Comodoro Rivadavia - Chubut Argentina
"Capital del Viento"

Reino Animal

La increíble historia de Roberto Bubas, el argentino que se hizo amigo de las orcas
 


Joaquín Furriel, Marivel Verdú y Beto Bubas durante la filmación.

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  • Su superhéroe favorito nunca fue Superman. Mucho menos Batman. Roberto Bubas creció leyendo, allá en un campito de su Esquel natal, las aventuras del capitán Jacques Cousteau. Lo fascinaba la vida de aquel legendario investigador francés que recorría los océanos del mundo en el mítico buque Calypso.
    "Muchas personas atacan al mar, yo le hago el amor", decía el explorador. Beto supo que esa frase marcaría su destino. Así, a los 20, se mudó a Puerto Madryn para estudiar Biología Marina. No pasó mucho tiempo cuando su vocación por la naturaleza lo convirtió en guardafauna en Península Valdés, donde ya lleva 25 años.
    Su fascinación por las orcas lo impulso a estudiarlas de cerca. Tan cerca como nunca nadie antes lo había hecho en todo el mundo. Metido en las heladas aguas, jugó, nadó y acarició a las "ballenas asesinas". Aún lo hace: "Ellas ya me conocen, creamos un vínculos", afirma.

    La conexión con estos gigantescos mamíferos le permitió descubrir una técnica de caza (varamiento intencional) donde las hembras sacan medio cuerpo del agua para atrapar una cría de lobo o elefante marino, lo que le valió una beca de National Geographic. La increíble relación con las orcas salvajes sorprendió a los científicos del todo el planeta y lo llevó a ser protagonista de un documental en Animal Planet.
    Y, entonces, ocurrió lo inesperado. Las imágenes que lo mostraban acariciando las orcas y metiéndose al agua con ellas, tuvieron un efecto casi mágico en un niño autista de nueve años. El pequeño se paró frente al televisor y tocando la pantalla gritó: "¡Yo, yo!". Fueron las primeras palabras que los padres escucharon de su hijo. Emocionados decidieron llevarlo hasta "el fin del mundo" para que pudiera conocer a ese guardafauna de la Patagonia.
    Beto creó un lazo con el niño y lo ayudó, en medio de la naturaleza que tanto ama, a conectarse con el mundo. Esa relación lo inspiró a escribir un libro: "Agustín corazón abierto".

    El film "El faro de las orcas" -con Joaquín Furriel y Marivel Verdú- narra su historia y la maravillosa experiencia con ese niño autista: "De repente me veo envuelto en el rodaje que se basa en un libro que yo escribí; fue increíble, emotivo y movilizante", dice Beto.
    Y confía, feliz: "El nene se pudo insertar en la sociedad y hoy es artista plástico, tiene novia y juega al fútbol".

    —¿Cómo se da la amistad con las orcas?
    —Nace jugando. Yo era biólogo marino, que fue lo que me llevó a la costa a estudiar y después me terminó convirtiendo en guardafauna. Estaba tomando datos para un monitoreo científico de las orcas que visitan la Península Valdés, con fines de conservación. Y me metí al agua para estar más cerca y poder dibujar la forma de sus aletas. Un día, de un grupo de cuatro orcas, una se acercó a la costa donde yo estaba y me dejó un manojo de algas ante mis pies. Interpreté que querían jugar. Les tiré las algas mar adentro, las fueron a buscar y me las volvieron a traer. Así pasamos horas jugando. Me metí en el agua y nadé con ellas. Todos los días, después, a la misma hora, me buscaban para jugar. Así empezó el vínculo.

    —¿Cómo interpretaste que querían jugar?
    —Mi interpretación es diferente a la que podrías tener vos o cualquiera de la gran ciudad porque tuve una infancia rodeada de animales y de naturaleza. Yo aliento a la gente, aun de la ciudad, a que tengan aunque sea una mascota porque eso es lo que habilita a un chico a tener otra comprensión del mundo natural.

    —Así empezas tu vínculo con las orcas...
    —Sí. Me terminan conociendo. Creo que durante todo el tiempo en el que yo hacía mi monitoreo de tomar datos en mi libreta, ellas también me estaban escudriñando y tomando datos sobre ése humano que se acercaba al agua, se metía y hacía algo con una libretita. Después, lo que logramos fue profundizar ese vínculo. Y fue muy mágico.
    No se trata de una historia de coraje, se trata de un vínculo en el cual la iniciativa fue de ellas.

    —¿Cuándo fue la primera vez que pudiste tocar una orca?
    —Fue ese mismo día, el de las algas. Es muy difícil contar con precisión lo que pasaba ahí, porque era muy emocionante y parecía increíble.

    —¿Es la orca la que te permite que te acerques de esa forma?
    —Sí, lo dijiste bien, "me permiten". Esto es iniciativa de los animales, no es iniciativa mía. Hace poco me hacían una nota en la que decían que era la única persona que nada con orcas. Si bien la intención era buena, un poco desvirtúa la realidad, porque mi historia no se trata de una historia de coraje, de una persona valiente que desafía el miedo y se mete a nadar con las "ballenas asesinas". Para nada, se trata de un vínculo en el cual la iniciativa fue de ellas.

    —¿Tuviste miedo en algún momento?
    —No, siempre tuve respeto. No es porque sea un valiente sino porque cuando entendés el mundo natural, también entendés que hay determinados momentos en los que podés tener una coexistencia pacífica sin temor a que los animales te puedan lastimar. Eso es porque no estás interfiriendo en sus actividades básicas de supervivencia. En otro momento es porque la iniciativa de invitarte a jugar es de ellas...

    —En cuanto a sus actividades básicas de supervivencia, vimos en la película cómo se alimentan con los lobos marinos. Para algunos puede ser crudo, pero es como ellas viven.
    —Y es como vivimos nosotros. El ser humano tiene que reflexionar un poco respecto de ciertas actitudes hipócritas de nuestra propia naturaleza. Porque el hecho de comprar un pollo en una bandeja en una góndola de un supermercado, lo único que nos dice es que hubo otro como nosotros que fue a matarlo y, si lo filmáramos, quizás el hecho hubiera sido tan sangriento o más que una orca cazando un lobito o una foca.

    —¿Es verdad que te quisieron echar cinco veces?
    —Tal vez alguna vez más que cinco.

    —Por este contacto con las orcas, porque está prohibido.
    —Sí. Y el espíritu de la ley es bueno. La ley que prohíbe el contacto con mamíferos marinos en la provincia de Chubut quiere evitar que trescientos mil turistas que ingresan al año a ver ballenas, a ver lobos, a ver elefantes marinos, orcas y delfines, tengan acceso a molestar a los animales. Bajo ese argumento se pretendió echarme, porque una foto mostraba "al guardafauna que tenía que hacer cumplir la ley y estaba molestando a los animales", y en realidad lo que estaba pasando, después se entendió, era otra cosa.

    —¿Qué te salvó de esa situación? ¿El reconocimiento internacional?
    —En un primer momento me salvó un medio nacional local, el grupo Clarín tomó mi defensa porque la gente quería defender al guardafauna que creaba este vínculo. En ese momento -1998- yo estaba trabajando en Alaska, invitado por una institución de investigación de orcas por mi trabajo, cuando se suscitó el problema y se creó toda una movida nacional en mi defensa.

    —¿Hoy qué te pasa cuando estás con las orcas?
    —Es muy lindo porque las orcas de Península Valdés llegaron a formar parte de mi familia. Yo era un guardafauna viviendo en una situación muy aisladas hasta el año 2002, en que el gobierno hizo muchos adelantos en la infraestructura y en la calidad de vida de todos los guardafaunas. Antes, la situación era muy precaria, entonces el vínculo con las orcas era de amistad muy fuerte. Verlas hoy, después de 25 años, es como ver a viejos amigos. Es muy loco y bastante emocionante ver a orcas que yo identifiqué muy chiquitas, recién nacidas y hoy son mamás, por ejemplo.

    —¿Qué aprendiste de ellas en estos años?
    —Las orcas y la naturaleza, en general, nos enseñan tres cosas: actuar con humildad, vivir con simpleza y hablar lo necesario.

    —¿Qué te generan las orcas en cautiverio que todavía hay en distintos lugares del mundo?
    —Pena y tristeza por el animal que debería estar en libertad y por nosotros, los seres humanos, que no somos capaces de entender que no hay ningún pretexto que nos lleve a mantener a un animal cautivo para satisfacer nuestra curiosidad o para entretenernos.

    —¿Qué fue lo que más te emocionó de las ballenas?
    —Creo que su mansedumbre, todo su inmenso tamaño y su ser pacífico, su cosa maternal, de la madre custodiando a sus cachorros tan cerca de la costa. También tengo muchas incógnitas respecto a por qué la ballena ejerce tanta influencia en la emoción humana.

    —¿Nos pueden curar los animales?
    —Nos puede curar nuestro cambio en la relación con la naturaleza. Si tu pregunta va orientada a si puede sanar a un niño autista, en mi opinión -y lo digo con toda humildad y con todo respeto hacia la ciencia-, ese conjunto de síntomas que se llama autismo quizás sea la respuesta de un ser sano ante una sociedad que enferma.

    —En veinticinco años de guardafauna y con más de cinco intentos de apartarte de tu actividad, ¿cómo está hoy el vínculo con la gobernación en Chubut?
    —Está muy bien. De hecho, el gobernador Mario Das Neves me ha defendido en varias ocasiones y ha promovido mi actividad, no sólo como guardafauna y en la parte investigativa sino también en esta exploración y esta promoción del vínculo hombre-animal salvaje.

    —¿Cómo va a seguir tu vida cuando pase la película? ¿Volvés al sur?
    —Sí, es que después del estreno, que se hizo inicialmente en España, volví al sur y sigo siendo el mismo guardafauna trabajando con ballenas en la playa El Doradillo. El éxito de esto pasa justamente por no creérsela y seguir trabajando igual que siempre.
     


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