LA VUELTA DE MARTIN FIERRO I Atención pido al silencio y silencio a la atención, que voy en esta ocasión, si me ayuda la memoria, a mostrarles que a mi historia le faltaba lo mejor. Viene uno como dormido cuando vuelve del desierto; veré si a esplicarme acierto entre gente tan bizarra, y si al sentir la guitarra de mi sueño me dispierto. Siento que mi pecho tiembla que se turba mi razón, y de la vigüela al son imploro a la alma de un sabio, que venga a mover mi labio y alentar mi corazón. Si no llego a treinta y una, de fijo en treinta me planto, y esta confianza adelanto porque recebí en mí mismo, con el agua del bautismo la facultá para el canto. Tanto el pobre como el rico la razón me la han de dar; y si llegan a escuchar lo que esplicaré a mi modo, digo que no han de reír todos, algunos han de llorar. Mucho tiene que contar el que tuvo que sufrir, y empezaré por pedir no duden de cuanto digo, pues debe crerse al testigo si no pagan por mentir. Gracias le doy a la Virgen, gracias le doy al Señor porque entre tanto rigor y habiendo perdido tanto, no perdí mi amor al canto ni mi voz como cantor. Que cante todo viviente otorgó el Eterno Padre; cante todo el que le cuadre como lo hacemos los dos, pues sólo no tiene voz el ser que no tiene sangre. Canta el pueblero... y es pueta; canta el gaucho... y ¡ay Jesús! Io miran como avestruz, su inorancia los asombra; mas siempre sirven las sombras para distinguir la luz. El campo es del inorante; el pueblo del hombre estruido; yo que en el campo he nacido, digo que mis cantos son para los unos....sonidos, y para otros... intención. Yo he conocido cantores que era un gusto el escuchar, mas no quieren opinar y se divierten cantando; pero yo canto opinando, que es mi modo de cantar. El que va por esta senda cuanto sabe desembucha, y aunque mi cencia no es mucha, esto en mi favor previene; yo sé el corazón que tiene el que con gusto me escucha. Lo que pinta este pincel ni el tiempo lo ha de borrar; ninguno se ha de animar a corregirme la plana; no pinta quien tiene gana sino quien sabe pintar. Y no piensen los oyentes que del saber hago alarde; he conocido, aunque tarde, sin haberme arrepentido, que es pecado cometido el decir ciertas verdades. Pero voy en mi camino y nada me ladiará, he de decir la verdá, de naides soy adulón; aquí no hay imitación, ésta es pura realidá. Y el que me quiera enmendar mucho tiene que saber; tiene mucho que aprender el que me sepa escuchar; tiene mucho que rumiar el que me quiera entender. Más que yo y cuantos me oigan, más que las cosas que tratan, más que lo que ellos relatan, mis cantos han de durar: mucho ha habido que mascar para echar esta bravata. Brotan quejas de mi pecho, brota un lamento sentido; y es tanto lo que he sufrido y males de tal tamaño, que reto a todos los años a que traigan el olvido. Ya verán si me dispierto cómo se compone el baile; y no se sorprenda naides si mayor fuego me anima; porque quiero alzar la prima como pa tocar al aire. Y con la cuerda tirante, dende que ese tono elija, yo no he de aflojar manija mientras que la voz no pierda, si no se corta la cuerda o no cede la clavija. Aunque rompí el estrumento por no volverme a tentar, tengo tanto que contar y cosas de tal calibre, que Dios quiera que se libre el que me enseñó a templar. De naides sigo el ejemplo, naide a dirigirme viene, yo digo cuanto conviene y el que en tal güeya se planta, debe cantar, cuando canta, con toda la voz que tiene. He visto rodar la bola y no se quiere parar; al fin de tanto rodar me he decidido a venir a ver si puedo vivir y me dejan trabajar. Sé dirigir la mansera y también echar un pial; sé correr en un rodeo, trabajar en un corral; me sé sentar en un pértigo lo mesmo que en un bagual. Y empriéstenmé su atención si ansí me quieren honrar, de no, tendré que callar, pues el pájaro cantor jamás se para a cantar en árbol que no da flor. Hay trapitos que golpiar, y de aquí no me levanto. Escúchenme cuando canto si quieren que desembuche: tengo que decirles tanto que les mando que me escuchen. Déjenmé tomar un trago, éstas son otras cuarenta: mi garganta está sedienta, y de esto no me abochorno, pues el viejo, como el horno, por la boca se calienta. II Triste suena mi guitarra y el asunto lo requiere; ninguno alegrías espere sinó sentidos lamentos, de aquél que en duros tormentos nace, crece, vive y muere. Es triste dejar sus pagos y largarse a tierra agena llevándosé la alma llena de tormentos y dolores, mas nos llevan los rigores como el pampero a la arena. ¡Irse a cruzar el desierto lo mesmo que un forajido, dejando aquí en el olvido, como dejamos nosotras, su mujer en brazos de otro y sus hijitos perdidos! ¡Cuántas veces al cruzar en esa inmensa llanura, al verse en tal desventura y tan lejos de los suyos, se tira uno entre los yuyos a llorar con amargura! En la orilla de un arroyo solitario lo pasaba; en mil cosas cavilaba y, a una güelta repentina, se me hacía ver a mi china o escuchar que me llamaba. Y las aguas serenitas bebe el pingo, trago a trago, mientras sin ningún halago pasa uno hasta sin comer por pensar en su mujer, en sus hijos y en su pago. Recordarán que con Cruz para el desierto tiramos; en la pampa nos entramos, cayendo por fin del viaje a unos toldos de salvajes, los primeros que encontramos. La desgracia nos seguía, llegamos en mal momento: estaban en parlamento tratando de una invasión, y el indio en tal ocasión recela hasta de su aliento. Se armó un tremendo alboroto cuando nos vieron llegar; no podíamos aplacar tan peligroso hervidero; nos tomaron por bomberos y nos quisieron lanciar. Nos quitaron los caballos a los muy pocos minutos; estaban irresolutos, quién sabe qué pretendían; por los ojos nos metían las lanzas aquellos brutos. Y déle en su lengüeteo hacer gestos y cabriolas; uno desató las bolas y se nos vino en seguida: ya no créiamos con vida salvar ni por carambola. Allá no hay misericordia ni esperanza que tener; el indio es de parecer que siempre matarse debe, pues la sangre que no bebe Ie gusta verla correr. Cruz se dispuso a morir peliando y me convidó; aguantemos, dije yo, el fuego hasta que nos queme: menos los peligros teme quien más veces los venció. Se debe ser más prudente cuanto el peligro es mayor; siempre se salva mejor andando con alvertencia, porque no está la prudencia reñida con el valor. Vino al fin el lenguaraz como a tráirnos el perdón; nos dijo: "La salvación "se la deben a un cacique, "me manda que les esplique "que se trata de un malón. "Les ha dicho a los demás "que ustedes queden cautivos "por si cain algunos vivos "en poder de los cristianos, "rescatar a sus hermanos "con estos dos fugitivos." Volvieron al parlamento a tratar de sus alianzas, o tal vez de las matanzas; y conforme les detallo, hicieron cerco a caballo recostándosé en las lanzas. Dentra al centro un indio viejo y allí a lengüetiar se larga; quién sabe qué les encarga; pero toda la riunión lo escuchó con atención lo menos tres horas largas. Pegó al fin tres alaridos, y ya principia otra danza; para mostrar su pujanza y dar pruebas de jinete dio riendas rayando el flete y revoliando la lanza. Recorre luego la fila, frente a cada indio se para, lo amenaza cara a cara, y en su juria aquel maldito acompaña con su grito el cimbrar de la tacuara. Se vuelve aquéllo un incendio más feo que la mesma guerra; entre una nube de tierra se hizo allí una mescolanza de potros, indios y lanzas, con alaridos que aterran. Parece un baile de fieras, sigún yo me lo imagino: era inmenso el remolino, las voces aterradoras, hasta que al fin de dos horas se aplacó aquel torbellino. De noche formaban cerco y en el centro nos ponían; para mostrar que querían quitarnos toda esperanza, ocho o diez filas de lanzas al rededor nos hacían. Allí estaban vigilantes cuidándonós a porfía; cuando roncar parecían "Huincá", gritaba cualquiera, y toda la fila entera "Huincá", "Huincá", repetía. Pero el indio es dormilón y tiene un sueño projundo; es roncador sin segundo y en tal confianza es su vida, que ronca a pata tendida aunque se dé güelta el mundo. Nos aviriguaban todo como aquél que se previene, porque siempre les conviene saber las juerzas que andan, dónde están, quiénes las mandan, qué caballos y armas tienen. A cada respuesta nuestra uno hace una esclamación, y luego, en continuación, aquellos indios feroces, cientos y cientos de voces repiten al mesmo son. Y aquella voz de uno solo, que empieza por un gruñido, llega hasta ser alarido de toda la muchedumbre, y ansí alquieren la costumbre de pegar esos bramidos. III De ese modo nos hallamos empeñaos en la partida: no hay que darla por perdida por dura que sea la suerte, ni que pensar en la muerte sinó en soportar la vida. Se endurece el corazón, no teme peligro alguno; por encontrarlo oportuno allí juramos los dos respetar tan sólo a Dlos; de Dios abajo a ninguno. El mal es árbol que crece y que cortado retoña; la gente esperta o bisoña sufre de infinitos modos: la tierra es madre de todos, pero también da ponzoña. Mas todo varón prudente sufre tranquilo sus males; yo siempre los hallo iguales en cualquier senda que elijo: la desgracia tiene hijos aunque ella no tiene madre. Y al que le toca la herencia, donde quiera halla su ruina: lo que la suerte destina Io puede el hombre evitar: porque el cardo ha de pinchar es que nace con espina. Es el destino del pobre un continuo safarrancho, y pasa como el carancho, porque el mal nunca se sacia si el viento de la desgracia vuela las pajas del rancho. Mas quien manda los pesares manda también el consuelo; la luz que baja del cielo alumbra al más encumbrao, y hasta el pelo más delgao hace su sombra en el suelo. Pero por más que uno sufra un rigor que lo atormente, no debe bajar la frente nunca, por ningún motivo: el álamo es más altivo y gime constantemente. El indio pasa la vida robando o echao de panza; la única ley es la lanza a que se ha de someter, lo que le falta en saber lo suple con desconfianza. Fuera cosa de engarzarlo a un indio caritativo; es duro con el cautivo, le dan un trato horroroso, es astuto y receloso, es audaz y vengativo. No hay que pedirle favor ni que aguardar tolerancia; movidos por su inorancia y de puro desconfiaos, nos pusieron separaos bajo sutil vigilancia. No pude tener con Cruz ninguna conversación; no nos daban ocasión, nos trataban como agenos: como dos años lo menos duró esta separación. Relatar nuestras penurias fuera alargar el asunto; les diré sobre este punto que a los dos años recién nos hizo el cacique el bien de dejarnos vivir juntos. Nos retiramos con Cruz a la orilla de un pajal; por no pasarlo tan mal en el desierto infinito, hicimos como un bendito con dos cueros de bagual. Fuimos a esconder allí nuestra pobre sutuación, aliviando con la unión aquel duro cautiverio; tristes como un cementerio al toque de la oración. Debe el hombre ser valiente si a rodar se determina, primero, cuando camina; segundo, cuando descansa, pues en aquellas andanzas perece el que se acoquina. Cuando es manso el ternerito en cualquier vaca se priende; el que es gaucho esto lo entiende y ha de entender si le digo, que andábamos con mi amigo como pan que no se vende. Guarecidos en el toldo charlábamos mano a mano; éramos dos veteranos mansos pa las sabandijas, arrumbaos como cubijas cuando calienta el verano. El alimento no abunda por más empeño que se haga; lo pasa uno como plaga, ejercitando la industria y siempre, como la nutria, viviendo a orillas del agua. En semejante ejercicio se hace diestro el cazador, cai el piche engordador, cai el pájaro que trina; todo bicho que camina va a parar al asador. Pues allí a los cuatro vientos la persecución se lleva; naide escapa de la leva, y dende que la alba asoma ya recorre uno la loma, el bajo, el nido y la cueva. El que vive de la caza a cualquier bicho se atreve que pluma o cascara lleve, pues cuando la hambre se siente el hombre le clava el diente a todo lo que se mueve. En las sagradas alturas está el máestro principal, que enseña a cada animal a procurarse el sustento y le brinda el alimento a todo ser racional. Y aves, y bichos y pejes, le mantienen de mil modos; pero el hombre en su acomodo, es curioso de oservar: es el que sabe llorar y es el que los come a todos. IV Antes de aclarar el día empieza el indio a aturdir la pampa con su rugir, y en alguna madrugada, sin que sintiéramos nada se largaban a invadir. Primero entierran las prendas en cuevas, como peludos; y aquellos indios cerdudos, siempre llenos de recelos, en los caballos en pelos se vienen medio desnudos. Para pegar el malón el mejor flete procuran; y como es su arma segura, vienen con la lanza sola, y varios pares de bolas atados a la cintura. De ese modo anda liviano, no fatiga el mancarrón; es su espuela en el malón, después de bien afilao, un cuernito de venao que se amarra en el garrón. El indio que tiene un pingo que se llega a distinguir, lo cuida hasta pa dormir; de ese cuidao es esclavo: se lo alquila a otro indio bravo cuando vienen a invadir. Por vigilarlo no come y ni aun el sueño concilia; sólo en eso no hay desidia; de noche, les asiguro, para tenerlo seguro le hace cerco la familia. Por eso habrán visto ustedes, si en el caso se han hallao, y si no lo han oservao ténganló dende hoy presente, que todo pampa valiente anda siempre bien montao. Marcha el indio a trote largo, paso que rinde y que dura; viene en direción sigura y jamás a su capricho: no se les escapa bicho en la noche más escura. Caminan entre tinieblas con un cerco bien formao; lo estrechan con gran cuidao y agarran, al aclarar, ñanduces, gamas, venaos, cuanto ha podido dentrar. Su señal es un humito que se eleva muy arriba, y no hay quien no lo aperciba con esa vista que tienen; de todas partes se vienen a engrosar la comitiva. Ansina se van juntando, hasta hacer esas riuniones que cain en las invasiones en número tan crecido; para formarla han salido de los últimos rincones. Es guerra cruel la del indio porque viene como fiera; atropella donde quiera y de asolar no se cansa; de su pingo y de su lanza toda salvación espera. Debe atarse bien la faja quien aguardarlo se atreva; siempre mala intención lleva, y como tiene alma grande, no hay plegaria que lo ablande ni dolor que lo conmueva. Odia de muerte al cristiano, hace guerra sin cuartel; para matar es sin yel, es fiero de condición; no gólpea la compasión en el pecho del infiel. Tiene la vista del águila. del león la temeridá; en el desierto no habrá animal que él no lo entienda, ni fiera de que no aprienda un istinto de crueldá. Es tenaz en su barbarie, no esperen verlo cambiar; el deseo de mejorar en su rudeza no cabe: el bárbaro sólo sabe emborracharse y peliar. El indio nunca se ríe, y el pretenderlo es en vano, ni cuando festeja ufano el triunfo en sus correrías; la risa en sus alegrías le pertenece al cristiano. Se cruzan por el desierto como un animal feroz, dan cada alarido atroz que hace erizar los cabellos; parece que a todos ellos los ha maldecido Dios. Todo el peso del trabajo lo dejan a las mujeres: el indio es indio y no quiere apiar de su condición; ha nacido indio ladrón y como indio ladrón muere. El que envenenen sus armas les mandan sus hechiceras; y como ni a Dios veneran, nada a las pampas contiene; hasta los nombres que tienen son de animales y fieras. Y son, ¡por Cristo bendito! lo más desasiaos del mundo; esos indios vagabundos, con repunancia me acuerdo, viven lo mesmo que el cerdo en esos toldos inmundos. Naides puede imaginar una miseria mayor; su pobreza causa horror; no sabe aquel indio bruto que la tierra no da fruto si no la riega el sudor. V Aquel desierto se agita cuando la invasión regresa; llevan miles de cabezas de vacuno y yeguarizo: pa no aflijirse es preciso tener bastante firmeza. Aquéllo es un hervidero de pampas, un celemín; cuando riunen el botín juntando toda la hacienda, es cantidá tan tremenda que no alcanza a verse el fin. Vuelven las chinas cargadas con las prendas en montón; aflije esa destrución; acomodaos en cargueros llevan negocios enteros que han saquiado en la invasión. Su pretensión es robar. no quedar en el pantano; viene a tierra de cristianos como furia del infierno; no se llevan al gobierno porque no lo hallan a mano. Vuelven locos de contentos cuando han venido a la fija; antes que ninguno elija empiezan con todo empeño, como dijo un santiagueño, a hacerse la repartija. Se reparten el botín con igualdá, sin malicia; no muestra el indio codicia, ninguna falta comete; sólo en esto se somete a una regla de justicia. Y cada cual con lo suyo a sus toldos enderiesa; luego la matanza empieza tan sin razón ni motivo, que no queda animal vivo de esos miles de cabezas. Y satisfecho el salvaje de que su oficio ha cumplido, lo pasa por áhi tendido volviendo a su haraganiar, y entra la china a cueriar con un afán desmedido. A veces a tierra adentro algunas puntas se llevan; pero hay pocos que se atrevan a hacer esas incursiones, porque otros indios ladrones les suelen pelar la breva. Pero pienso que los pampas deben de ser los más rudos; aunque andan medio desnudos ni su convenencia entienden; por una vaca que venden quinientas matan al ñudo. Estas cosas y otras piores las he visto muchos años; pero, si yo no me engaño, concluyó ese bandalaje, y esos bárbaros salvajes, no podrán hacer más daño. Las tribus están desechas: los caciques más altivos están muertos o cautivos, privaos de toda esperanza, y de la chusma y de lanza ya muy pocos quedan vivos. Son salvajes por completo hasta pa su diversión, pues hacen una junción que naides se la imagina; recién le toca a la china el hacer su papelón. Cuanto el hombre es más salvaje trata pior a la mujer; yo no sé que pueda haber sin ella dicha ni goce: ¡feliz el que la conoce y logra hacerse querer! Todo el que entiende la vida busca a su lao los placeres; justo es que las considere el hombre de corazón; sólo los cobardes son valientes con sus mujeres. Pa servir a un desgraciao pronta la mujer está; cuando en su camino va no hay peligro que la asuste; ni hay una a quien no le guste una obra de caridá. No se hallará una mujer a la que esto no le cuadre; yo alabo al Eterno Padre, no porque las hizo bellas, sino porque a todas ellas les dio corazón de madre. Es piadosa y diligente y sufrida en los trabajos: tal vez su valer rebajo aunque la estimo bastante; mas los indios inorantes la tratan al estropajo. Echan la alma trabajando bajo el más duro rigor; el marido es su señor; como tirano la manda porque el indio no se ablanda ni siquiera en el amor. No tiene cariño a naides ni sabe lo que es amar; ¡ni qué se puede esperar de aquellos pechos de bronce! yo los conocí al llegar y los calé dende entonces. Mientras tiene qué comer permanece sosegao; yo, que en sus toldos he estao y sus costumbres oservo, digo que es como aquel cuervo que no volvió del mandao. Es para él como juguete escupir un crucifijo; pienso que Dios los maldijo y ansina el ñudo desato; el indio, el cerdo y el gato, redaman sangre del hijo. Mas ya con cuentos de pampas no ocuparé su atención; debo pedirles perdón, pues sin querer me distraje, por hablar de los salvajes me olvidé de la junción. Hacen un cerco de lanzas, los indios quedan ajuera; dentra la china ligera como yeguada en la trilla, y empieza allí la cuadrilla a dar güeltas en la era. A un lao están los caciques, capitanejos y el trompa tocando con toda pompa como un toque de fajina; adentro muere la china, sin que aquel círculo rompa. Muchas veces se les oyen a las pobres los quejidos, mas son lamentos perdidos; al rededor del cercao, en el suelo, están mamaos los indios, dando alaridos. Su canto es una palabra y de áhi no salen jamás; llevan todas el compás, ioká-ioká repitiendo; me parece estarlas viendo más fieras que Satanás. Al trote dentro del cerco, sudando, hambrientas, juriosas, desgreñadas y rotosas, de sol a sol se lo llevan: bailan, aunque truene o llueva, cantando la mesma cosa. VI El tiempo sigue en su giro y nosotros solitarios; de los indios sanguinarios no teníamos qué esperar; el que nos salvó al llegar era el más hospitalario. Mostró noble corazón, cristiano anhelaba ser; la justicia es un deber y sus méritos no callo; nos regaló unos caballos y a veces nos vino a ver. A la voluntá de Dios ni con la intención resisto, él nos salvó... pero, ¡ah Cristo! muchas veces he deseado no nos hubiera salvado ni jamás haberlo visto. Quien recibe beneficios jamás los debe olvidar; y al que tiene que rodar en su vida trabajosa le pasan a veces cosas que son duras de pelar. Voy dentrando poco a poco en lo triste del pasaje; cuando es amargo el brebaje el corazón no se alegra; dentró una virgüela negra que los diezmó a los salvajes. Al sentir tal mortandá los indios desesperaos gritaban alborotaos: "Cristiano echando gualicho" no quedó en los toldos bicho que no salió redotao. Sus remedios son secretos; los tienen las adivinas; no los conocen las chinas sino alguna ya muy vieja, y es la que los aconseja, con mil embustes, la indina. Allí soporta el paciente las terribles curaciones pues a golpes y estrujones son los remedios aquéllos; lo agarran de los cabellos y le arrancan los mechones. Les hacen mil herejías que el presenciarlas da horror; brama el indio de dolor por los tormentos que pasa, y untándoló todo en grasa lo ponen a hervir al sol. Y puesto allí boca arriba, al rededor le hacen fuego; una china viene luego y al óido le da de gritos; hay algunos tan malditos que sanan con este juego. A otros les cuecen la boca aunque de dolores cruja; lo agarran y allí lo estrujan, labios le queman y dientes con un güevo bien caliente de alguna gallina bruja. Conoce el indio el peligro y pierde toda esperanza; si a escapárseles alcanza dispara como una liebre; le da delirios la fiebre y ya le cain con la lanza. Esas fiebres son terribles, y aunque de esto no disputo ni de saber me reputo, será decíamos nosotros, de tanta carne de potro como comen estos brutos. Había un gringuito cautivo que siempre hablaba del barco y lo augaron en un charco por causante de la peste; tenía los ojos celestes como potrillito zarco. Que le dieran esa muerte dispuso una china vieja; y aunque se aflije y se queja, es inútil que resista: ponía el infeliz la vista como la pone la oveja. Nosotros nos alejamos para no ver tanto estrago; Cruz sentía los amagos de la peste que reinaba, y la idea nos acosaba de volver a nuestros pagos. Pero contra el plan mejor el destino se revela: ¡la sangre se me congela! el que nos había salvado, cayó también atacado de la fiebre y la virgüela. No podíamos dudar al verlo en tal padecer el fin que había de tener y Cruz, que era tan humano, "vamos me dijo, paisano, "a cumplir con un deber". Fuimos a estar a su lado para ayudarlo a curar; lo vinieron a buscar y hacerle como a los otros; lo defendimos nosotros, no lo dejamos lanciar. Iba creciendo la plaga y la mortandá seguía; a su lado nos tenía cuidándoló con pacencia, pero acabó su esistencia al fin de unos pocos días. El recuerdo me atormenta, se renueva mi pesar; me dan ganas de llorar, nada a mis penas igualo; Cruz también cayó muy malo ya para no levantar. Todos pueden flgurarse cuánto tuve que sufrir; yo no hacía sino gemir y aumentaba mi aflición no saber una oración pa ayudarlo a bien morir. Se le pasmó la virgüela y el pobre estaba en un grito; me recomendó un hijito que en su pago había dejado. "Ha quedado abandonado, "me dijo, aquel pobrecito. "Si vuelve, búsquemeló, "me repetía a media voz, "en el mundo éramos dos, "pues él ya no tiene madre: "que sepa el fin de su padre "y encomiende mi alma a Dios." Lo apretaba contra el pecho dominao por el dolor, era su pena mayor el morir allá entre infieles; sufriendo dolores crueles entregó su alma al Criador. De rodillas a su lado yo lo encomendé a Jesús; faltó a mis ojos la luz, tuve un terrible desmayo; cái como herido del rayo cuando lo vi muerto a Cruz. VII Aquel bravo compañero en mis brazos espiró; hombre que tanto sivió, varón que fue tan prudente, por humano y por valiente en el desierto murió. Y yo, con mis propias manos, yo mesmo lo sepulté; a Dios por su alma rogué, de dolor el pecho lleno, y humedeció aquel terreno el llanto que redamé. Cumplí con mi obligación; no hay falta de que me acuse, ni deber de que me escuse, aunque de dolor sucumba: allá señala su tumba una cruz que yo le puse. Andaba de toldo en toldo y todo me fastidiaba; el pesar me dominaba, y entregao al sentimiento, se me hacía cada momento óir a Cruz que me llamaba. Cual más, cual menos, los criollos saben lo que es amargura; en mi triste desventura no encontraba otro consuelo que ir a tirarme en el suelo al lao de su sepoltura. Allí pasaba las horas sin saber naides conmigo teniendo a Dios por testigo, y mis pensamientos fijos en mi mujer y mis hijos. en mi pago y en mi amigo. Privado de tantos bienes y perdido en tierra ajena parece que se encadena el tiempo y que no pasara como si el sol se parara a contemplar tanta pena. Sin saber qué hacer de mí y entregado a mi aflición, estando allí una ocasión del lado que venía el viento oí unos tristes lamentos que llamaron mi atención. No son raros los quejidos en los toldos del salvaje pues aquél es vandalaje donde no se arregla nada sinó a lanza y puñalada, a bolazos y a coraje. No preciso juramento, deben crerle a Martín Fierro: ha visto en ese destierro a un salvaje que se irrita, degollar una chinita y tirárselá a los perros. He presenciado martirios, he visto muchas crueldades. crímenes y atrocidades que el cristiano no imagina; pues ni el indio ni la china sabe lo que son piedades. Quise curiosiar los llantos que llegaban hasta mí; al punto me dirigí al lugar de ande venían. ¡Me horrorisa todavía el cuadro que descubrí! Era una infeliz mujer que estaba de sangre llena, y como una Madalena lloraba con toda gana; conocí que era cristiana y ésto me dio mayor pena. Cauteloso me acerqué a un indio que estaba al lao, porque el pampa es desconfiao siempre de todo cristiano, y vi que tenía en la mano el rebenque ensangrentao. VIII Mas tarde supe por ella, de manera positiva, que dentró una comitiva de pampas a su partido, mataron a su marido y la llevaron cautiva. En tan dura servidumbre hacían dos años que estaba; un hijito que llevaba a su lado lo tenía; la china la aborrecía tratándolá como esclava. Deseaba para escaparse hacer una tentativa, pues a la infeliz cautiva naides la va a redimir, y allí tiene que sufrir el tormento mientras viva. Aquella china perversa, dende el punto que llegó, crueldá y orgullo mostró porque el indio era valiente; usaba un collar de dientes de cristianos que él mató. La mandaba trabajar, poniendo cerca a su hijito, tiritando y dando gritos por la mañana temprano, atado de pies y manos lo mesmo que un corderito. Ansí le imponía tarea de juntar leña y sembrar viendo a su hijito llorar; y hasta que no terminaba, la china no la dejaba que le diera de mamar. Cuando no tenían trabajo la emprestaban a otra china. "Naides, decía, se imagina "ni es capaz de presumir "cuánto tiene que sufrir la infeliz que está cautiva." Si ven crecido a su hijito, como de piedá no entienden, y a súplicas nunca atienden, cuando no es éste es el otro, se lo quitan y lo venden o lo cambian por un potro. En la crianza de los suyos son bárbaros por demás; no lo había visto jamás; en una tabla los atan, los crían ansí, y les achatan la cabeza por detrás. Aunque esto parezca estraño, ninguno lo ponga en duda: entre aquélla gente ruda, en su bárbara torpeza, es gala que la cabeza se les forme puntiaguda. Aquella china malvada que tanto la aborrecía, empezó a decir un día, porque falleció una hermana, que sin duda la cristiana le había echado brujería. El indio la sacó al campo y la empezó a amenazar; que le había de confesar si la brujería era cierta; o que la iba a castigar hasta que quedara muerta. Llora la pobre afligida, pero el indio, en su rigor, le arrebató con furor al hijo de entre sus brazos, y del primer rebencazo la hizo crugir de dolor. Que aquel salvaje tan cruel azotándolá seguía; más y más se enfurecía cuanto más la castigaba, y la infeliz se atajaba, los golpes como podía. Que le gritó muy furioso: "Confechando no querés" la dio vuelta de un revés, y por colmar su amargura, a su tierna criatura se la degolló a los pies. "Es incréible, me decía, que tanta fiereza esista; no habrá madre que resista; aquel salvaje inclemente cometió tranquilamente aquel crimen a mi vista." Esos horrores tremendos no los inventa el cristiano: "ese bárbaro inhumano, sollozando me lo dijo, me amarró luego las manos con las tripitas de mi hijo". IX De ella fueron los lamentos que en mi soledá escuché; en cuanto al punto llegué quedé enterado de todo; al mirarla de aquel modo ni un istante tutubié. Toda cubierta de sangre aquella infeliz cautiva, tenía dende abajo arriba la marca de los lazazos; sus trapos hechos pedazos mostraban la carne viva. Alzó los ojos al cielo en sus lágrimas bañada; tenía las manos atadas; su tormento estaba claro; y me clavó una mirada como pidiéndomé amparo. Yo no sé lo que pasó en mi pecho en ese istante; estaba el indio arrogante con una cara feroz: para entendernos los dos la mirada fue bastante. Pegó un brinco como gato y me ganó la distancia; aprovechó esa ganancia como fiera cazadora, desató las boliadoras y aguardó con vigilancia. Aunque yo iba de curioso y no por buscar contienda, al pingo le até la rienda, eché mano, dende luego, a éste que no yerra fuego, y ya se armó la tremenda. El peligro en que me hallaba al momento conocí; nos mantuvimos ansí, me miraba y lo miraba; yo al indio le desconfiaba y él me desconfiaba a mí- Se debe ser precavido cuando el indio se agasape: en esa postura el tape vale por cuatro o por cinco: como el tigre es para el brinco y fácil que a uno lo atrape. Peligro era atropellar y era peligro el juir, y más peligro seguir esperando de este modo, pues otros podían venir y carniarme allí entre todos. A juerza de precaución muchas veces he salvado, pues en un trance apurado es mortal cualquier descuido; si Cruz hubiera vivido no habría tenido cuidado. Un hombre junto con otro en valor y en juerza crece; el temor desaparece, escapa de cualquier trampa: entre dos, no digo a un pampa, a la tribu si se ofrece. En tamaña incertidumbre, en trance tan apurado, no podía, por de contado, escaparme de otra suerte sino dando al indio muerte o quedando allí estirado. Y como el tiempo pasaba y aquel asunto me urgía, viendo que él no se movía, me fui medio de soslayo como a agarrarle el caballo a ver si se me venía. Ansí fue, no aguardó más, y me atropelló el salvaje; es preciso que se ataje quien con el indio pelée; el miedo de verse a pie aumentaba su coraje. En la dentrada no más me largó un par de bolazos: uno me tocó en un brazo; si me da bien me lo quiebra, pues las bolas son de piedra y vienen como balazo. A la primer puñalada el pampa se hizo un ovillo: era el salvaje más pillo que he visto en mis correrías, y, a más de las picardías, arisco para el cuchillo. Las bolas las manejaba aquel bruto con destreza, las recogía con presteza y me las volvía a largar haciéndomelás silbar arriba de la cabeza. Aquel indio, como todos, era cauteloso ... ¡aijuna! áhi me valió la fortuna de que peliando se apotra: me amenazaba con una y me largaba con otra. Me sucedió una desgracia en aquel percance amargo; en momento que lo cargo y que él reculando va, me enredé en el chiripá y cái tirao largo a largo. Ni pa encomendarme a Dios tiempo el salvaje me dio; cuanto en el suelo me vio me saltó con ligereza; juntito de la cabeza el bolazo retumbó. Ni por respeto al cuchillo dejó el indio de apretarme; allí pretende ultimarme sin dejarme levantar, y no me daba lugar ni siquiera a enderezarme. De balde quiero moverme: aquel indio no me suelta; como persona resuelta, toda mi juerza ejecuto, pero abajo de aquel bruto no podía ni darme güelta. ¡Bendito Dios poderoso! Quién te puede comprender cuando a una débil mujer le diste en esa ocasión la juerza que en un varón tal vez no pudiera haber. Esa infeliz tan llorosa viendo el peligro se anima; como una flecha se arrima y, olvidando su aflición, le pegó al indio un tirón que me lo sacó de encima. Ausilio tan generoso me libertó del apuro; si no es ella, de siguro que el indio me sacrifica, y mi valor se duplica con un ejemplo tan puro. En cuanto me enderecé nos volvimos a topar; no se podía descansar Y me chorriaba el sudor; en un apuro mayor jamás me he vuelto a encontrar. Tampoco yo le daba alce como deben suponer; se había aumentado mi quehacer para impedir que el brutazo Ie pegara algún bolazo. de rabia, a aquella mujer. La bola en manos del indio es terrible, y muy ligera; hace de ella lo que quiera, saltando como una cabra: mudos, sin decir palabra, peliábamos como fieras. Aquel duelo en el desierto nunca jamás se me olvida; iba jugando la vida con tan terrible enemigo. teniendo allí de testigo a una mujer afligida. Cuanto él más se enfurecía, yo más me empiezo a calmar; mientras no logra matar el indio no se desfoga; al fin le corté una soga y lo empecé aventajar. Me hizo sonar las costillas de un bolazo aquel maldito; y al tiempo que le di un grito y le dentro como bala pisa el indio y se refala en el cuerpo del chiquito. Para esplicar el misterio es muy escasa mi cencia: lo castigó, en mi concencia su Divina Majestá donde no hay casualidá suele estar la Providencia. En cuanto trastabilló, más de firme lo cargué. y aunque de nuevo hizo pie lo perdió aquella pisada, pues en esa atropellada en dos partes lo corté. Al sentirse lastimao se puso medio afligido; pero era indio decidido, su valor no se quebranta; le salían de la garganta como una especie de aullidos. Lastimao en la cabeza la sangre lo enceguecía; de otra herida le salía haciendo un charco ande estaba; con las pies la chapaliaba sin aflojar todavía. Tres figuras imponentes formábamos aquel terno: ella en su dolor materno, yo con la lengua dejuera y el salvaje, como fiera disparada del infierno. Iba conociendo el indio que tocaban a degüello; se le erizaba el cabello y los ojos revolvía; los labios se le perdían cuando iba a tomar resuello. En una nueva dentrada le pegué un golpe sentido, y al verse ya mal herido, aquel indio furibundo lanzó un terrible alarido que retumbó como un ruido si se sacudiera el mundo. Al fin de tanto lidiar, en el cuchillo lo alcé, en peso lo levanté aquel hijo del desierto, ensartado lo llevé, y allá recién lo largué cuando ya lo senti muerto. Me persiné dando gracias de haber salvado la vida; aquella pobre afligida de rodillas en el suelo, alzó sus ojos al cielo sollozando dolorida. Me hinqué también a su lado a dar gracias a mi santo: en su dolor y quebranto ella a la madre de Dios le pide, en su triste llanto, que nos ampare a los dos. Se alzó con pausa de leona cuando acabó de implorar, y sin dejar de llorar envolvió en unos trapitos los pedazos de su hijito que yo le ayudé a juntar. X Dende ese punto era juerza abandonar el desierto, pues me hubieran descubierto, y, aunque lo maté en pelea, de fijo que me lancean por vengar al indio muerto. A la afligida cautiva mi caballo le ofrecí: era un pingo que alquirí, y donde quiera que estaba en cuanto yo lo silbaba venía a refregarse a mí. Yo me le senté al del pampa; era un escuro tapao; cuando me hallo bien montao de mis casillas me salgo; y era un pingo como galgo, que sabía correr boliao. Para correr en el campo no hallaba ningún tropiezo: los ejercitan en eso y los ponen como luz de dentrarle a un avestruz y boliar bajo el pescuezo. El pampa educa al caballo como para un entrevero; como rayo es de ligero en cuanto el indio lo toca; y, como trompo, en la boca da gültas sobre de un cuero. Lo varea en la madrugada; jamás falta a este deber; luego lo enseña a correr entre fangos y guadales; ansina esos animales es cuanto se puede ver. En el caballo de un pampa no hay peligro de rodar, ¡jue pucha! y pa disparar es pingo que no se cansa; con prolijidá lo amansa sin dejarlo corcobiar. Pa quitarle las cosquillas con cuidao lo manosea; horas enteras emplea, y, por fin, sólo lo deja, cuando agacha las orejas y ya el potro ni cocea. Jamás le sacude un golpe porque lo trata al bagual con pacencia sin igual; al domarlo no le pega, hasta que al fin se le entrega ya dócil el animal. Y aunque yo sobre los bastos me sé sacudir el polvo, a esa costumbre me amoldo; con pacencia lo manejan y al día siguiente lo dejan rienda arriba junto al toldo. Ansí todo el que procure tener un pingo modelo, lo ha de cuidar con desvelo, y debe impedir también el que de golpes le den o tironén en el suelo. Muchos quieren dominarlo con el rigor y el azote, y si ven al chafalote que tiene trazas de malo, lo embraman en algún palo hasta que se descogote. Todos se vuelven pretestos y güeltas para ensillarlo: dicen que es por quebrantarlo, mas compriende cualquier bobo que es de miedo del corcobo y no quieren confesarlo. El animal yeguarizo (perdónenmé esta alvertencia) es de mucha conocencia y tiene mucho sentido; es animal consentido: lo cautiva la pacencia. Aventaja a los demás el que estas cosas entienda; es bueno que el hombre aprienda, pues hay pocos domadores y muchos frangoyadores que anda de bozal y rienda. Me vine, como les digo, trayendo esa compañera; marchamos la noche entera, haciendo nuestro camino sin más rumbo que el destino, que nos llevara ande quiera. Al muerto, en un pajonal había tratao de enterrarlo. y, después de maniobrarlo, lo tapé bien con las pajas, para llevar de ventaja lo que emplean en hallarlo. En notando nuestra ausencia nos habían de perseguir. y, al decidirme a venir, con todo mi corazón hlce la resoluclón de peliar hasta morir. Es un peligro muy serio cruzar juyendo el desierto: muchísimos de hambre han muerto, pues en tal desasosiego no se puede ni hacer fuego para no ser descubierto. Sólo el albitrio del hombre puede ayudarlo a salvar; no hay auxilio que esperar, sólo de Dios hay amparo: en el desierto es muy raro que uno se pueda escapar. ¡Todo es cielo y horizonte en inmenso campo verde! ¡Pobre de aquél que se pierde o que su rumbo estravea! Si alguien cruzarlo desea este consejo recuerde. Marque su rumbo de día con toda fidelidá; marche con puntualidá siguiéndoló con fijeza, y, si duerme, la cabeza ponga para el lao que va. Oserve con todo esmero adonde el sol aparece; si hay neblina y le entorpece y no lo puede oservar, guárdese de caminar, pues quien se pierde perece. Dios les dió istintos sutiles a toditos los mortales; el hombre es uno de tales, y en las llanuras aquéllas lo guían el sol, las estrellas, el viento y los animales. Para ocultarnos de día a la vista del salvaje ganábamos un paraje en que algún abrigo hubiera, a esperar que anocheciera para seguir nuestro viaje. Penurias de toda clase y miserias padecimos; varias veces no comimos o comimos carne cruda; y en otras, no tengan duda, con réices nos mantuvimos. Después de mucho sufrir tan peligrosa inquietú, alcanzamos con salú a divisar una sierra, y al fin pisamos la tierra en donde crece el ombú. Nueva pena sintió el pecho por Cruz, en aquel paraje, y en humilde vasallaje, a la majestá infinita, besé esta tierra bendita que ya no pisa el salvaje. Al fln la misericordia de Dios nos quiso amparar; es preciso soportar los trabajos con costancia: alcanzamos a una estancia después de tanto penar. Ahi mesmo me despedí de mi infeliz compañera. "Me voy -le dije- ande quiera, aunque me agarre el gobierno, pues infierno por infierno, prefiero el de la frontera". Concluyo esta relación, ya no puedo continuar. permítanmé descansar: están mis hijos presentes. Y yo ansiosos porque cuenten lo que tengan que contar. XI Y mientras que tomo un trago pa refrescar el garguero, y mientras tiempla el muchacho y prepara su estrumento, les contaré de qué modo tuvo lugar el encuentro. Me acerqué a algunas estancias por saber algo de cierto, creyendo que en tantos años esto se hubiera compuesto; pero cuanto saqué en limpio fue, que estábamos lo mesmo. Ansí me dejaba andar haciéndomé el chancho rengo, porque no me convenía revolver el avispero; pues no inorarán ustedes que en cuentas con el gobierno tarde o temprano lo llaman al pobre a hacer el arreglo. Pero al fin tuve la suerte de hallar un amigo viejo que de todo me informó, y por él supe al momento que el juez que me perseguía hacía tiempo que era muerto: por culpa suya he pasado diez años de sufrimiento, y no son pocos diez años para quien ya llega a viejo. Y los he pasado ansí, si en mi cuenta no me yerro: tres años en la frontera dos como gaucho matrero, y cinco allá entre los indios hacen los diez que yo cuento. Me dijo, a más, ese amigo que anduviera sin recelo, que todo estaba tranquilo, que no perseguIa el Gobierno, que ya naides se acordaba de la muerte de moreno, aunque si yo lo maté mucha culpa tuvo el negro. Estuve un poco imprudente, puede ser, yo lo confieso, pero él me precipitó porque me cortó primero; y a más me cortó en la cara que es un asunto muy serio. Me asiguró el mesmo amigo que ya no había ni el recuerdo de aquel que en la pulpería Io dejé mostrando el sebo. El, de engreído me buscó, yo ninguna culpa tengo; él mesmo vino a peliarme, y tal vez me hubiera muerto si le tengo más confianza o soy un poco más lerdo; fue suya toda la culpa, porque ocasionó el suceso. Que ya no hablaban tampoco, me lo dijo muy de cierto, de cuando con la partida llegué a tener el encuentro. Esa vez me defendí como estaba en mi derecho, porque fueron a prenderme de noche y en campo abierto. Se me acercaron con armas, y sin darme voz de preso, me amenazaron a gritos, de un modo que daba miedo, que iban a arreglar mis cuentas, tratándomé de matrero, y no era el jefe el que hablaba, sinó un cualquiera de entre ellos. Y ese, me parece a mí, no es modo de hacer arreglos, ni con el que es inocente, ni con el culpable menos. Con semejantes noticias yo me puse muy contento y me presenté ande quiera como otros pueden hacerlo. De mis hijos he encontrado sólo a dos hasta el momento; y de ese encuentro feliz le doy las gracias al cielo. A todos cuantos hablaba les preguntaba por ellos, mas no me daba ninguno razón de su paradero. Casualmente el otro día llegó a mi conocimiento, de una carrera muy grande entre varios estancieros y fui eomo uno de tantos, aunque no llevaba un medio. No faltaba, ya se entiende, en aquel gauchaje inmenso muchos que ya conocían la historia de Martín Fierro; y allí estaban los muchachos cuidando unos parejeros. Cuando me oyeron nombrar se vinieron al momento, diciéndome quienes eran, aunque no me conocieron, porque venía muy aindiao y me encontraban muy viejo. La junción de los abrazos, de los llantos y los besos se deja pa las mujeres, como que entienden el juego; pero el hombre que compriende que todos hacen lo mesmo en público canta y baila abraza y llora en secreto. Lo único que me han contado es que mi mujer ha muerto que en procuras de un muchacho se fue la infeliz al pueblo donde infinitas miserias habrá sufrido por cierto; que, por fin, a un hospital fue a parar medio muriendo y en ese abismo de males falleció al muy poco tiempo. Les juro que de esa pérdida jamás he de hallar consuelo; muchas lágrimas me cuesta dende que supe el suceso; mas dejemos cosas tristes, aunque alegrías no tengo; me parece que el muchacho ha templao y está dispuesto, vamos a ver qué tal lo hace, y juzgar su desempeño. Ustedes no los conocen, yo tengo confianza en ellos, no porque lleven mi sangre, (eso fuera lo de menos) sino porque dende chicos han vivido padeciendo; los dos son aficionados, les gusta jugar con fuego, vamos a verlos correr: son cojos... hijos de rengo. EL HIJO MAYOR DE MARTIN FIERRO XII LA PENITENCIARIA Aunque el gajo se parece al árbol de donde sale, solía decirlo mi madre y en su razón estoy fijo: "Jamás puede hablar el hijo "con la autoridá del padre". Recordarán que quedamos sin tener dónde abrigarnos; ni ramada ande ganarnos, ni rincón ande meternos, ni camisa que ponernos, ni poncho con qué taparnos. Dichoso aquel que no sabe lo que es vivir sin amparo; yo con verdá les declaro, aunque es por demás sabido: dende chiquito he vivido en el mayor desamparo. No le merman el rigor los mesmos que lo socorren; tal vez porque no se borren, los decretos del destino, de todas partes lo corren como ternero dañino. Y vive como los bichos buscando alguna rendija; el güérfano es sabandija que no encuentra compasión, y el que anda sin direción es guitarra sin clavija. Sentiré que cuanto digo a algún oyente le cuadre; ni cara tenía, ni madre, ni parentela, ni hermanos; y todos limpian sus manos en el que vive sin padre. Lo cruza éste de un lazazo, lo abomba aquél de un moquete, otro le busca el cachete, y entre tanto soportar, suele a veces no encontrar ni quien le arroje un soquete. Si lo recogen lo tratan con la mayor rigidez; piensan que es mucho tal vez, cuando ya muestra el pellejo, si le dan un trapo viejo pa cubrir su desnudez. Me crié, pues, como les digo, desnudo a veces y hambriento; me ganaba mi sustento y ansí los años pasaban; al ser hombre me esperaban otra clase de tormentos. Pido a todos que no olviden lo que les voy a decir; en la escuela del sufrir he tomado mis leciones; y hecho muchas reflesiones dende que empecé a vivir. Si alguna falta cometo la motiva mi inorancia; no vengo con arrogancia y les diré en conclusión que trabajando de pión me encontraba en una estancia. El que manda siempre puede hacerle al pobre un calvario; a un vecino propietario un boyero le mataron, y aunque a mí me lo achacaron salió cierto en el sumario. Piensen los hombres honrados en la vergüenza y la pena de que tendría la alma llena al verme ya tan temprano igual a los que sus manos con el crimen envenenan. Declararon otros dos sobre el caso del dijunto; mas no se aclaró el asunto, y el juez, por darlas de listo, "amarrados como un Cristo nos dijo, irán todos juntos". "A la justicia ordinaria voy a mandar a los tres." Tenía razón aquel juez, y cuantos ansí amenacen: ordinaria... es como la hacen, lo he conocido después. Nos remitió, como digo, a esa justicia ordinaria, y fuimos con la sumaria a esa cárcel de malevos que por un bautismo nuevo le llaman Penitenciaria. El porqué tiene ese nombre naides me lo dijo a mí, mas yo me lo esplico ansí: le dirán Penitenciaria por la penitencia diaria que se sufre estando allí. Criollo que cai en desgracia tiene que sufrir no poco; naides lo ampara tampoco si no cuenta con recursos; el gringo es de más discurso: cuando mata se hace el loco. No sé el tiempo que corrió en aquella sepoltura; si de ajuera no lo apuran, el asunto va con pausa; tienen la presa sigura y dejan dormir la causa. Inora el preso a qué lado se inclinará la balanza; pero es tanta la tardanza que yo les digo por mi: el hombre que dentre allí deje afuera la esperanza. Sin perfecionar las leyes perfecionan el rigor; sospecho que el inventor habrá sido algún maldito: por grande que sea un delito aquella pena es mayor. Eso es para quebrantar el corazón más altivo. Los llaveros son pasivos, pero más secos y duros tal vez que los mesmos muros en que uno gime cautivo. No es en grillos ni en cadenas en lo que usté penará sinó en una soledá y un silencio tan projundo que parece que en el mundo es el único que está. El más altivo varón y de cormillo gastao, allí se vería agobiao y su corazón marchito, al encontrarse encerrao a solas con su delito. En esa cárcel no hay toros, allí todos son corderos; no puede el más altanero, al verse entre aquellas rejas, sinó amujar las orejas y sufrir callao su encierro. Y digo a cuantos inoran el rigor de aquellas penas, yo que sufrí las cadenas del destino y su inclemencia: que aprovechen la esperencia del mal en cabeza agena. ¡Ay madres, las que dirigen al hijo de sus entrañas! No piensen que las engaña, ni que les habla un falsario; lo que es el ser presidario no lo sabe la campaña. Hijas, esposas, hermanas, cuantas quieren a un varón, diganlés que esa prisión es un infierno temido, donde no se oye más ruido que el latir del corazón. Allá el día no tiene sol, la noche no tiene estrellas; sin que le valgan querellas encerrao lo purifican; y sus lágrimas salpican en las paredes aquellas. En soledá tan terrible de su pecho oye el latido: lo sé, porque lo he sufrido y créameló el aulitorio: tal vez en el purgatorio las almas hagan más ruido. Cuenta esas horas eternas para más atormentarse; su lágrima al redamarse calcula en sus afliciones, contando sus pulsaciones. lo que dilata en secarse. Allí se amansa el más bravo; allí se duebla el más juerte: el silencio es de tal suerte que, cuando llegue a venir, hasta se le han de sentir las pisadas a la muerte. Adentro mesmo del hombre se hace una revolución: metido en esa prisión, de tanto no mirar nada, le nace y queda grabada la idea de la perfeción. En mi madre, en mis hermanos, en todo pensaba yo; al hombre que allí dentró de memoria más ingrata, fielmente se le retrata todo cuanto ajuera vió. Aquél que ha vivido libre de cruzar por donde quiera se aflige y se desespera de encontrarse allí cautivo; es un tormento muy vivo que abate la alma más fiera. En esa estrecha prisión sin poderme conformar, no cesaba de esclamar: ¡qué diera yo por tener un caballo en que montar y una pampa en que correr! En un lamento costante se encuentra siempre embretao; el castigo han inventao de encerrarlo en las tinieblas, y allí está como amarrao a un fierro que no se duebla. No hay un pensamiento triste que al preso no lo atormente; bajo un dolor permanente agacha al fin la cabeza, porque siempre es la tristeza hermana de un mal presente. Vierten lágrimas sus ojos pero su pena no alivia. En esa costante lidia sin un momento de calma, contempla, con los del alma, felicidades que envidia. Ningún consuelo penetra detrás de aquellas murallas; el varón de más agallas, aunque más duro que un perno, metido en aquel infierno sufre, gime, llora y calla. Del furor el corazón se le quiere reventar, pero no hay sinó aguantar aunque sosiego no alcance; ¡dichoso en tan duro trance aquel que sabe rezar! Dirige a Dios su plegaria el que sabe una oración; en esa tribulación gime olvidado del mundo, y el dolor es más projundo cuando no halla compasión. En tan crueles pesadumbres, en tan duro padecer, empezaba a encanecer después de muy pocos meses; allí lamenté mil veces no haber aprendido a ler. Viene primero el furor, después la melancolía; en mi angustia no tenía otro alivio ni consuelo sinó regar aquel suelo con lágrimas noche y día. A visitar otros presos sus familias solían ir; naides me visitó a mí mientras estuve encerrado; ¡quién iba a costiarse allí a ver un desamparado! ¡Bendito sea el carcelero que tiene buen corazón! Yo sé que esta bendición pocos pueden alcanzarla, pues si tienen compasión su deber es ocultarla. Jamás mi lengua podrá espresar cuánto he sufrido; en ese encierro metido; llaves paredes, cerrojos se graban tanto en los ojos que uno los ve hasta dormido. El mate no se permite, no le permiten hablar, no le permiten cantar para aliviar su dolor, y hasta el terrible rigor de no dejarlo fumar. La justicia muy severa suele rayar en crueldá; sufre el pobre que allí está calenturas y delirios, pues no esiste pior martirio que esa eterna soledá. Conversamos con las rejas por sólo el gusto de hablar; pero nos mandan callar y es preciso conformarnos, pues no se debe irritar a quien puede castigarnos. Sin poder decir palabra sufre en silencio sus males, y uno en condiciones tales, se convierte en animal, privao del don principal que Dios hizo a los mortales. Yo no alcanzo a comprender por qué motivo será, que el preso privado está de los dones más preciosos que el justo Dios bondadoso otorgó a la humanidá. Pues que de todos los bienes (en mi inorancia lo infiero) que le dio al hombre altanero su Divina Majestá, la palabra es el primero, el segundo la amistá. Y es muy severa la ley que por un crimen o un vicio, somete al hombre a un suplicio el más tremendo y atroz privado de un beneficio que ha recebido de Dios. La soledá causa espanto, el silencio causa horror; ese contínuo terror es el tormento más duro, y en un presidio siguro está de más tal rigor Inora uno si de allí saldrá pa la sepoltura el que se halla en desventura busca a su lao otro ser pues siempre es bueno tener compañeros de amargura. Otro más sabio podrá encontrar razón mejor, yo no soy rebuscador, y ésta me sirve de luz: se los dieron al Señor al clavarlo en una cruz. Y en las projundas tinieblas en que mi razón esiste, mi corazón se resiste a ese tormento sin nombre, pues el hombre alegra al hombre, y el hablar consuela al triste. Grábenló como en la piedra cuanto he dicho en este canto; y aunque yo he sufrido tanto debo confesarlo aquí: el hombre que manda allí, es poco menos que un santo Y son buenos los demás, a su ejemplo se manejan; pero por eso no dejan Ias cosas de ser tremendas, piensen todos y compriendan el sentido de mis quejas Y guarden en su memoria con toda puntualidá, lo que con tal claridá les acabo de decir; mucho tendrán que sufrir si no cren en mi verdá. Y si atienden mis palabras no habrá calabozos llenos; manéjensé como buenos; no olviden esto jamás: aquí no hay razón de más; más bien las puse de menos. Y con esto me despido; todos han de perdonar; ninguno debe olvidar la historia de un desgraciado: quien ha vivido encerrado poco tiene que contar. EL HIJO SEGUNDO DE MARTIN FIERRO XIII Lo que les voy a decir ninguno lo ponga en duda, y aunque la cosa es peluda, haré la resolución; es ladino el corazón pero la lengua no ayuda. El rigor de las desdichas hemos soportao diez años, pelegrinando entre estraños sin tener donde vivir y obligados a sufrir una máquina de daños. El que vive de este modo de todos es tributario; falta el cabeza primario, y los hijos que él sustenta se dispersan como cuentas cuando se corta el rosario. Yo anduve ansí como todos, hasta que al fin de sus días supo mi suerte una tía y me recogió a su lado; allí viví sosegado y de nada carecía. No tenía cuidado alguno ni que trabajar tampoco; y como muchacho loco lo pasaba de holgazán; con razón dice el refrán que lo bueno dura poco. En mí todo su cuidado y su cariño ponía; como a un hijo me quería con cariño verdadero y me nombró de heredero de los bienes que tenía. El juez vino sin tardanza cuanto falleció la vieja. "De los bienes que te deja, me dijo, yo he de cuidar: "es un rodeo regular "y dos majadas de ovejas." Era hombre de mucha labia, con más leyes que un dotor. Me dijo: "Vos sos menor "y por los años que tienes, "no podés manejar bienes, "voy a nombrarte un tutor." Tomó un recuento de todo porque entendía su papel, y después que aquel pastel lo tuvo bien amasao, puso al frente un encargao y a mí me llevó con él. Muy pronto estuvo mi poncho lo mesmo que cernidor; el chiripá estaba pior, y aunque pa el frío soy guapo, ya no me quedaba un trapo ni pa el frío, ni pa el calor. En tan triste desabrigo, tras de un mes iba otro mes; guardaba silencio el juez, la miseria me invadía; me acordaba de mi tía, al verme en tal desnudés. No sé decir con fijeza el tiempo que pasé allí; y después de andar ansí, como moro sin señor, pasé a poder del tutor que debía cuidar de mí. XIV Me llevó consigo un viejo que pronto mostró la hilacha: dejaba ver por la facha que era medio cimarrón; muy renegao, muy ladrón, y le llamaban Viscacha. Lo que el juez iba buscando sospecho y no me equivoco; pero este punto no toco ni su secreto averiguo: mi tutor era un antiguo de los que ya quedan pocos. Viejo lleno de camándulas, con un empaque a lo toro; andaba siempre en un moro metido en no sé qué enriedos con las patas como loro, de estribar entre los dedos. Andaba rodiao de perros, que eran todo su placer; jamás dejó de tener menos de media docena; mataba vacas ajenas para darles de comer. Carniábamos noche a noche alguna res en el pago; y, dejando allí el resago, alzaba en ancas el cuero, que lo vendía a un pulpero por yerba, tabaco y trago. ¡Ah!, ¡viejo más comerciante en mi vida lo he encontrao! Con ese cuero robao, él arreglaba el pastel, y allí entre el pulpero y él se estendía el certificao. Le echaba de comedido; en las trasquilas, lo viera, se ponía como una fiera si cortaban una oveja; pero de alzarse no deja un vellón o unas tijeras. Una vez me dio una soba que me hizo pedir socorro porque lastimé un cachorro en el rancho de unas vascas; y al irse se alzó unas guascas; para eso era como zorro. ¡Aijuna! dije entre mí; me has dao esta pesadumbre: ya verás cuanto vislumbre una ocasión medio güena; te he de quitar la costumbre de cerdiar yeguas ajenas. Porque maté una viscacha otra vez me reprendió, se lo vine a contar yo; Y no bien se lo hube dicho, "ni me nuembres ese bicho" me dijo, y se me enojó. Al verlo tan irritao hallé prudente callar; éste me va a castigar dije entre mí, si se agravia: ya vi que les tenía rabia y no las volví a nombrar. Una tarde halló una punta de yeguas medio bichocas después que voltió unas pocas las cerdiaba con empeño; yo vide venir al dueño pero me callé la boca. El hombre venía jurioso y nos cayó como un rayo; se descolgó del caballo revoliando el arriador, y lo cruzó de un lazaso áhi no mas a mi tutor. No atinaba don Viscacha a qué lado disparar, hasta que logró montar, y de miedo del chicote, se lo apretó hasta el cogote, sin pararse a contestar. Ustedes crerán tal vez que el viejo se curaría: no, señores, lo que hacía con más cuitao, dende entonces era maniarlas de día para cerdiar a la noche. Ese fue el hombre que estuvo encargao de mi destino; siempre anduvo en mal camino, y todo aquel vecindario decía que era un perdulario, insufrible de dañino. Cuando el juez me lo nombró al dármeló de tutor, me dijo que era un señor el que me debía cuidar, enseñarme a trabajar y darme la educación. Pero qué había de aprender al lado de ese viejo paco que vivía como el chuncaco en los bañaos, como el tero; un haragán, un ratero, y más chillón que un barraco. Tampoco tenía más bienes ni propiedá conocida que una carreta podrida y las paredes sin techo de un rancho medio desecho, que le servía de guarida. Después de las trasnochadas allí venía a descansar; yo desiaba aviriguar lo que tuviera escondido, pero nunca había podido pues no me dejaba entrar. Yo tenía una jergas viejas que habían sido más peludas y con mis carnes desnudas, el viejo, que era una fiera, me echaba a dormir ajuera con unas heladas crudas. Cuando mozo fue casao aunque yo lo desconfío; y decía un amigo mío que, de arrebatao y malo, mató a su mujer de un palo porque le dió un mate frío. Y viudo por tal motivo nunca se volvió a casar; no era fácil encontrar ninguna que lo quisiera: todas temerían llevar la suerte de la primera. Soñaba siempre con ella, sin duda por su delito y decía el viejo maldito el tiempo que estuvo enfermo, que ella dende el mesmo infierno lo estaba llamando a gritos. XV Siempre andaba retobao, con ninguno solía hablar; se divertía en escarbar y hacer marcas con el dedo; y cuando se ponía en pedo me empezaba aconsejar. Me parece que lo veo con su poncho calamaco; después de echar un buen taco ansí principiaba a hablar: "Jamás llegués a parar a donde veás perros flacos." "El primer cuidao del hombre es defender el pellejo; llevate de mi consejo, fijate bien lo que hablo; el diablo sabe por diablo pero más sabe por viejo." "Hacete amigo del juez, no le dés de qué quejarse; y cuando quiera enojarse vos te debés encojer, pues siempre es güeno tener palenque ande ir a rascarse." "Nunca le llevés la contra porque él manda la gavilla; allí sentao en su silla ningún güey le sale bravo: a uno le da con el clavo y a otro con la cantramilla." "El hombre, hasta el más soberbio, con más espinas que un tala, aflueja andando en la mala y es blando como manteca: hasta la hacienda baguala cái al jagüel con la seca." "No andés cambiando de cueva, hacé las que hace el ratón: conservate en el rincón en que empesó tu esistencia: vaca que cambia querencia se atrasa en la parición." Y menudiando los tragos aquel viejo como cerro, "No olvidés, me decía, Fierro, que el hombre no debe crer en lágrimas de mujer ni en la renguera del perro." "No te debés afligir aunque el mundo se desplome: lo que más precisa el hombre tener, según yo discurro, es la memoria del burro que nunca olvida ande come." "Dejá que caliente el horno el dueño del amasijo; lo que es yo, nunca me aflijo y a todito me hago el sordo: el cerdo vive tan gordo y se come hasta los hijos." "El zorro que ya es corrido, dende lejos la olfatea; no se apure quien desea hacer lo que le aproveche: la vaca que más rumea es la que da mejor leche." "El que gana su comida bueno es que en silencio coma: ansina, vos ni por broma querrás llamar la atención: nunca escapa el cimarrón si dispara por la loma." "Yo voy donde me conviene y jamás me descarrío; llevate el ejemplo mío, y llenarás la barriga; aprendé de las hormigas: no van a un noque vacío." "A naides tengás envidia, es muy triste el envidiar; cuando veás a otro ganar a estorbarlo no te metas: cada lechón en su teta es el modo de mamar." "Ansí se alimentan muchos mientras los pobres lo pagan; como el cordero hay quien lo haga en la puntita, no niego; pero otros, como el borrego, toda entera se la tragan." "Si buscás vivir tranquilo dedicate a solteriar; mas si te querés casar, con esta alvertencia sea: que es muy difícil guardar prenda que otros codicean." "Es un bicho la mujer que yo aquí no lo destapo: siempre quiere al hombre guapo, mas fijate en la eleción; porque tiene el corazón como barriga de sapo." Y gangoso con la tranca, me solía decir: "Potrillo, recién te apunta el cormillo, mas te lo dice un toruno: no dejés que hombre ninguno te gane el lao del cuchillo." "Las armas son necesarias pero naides sabe cuándo; ansina, si andás pasiando, y de noche sobre todo, debés llevarlo de modo que al salir, salga cortando." "Los que no saben guardar son pobres aunque trabajen; nunca, por más que se atajen, se librarán del cimbrón: al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen. "Donde los vientos me llevan allí estoy como en mi centro; cuando una tristeza encuentro tomo un trago pa alegrarme: a mí me gusta mojarme por ajuera y por adentro." XVI Cuando el viejo cayó enfermo, viendo yo que se empioraba, y que esperanza no daba de mejorarse siquiera, le truje una culandrera a ver si lo mejoraba. En cuanto lo vio me dijo: "este no aguanta el sogazo; "muy poco le doy de plazo; "nos va a dar un espetáculo "porque debajo del brazo "le ha salido un tabernáculo." Dice el refrán que en la tropa nunca falta un güey corneta; uno que estaba en la puerta le pegó el grito áhi no más: "Tabernáculo... qué bruto; "un tubérculo, dirás." Al verse ansí interrumpido al punto dijo el cantor: "No me parece ocasión "de meterse los de ajuera "tabernáculo, señor "le decía la culandrera." El de ajuera repitió dándole otro chaguarazo; "Allá va un nuevo bolazo, "copo y se lo gano en puerta: "a las mujeres que curan se las llama curanderas". No es bueno, dijo el cantor, muchas manos en un plato, y diré al que ese barato ha tomao de entremetido, que no créia haber venido a hablar entre literatos. Y para seguir contando la historia de mi tutor le pediré a ese dotor que en mi inorancia me deje, pues siempre encuentra el que teje otro mejor tejedor. Seguía enfermo como digo, cada vez más emperrao; yo estaba ya acobardao y lo espiaba dende lejos: era la boca del viejo la boca de un condenao. Allá pasamos los dos noches terribles de invierno él maldecía al Padre Eterno como a los santos benditos, pidiendolé al diablo a gritos que lo llevara al infierno. Debe ser grande la culpa que a tal punto mortifica; cuando vía una reliquia se ponía como azogado, como si a un endemoniado le echaran agua bendita. Nnnca me le puse a tiro, pues era de mala entraña, y viendo herejía tamaña, sl alguna cosa le daba de lejos se la alcanzaba en la punta de una caña. Será mejor, decía yo que abandonado lo deje, que blasfeme y que se queje y que siga de esta suerte, hasta que venga la muete y cargue con este hereje. Cuando ya no pudo hablar le até en la mano un cencerro, y al ver cercano su entierro, arañando las paredes espiró allí, entre los perros y este servidor de ustedes. XVII Le cobré un miedo terrible después que lo vi dijunto; llamé al alcalde, y al punto, acompañado se vino de tres o cuatro vecinos a arreglar aquel asunto. "Anima bendita", dijo un viejo medio ladiao; "que Dios lo haiga perdonao, "es todo cuanto deseo "le conocí un pastoreo "de terneritos rabaos. "Ansina es, dijo el alcalde, con eso empezó a poblar; yo nunca podré olvidar las travesuras que hizo; hasta que al fin fue preciso que le privasen carniar. "De mozo fue muy jinete, no lo bajba un bagual; pa ensillar un animnal sin necesitar de otro, se encerraba en el corral y allí galopiaba el potro. "Se llevaba mal con todos; era su costumbre vieja el mesturar las ovejas, pues al haccr el aparte sacaba la mejor parte y después venía con quejas." "Dios lo ampare al pobresito, dijo en seguida un tercero, siempre robaba carneros, en eso tenía destreza: enterraba las cabezas, y después vendía los cueros." "Y qué costumbre tenía; cuando en el jogón estaba, con el mate se agarraba estando los piones juntos, yo tayo, decía, y apunto, y a ninguno convidaba." "Si ensartaba algún asao, ¡pobre! ¡como si lo viese! poco antes de que estuviese primero lo maldecía, luego después lo escupía para que naides comiese." "Quien le quitó esa costumbre de escupir al asador fue un mulato resertor que andaba de amigo suyo, un diablo, muy peliador, que le llamaban Barullo." "Una noche que les hizo como estaba acostumbrao se alzó el mulato enojao, y le gritó: "Viejo indino, "yo te he enseñar, cochino, "a echar saliva al asao." "Lo saltó por sobre el juego con el cuchillo en la mano; ¡la pucha el pardo livianol en la mesma atropellada le largó una puñalada que la quitó otro paisano." "Y ya caliente Barullo, quiso seguir la chacota: se le había erizao la mota lo que empezó la reyerta: el viejo ganó la puerta y apeló a las de gaviota". "De esa costumbre maldita dende entonces se curó; a las casas no volvió, se metió en un cicutal, y allí escondido pasó esa noche sin cenar." Esto hablaban los presentes; y yo que estaba a su lao, al óir lo que he relatao, aunque él era un perdulario, dije entre mí: "¡Qué rosario le están resando al finao!" Luego comenzó el alcalde a registrar cuanto había, sacando mil chucherías y guascas y trapos viejos, temeridá de trebejos que para nada servían. Salieron lazos, cabrestos, coyundas y maniadores, una punta de arriadores, cinchones, maneas, torzales una porción de bozales y un montón de tiradores. Había riendas de domar, frenos y estribos quebraos; bolas, espuelas, recaos, unas pavas, unas ollas, y un gran manojo de argollas de cinchas que había cortao. Salieron varios cencerros, alesnas, lonjas, cuchillos, unos cuantos cojinillos, un alto de jergas viejas, muchas botas desparejas y una infinidad de anillos. Había tarros de sardinas, unos cueros de venao, unos ponchos aujeriaos, y en tan tremendo entrevero apareció hasta un tintero que se perdió en el juzgao. Decía el alcalde muy serio: "Es poco cuanto se diga; "había sido como hormiga, "he de darle parte al juez, "y que me venga después "conque no se los persiga." Yo estaba medio azorao de ver lo que sucedía; entre ellos mesmos decían que unas prendas eran suyas, pero a mí me parecía que esas eran aleluyas. Y cuando ya no tuvieron rincón donde registrar cansaos de tanto huroniar y de trabajar de balde, "vámonos, dijo el alcalde "luego lo haré sepultar." Y aunque mi padre no era el dueño de ese hormiguero él allí muy cariñero, me dijo con muy buen modo "Vos serás el heredero "y te harás cargo de todo." "Se ha de arreglar este asunto "como es preciso que sea "voy a nombrar albacea "uno de los circustantes, "las cosas no son, como antes "tan enredadas y feas." ¡Bendito Dios! pensé yo: ando como un pordiosero y me nuembran heredero de toditas estas guascas: ¡quisiera saber primero lo que se han hecho mis vacas! XVIII Se largaron como he dicho a disponer el entierro; cuando me acuerdo, me aterro: me puse a llorar a gritos al verme allí tan solito con el finao y los perros. Me saqué el escapulario, se lo colgué al pecador; y como hay en el Señor misericordia infinita, rogué por la alma bendita del que antes jue mi tutor. No se calmaba mi duelo de verme tan solitario, áhi le champurrié un rosario como si juera mi padre, besando el escapulario que me había puesto mi madre. Madre mía, gritaba yo, dónde andarás padeciendo; el llanto que estoy virtiendo lo redamarías por mí, si vieras a tu hijo aquí todo lo que está sufriendo. Y mientras ansí clamaba sin poderme consolar, los perros, para aumentar más mi miedo y mi tormento, en aquel mesmo momento se pusieron a llorar. Libre Dios a los presentes de que sufran otro tanto; con el muerto y esos llantos les juro que falta poco para que me vuelva loco en medio de tanto espanto. Decían entonces las viejas, como que eran sabedoras, que los perros cuando lloran es porque ven al demonio; yo creía en el testimonio: como cré siempre el que inora. Ahi dejé que los ratones comieran el guasquerío; y como anda a su albedrío todo el que güérfano queda, alzando lo que era mío abandoné aquella cueva. Supe después que esa tarde vino un pión y lo enterró, ninguno lo acompañó ni lo velaron siquiera; y al otro día amaneció con una mano dejuera. Y me ha contado además el gaucho que hizo el entierro (al recordarlo me aterro, me da pavor este asunto) que la mano del dijunto se la había comido un perro. Tal vez yo tuve la culpa porque de asustao me fui; supe después que volví, y asigurárseló puedo. que los vecinos, de miedo, no pasaban por allí. Hizo del rancho guarida la sabandija más sucia, el cuerpo se despeluza y hasta la razón se altera: pasaba la noche entera chillando allí una lechuza. Por mucho tiempo no pude saber lo que me pasaba; los trapitos con que andaba eran puras hojarascas; todas las noches soñaba con viejos, perros y guascas. XIX Anduve a mi voluntá como moro sin señor; ese fue el tiempo mejor que yo he pasado tal vez: de miedo de otro tutor ni aporté por lo del juez. "Yo cuidaré, me había dicho, "de lo de tu propiedá; "todo se conservará, "eI vacuno y los rebaños "hasta que cumplás treinta años "en que seás mayor de edá." Y aguardando que llegase el tiempo que la Iey fija, pobre como largartija, y sin respetar a naides, anduve cruzando al aire como bola sin manija. Me hice hombre de esa manera bajo el más duro rigor; sufriendo tanto dolor muchas cosas aprendí; y, por fin, vítima fui del más desdichado amor. De tantas alternativas ésta es la parte peluda; infeliz y sin ayuda fue estremado mi delirio, y causaban mi martirio los desdenes de una viuda. Llora el hombre ingratitudes sin tener un jundamento, acusa sin miramiento a la que el mal le ocasiona, y tal vez en su persona no hay ningún merecimiento. Cuando yo mas padecía la crueldá de mi destino rogando al poder divino que del dolor me separe, me hablaron de un adivino que curaba esos pesares. Tuve recelos y miedos pero al fin me disolví: hice coraje y me fui donde el adivino estaba, y por ver si me curaba cuanto llevaba le di. Me puse al contar mis penas más colorao que un tomate, y se me añudó el gaznate cuando dijo el ermitaño: "Hermano, le han hecho daño "y se lo han hecho en un mate." "Por verse libre de usté "lo habrán querido embrujar." Después me empezó a pasar una pluma de avestruz y me dijo: "De la Cruz "recebí el don de curar." "Debés maldecir, me dijo, "a todos tus conocidos, "ansina el que te ha ofendido "pronto estará descubierto, "y deben ser maldecidos "tanto vivos como muertos." Y me recetó que hincao en un trapo de la viuda frente a una planta de ruda hiciera mis oraciones, diciendo: "No tengás duda, "eso cura las pasiones." A la viuda en cuanto pude un trapo le manotié; busqué la ruda y al pie, puesto en cruz, hice mi reso; pero, amigos, ni por eso de mis males me curé. Me recetó otra ocasión que comiera abrojo chico: el remedio no me esplico, mas, por desechar el mal, al ñudo en un abrojal fi a ensangrentarme el hocico. Y con tanta medecina me pareció que sanaba por momentos se aliviaba un poco mi padecer, mas si a la viuda encontraba volvía la pasión a arder. Otra vez que consulté su saber estrodinario, recibió bien su salario, y me recetó aquel pillo que me colgase tres grillos ensartaos como rosario. Por fin, la última ocasión que por mi mal lo fi a ver, me dijo: "No, mi saber "no ha perdido su virtú: "yo te daré la salú, "no triunfará esa mujer." "Y tené fe en el remedio, "pues la cencia no es chacota; "de esto no entedés ni jota; "sin que ninguno sospeche "cortale a un negro tres motas "y hacelas hervir en leche." Yo andaba ya desconfiando de la curación maldita, y dije: "Este no me quita "la pasión que me domina; "pues que viva la gallina "aunque sea con la pepita." Ansí me dejaba andar, hasta que en una ocasión, el cura me echó un sermón, para curarme, sin duda, diciendo que aquella viuda era hija de confisión. Y me dijo estas palabras que nunca las he olvidao: "Has de saber que el finao "ordenó en su testamento "que naides de casamiento "le hablara, en lo sucesivo, "y ella prestó el juramento "mientras él estaba vivo." "Y es preciso que lo cumpla, "porque ansí lo manda Dios. "os necesario que vos "no la vuelvas a buscar, "porque si llega a faltar "se condenarán los dos." Con semejante alvertencia se completó mi redota; le vi los pies a la sota, y me le alejé a la viuda más curao que con la ruda, con los grillos y las motas. Después me contó un amigo que al juez había dicho el cura; "Que yo era un cabeza dura "y que era un mozo perdito, "que me echaran del partido, "que no tenía compostura." Tal vez por ese consejo, y sin que más causa hubiera, ni que otro motivo diera, me agarraron redepente y en el primer contingente me echaron a la frontera De andar persiguiendo viudas me he curado del deseo; en mil penurias me veo, mas pienso volver, tal vez, a ver si sabe aquel juez lo que se ha hecho mi rodeo. XX Martín Fierro y sus dos hijos, entre tanta concurrencia siguieron con alegría celebrando aquella fiesta. Diez años, los mas terribles había durado la ausencia y al hallarse nuevamente era su alegría completa. En ese mesmo momento uno que vino de afuera, a tomar parte con ellos suplicó que lo almitieran. Era un mozo forastero de muy regular presencia y hacía poco que en el pago andaba dando sus güeltas; aseguraban algunos que venía de la frontera que había pelao a un pulpero en las últimas carreras, pero andaba despilchao, no traia una prenda buena; un recadito cantor daba fe de sus pobrezas. Le pidió la bendición al que causaba la fiesta, y sin decirles su nombre les declaro con franqueza que el nombre de Picardía es et único que lleva, y para contar su historia a todos pide licencia, diciéndolés que en seguida iban a saber quién era: tomó al punto la guitarra, la gente se puso atenta, y ansí cantó Picardía en cuanto templó las cuerdas. XXI PICARDIA Voy a contarles mi historia perdónenmé tanta charla, y les diré al principiarla aunque es triste hacerlo así, a mi madre la perdí antes de saber llorarla. Me quedé en el desamparo, y al hombre que me dió el ser no Io pude conocer; ansí, pues, dende chiquito volé como un pajarito en busca de qué comer. O por causa del servicio, que a tanta gente destierra, o por causa de la guerra, que es causa bastante seria, los hijos de la miseria son muchos en esta tterra. Ansí, por ella empujado, no sé las cosas que haría, y, aunque con vergüenza mía, debo hacer esta alvertencia: siendo mi madre lnocencia, me llamaban Picardía. Me llevó a su lado un homhre para cuidar las ovejas, pero todo el día eran quejas y guazcazos a lo loco, y no me daba tampoco siquiera unas jergas viejas. Dende la alba hasta la noche, en el campo me tenía; cordero que se moría, mil veces me sucedió, los caranchos lo comían pero lo pagaba yo. De trato tan riguroso muy pronto me acobardé; el bonete me apreté buscando mejores fines, y con unos bolantines me fuí para Santa Fe. El pruebista principal a enseñarme me tomó, y ya iba aprendiendo yo a bailar en la maroma; mas me hicieron una broma y aquéllo me indijustó. Una vez que iba bailando, porque estaba el calzón roto, armaron tanto alboroto que me hicieron perder pie: de la cuerda me largué y casi me descogoto. Ansí me encontré de nuevo sin saber dónde meterme; y ya pensaba volverme, cuando, por fortuna mía, me salieron unas tías que quisieron recogerme. Con aquella parentela, para mí desconocida, me acomodé ya en seguida; y eran muy buenas señoras, pero las más rezadoras que he visto en toda mi vida. Con el toque de oración ya principiaba el rosario; noche a noche un calendario tenían ellas que decir, y a rezar solían venir muchas de aquel vecindario. Lo que allí me aconteció siempre lo he de recordar, pues me empiezo a equivocar y a cada paso refalo, como si me entrara el malo cuanto me hincaba a resar. Era como tentación lo que yo esperimenté; y jamás olvidaré cuánto tuve que sufrir, porque no podía decir "Artículos de la Fe." Tenía al lao una mulata que era nativa de allí; se hincaba cerca de mí como el ángel de la guarda ¡pícara! y era la parda la que me tentaba ansí. "Resá, me dijo mi tía, "Artículos de la Fe." Quise hablar y me atoré la dificultá me aflije; miré a la parda, y ya dije "Artículos de Santa Fe." Me acomodó el coscorrón que estaba viendo venir; yo me quise corregir, a la mulata miré, y otra vez volví a decir "Artículos de Santa Fe." Sin dificultá ninguna rezaba todito el día, y a la noche no podía ni con un trabajo inmenso; es por eso que yo pienso que alguno me tentaría. Una noche de tormenta, vi a la parda y me entró chucho; los ojos, me asusté mucho, eran como refocilo: al nombrar a San Camilo, le dije San Camilucho. Esta me da con el pie, aquella otra con el codo; ¡ah viejas! por ese modo, aunque de corazón tierno, yo las mandaba al infierno con oraciones y todo. Otra vez, que como siempre la parda me perseguía, cuando yo acordé, mis tías me habían sacao un mechón al pedir la estirpación de todas las heregías. Aquella parda maldita me tenía medio afligido, y ansí me había sucedido que ai decir estirpación le acomodé entripación y me cayeron sin ruido. El recuerdo y el dolor me duraron muchos días; soñé con las heregías que andaban por estirpar, y pedía siempre al resar la estirpación de mis tías. Y dale siempre rosarios, noche a noche y sin cesar; dale siempre barajar salves, trisagios y credos: me aburrí de esos enriedos y al fin me mandé mudar. XXII Anduve como pelota y más pobre que una rata; cuando empecé a ganar plata se armó no sé qué barullo, y yo dije: a tu tierra, grullo, aunque sea con una pata. Eran duros y bastantes los años que allá pasaron; con lo que ellos me enseñaron formaba mi capital; cuando vine me enrolaron en la Guardia Nacional. Me había ejercitao al naipe, el juego era mi carrera; hice alianza verdadera y arreglé una trapisonda con el dueño de una fonda que entraba en la peladera. Me ocupaba con esmero en floriar una baraja: él la guardaba en la caja, en paquetes, como nueva; y la media arroba lleva quien conoce la ventaja. Comete un error inmenso quien de la suerte presuma, otro más hábil lo fuma, en un dos por tres lo pela; y lo larga que no vuela porque le falta una pluma. Con un socio que lo entiende se armaron partidas muy buenas; queda allí la plata agena, quedan prendas y botones; siempre cain a esas riuniones sonzos con las manos llenas. Hay muchas trampas legales, recursos del jugador; no cualquiera es sabedor a lo que un naipe se presta: con una cincha bien puesta se la pega uno al mejor. Deja a veces ver la boca haciendo el que se descuida; juega el otro hasta la vida, y es siguro que se ensarta, porque no muestra una carta y tiene otra prevenida. Al monte, las precauciones no han de olvidarse jamás; debe afirmarse además los dedos para el trabajo, y buscar asiento bajo que le dé la luz de atrás. Pa tayar, tome la luz, dé la sombra al alversario, acomódese al contrario en todo juego cartiao: tener ojo ejercitao es siempre muy necesario. El contrario abre los suyos, pero nada ve el que es ciego; dándolé soga, muy luego se deja pescar el tonto: todo chapetón cree pronto que sabe mucho en el juego. Hay hombres muy inocentes y gue a las carpetas van; cuando asariados están, les pasa infintas veces, pierden en puertas y en treses, y dándolés, mamarán. El que no sabe, no gana aunque ruegue a Santa Rita; en la carpeta a un mulita se le conoce al sentarse; y conmigo, era matarse, no podían ni a la manchita. En el nueve y otros juegos llevo ventaja no poca, y siempre que dar me toca el mal no tiene remedio porque sé sacar del medio y sentar la de la boca. En el truco, al más pintao solía ponerlo en apuro; cuando aventajar procuro, sé tener, como fajadas, tiro a tiro el as de espadas, o flor, o envite seguro. Yo se defender mi plata y lo hago como el primero; el que ha de jugar dinero preciso es que no se atonte; si se armaba una de monte, tomuba parte el fondero. Un pastel, como un paquete, sé llevarlo con limpieza; dende que a salir empiezan no hay carta que no recuerde: sé cuál se gana o se pierde en cuanto cain a ta mesa. También por estas jugadas suele uno verse en aprietos; mas yo no me comprometo porque sé hscerlo con arte, y aunque les corra el descarte no se descubre el secreto. Si me llamaban al dao, nunca me solía faltar un cargado que largar, un cruzao para el más vivo; y hasta atracarles un chivo sin dejarlos maliciar. Cargaba bien una taba porque la sé manejar; no era manco en el billar, y, por fin de lo que esplico, digo que hasta con pichicos era capaz de jugar. Es un vicio de mal fin, el de jugar, no lo niego; todo el que vive del juego anda a la pesca de un bobo, y es sabido que es un robo ponerse a jugarle a un ciego. Y esto digo claramente porque he dejao de jugar; y les puedo asigurar, como que fui del oficio: más cuesta aprender un vicio que aprender a trabajar. XXIII Un nápoles mercachifle que andaba con un arpista cayó también en la lista sin dificultá ninguna; lo agarré a la treinta y una y le daba bola vista. Se vino haciendo el chiquito, por sacarme esa ventaja; en el pantano se encaja, aunque robo se le hacía: le cegó Santa Lucía y desocupó las cajas. Lo hubieran visto afligido llorar por las chucherías; "ma gañao con picardía" "decía el gringo y lagrimiaba, mientras yo en un poncho alzaba todita su merchería. Quedó allí aliviao del peso sollozando sin consuelo, había cáido en el anzuelo tal vez porque era domingo, y esa calidá de gringo no tiene santo en el cielo. Pero poco aproveché de fatura tan lucida: el diablo no se descuida, y a mí me seguía la pista un ñato muy enredista que era Oficial de partida. Se me presentó a esigir la multa en que había incurrido, que el juego estaba prohibido, que iba a llevarme al cuartel; tuve que partir con él todo lo que había alquirido. Empecé a tomarlo entre ojos por esa albitrariedá: yo había ganao, es verdá, con recursos, eso sí; pero él me ganaba a mí fundao en su autoridá. Decían que por un delito mucho tiempo anduvo mal; un amigo servicial lo compuso con el Juez, y poco tiempo después lo pusieron de Oficial. En recorrer el partido continuamiente se empleaba, ningun malevo agarraba, pero tráia en un carguero gallinas, pavos, corderos que por áhi recoletaba. No se debía permitir el abuso a tal estremo: mes a mes hacía lo mesmo, y ansí decía el vecindario, "este ñato perdulario "ha resucitado el diezmo". La echaba de guitarrero y hasta de concertador: sentao en el mostrador lo hallé una noche cantando y le dije: "co... mo. ... quiando con ganas de óir un cantor". Me echó el ñato una mirada que me quiso devorar; mas no dejó de cantar y se hizo el desentendido, pero ya había conocido que no lo podía pasar. Una tarde que me hallaba de visita... vino el ñato, y para darle un mal rato dije fuerte "Ña... to... ribia "no cebe con la agua tibia", y me la entendió el mulato. Era el todo en el Juzgao, y como que se achocó áhi no más me contestó: "Cuanto el caso se presiente "te he de hacer tomar caliente "y has de saber quién soy yo." Por causa de una mujer se enredó más la cuestión: le tenía el ñato aflición, ella era mujer de ley, moza con cuerpo de güey, muy blanda de corazón. La hallé una vez de amasijo, estaba hecha un embeleso, y le dije: "Me intereso "en aliviar sus quehaceres, "y ansí, señora, ai quiere "yo le arrimaré los güesos. Estaba el ñato presente, sentado como de adorno; por evitar un trastorno ella, al ver que se dijusta, me contestó: "Si usté gusta "arrímelós junto al horno." Ahi se enredó la madeja y su enemistá conmigo; se declaró mi enemigo, y por aquel cumplimiento ya sólo buscó el momento de hacerme dar un castigo. Yo véia que aquel maldito me miraba con rencor, buscando el caso mejor de poderme echar el pial; y no vive más el lial que lo que quiere el traidor. No hay matrero que no caiga, ni arisco que no se amanse; ansí yo, desde aquel lance no salía de algún rincón, tirao como el San Ramón después que se pasa el trance. XXIV Me le escapé con trabajo en diversas ocasiones; era de los adulones, me puso mal con el Juez; hasta que, al fin, una vez me agarró en las eleciones. Ricuerdo que esa ocasión andaban listas diversas; las opiniones dispersas no se podían arreglar: decian que el Juez, por triunfar, hacía cosas muy perversas. Cuando se riunió la gente vino a ploclamarla el ñato; diciendo, con aparato, "que todo andaría muy mal, "si pretendía cada cual "votar por un candilato". Y quiso al punto quitarme la lista que yo llevé; mas yo se la mesquiné y ya me gritó... "Anarquista, "has de votar por la lista "que ha mandao el Comiqué." Me dio vergüenza de verme tratado de esa manera; y como si uno se altera ya no es fácil de que ablande, le dije "Mande el que mande "yo he de votar por quien quiera". "En las carpetas de juego "y en la mesa eletoral "a todo hombre soy igual; "respeto al que me respeta "pero el naipe y la boleta "naides me lo ha de tocar." Ahi no más ya me cayó a sable la polecía; aunque era una picardía me decidí a soportar, y no los quise peliar por no perderme, ese día. Atravesao me agarró y se aprovechó aquel ñato, dende que sufrí ese trato no dentro donde no quepo: fi a jinetiar en el cepo por cuestión de candilatos. Injusticia tan notoria no la soporté de flojo; una venda de mis ojos vino el suceso a voltiar: vi que teníamos que andar como perro con tramojo. Dende aquellas eleciones se siguió el batiburrillo; aquel se volvió un ovillo del que no había ni noticia: ¡Es señora la justicia... y anda en ancas del más pillo! XXV Después de muy pocos días, tal vez por no dar espera y que alguno no se fuera, hicieron citar la gente pa riunir un contingente y mandar a la frontera. Se puso arisco el gauchaje; la gente está acobardada; salió la partida armada y trujo como perdices unos cuantos infelices que entraron en la voltiada. Decía el ñato con soberbia: "Esta es una gente indina; "yo los rodié a la sordina, "no pudieron escapar; "y llevaba orden de arriar "todito lo que camina." Cuando vino el comendante dijieron: "¡Dios nos asista!" llegó y les clavó la vista, yo estaba haciéndomé el sonzo, le echó a cada uno un responso y ya lo plantó en la lista. "Cuadráte, le dijo a un negro, te estás haciendo el chiquito cuando sos el más maldito que se encuentra en todo el pago; un servicio es el que te hago y por eso te remito." A OTRO "Vos no cuidás tu familia ni le das los menesteres; visitás otras mujeres y es preciso, calabera, que aprendás en la frontera a cumplir con tus deberes." A OTRO "Vos también sos trabajoso; cuando es preciso votar hay que mandarte llamar y siempre andás medio alzao, sos un desubordinao y yo te voy a filiar " A OTRO "¿Cuánto tiempo hace que vos andas en este partido? ¿Cuántas veces has venido a la citación del Juez? No te he visto ni una vez, has de ser algún perdido." A OTRO "Este es otro barullero que pasa en la pulpería predicando noche y día y anarquizando a la gente; irás en el contingente por tamaña picardía." A OTRO "Dende la anterior remesa vos andás medio perdido; la autoridá no ha podido jamás hacerte votar: cuando te mandan llamar te pasás a otro partido." A OTRO "Vos siempre andás de florcita, no tenés renta ni oficio; no has hecho ningún servicio, no has votado ni una vez: marchá... para que dejés de andar haciendo perjuicio." A OTRO "Dame vos tu papeleta, yo te la voy a tener; ésta queda en mi poder, después la recogerás, y ansí si te resertás todos te pueden prender." A OTRO "Vos, porque sos ecetuao ya te querés sulevar; no vinistes a votar cuando hubieron eleciones: no te valdrán eseciones, yo te voy a enderezar." Y a este por este motivo y a otro por otra razón, toditos, en conclusión, sin que escapara ninguno, fueron pasando uno a uno a juntarse en un rincón. Y allí las pobres hermanas, las madres y las esposas redamaban cariñosas sus lágrimas, de dolor, pero gemidos de amor no remedian estas cosas. Nada importa que una madre se desespere o se queje; que un hombre a su mujer deje en el mayor desamparo; hay que callarse, o es claro, que lo quiebran por el eje. Dentran después a empeñarse con este o aquel vecino; y como en el masculino el que menos corre vuela, deben andar con cautela las pobres, me lo imagino. Muchas al Juez acudieron, por salvar de la jugada; él les hizo una cuerpiada, y por mostrar su inocencia, les dijo: "Tengan pacencia "pues yo no puedo hacer nada." Ante aquella autoridá permanecían suplicantes; y después de hablar bastante, "yo me lavo, dijo el Juez, "como Pilatos, los pies: "esto lo hace el Comendante." De ver tanto desamparo el corazón se partía; había madre que salía con dos, tres hijos o más. por delante y por detrás, y las maletas vacías. ¿Dónde irán, pensaba yo, a perecer de miseria? Las pobres si de esta feria hablan mal, tienen razón; pues hay bastante materia para tan justa aflición. XXVI Cuando me llegó mi turno dije entre mí: "¡Ya me toca!" y aunque mi falta era poca, no sé porqué me asustaba; les asiguro que estaba con el Jesús en la boca. Me dijo que yo era un vago, un jugador, un perdido; que dende que fi al partido andaba de picaflor; que había de ser un bandido como mi antesucesor. Puede que uno tenga un vicio, y que de él no se reforme mas naides está conforme con recibir ese trato: yo conocí que era el ñato quien le había dao los informes. Me dentró curiosidá, al ver que de esa manera tan siguro me dijiera que fue mi padre un bandido; luego lo había conocido, y yo. ignoraba quién era. Me empeñé en aviriguarlo; promesas hice a Jesús tuve, por fin, una luz, y supe con alegría que era el autor de mis días ei guapo sargento Cruz. Yo conocía bien su historia y la tenía muy presente; sabía que Cruz bravamente, yendo con una partida, había jugado la vida por defender a un valiente. Y hoy ruego a mi Dios piadoso que lo mantenga en su gloria se ha de conservar su historia en el corazón del hijo: él al morir me bendijo, yo bendigo su memoria. Yo juré tener enmienda y lo conseguí de veras; puedo decir ande quiera que si faltas he tenido de todas me he corregido dende que supe quién era. El que sabe ser buen hijo a los suyos se parece, y aquél que a su lado crece y a su padre no hace honor, como castigo merece de la desdicha el rigor. Con un empeño costante mis faltas supe enmendar; todo conseguí olvidar, pero, por desgracia mía, el nombre de Picardía no me lo pude quitar. Aquél que tiene buen nombre muchos dijustos ahorra; y entre tanta mazamorra no olviden esta alvertencia: aprendí por esperencia que el mal nombre no se borra. XXVII He servido en la frontera, en un cuerpo de milicias, no por razón de justicia, como sirve cualesquiera. La bolilla me tocó de ir a pasar malos ratos por la facultá del ñato, que tanto me persiguió. Y sufrí en aquel infierno esa dura penitencia, por una malaquerencia de un oficial subalterno. No repetiré las quejas de lo que se sufre allá; son cosas muy dichas ya y hasta olvidadas de viejas. Siempre el mesmo trabajar, siempre el mesmo sacrificio, es siempre el mesmo servicio, y el mesmo nunca pagar. Siempre cubiertos de harapos, siempre desnudos y pobres; nunca le pagan un cobre ni le dan jamás un trapo. Sin sueldo y sin uniforme lo pasa uno aunque sucumba; confórmesé con la tumba y si no... no se conforme. Pues si usté se ensoberbece o no anda muy voluntario, le aplican un novenario de estacas... que lo enloquecen. Andan como pordioseros, sin que un peso los alumbre, porque han tomao la costumbre de deberle años enteros. Siempre hablan de lo que cuesta, que allá se gasta un platal; pues yo no he visto ni un rial en lo que duró la fiesta Es servicio estrordinario bajo el fusil y la vara sin que sepamos qué cara le ha dao Dios al comisario. Pues si va a hacer la revista, se vuelve como una bala, es lo mesmo que luz mala para perderse de vista. Y de yapa cuando va, todo parece estudiao: va con meses atrasaos de gente que ya no está. Pues ni adrede que lo hagan podrán hacerlo mejor: cuando cai, cai con la paga del contingente anterior. Porque son como sentencia para buscar al ausente, y el pobrc que está presente que perezca en la indigencia. Hasta que tanto aguantar el ligor con que lo tratan, o se resierta o lo matan, o lo largan sin pagar. De ese modo es el pastel porque el gaucho... ya es un hecho, no tiene ningún derecho, ni naides vuelve por él. ¡La gente vive marchita! Si viera, cuando echan tropa, les vuela a todos la ropa que parecen banderitas. De todos modos lo cargan y al cabo de tanto andar, cuando lo largan, lo largan como pa echarse a la mar. Si alguna prenda le han dao, se la vuelven a quitar: poncho, caballo, recao, todo tiene que dejar. Y esos pobres infelices, al volver a su destino. salen como unos Longinos sin tener con que cubrirse. A mí me daba congojas el mirarlos de ese modo, pues el más aviao de todos es un perejil sin hojas. Aura poco ha sucedido, con un invierno tan crudo, largarlos a pie y desnudos pa volver a su partido. Y tan duro es lo que pasa, que en aquella situación les niegan un mancarrón para volver a su casa. ¡Lo tratan como a un infiel! Completan su sacrificio no dándolé ni un papel que acredite su servicio. Y tiene que regresar más pobre de lo que jue, por supuesto a la mercé del que lo quiere agarrar. Y no averigüe después de los bienes que dejó: de hambre, su mujer vendió por dos lo que vale diez. Y como están convenidos a jugarle manganeta, a reclamar no se meta porque ese es tiempo perdido. Y luego, si a alguna estancia a pedir carne se arrima, al punto le cain encima con la ley de la vagancia. Y ya es tiempo, pienso yo, de no dar mas contingente; si el Gobierno quiere gente, que la pague y se acabó. Y saco ansí en conclusión, en medio de mi inorancia, que aquí el nacer en estancia es como una maldición. Y digo, aunque no me cuadre, decir lo que naides dijo: la Provincia es una madre que no defiende a sus hijos. Mueren en alguna loma en defensa de la ley, o andan lo mesmo que el güey, arando pa que otros coman. Y he de decir ansí mismo porque de adentro me brota, que no tiene patriotismo quien no cuida al compatriota. XXVIII Se me va por donde quiera esta lengua del demonio: voy a darles testimonio de lo que vi en la frontera. Yo sé que el único modo a fin de pasarlo bien, es decir a todo amén y jugarle risa a todo. El que no tiene colchón en cualquier parte se tiende; el gato busca el jogón y ése es mozo que lo entiende. De aquí comprenderse debe, aunque yo hable de este modo, que uno busca su acomodo siempre, lo mejor que puede. Lo pasaba como todos este pobre penitente, pero salí de asistente y mejoré en cierto modo. Pues aunque esas privaciones causen desesperación siempre es mejor el jogón de aquél que carga galones. De entonces en adelante algo logré mejorar, pues supe hacerme lugar al lado del ayudante. El se daba muchos aires; pasaba siempre leyendo; decían que estaba aprendiendo pa recebirse de fraile. Aunque lo pifiaban tanto, jamás lo vi disgustao; tenía los ojos paraos como los ojos de un Santo. Muy delicao, dormía en cuja, y no sé por qué sería, la gente lo aborrecía y le llamaban LA BRUJA. Jamás hizo otro servicio ni tuvo más comisiones que recebir las raciones de víveres y de vicios. Yo me pasé a su jogón al punto que me sacó, y ya con él me llevó a cumplir su comisión. Estos diablos de milicos de todo sacan partido: cuando nos vían riunidos se limpiaban los hocicos. Y decían en los jogones como por chocarrería: "con la Bruja y Picardía "van a andar bien las raciones". A mi no me jue tan mal, pues mi oficial se arreglaba les diré lo que pasaba sobre este particular. Decían que estaban de acuerdo la Bruja y el provedor y que recebía lo pior... puede ser, pues no era lerdo. Que a más en la cantidá pegaba otro dentellón, y que por cada ración le entregaban la mitá. Y que esto lo hacía del modo como lo hace un hombre vivo: firmando luego el recibo ya se sabe, por el todo. Pero esas murmuraciones no faltan en campamento; déjenmé seguir mi cuento, o historia de las racioncs. La Bruja las recebía como se ha dicho, a su modo; las cargábamos, y todo se entriega en la mayoría. Sacan allí en abundancia lo que Ies toca sacar, y es justo que han de dejar otro tanto de ganancia. Van luego a la compañía, las recibe el comendante, el que de un modo abundante sacaba cuanto quería. Ansí la cosa liviana, va mermada por supuesto; luego se le entrega el resto al oficial de semana. ¿Araña, quién te arañó? Otra araña como yo. Este le pasa al sargento aquéllo tan reducido, y como hombre prevenido saca siempre con aumento. Esta relación no acabo si otra menudencia ensarto; el sargento llama al cabo para encargarle el reparto. El también saca primero y no se sabe turbar: naides le va a aviriguar si ha sacado más o menos. Y sufren tanto bocao y hacen tantas estaciones, que ya casi no hay raciones cuando llegan al soldao. ¡Todo es como pan bendito! y sucede, de ordinario, tener que juntarse varios para hacer un pucherito. Dicen que las cosas van con arreglo a la ordenanza; puede ser, pero no alcanzan, ¡tan poquito es lo que dan! Algunas veces, yo pienso, y es muy justo que lo diga, sólo llegaban las migas que habían quedao en los lienzos. Y esplican aquel infierno, en que uno está medio loco, diciendo que dan tan poco porque no paga el Gobierno. Pero eso yo no lo entiendo, ni aviriguarlo me meto; soy inorante completo; nada olvido y nada apriendo. Tiene uno que soportar el tratamiento más vil: a palos en lo civil, a sable en lo militar. El vistuario, es otro infierno; si lo dan, llega a sus manos en invierno el de verano y en el verano el de invierno. Y yo el motivo no encuentro, ni la razón que esto tiene; mas dicen que eso ya viene arreglao dende adentro. Y es necesario aguantar el rigor de su destino: el gaucho no es argentino sinó pa hacerlo matar. Ansí ha de ser, no lo dudo, y por eso decía un tonto: "si los han de matar pronto, "mejor es que estén desnudos." Pues esa miseria vieja no se remedia jamás; todo el que viene detrás como la encuentra la deja. Y se hallan hombres tan malos que dicen de buena gana: "El gaucho es como la lana se limpia y compone a palos." Y es forzoso el soportar aunque la copa se enllene: parece que el gaucho tiene algun pecao que pagar. XXIX Esto contó Picardía y después guardó silencio mientras todos celebraban con placer aquel encuentro. Mas una casualidá, como que nunca anda lejos, entre tanta gente blanca llevó también a un moreno, presumido de cantor y que se tenía por bueno. Y como quien no hace nada, o se descuida de intento (pues siempre es muy conocido todo aquél que busca pleito), se sentó con toda calma, y ya le pegó un rajido; era fantástico el negro, y para no dejar dudas medio se compuso el pecho. Todo el mundo conoció la intención de aquel moreno: era claro el desafío dirigido a Martín Fierro, hecho con toda arrogancia, de un modo muy altanero. Tomó Fierro la guitarra, pues siempre se halla dispuesto, y ansí cantaron los dos en medio de un gran silencio: XXX MARTIN FIERRO Mientras suene el encordao mientras encuentre el compás, yo no he de quedarme atrás sin defender la parada; y he jurado que jamás me la han de llevar robada. Atiendan, pues, los oyentes y cáyensén los mirones; a todos pido perdones pues a la vista resalta que no está libre de falta quien no está de tentaciones. A un cantor le llaman bueno, cuando es mejor que los piores; y sin ser de los mejores encontrándosé dos juntos es deber de los cantores el cantar de contrapunto. El hombre debe mostrarse cuando la ocasión le llegue; hace mal el que se niegue dende que lo sabe hacer, y muchos suelen tener vanagloria en que los rueguen. Cuando mozo fui cantor -es una cosa muy dicha- mas la suerte se encapricha y me persigue costante: de ese tiempo en adelante canté mis propias desdichas. Y aquellos años dichosos trataré de recordar; veré si puedo olvidar tan desgraciada mudanza, y quien se tenga confianza tiemple y vamos a cantar. Tiemple y cantaremos juntos, trasnochadas no acobardan; los concurrentes aguardan, y porque el tiempo no pierdan, haremos gemir las cuerdas hasta que las velas no ardan. Y el cantor que se presiente, que tenga o no quien lo ampare, no espere que yo dispare aunque su saber sea mucho; vamos en el mesmo pucho a prenderle hasta que aclare. Y seguiremos si gusta, hasta que se vaya el día; era la costumbre mía cantar las noches enteras: había entonces dondequiera cantores de fantasía. Y si alguno no se atreve a seguir la caravana, o si cantando no gana, se lo digo sin lisonja: haga sonar una esponja o ponga cuerdas de lana. EL MORENO Yo no soy, señores míos, sinó un pobre guitarrero; pero doy gracias al cielo porque puedo, en la ocasión, toparme con un cantor que esperimente a este negro. Yo también tengo algo blanco, pues tengo blancos los dientes; sé vivir entre las gentes sin que me tengan en menos: quien anda en pagos agenos debe ser manso y prudente. Mi madre tuvo diez hijos, los nueve muy regulares; tal vez por eso me ampare la Providencia divina: en los güevos de gallina el décimo es el más grande. El negro es muy amoroso, aunque de esto no hace gala; nada a su cariño iguala ni a su tierna voluntá; es lo mesmo que el macá: cría los hijos bajo el ala. Pero yo he vivido libre y sin depender de naides; siempre he cruzado los aires como el pájaro sin nido; cuanto sé lo he aprendido porque me lo enseñó un flaire. Y se como cualquier otro el porqué retumba el trueno por qué son las estaciones del verano y del invierno; sé también de dónde salen las aguas que cain del cielo. Yo sé lo que hay en la tierra en llegando al mesmo centro; en dónde se encuentra el oro, en dónde se encuentra el fierro, y en dónde viven bramando los volcanes que echan juego. Yo sé del fondo del mar donde los pejes nacieron; yo sé por qué crece el árbol y por qué silban los vientos, cosas que inoran los blancos las sabe este pobre negro. Yo tiro cuando me tiran, cuando me aflojan, aflojo; no se ha de morir de antojo quien me convide a cantar: para conocer a un cojo lo mejor es verlo andar. Y si una falta cometo en venir a esta riunión echándolá de cantor, pido perdón en voz alta, pues nunca se halla una falta que no esista otra mayor. De lo que un cantor esplica no falta que aprovechar, y se le debe escuchar aunque sea negro el que cante: apriende el que es inorante, y el que es sabio, apriende más. Bajo la frente más negra hay pensamiento y hay vida; la gente escuche tranquila, no me haga ningún reproche: también es negra la noche y tiene estrellas que brillan. Estoy, pues, a su mandao, empiece a echarme la sonda si gusta que le responda, aunque con lenguaje tosco: en leturas no conozco la jota por ser redonda. MARTIN FERRO ¡Ah negro! Si sos tan sabio no tengás ningún recelo: pero has tragao el anzuelo y, al compás del estrumento, has de decirme al momento cuál es el canto del cielo. EL MORENO Cuentan que de mi color Dios hizo al hombre primero; mas los blancos altaneros, los mesmos que lo convidan, hasta de nombrarlo olvidan y sólo le llaman negro. Pinta el blanco negro al diablo, y el negro, blanco lo pinta; blanca la cara o retinta, no habla en contra ni en favor: de los hombres el Criador no hizo dos clases distintas. Y después de esta alvertencia, que al presente viene a pelo, veré, señores, si puedo, sigún mi escaso saber, con claridá responder cuál es el canto del cielo. Los cielos lloran y cantan hasta en el mayor silencio; lloran cuando cáin las aguas cantan al silbar los vientos, lloran cuando cáin las aguas cantan cuando brama el trueno. MARTIN FIERRO Dios hizo al blanco y al negro sin declarar los mejores; les mandó iguales dolores bajo de una mesma cruz; mas también hizo la luz pa distinguir los colores. Ansí ninguno se agravie; no se trata de ofender, a todo se ha de poner el nombre con que se llama y a naides le quita fama lo que recibió al nacer. Y ansí me gusta un cantor que no se turba ni yerra; y si en tu saber se encierra el de los sabios projundos, decime cuál en el mundo es el canto de la tierra. EL MORENO Es pobre mi pensamiento, es escasa mi razón, mas pa dar contestación mi inorancia no me arredra: también da chispas la piedra si la gólpea el eslabón. Y le daré una respuesta sigún mis pocos alcances: forman un canto en la tierra el dolor de tanta madre, el gemir de los que mueren y el llorar de los que nacen. MARTIN FIERRO Moreno, alvierto que trais bien dispuesta la garganta sos varón, y no me espanta verte hacer esos primores: en los pájaros cantores sólo el macho es el que canta. Y ya que al mundo vinistes con el sino de cantar, no te vayás a turbar, no te agrandes ni te achiques: es preciso que me espliques cuál es el canto del mar. EL MORENO A los pájaros cantores ninguno imitar pretiende; de un don que de otro depende naides se debe alabar, pues la urraca apriende a hablar pero sólo la hembra apriende. Y ayúdamé ingenio mío para ganar esta apuesta; mucho el contestar me cuesta pero debo contestar: voy a decirle en respuesta cual es el canto del mar. Cuando la tormenta brama, el mar que todo lo encierra canta de un modo que aterra, como si el mundo temblara; parece que se quejara de que lo estreche la tierra. MARTIN FIERRO Toda tu sabiduría has de mostrar esta vez; ganarás sólo que estés en vaca con algún canto: la noche tiene su canto, y me has de decir cuál es. EL MORENO No galope, que hay augeros, le dijo a un guapo un prudente; le contesto humildemente: la noche por cantos tiene esos ruidos que uno siente sin saber de dónde vienen. Son los secretos misterios que las tinieblas esconden; son los ecos que responden a la voz del que da un grito, como un lamento infinito que viene no sé de dónde. A las sombras sólo el sol las penetra y las impone; en distintas direciones se oyen rumores inciertos: son almas de los que han muerto, que nos piden oraciones. MARTIN FIERRO Moreno, por tus respuestas ya te aplico el cartabón, pues tenés desposición y sos estruido de yapa; ni las sombras se te escapan para dar esplicación. Pero cumple su deber el leal diciendo lo cierto, y por lo tanto te alvierto que hemos de cantar los dos, dejando en la paz de Dios las almas de los que han muerto. Y el consejo del prudente no hace falta en la partida; siempre ha de ser comedida la palabra de un cantor: y áura quiero que me digas de dóndc nace el amor. EL MORENO A pregunta tan escura trataré de responder, aunque es mucho pretenter de un pobre negro de estancia; mas conocer su inorancia es principio del saber. Ama el pájaro en los aires que cruza por donde quiera, y si al fin de su carrera se asienta en alguna rama, con su alegre canto llama a su amante compañera. La fiera ama en su guarida, de la que es rey y señor; allí lanza con furor esos bramidos que espantan, porque las fieras no cantan: las fieras braman de amor. Ama en el fondo del mar el pez de lindo color: ama el hombre con ardor, ama todo cuanto vive; de Dios vida se recibe, y donde hay vida, hay amor. MARTIN FIERRO Me gusta, negro ladino, lo que acabás de esplicar; ya te empiezo a respetar, aunque al principio me réi, y te quiero preguntar lo que entendés por la ley. EL MORENO Hay muchas dotorerías que yo no puedo alcanzar; dende que aprendí a inorar de ningún saber me asombro; mas no ha de llevarme al hombro quien me convide a cantar. Yo no soy cantor ladino y mi habilidá es muy poca; mas cuando cantar me toca me defiendo en el combate, porque soy como los mates: sirvo si me abren la boca. Dende que elige a su gusto, lo más espinoso elige; pero esto poco me aflige, y le contesto a mi modo; la ley se hace para todos, mas sólo al pobre le rige. La ley es tela de araña, en mi inorancia lo esplico: no la tema el hombre rico, nunca la tema el que mande, pues la ruempe el bicho grande y sólo enrieda a los chicos. Es la ley como la lluvia: nunca puede ser pareja; el que la aguanta se queja, pero el asunto es sencillo, la ley es como el cuchillo: no ofiende a quien lo maneja. Le suelen llamar espada, y el nombre le viene bien; los que la gobiernan ven a dónde han de dar el tajo: le cái al que se halla abajo y corta sin ver a quién. Hay muchos que son dotores, y de su cencia no dudo; mas yo soy un negro rudo, y, aunque de esto poco entiendo, estoy diariamente viendo que aplican la del embudo. MARTIN FIERRO Moreno, vuelvo a decirte: ya conozco tu medida; has aprovechao la vida y me alegro de este encuentro; ya veo que tenés adentro capital pa esta partida. Y áura te voy a decir, porque en mi deber está, y hace honor a la verdá quien a la verdá se duebla, que sos por juera tinieblas y por dentro claridá. No ha de decirse jamás que abusé de tu pacencia; y en justa correspondencia, si algo querés preguntar, podés al punto empezar, pues ya tenés mi licencia. EL MORENO No te trabés, lengua mía, no te vayas a turbar; nadie acierta antes de errar y, aunque la rama se juega, el que por gusto navega no debe temerle al mar. Voy a hacerle mis preguntas, ya que a tanto me convida; y vencerá en la partida si una esplicación me da sobre el tiempo y la medida, el peso y la cantidá. Suya será la vitoria si es que sabe contestar; se lo debo declarar con claridá, no se asombre, pues hasta áura ningún hombre me lo ha sabido esplicar. Quiero saber y lo inoro, pues en mis libros no está, y su respuesta vendrá a servirme de gobierno: para qué fin el Etemo ha criado la cantidá. MARTIN FIERRO Moreno, te dejás cáir como carancho en su nido; ya veo que sos prevenido, mas también estoy dispuesto; veremos si te contesto y si te das por vencido. Uno es el sol, uno el mundo. sola y única es la luna; ansí, han de saber que Dios no crió cantidá ninguna. El ser de todos los seres sólo formó la unidá; lo demás lo ha criado el hombre después que aprendió a contar. EL MORENO Veremos si a otra pregunta da una respuesta cumplida: el ser que ha criado la vida lo ha de tener en su archivo, mas yo inoro qué motivo tuvo al formar la medida. MARTIN FIERRO Escuchá con atención lo que en mi inorancia arguyo: Ia medida la inventó el hombre para bien suyo. Y la razón no te asombre, pues es fácil presumir: Dios no tenía que medir sino la vida del hombre. EL MORENO Si no falla su saber por vencedor lo confieso; debe aprender todo eso quien a cantar se detique; y áura quiero que me esplique lo que sinifica el peso. MARTIN FIERRO Dios guarda entre sus secretos el secreto que eso encierra, y mandó que todo peso cayera siempre a la tierra; y sigún compriendo yo, dende que hay bienes y males, fue el peso para pesar las culpas de los mortales. EL MORENO Si responde a esta pregunta téngasé por vencedor; doy la derecha al mejor; y respóndamé al momento: cuándo formó Dios el tiempo y por qué lo dividió. MARTIN FIERRO Moreno, voy a decir sigún mi saber alcanza; el tiempo sólo es tardanza de lo que está por venir; no tuvo nunca principio ni jamás acabará, porque el tiempo es una rueda, y rueda es eternidá; y si el hombre lo divide sólo lo hace, en mi sentir, por saber lo que ha vivido o le resta que vivir. Ya te he dado mis respuestas, mas no gana quien despunta: si tenés otra pregunta o de algo te has olvidao, siempre estoy a tu mandao para sacarte de dudas. No procedo por soberbia ni tampoco por jatancia, mas no ha de faltar costancia cuando es preciso luchar; y te convido a cantar sobre cosas de la Estancia. Ansí prepará, moreno, cuanto tu saber encierre; y sin que tu lengua yerre, me has de decir lo que empriende el que del tiempo depende, en los meses que train erre. EL MORENO De la inorancia de naides ninguno debe abusar; y aunque me puede doblar todo el que tenga más arte, no voy a ninguna parte a dejarme machetiar. He reclarao que en leturas soy redondo como jota; no avergüence mi redota, pues con claridá le digo: no me gusta que conmigo naides juege a la pelota. Es buena ley que el más lerdo debe perder la carrera; ansí le pasa a cualquiera, cuando en competencia se halla un cantor de media talla con otro de talla entera. ¿No han visto en medio del campo al hombre que anda perdido, dando güeltas afligido sin saber dónde rumbiar? Ansí le suele pasar a un pobre cantor vencido. También los árboles crugen si el ventarrón los azota; y si aquí mi queja brota con amargura, consiste en que es muy larga y muy triste la noche de la redota. Y dende hoy en adelante, pongo de testigo al cielo para decir sin recelo que, si mi pecho se inflama, no cantaré por la fama sinó por buscar consuelo. Vive ya desesperado quien no tiene que esperar; a lo que no ha de durar ningun cariño se cobre: alegrías en un pobre son anuncios de un pesar. Y este triste desengaño me durará mientras viva; aunque un consuelo reciba jamás he de alzar el vuelo; quien no nace para el cielo de balde es que mire arriba. Y suplico a cuantos me oigan que me permitan decir que al decidirme a venir no sólo jue por cantar, sinó porque tengo a más otro deber que cumplir. Ya saben que de mi madre fueron diez los que nacieron; mas ya no esiste el primero y más querido de todos: murió, por injustos modos, a manos de un pendenciero. Los nueve hermanos restantes como güérfanos quedamos; dende entonces lo lloramos sin consuelo, créanmenló, y al hombre que lo mató nunca jamás lo encontramos. Y queden en paz los güesos de aquel hermano querido; a moverlos no he venido, mas, si el caso se presienta, espero en Dios que esta cuenta se arregle como es debido. Y si otra ocasión payamos para que esto se complete, por mucho que lo respete cantaremos, si le gusta, sobre las muertes injustas que algunos hombres cometen. Y aquí, pues, señores míos, diré, como en despedida, que todavía andan con vida Ios hermanos del dijunto, que recuerdan este asunto y aquella muerte no olvidan. Y es misterio tan projundo lo que está por suceder, que no me debo meter a echarla aquí de adivino: lo que decida el destino después lo habrán de saber. MARTIN FIERRO Al fin cerrastes el pico después de tanto charlar; ya empesaba a maliciar al verte tan entonao, que tráias un embuchao y no lo querías largar. Y ya que nos conocemos, basta de conversación; para encontrar la ocasión no tienen que darse priesa: ya conozco yo que empiesa otra clase de junción. Yo no sé lo que vendrá, tampoco soy adivino; pero firme en mi camino hasta el fin he de seguir: todos tienen que cumplir con la ley de su destino. Primero fue la frontera por persecución de un juez, los indios fueron después, y, para nuevos estrenos, ahora son estos morenos pa alivio de mi vejez. La madre echó diez al mundo, lo que cualquiera no hace; y tal vez de los diez pase con iguales condiciones: la mulita pare nones, todos de la mesma clase. A hombre de humilde color nunca sé facilitar; cuando se llega a enojar suele ser de mala entraña; se vuelve como la araña, siempre dispuesta a picar. Yo he conocido a toditos los negros más peliadores; había algunos superiores de cuerpo y de vista... ¡aijuna! Si vivo, les daré una... historia de las mejores. Mas cada uno ha de tirar en el yugo en que se vea; yo ya no busco peleas, las contiendas no me gustan; pero ni sombras me asustan ni bultos que se menean. La créia ya desollada, mas todavía falta el rabo, y por lo visto no acabo de salir de esta jarana; pues esto es lo que se llama remachárselé a uno el clavo. XXXI Y después de estas palabras, que ya la intención revelan, procurando los presentes que no se armara pendencia, se pusieron de por medio y la cosa quedó quieta. Martín Fierro y los muchachos, evitando la contienda, montaron y paso a paso como el que miedo no lleva, a la costa de un arroyo llegaron a echar pie a tierra. Desensillaron los pingos y se sentaron en rueda, refiriéndose entre sí infinitas menudencias, porque tiene muchos cuentos y muchos hijos la ausencia. Allí pasaron la noche a la luz de las estrellas, porque ése es un cortinao que lo halla uno donde quiera, y el gaucho sabe arreglarse como ninguno se arregla. El colchón son las caronas, el lomillo es cabecera, el coginillo es blandura, y con el poncho o la jerga, para salvar del rocío se cubre hasta la cabeza. Tiene su cuchillo al lado, pues la precaución es buena; freno y rebenque a la mano, y, teniendo el pingo cerca, que pa asigurarlo bien la argolla del lazo entierra (aunque el atar con el lazo da del hombre mala idea), se duerme ansí muy tranquilo todita la noche entera; y si es lejos del camino, como manda la prudencia, más siguro que en su rancho uno ronca a pierna suelta, pues en el suelo no hay chinches, y es una cuja camera que no ocasiona disputas y que naides se la niega. Además de eso, una noche la pasa uno como quiera, y las va pasando todas haciendo la mesma cuenta. Y luego los pajaritos al aclarar, lo dispiertan, porque el sueño no lo agarra a quien sin cenar se acuesta. Ansí, pues, aquella noche jue para ellos una fiesta pues todo parece alegre cuando el corazón se alegra. No pudiendo vivir juntos por su estado de pobreza resolvieron separarse, y que cada cual se juera a procurarse un refujio que aliviara su miseria. Y antes de desparramarse para empezar vida nueva, en aquella soledá Martín Fierro con prudencia, a sus hijos y al de Cruz les habló de esta manera: XXXII Un padre que da consejos más que padre es un amigo; ansí, como tal les digo que vivan con precaución: naides sabe en qué rincón se oculta el que es su enemigo. Yo nunca tuve otra escuela que una vida desgraciada; no estrañen si en la jugada alguna vez me equivoco, pues debe saber muy poco aquél que no aprendió nada. Hay hombres que de su cencia tienen la cabeza llena; hay sabios de todas menas, mas digo, sin ser muy ducho: es mejor que aprender mucho el aprender cosas buenas. No aprovechan los trabajos si no han de enseñarnos nada; el hombre, de una mirada todo ha de verlo al momento: el primer conocimiento es conocer cuándo enfada. Su esperanza no la cifren nunca en corazón alguno; en el mayor infortunio pongan su confianza en Dios; de los hombres, sólo en uno, con gran precaución, en dos. Las faltas no tienen límites como tienen los terrenos, se encuentran en los más buenos y es justo que les prevenga: aquel que defetos tenga disimule los agenos. Al que es amigo, jamás lo dejen en la estacada; pero no Ie pidan nada ni lo aguarden todo de él: siempre el amigo más fiel es una conduta honrada. Ni el miedo ni la codicia es bueno que a uno lo asalten, ansí, no se sobresalten por los bienes que perezcan; al rico nunca le ofrezcan y al pobre jamás le falten. Bien lo pasa hasta entre pampas el que respeta a la gente; el hombre ha de ser prudente para librarse de enojos; cauteloso entre los flojos, moderado entre valientes. El trabajar es la ley, porque es preciso alquirir; no se espongan a sufrir una triste situación: sangra mucho el corazón del que tiene que pedir. Debe trabajar el hombre para ganarse su pan; pues la miseria, en su afán de perseguir de mil modos, Ilama en la puerta de todos y entra en la del haragán. A ningún hombre amenacen porque naides se acobarda; poco en conocerlo tarda quien amenaza imprudente, que hay un peligro presente y otro peligro se aguarda. Para vencer un peligro, salvar de cualquier abismo, por esperencia lo afirmo: mas que el sable y que la lanza suele servir la confianza que el hombre tiene en si mismo. Nace el hombre con la astucia que ha de servirle de guía; sin ella sucumbiría; pero, sigún mi esperencia, se vuelve en unos prudencia y en los otros picardía. Aprovecha la ocasión el hombre que es diligente; y ténganló bien presente si al compararla no yerro: la ocasión es como el fierro, se ha de machacar caliente. Muchas cosas pierde el hombre que a veces las vuelve a hallar; pero les debo enseñar, y es bueno que lo recuerden: si la vergüenza se pierde jamás se vuelve a encontrar. Los hermanos sean unidos, porque ésa es la ley primera; tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de ajuera. Respeten a los ancianos, el burlarlos no es hazaña; si andan entre gente estraña deben ser muy precavidos, pues por igual es tenido quien con malos se acompaña. La cigüeña, cuando es vieja pierde la vista, y procuran cuidarla en su edá madura todas sus hijas pequeñas: apriendan de las cigüeñas este ejemplo de ternura. Si les hacen una ofensa, aunque la echen en olvido vivan siempre prevenidos; pues ciertamente sucede que hablará muy mal de ustedes aquél que los ha ofendido. El que obedeciendo vive nunca tiene suerte blanda; mas con su soberbia agranda el rigor en que padece: obedezca el que obedece y será bueno el que manda. Procuren de no perder ni el tiempo ni la vergüenza; como todo hombre que piensa procedan siempre con juicio, y sepan que ningún vicio acaba donde comienza. Ave de pico encorvado le tiene al robo afición; pero el hombre de razón no roba jamás un cobre, pues no es vergüenza ser pobre y es vergüenza ser ladrón. El hombre no mate al hombre ni pelée por fantasía; tiene en la desgracia mía un espejo en que mirarse: saber el hombre guardarse es la gran sabiduría. La sangre que se redama no se olvida hasta la muerte; la impresión es de tal suerte, que a mi pesar, no lo niego, cái como gotas de fuego en la alma del que la vierte. Es siempre, en toda ocasión, el trago el pior enemigo; con cariño se los digo, recuérdenló con cuidado: aquél que ofiende embriagado merece doble castigo. Si se arma algún revolutis siempre han de ser los primeros; no se muestren altaneros aunque la razón les sobre: en la barba de los pobres aprienden pa ser barberos. Si entriegan su corazón a alguna mujer querida, no le hagan una partida que la ofienda a la mujer: siempre los ha de perder una mujer ofendida. Procuren, si son cantores, el cantar con sentimiento, no tiemplen el estrumento por solo el gusto de hablar, y acostúmbrensé a cantar en cosas de jundamento. Y les doy estos consejos, que me ha costado alquirirlos, porque deseo dirijirlos; pero no alcanza mi cencia hasta darles la prudencia que precisan pa seguirlos. Estas cosas y otras muchas, medité en mis soledades; sepan que no hay falsedades ni error en estos consejos: es de la boca de un viejo de ande salen las verdadcs. XXXIIl Después a los cuatro vientos los cuatro se dirijieron; una promesa se hicieron que todos debían cumplir; mas no la puedo decir, pues secreto prometieron. Les advierto solamente y esto a ninguno le asombre pues muchas veces el hombre tiene que hacer de ese modo convinieron entre todos en mudar allí de nombre. Sin ninguna intención mala lo hicieron, no tengo duda; pero es la verdá desnuda, siempre suele suceder: aquél que su nombre muda tiene culpas que esconder. Y ya dejo el estrumento conque he divertido a ustedes; todos conocerlo pueden que tuve costancia suma: éste es un botón de pluma que no hay quien lo desenriede. Con mi deber he cumplido y ya he salido del paso: pero diré, por si acaso, pa que me entiendan los criollos: todavía me quedan rollos por si se ofrece dar lazo. Y con esto me despido sin espresar hasta cuándo: siempre corta por lo blando el que busca lo siguro; mas yo corto por lo duro, y ansí he de seguir cortando. Vive el águila en su nido, el tigre vive en la selva, el zorro en la cueva agena, y, en su destino incostante, sólo el gaucho vive errante donde la suerte lo lleva. Es el pobre en su orfandá de la fortuna el desecho porque naides toma a pechos el defender a su raza; debe el gaucho tener casa escuela, iglesia y derechos. Y han de concluír algún día estos enriedos malditos; la obra no la facilito porque aumentan el fandango los que están, como el chimango, sobre el cuero y dando gritos. Mas Dios ha de permitir que esto llegue a mejorar, pero se ha de recordar para hacer bien el trabajo que el fuego, pa calentar, debe ir siempre por abajo. En su ley está el de arriba si hace lo que le aproveche; de sus favores sospeche hasta el mesmo que lo nombra: siempre es dañosa la sombra del árbol que tiene leche. Al pobre al menor descuido lo levantan de un sogazo; pero yo compriendo el caso y esta consecuencia saco: el gaucho es el cuero flaco, da los tientos para el lazo. Y en lo que esplica mi lengua todos deben tener fe; ansí, pues, entiéndanmé, con codicias no me mancho: no se ha de llover el rancho en donde este libro esté. Permítanmé descansar, ¡pues he trabajado tanto! En este punto me planto y a continuar me resisto; éstos son treinta y tres cantos, que es la mesma edá de Cristo. Y gualden estas palabras que les digo al terminar: en mi obra he de continuar hasta dárselá concluida, si el ingenio o si la vida no me llegan a faltar. Y si la vida me falta, ténganló todos por cierto, que el gaucho, hasta en el desierto sentirá en tal ocasión tristeza en el corazón al saber que yo estoy muerto. Pues son mis dichas desdichas, las de todos mis hermanos; ellos guardarán ufanos en su corazón mi historia; me tendrán en su memoria para siempre mis paisanos. Es la memoria un gran don, calidá muy meritoria; y aquéllos que en esta historia sospechen que les doy palo, sepan que olvidar lo malo también es tener memoria. Mas naides se crea ofendido, pues a ninguno incomodo; y si canto de este modo por encontrarlo oportuno, NO ES PARA MAL DE NINGUNO SINO PARA BIEN DE TODOS.