Comodoro Rivadavia - Chubut Argentina
"Capital del Viento"

Aves de la Patagonia

Avutarda (Cloephaga picta dispar)
 


La avutarda, también conocida como oca de Magallanes, vive en toda nuestra Patagonia y cuando se avecina el Invierno se concentra para realizar desplazamientos migratorios hacia el Norte.

Teniendo como meta los territorios pampeanos, como así también los de la provincia de Buenos Aires, ricos campos en herbáceas.

En grandes bandadas ocupa vastas áreas ingiriendo gran cantidad de pasto y los sembrados de trigo y avena destinado al ganado doméstico, viéndose afectada la economía ganadera de las regiones que invaden.

Por tal motivo estas aves son perseguidas y cazadas intensamente a fin de reducir su número, evitando en parte los perjuicios que ocasionan.

Pero no todo es daño lo que las Ocas producen; su mal está compensado en parte con la destrucción de langostas, larvas y otros insectos que componen su alimentación.

Diversos métodos se emplean para combatirlas, pero el más peculiar es la llamada "arreada aérea", procedimiento que se usa en las provincias agrícola-ganaderas, empleando para ello varios aviones Pipers o similares.

Una vez espantadas, levantan vuelo guiándolas hacia el mar o áreas donde su presencia no afecta los sembradíos.

De esa forma las aves no son sacrificadas y solamente molestadas.

Para este procedimiento los ganaderos y agricultores pagan cierta cantidad de dinero, según las hectáreas que les pertenecen.

Entre las cuatro variedades distintas de avutardas diferenciadas sobre todo por los colores de su plumaje; la Oca de Magallanes habita la mayoría del año en nuestro Sur, es una de las más sociables, acentuándose esa condición después de criar sus pichones.

Pasando el resto de la temporada en grandes bandadas.

Solamente se encolerizan en la época de apareamiento donde los machos brindan verdaderas batallas por la posesión de la futura compañera.

Una vez finalizada esa ceremonia, compuesta de violencia y pasión, se retiran en busca de un lugar solitario, preferentemente cerca de bañados, lagunas o esteros y allí proceden a la formación del nido.

Para ello hacen una cavidad en el suelo, oculto en los pajonales o matas, o aprovechan alguna natural, y en común se dedican a recolectar ramas, hojas, juncos, etc.

Haciéndolo en forma rústica exteriormente, forrando su interior con plumas de otras aves y de ellas, que se extraen del pecho; formando un mullido lecho en el cual la hembra deposita de ocho a diez huevos color crema, opacos y ásperos.

Los cuales son incubados la mayoría del tiempo por la hembra, mientras el macho ronda por las cercanías turnando a su compañera solamente cuando ésta tiene necesidades de alimentarse.

Al cabo de unos veintiséis días, aproximadamente, nacen los polluelos que presentan tupidos plumones de color amarillo; éstos no bien se secan, ya están en condiciones de andar.

Su aspecto simpático los asemeja a los pavitos caseros, motivos por el cual en algunas regiones estas aves son denominadas pavos silvestres.

Aunque éstos son palmípedos, pues sus dedos están unidos por membranas, muy pocas veces se introducen en el agua; merodean por la orilla, donde siempre encuentran pastos verdes y brotes tiernos, alimento que los pichones engullen con avidez.

Estos crecen muy rápido ya en el primer cambio de plumas, hecho que se produce a los dos meses aproximadamente; muestran en su aspecto la diferencia de sexo, presentando el macho color blanco con plumas negras, éstas formando rayas que le cruzan el pecho, y la hembra marrón claro con plumas negras horizontales igual que el macho.

Su gran resistencia física, su rápido desarrollo, el adiestramiento natural que recibe de sus padres permiten a estas aves estar preparadas en pocos meses para sus largos vuelos migratorios.

Ya en los primeros fríos, que por regla general acontecen en el mes de Mayo, se reúnen todas las que habitan en una comarca, eligen una zona determinada y allí van llegando en bandadas.

Paulatinamente va en aumento el número de ejemplares, llegando en ocasiones pasar el millar.

Una vez posadas reservan su energía, se mantienen en el mismo lugar arreglándose las plumas con el pico y mantienen largas conversaciones consistente en graznidos, mientras se presenta el tiempo propicio para el viaje.

A veces esperan pacientes por varios días y solamente si las condiciones climáticas son favorables, levantan vuelo.

Cuando ésto acontece, resulta interesante observar cómo se ponen de acuerdo para separarse en contingentes de hasta ciento cincuenta ejemplares y una vez formada la bandada, emprenden el viaje con destino al Norte.

Las que quedan en tierra suelen hacer otro grupo y así, paulatinamente, en forma casi sincronizada, van abandonando su apostadero.

Una vez en el espacio su instinto las guía a aprovechar las corrientes de aire; por eso las vemos a distintas alturas, realizando este operativo siempre de noche, emprendiendo el vuelo al entrar el crepúsculo.

Ya en pleno desplazamiento estas aves se van turnando sucesivamente en la tarea cortar el aire; cada individuo componente de la bandada tomará su turno en la punta aliviando de esa forma al resto del grupo que, en perfecta formación, en forma de v, surca el cielo rumbo al clima propicio.

 



 
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