abrigarse, ni ramada ande ganarse, ni un rincón ande meterse, ni camisa que ponerse, ni poncho con que taparse. Tal vez los verán sufrir sin tenerles compasión; puede que alguna ocasión aunque los vean tiritando los echen de algún jogón pa que no estén estorbando. Y al verse ansina espantaos como se espanta a los perros, irán los hijos de Fierro con la cola entre las piernas, a buscar almas más tiernas o esconderse en algún cerro. Mas también en este juego voy a pedir mi bolada; a naides le debo nada ni pido cuartel ni doy, y ninguno dende hoy ha de llevarme en la armada. Yo he sido manso, primero, y seré gaucho matrero en mi triste circustancia, aunque es mi mal tan projundo; nací y me he criao en estancia, pero ya conozco el mundo. Ya le conozco sus mañas, le conozco sus cucañas, sé cómo hacen la partida, la enriedan y la manejan: deshaceré la madeja aunque me cueste la vida. Y aguante el que no se anime a meterse en tanto engorro, o si no aprétesé el gorro o para otra tierra emigre; pero yo ando como el tigre que le roban los cachorros. Aunque muchos cren que el gaucho tiene un alma de reyuno, no se encontrará ninguno que no lo dueblen las penas; mas no debe aflojar uno mientras hay sangre en las venas. VII De carta de más me vía sin saber adónde dirme; mas dijeron que era vago y entraron a perseguirme. Nunca se achican los males, van poco a poco creciendo, y ansina me vide pronto obligao a andar juyendo. No tenía mujer ni rancho, y a más, era resertor; no tenía una prenda güena ni un peso en el tirador. A mis hijos infelices pensé volverlos a hallar y andaba de un lao al otro sin tener ni qué pitar. Supe una vez por desgracia que había un baile por allí, y medio desesperao a ver la milonga fuí. Riunidos al pericón tantos amigos hallé, que alegre de verme entre ellos esa noche me apedé. Como nunca, en la ocasión por peliar me dió la tranca, y la emprendí con un negro que trujo una negra en ancas. Al ver llegar la morena que no hacía caso de naides le dije con la mamúa: "Va... ca... yendo gente al baile." La negra entendió la cosa y no tardó en contestarme mirándomé como a perro: "más vaca será su madre". Y dentró al baile muy tiesa con más cola que una zorra haciendo blanquiar los dientes lo mesmo que mazamorra. -"Negra linda"... dije yo, "me gusta... pa la carona"; y me puse a talariar esta coplita fregona: "A los blancos hizo Dios, a los mulatos San Pedro, a los negros hizo el diablo para tizón del infierno." Había estao juntando rabia el moreno dende ajuera; en lo escuro le brillaban los ojos como linterna. Lo conocí retobao, me acerqué y le dije presto: "Por... rudo... que un hombre sea nunca se enoja por esto." Corcovió el de los tamangos y creyéndose muy fijo: -"Más porrudo serás vos, gaucho rotoso", me dijo. Y ya se me vino el humo como a buscarme la hebra, y un golpe le acomodé con el porrón de ginebra. Ahi no más pegó el de hollín más gruñidos que un chanchito, y pelando el envenao me atropelló dando gritos. Pegué un brinco y abrí cancha diciéndolés: -"Caballeros, dejen venir ese toro; solo nací... solo muero." El negro después del golpe se había el poncho refalao y dijo: -"Vas a saber si es solo o acompañao." Y mientras se arremangó yo me saqué las espuelas, pues malicié que aquel tío no era de arriar con las riendas. No hay cosa como el peligro pa refrescar un mamao; hasta la vista se aclara por mucho que haiga chupao. El negro me atropelló como a quererme comer; me hizo dos tiros seguidos y los dos le abarajé. Yo tenía un facón con S que era de lima de acero; le hice un tiro, lo quitó y vino ciego el moreno. Y en el medio de las aspas un planaso le asenté que le largué culebriando lo mesmo que buscapié. Le coloriaron las motas con la sangre de la herida, y volvió a venir furioso como una tigra parida. Y ya me hizo relumbrar por los ojos el cuchillo, alcansando con la punta a cortarme en un carrillo. Me hirvió la sangre en las venas y me le afirmé al moreno. dándole de punta y hacha pa dejar un diablo menos. Por fin en una topada en el cuchillo lo alcé y como un saco de güesos contra el cerco lo largué. Tiró unas cuantas patadas y ya cantó pa el carnero. Nunca me pude olvidar de la agonía de aquel negro. En esto la negra vino, con los ojos como ají, y empesó la pobre allí a bramar como una loba. Yo quise darle una soba a ver si la hacía callar; mas pude reflesionar que era malo en aquel punto, y por respeto al dijunto no la quise castigar. Limpié el facón en los pastos, desaté mi redomón, monté despacio y salí al tranco pa el cañadón. Después supe que al finao ni siquiera lo velaron y retobao en un cuero sin resarle lo enterraron. Y dicen que dende entonces cuando es la noche serena suele verse una luz mala como de alma que anda en pena. Yo tengo intención a veces para que no pene tanto, de sacar de allí los güesos y echarlos al camposanto. VIII Otra vez en un boliche estaba haciendo la tarde; cayó un gaucho que hacía alarde de guapo y de peliador; a la llegada metió el pingo hasta la ramada, y yo sin decirle nada me quedé en el mostrador. Era un terne de aquel pago que naides lo reprendía, que sus enriedos tenía con el señor comendante; y como era protegido, andaba muy entonao y a cualquiera desgraciao lo llevaba por delante. ¡Ah pobre, si él mismo creiba que la vida le sobraba! Ninguno diría que andaba aguaitándoló la muerte; pero ansí pasa en el mundo, es así la triste vida: pa todos está escondida la güena o la mala suerte. Se tiró al suelo; al dentrar le dio un empeyón a un vasco y me alargó un medio frasco diciendo: "Beba, cuñao." "Por su hermana", contesté, "que por la mía no hay cuidao". "¡Ah, gaucho!", me respondió, "¿de qué pago será criollo? Lo andará buscando el hoyo, deberá tener güen cuero; pero ande bala este toro no bala ningún ternero". Y ya salimos trensaos, porque el hombre no era lerdo; mas como el tino no pierdo y soy medio ligerón, lo dejé mostrando el sebo de un revés con el facón. Y como con la justicia no andaba bien por allí, cuanto pataliar lo vi, y el pulpero pegó el grito, ya pa el palenque salí como haciéndomé el chiquito. Monté y me encomendé a Dios, rumbiando para otro pago; que el gaucho que llaman vago no puede tener querencia, y ansí de estrago en estrago vive yorando la ausencia. El anda siempre juyendo, siempre pobre y perseguido; no tiene cueva ni nido, como si juera maldito; porque el ser gaucho... ¡barajo! el ser gaucho es un delito. Es como el patrio de posta: lo larga éste, aquél lo toma, nunca se acaba la broma; dende chico se parece al arbolito que crece desamparao en la loma. Le echan la agua del bautismo aquél que nació en la selva, "buscá madre que te envuelva", se dice el flaire y lo larga, y dentra a crusar el mundo como burro con la carga. Y se cría viviendo al viento como oveja sin trasquila mientras su padre en las filas anda sirviendo al gobierno; aunque tirite en invierno, naides lo ampara ni asila. Le llaman "gaucho mamao" si lo pillan divertido, y que es mal entretenido si en un baile lo sorprienden; hace mal si se defiende y si no, se ve... fundido. No tiene hijos, ni mujer, ni amigos, ni protetores, pues todos son sus señores sin que ninguno lo ampare; tiene la suerte del güey ¿y dónde irá el güey que no are? Su casa es el pajonal, su guarida es el desierto; y si de hambre medio muerto le echa el lazo a algún mamón, lo persiguen como a plaito, porque es un "gaucho ladrón". Y si de un golpe por áhi lo dan güelta panza arriba, no hay un alma compasiva que le rese una oración: tal vez como cimarrón en una cueva lo tiran. El nada gana en la paz y es el primero en la guerra; no le perdonan si yerra, que no saben perdonar, porque el gaucho en esta tierra sólo sirve pa votar. Para él son los calabozos, para él las duras prisiones; en su boca no hay razones aunque la razón le sobre; que son campanas de palo las razones de los pobres. Si uno aguanta, es gaucho bruto; si no aguanta, es gaucho malo. ¡Déle azote, déle palo porque es lo que él necesita! De todo el que nació gaucho ésta es la suerte maldita. Vamos, suerte, vamos juntos dende que juntos nacimos, y ya que juntos vivimos sin podernos dividir, yo abriré con mi cuchillo el camino pa seguir. IX Matreriando lo pasaba y a las casas no venía; solía arrimarme de día, mas, lo mesmo que el carancho, siempre estaba sobre el rancho espiando a la polecía. Viva el gaucho que ande mal como zorro perseguido, hasta que al menor descuido se lo atarasquen los perros, pues nunca le falta un yerro al hombre más alvertido. Y en esa hora de la tarde en que tuito se adormese, que el mundo dentrar parece a vivir en pura calma, con las tristezas de su alma al pajonal enderiese. Bala el tierno corderito al lao de la blanca oveja y a la vaca que se aleja llama el ternero amarrao; pero el gaucho desgraciao no tiene a quién dar su queja. Ansí es que al venir la noche iba a buscar mi guarida, pues ande el tigre se anida también el hombre lo pasa, y no quería que en las casas me rodiara la partida. Pues aún cuando vengan ellos cumpliendo con sus deberes, yo tengo otros pareceres, y en esa conduta vivo: que no debe un gaucho altivo peliar entre las mujeres. Y al campo me iba solito, más matrero que el venao, como perro abandonao, a buscar una tapera, o en alguna vizcachera pasar la noche tirao. Sin punto ni rumbo fijo en aquella inmensidá, entre tanta escuridá anda el gaucho como duende; allí jamás lo sorpriende dormido, la autoridá. Su esperanza es el coraje, su guardia es la precaución, su pingo es la salvación, y pasa uno en su desvelo sin más amparo que el cielo ni otro amigo que el facón. Ansí me hallaba una noche contemplando las estrellas, que le parecen más bellas cuanto uno es más desgraciao y que Dios las haiga criao para consolarse en ellas. Les tiene el hombre cariño y siempre con alegría ve salir las Tres Marías, que, si llueve, cuanto escampa las estrellas son la guía que el gaucho tiene en la pampa. Aquí no valen dotores: sólo vale la esperencia; aquí verían su inocencia esos que todo lo saben, porque esto tiene otra llave y el gaucho tiene su cencia. Es triste en medio del campo pasarse noches enteras contemplando en sus carreras las estrellas que Dios cría, sin tener más compañía que su soledá y las fieras. Me encontraba, como digo, en aquella soledá, entre tanta escuridá, echando al viento mis quejas cuando el grito del chajá me hizo parar las orejas. Como lumbriz me pegué al suelo para escuchar; pronto sentí retumbar las pisadas de los fletes, y que eran muchos jinetes conoci sin vasilar. Cuando el hombre está en peligro no debe tener confianza; ansí, tendido de panza, puse toda mi atención y ya escuché sin tardanza como el ruido de un latón. Se venían tan calladitos que yo me puse en cuidao; tal vez me hubieran bombiao y me venían a buscar; mas no quise disparar, que eso es de gaucho morao. Al punto me santigüé y eché de ginebra un taco, lo mesmito que el mataco me arroyé con el porrón: "Si han de darme pa tabaco, dije, ésta es güena ocasión." Me refalé las espuelas, para no peliar con grillos; me arremangué el calzoncillo y me ajusté bien la faja y en una mata de paja probé el filo del cuchillo. Para tenerlo a la mano el flete en el pasto até, la cincha le acomodé, y en un trance como aquél, haciendo espaldas en él quietito los aguardé. Cuanto cerca los sentí, y que áhi no más se pararon, los pelos se me erizaron, y aunque nada vian mis ojos, "No se han de morir de antojo" les dije, cuando llegaron. Yo quise hacerles saber que allí se hallaba un varón; les conocí la intención y solamente por eso es que les gané el tirón, sin aguardar voz de preso. -"Vos sos un gaucho matrero", dijo uno, haciéndosé el güeno. "Vos matastes un moreno y otro en una pulpería, y aquí está la polecía que viene a justar tus cuentas; te va a alzar por las cuarenta si te resistís hoy día." -"No me vengan, contesté, con relación de dijuntos: esos son otros asuntos; vean si me pueden llevar, que yo no me he de entregar aunque vengan todos juntos." Pero no aguardaron más y se apiaron en montón; como a perro cimarrón me rodiaron entre tantos; yo me encomendé a los santos y eché mano a mi facón. Y ya vide el fogonazo de un tiro de garabina, mas quiso la suerte indina de aquel maula, que me errase y áhi no más lo levantase lo mesmo que una sardina. A otro que estaba apurao acomodando una bola le hice una dentrada sola y le hice sentir el fierro, y ya salió como el perro cuando le pisan la cola. Era tanta la aflición y la angurria que tenían, que tuitos se me venían donde yo los esperaba: uno al otro se estorbaba y con las ganas no vían. Dos de ellos, que traiban sables, más garifos y resueltos, en las hilachas envueltos enfrente se me pararon, y a un tiempo me atropellaron lo mesmo que perros sueltos. Me fui reculando en falso y el poncho adelante eché, y en cuanto le puso el pie uno medio chapetón, de pronto le di el tirón y de espaldas lo largué. Al verse sin compañero el otro se sofrenó; entonces le dentré yo, sin dejarlo resollar, pero ya empezó a aflojar y a la pun...ta disparó. Uno que en una tacuara había atao una tijera, se vino como si fuera palenque de atar terneros, pero en dos tiros certeros salió aullando campo ajuera. Por suerte en aquel momento venía coloriando el alba y yo dije: "Si me salva la Virgen en este apuro, en adelante le juro ser más güeno que una malva." Pegué un brinco y entre todos sin miedo me entreveré; hecho ovillo me quedé y ya me cargó una yunta, y por el suelo la punta de mi facón les jugué. El más engolosinao se me apió con un hachazo; se lo quité con el brazo, de no, me mata los piojos; y antes de que diera un paso le eché tierra en los dos ojos. Y mientras se sacudía refregándosé la vista, yo me le fui como lista y áhi no más me le afirme diciéndolé: "Dios te asista" y de un revés lo voltié. Pero en ese punto mesmo sentí que por las costillas un sable me hacía cosquillas y la sangre se me heló. Desde ese momento yo me salí de mis casillas. Di para atrás unos pasos hasta que pude hacer pie, por delante me lo eché de punta y tajos a un criollo; metió la pata en un oyo y yo al oyo lo mandé. Tal vez en el corazón lo tocó un santo bendito a un gaucho, que pegó el grito y dijo: ";Cruz no consiente que se cometa el delito de matar ansí un valiente!" Y áhi no más se me aparió dentrándole a la partida: yo les hice otra embestida pues entre dos era robo; y el Cruz era como lobo que defiende su guarida. Uno despachó al infierno de dos que lo atropellaron, los demás remoliniaron, pues íbamos a la fija, y a poco andar dispararon lo mesmo que sabandija. Ahi quedaban largo a largo los que estiraron la jeta, otro iba como maleta y Cruz, de atrás, les decía: "Que venga otra polecía a llevarlos en carreta." Yo junté las osamentas, me hinqué y les recé un bendito; hice una cruz de un palito y pedí a mi Dios clemente me perdonara el delito de haber muerto tanta gente. Dejamos amontonaos a los pobres que murieron; no sé si los recogieron, porque nos fuimos a un rancho, o si tal vez los caranchos áhi no más se los comieron. Lo agarramos mano a mano entre los dos al porrón; en semejante ocasión un trago a cualquiera encanta, y Cruz no era remolón ni pijotiaba garganta. Calentamos los gargueros y nos largamos muy tiesos. siguiendo siempre los besos al pichel y, por más señas, íbamos como sigüeñas estirando los pescuesos. -"Yo me voy-le dije-, amigo, donde la suerte me lleve, y si es que alguno se atreve a ponerse en mi camino, yo seguiré mi destino, que el hombre hace lo que debe. "Soy un gaucho desgraciado. no tengo dónde ampararme, ni un palo donde rascarme, ni un árbol que me cubije; pero ni aún esto me aflige porque yo sé manejarme. "Antes de cáir al servicio, tenía familia y hacienda" cuando volví, ni la prenda me la habían dejao ya: Dios sabe en lo que vendrá a parar esta contienda." X CRUZ Amigazo, pa sufrir han nacido los varones; éstas son las ocasiones de mostrarse un hombre juerte, hasta que venga la muerte y lo agarre a coscorrones. El andar tan despilchao ningún mérito me quita. Sin ser una alma bendita me duelo del mal ajeno: soy un pastel con relleno que parece torta frita. Tampoco me faltan males y desgracias, le prevengo; también mis desdichas tengo, aunque esto poco me aflige: yo sé hacerme el chancho rengo cuando la cosa lo esige. Y con algunos ardiles voy viviendo, aunque rotoso; a veces me hago el sarnoso y no tengo ni un granito, pero al chifle voy ganoso como panzón al máiz frito. A mi no me matan penas mientras tenga el cuero sano, venga el sol en el verano y la escarcha en el invierno. Si este mundo es un infierno ¿por qué afligirse el cristiano? Hagámoslé cara fiera a los males, compañero, porque el zorro más matrero suele cáir como un chorlito: viene por un corderito y en la estaca deja el cuero. Hoy tenemos que sufrir males que no tienen nombre, pero esto a naides le asombre porque ansina es el pastel y tiene que dar el hombre más vueltas que un carretel. Yo nunca me he de entregar a los brazos de la muerte; arrastro mi triste suerte paso a paso y como pueda, que donde el débil se queda se suele escapar el juerte. Y ricuerde cada cual lo que cada cual sufrió, que lo que es, amigo, yo, hago ansí la cuenta mía: ya lo pasado pasó, mañana será otro día. Yo también tuve una pilcha que me enllenó el corazón, y si en aquella ocasión alguien me hubiera buscao, siguro que me había hallao más prendido que un botón. En la güella del querer no hay animal que se pierda; las mujeres no son lerdas y todo gaucho es dotor si pa cantarle al amor tiene que templar las cuerdas. ¡Quién es de una alma tan dura que no quiera una mujer! Lo alivia en su padecer: si no sale calavera es la mejor compañera que el hombre puede tener. Si es güena, no lo abandona cuando lo ve desgraciao, lo asiste con su cuidao Y con afán cariñoso, Y usté tal vez ni un rebozo ni una pollera le ha dao. Grandemente lo pasaba con aquella prenda mía viviendo con alegría como la mosca en la miel. ¡Amigo, qué tiempo aquél! ¡La pucha que la quería! Era la águila que a un árbol dende las nubes bajó, era más linda que el alba cuando va rayando el sol, era la flor deliciosa que entre el trebolar creció. Pero, amigo, el comendante que mandaba la milicia, como que no desperdicia se fue refalando a casa: yo le conocí en la traza que el hombre traiba malicia. El me daba voz de amigo, pero no le tenía fe. Era el jefe y, ya se ve, no podía competir yo; en mi rancho se pegó lo mesmo que saguaipé. A poco andar conocí que ya me había desbancao, y él siempre muy entonao aunque sin darme ni un cobre, me tenía de lao a lao como encomienda de pobre. A cada rato, de chasque me hacía dir a gran distancia; ya me mandaba a una estancia, ya al pueblo, ya a la frontera; pero él en la comendancia no ponía los pies siquiera. Es triste a no poder más el hombre en su padecer, si no tiene una mujer que lo ampare y lo consuele; mas pa que otro se la pele lo mejor es no tener. No me gusta que otro gallo le cacarie a mi gallina. Yo andaba ya con la espina, hasta que en una ocasión lo solprendí en el jogón abrazándomé a la china. Tenía el viejito una cara de ternero mal lamido, y al verlo tan atrevido le dije: "Que le aproveche; que había sido pa el amor como gaucho pa la leche." Peló la espada y se vino como a quererme ensartar, pero yo sin tutubiar le volví al punto a decir: -"Cuidao no te vas a pér...tigo, poné cuarta pa salir." Un puntaso me largó pero el cuerpo le saqué y en cuanto se lo quité, para no matar un viejo, con cuidao, medio de lejo, un planaso le asenté. Y como nunca al que manda le falta algún adulón, uno que en esa ocasión se encontraba allí presente vino apretando los dientes como perrito mamón. Me hizo un tiro de revuélver que el hombre creyó siguro, era confiao y le juro que cerquita se arrimaba, pero siempre en un apuro se desentumen mis tabas. El me siguió menudiando, mas sin poderme acertar, y yo, déle culebriar, hasta que al fin le dentré y áhi no más lo despaché sin dejarlo resollar. Dentré a campiar en seguida al viejito enamorao. El pobre se había ganao en un noque de lejía. ¡Quién sabe cómo estaría del susto que había llevao! ¡Es sonso el cristiano macho cuando el amor lo domina! El la miraba a la indina, y una cosa tan jedionda sentí yo, que ni en la fonda he visto tal jedentina. Y le dije:-"Pa su agüela han de ser esas perdices." Yo me tapé las narices y me salí estornudando, y el viejo quedó olfatiando como chico con lumbrices. Cuando la mula recula, señal que quiere cosiar; ansí se suele portar aunque ella lo disimula; recula como la mula la mujer, para olvidar. Alcé mi poncho y mis prendas y me largué a padecer por culpa de una mujer que quiso engañar a dos. Al rancho le dije adiós, para nunca más volver. Las mujeres dende entonces conocí a todas en una. Ya no he de probar fortuna con carta tan conocida: mujer y perra parida, no se me acerca ninguna. XI A otros les brotan las coplas como agua de manantial; pues a mí me pasa igual, aunque las mías nada valen de la boca se me salen como ovejas del corral. Que en puertiando la primera, ya la siguen las demás, y en montones las de atrás contra los palos se estrellan, y saltan y se atropellan sin que se corten jamás. Y aunque yo por mi inorancia con gran trabajo me esplico, cuando llego a abrir el pico tenganló por cosa cierta: sale un verso y en la puerta ya asoma el otro el hocico. Y empréstemé su atención, me oirá relatar las penas de que traigo la alma llena, porque en toda circustancia paga el gaucho su inorancia con la sangre de las venas. Después de aquella desgracia me guarecí en los pajales, anduve entre los cardales como bicho sin guarida; pero, amigo, es esa vida como vida de animales. Y son tantas las miserias en que me he sabido ver, que con tanto padecer y sufrir tanta aflición malicio que he de tener un callo en el corazón. Ansí andaba como gaucho cuando pasa el temporal. Supe una vez, pa mi mal, de una milonga que había, y ya pa la pulpería enderecé mi bagual. Era la casa del baile un rancho de mala muerte y se enllenó de tal suerte que andabamos a empujones: nunca faltan encontrones cuando el pobre se divierte. Yo tenía unas medias botas con tamaños verdugones; me pusieron los talones con crestas como los gallos; ¡si viera mis afliciones pensando yo que eran callos! Con gato y con fandanguillo había empezao el changango y para ver el fandango me colé haciéndome bola; mas metió el diablo la cola y todo se volvió pango. Había sido el guitarrero un gaucho duro de boca. Yo tengo pacencia poca pa aguantar cuando no debo; a ninguno me le atrevo pero me halla el que me toca. A bailar un pericón con una moza salí, y cuando me vido allí sin duda me conoció y estas coplitas cantó como por ráirse de mí: "Las mujeres son todas como las mulas; yo no digo que todas, pero hay algunas que a las aves que vuelan les sacan plumas." "Hay gauchos que presumen de tener damas; no digo que presumen, pero se alaban, y a lo mejor los dejan tocando tablas." Se secretiaron las hembras y yo ya me encocoré; volié la anca y le grité: "dejá de cantar... chicharra." Y de un tajo a la guitarra tuitas las cuerdas corté. Al grito salió de adentro un gringo con un jusil; pero nunca he sido vil, poco el peligro me espanta: ya me refalé la manta y la eché sobre el candil. Gané en seguida la puerta gritando: "Naides me ataje"; y alborotao el hembraje lo que todo quedó escuro, empezó a verse en apuro mesturao con el gauchaje. El primero que salió fue el cantor y se me vino, pero yo no pierdo el tino aunque haiga tomao un trago, y hay algunos por mi pago que me tienen por ladino. No ha de haber achocao otro; le salió cara la broma; a su amigo cuando toma se le despeja el sentido, y el pobrecito había sido como carne de paloma. Para prestar sus socorros las mujeres no son lerdas: antes que la sangre pierda lo arrimaron a unas pipas. Ahi lo dejé con las tripas como pa que hicieran cuerdas. Monté y me largué a los campos más libre que el pensamiento, como las nubes al viento, a vivir sin paradero; que no tiene el que es matrero nido, ni rancho, ni asiento. No hay fuerza contra el destino que le ha señalao el cielo y aunque no tenga consuelo aguante el que está en trabajo: ¡naides se rasca pa abajo ni se lonjea contra el pelo! Con el gaucho desgraciao no hay uno que no se entone; la mesma falta lo espone a andar con los avestruces: faltan otros con más luces y siempre hay quien los perdone. XII Yo no sé qué tantos meses esta vida me duró; a veces nos obligó la miseria a comer potro: me había acompañao con otros tan desgraciaos como yo. Mas ¿para qué platicar sobre esos males, canejo? Nace el gaucho y se hace viejo sin que mejore su suerte, hasta que por áhi la muerte sale a cobrarle el pellejo. Pero como no hay desgracia que no acabe alguna vez, me aconteció que después de sufrir tanto rigor un amigo por favor me compuso con el juez. Le alvertiré que en mi pago ya no va quedando un criollo: se los ha tragao el hoyo o juido o muerto en la guerra, porque, amigo, en esta tierra nunca se acaba el embrollo. Colijo que jue para eso que me llamó el juez un día y me dijo que quería hacerme a su lao venir, pa que dentrase a servir de soldao de polecía. Y me largó una ploclama tratándomé de valiente, que yo era un hombre decente, y que dende aquel momento me nombraba de sargento pa que mandara la gente. Ansí estuve en la partida pero ¡qué había de mandar! Anoche al irlo a tomar vide güena coyontura y a mí no me gusta andar con la lata a la cintura. Ya conoce, pues, quién soy; tenga confianza conmigo; Cruz le dio mano de amigo y no lo ha de abandonar. Juntos podemos buscar pa los dos un mesmo abrigo. Andaremos de matreros si es preciso pa salvar; nunca nos ha de faltar ni un güen pingo para juir, ni un pajal ande dormir, ni un matambre que ensartar. Y cuando sin trapo alguno nos haiga el tiempo dejao yo le pediré emprestao el cuero a cualquiera lobo y hago un poncho, si lo sobo, mejor que poncho engomao. Para mi la cola es pecho y el espinazo es cadera; hago mi nido ande quiera y de lo que encuentre como; me echo tierra sobre el lomo y me apeo en cualquier tranquera. Y dejo rodar la bola que algún día se ha'e parar; tiene el gaucho que aguantar hasta que lo trague el hoyo o hasta que venga algún criollo en esta tierra a mandar. Lo miran al pobre gaucho como carne de cogote: lo tratan al estricote, y si ansí las cosas andan porque quieren los que mandan, aguantemos los azotes. ¡Pucha, si usté los oyera como yo en una ocasión tuita la conversación que con otro tuvo el juez! Le asiguro que esa vez se me achicó el corazón. Hablaban de hacerse ricos con campos en la frontera; de sacarla más ajuera donde había campos baldidos y llevar de los partidos gente que la defendiera. Todo se güelven proyectos de colonias y carriles y tirar la plata a miles en los gringos enganchaos, mientras al pobre soldao le pelan la chaucha, ¡ah viles! Pero si siguen las cosas como van hasta el presente puede ser que redepente veamos el campo disierto, y blanquiando solamente los güesos de los que han muerto. Hace mucho que sufrimos la suerte reculativa: trabaja el gaucho y no arriba, pues a lo mejor del caso lo levantan de un sogaso sin dejarle ni saliva. De los males que sufrimos hablan mucho los puebleros, pero hacen como los teros para esconder sus niditos: en un lao pegan los gritos y en otro tienen los güevos. Y se hacen los que no aciertan a dar con la coyontura; mientras al gaucho lo apura con rigor la autoridá ellos a la enfermedá le están errando la cura. XIII MARTIN FIERRO Ya veo que somos los dos astilla del mesmo palo: yo paso por gaucho malo y usté anda del mesmo modo, y yo, pa acabarlo todo a los indios me refalo. Pido perdón a mi Dios, que tantos bienes me hizo; pero dende que es preciso que viva entre los infieles, yo seré cruel con los crueles: ansí mi suerte lo quiso. Dios formó lindas las flores, delicadas como son, les dio toda perfeción y cuanto él era capaz, pero al hombre le dio más cuando le dio el corazón. Le dio claridá a la luz, juerza en su carrera al viento, le dio vida y movimiento dende la águila al gusano, pero más le dio al cristiano al darle el entendimiento. Y aunque a las aves les dio, con otras cosas que inoro, esos piquitos como oro y un plumaje como tabla, le dio al hombre más tesoro al darie una lengua que habla. y dende que dio a las fieras esa juria tan inmensa, que no hay poder que las vensa ni nada que las asombre, ¿qué menos le daría al hombre que el valor pa su defensa? Pero tantos bienes juntos al darle, malicio yo que en sus adentros pensó que el hombre los precisaba, que los bienes igualaban con las penas que le dio. Y yo empujao por las mías quiero salir de este infierno: ya no soy pichón muy tierno y se manejar la lanza y hasta los indios no alcanza la facultá del gobierno. Yo sé que allá los caciques amparan a los cristianos, y que los tratan de "hermanos" cuando se van por su gusto. ¿A qué andar pasando sustos? Alcemos el poncho y vamos. En la cruzada hay peligros pero no aun esto me aterra, yo ruedo sobre la tierra arrastrao por mi destino y si erramos el camino... no es el primero que lo erra. Si hemos de salvar o no de esto naides nos responde. Derecho ande el sol se esconde tierra adentro hay que tirar; algún día hemos de llegar... después sabremos adónde. No hemos de perder el rumbo, los dos somos güena yunta; el que es gaucho va ande apunta, aunque inore ande se encuentra; pa el lao en que el sol se dentra dueblan los pastos la punta. De hambre no pereceremos, pues según otros me han dicho en los campos se hallan bichos de los que uno necesita... gamas, matacos, mulitas, avestruces y quirquinchos. Cuando se anda en el disierto se come uno hasta las colas; lo han cruzao mujeres solas llegando al fin con salú, y ha de ser gaucho el ñandú que se escape de mis bolas. Tampoco a la sé le temo, yo la aguanto muy contento, busco agua olfatiando al viento, y dende que no soy manco ande hay duraznillo blanco cavo y la saco al momento. Allá habrá siguridá ya que aquí no la tenemos, menos males pasaremos y ha de haber grande alegría el día que nos descolguemos en alguna toldería. Fabricaremos un toldo, como lo hacen tantos otros, con unos cueros de potro, que sea sala y sea cocina. ¡Tal vez no falte una china que se apiade de nosotros! Allá no hay que trabajar, vive uno como un señor; de cuando en cuando un malón, y si de él sale con vida lo pasa echao panza arriba mirando dar güelta el sol. y ya que a juerza de golpes la suerte nos dejó aflús, puede que allá véamos luz y se acaben nuestras penas. Todas las tierras son güenas: vámosnós, amigo Cruz. El que maneja las bolas, el que sabe echar un pial, o sentarse en un bagual sin miedo de que lo baje, entre los mesmos salvajes no puede pasarlo mal. El amor como la guerra lo hace el criollo con canciones; a más de eso, en los malones podemos aviarnos de algo; en fin, amigo, yo salgo de estas pelegrinaciones. En este punto el cantor buscó un porrón pa consuelo, echó un trago como un cielo, dando fin a su argumento, y de un golpe al istrumento lo hizo astillas contra el suelo. "Ruempo-dijo-la guitarra, pa no volverla a templar; ninguno la ha de tocar, por siguro ténganló; pues naides ha de cantar cuando este gaucho cantó." Y daré fin a mis coplas con aire de relación; nunca falta un preguntón más curioso que mujer, y tal vez quiera saber cómo fue la conclusión. Cruz y Fierro, de una estancia una tropilla se arriaron; por delante se la echaron como criollos entendidos y pronto, sin ser sentidos, por la frontera cruzaron. Y cuando la habían pasao, una madrugada clara le dijo Cruz que mirara las últimas poblaciones; y a Fierro dos lagrimones le rodaron por la cara. Y siguiendo el fiel del rumbo se entraron en el desierto. No sé si los habrán muerto en alguna correría, pero espero que algún día sabré de ellos algo cierto. Y ya con estas noticias mi relación acabé; por ser ciertas las conté, todas las desgracias dichas: es un telar de desdichas cada gaucho que usté ve. Pero ponga su esperanza en el Dios que lo formó; y aquí me despido yo, que referí ansí a mi modo MALES QUE CONOCEN TODOS PERO QUE NAIDES CONTO.