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Diego Pol: "Ser paleontólogo es ser un explorador del pasado, hacer un viaje en el tiempo"
 


Diego Pol. Créditos: Marcelo Gómez - LA NACION.

  • Más videos y fotos: GonBal.

  • En la primavera de 2011, Oscar Mayo, propietario de la estancia La Flecha, en Chubut, apareció en el Museo Egidio Feruglio (MEF) de Trelew diciendo que uno de sus peones, Aurelio Hernández, había encontrado “algo”. Ese “algo”, una sugestiva protuberancia redondeada en el árido suelo patagónico, resultaría ser la cabeza de un fémur del dinosaurio más grande jamás descubierto. Hace unos días, ese ejemplar que ya puede considerarse un rockstar del mundo dino, recibió formalmente su nombre científico en la revista Proceedings of the Royal Society B: Patagotitan mayorum.

    Diego Pol es, junto con José Luis Carballido, uno de los protagonistas del descubrimiento y la descripción de este ejemplar que desafía nuestra capacidad de asombro: una mole de casi 40 metros de largo y 70.000 kilos. El lomo estaba a seis metros de altura, la cabeza podía alcanzar los 20, sólo el fémur que alertó a los investigadores medía 2,40 m.

    Rosarino de nacimiento, Pol creció en los barrios porteños de Chacarita y Paternal. “Por suerte estaba cerca del Museo [de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia] –recuerda–; desde chico iba mucho.” Su deslumbramiento con la paleontología nació en esos tiempos, cuando observaba los restos de colosos extinguidos en las grandes salas en penumbra. Pero su vocación se selló mientras cursaba la secundaria en el Colegio Nacional de Buenos Aires y empezó a trabajar como voluntario con José Bonaparte. Tenía 16 años y dos veces por semana ayudaba en lo que hiciera falta: limpiar huesos, hacer réplicas... Fue allí donde por primera vez tomó contacto con la literatura científica, los papers.

    El menor de cuatro hermanos (médica, socióloga y veterinario), muy pronto eligió internarse por el camino de la investigación, a pesar de que en esos años la actividad científica en el país era, según sus propias palabras, “una desolación”. “Hice mi doctorado en Nueva York, y aunque el Museo de Historia Natural es «el sueño del paleontólogo», siempre me tentó la idea de ir a la Patagonia, uno de los tres lugares más importantes del mundo en esta disciplina, junto con China y Mongolia.”

    –¿Qué tiene de fascinante pasar largas temporadas a la intemperie para ir a buscar huesos de animales desaparecidos hace millones de años?
    –El deslumbramiento pasa por hallar un mundo que está oculto en las rocas. Uno tiene la oportunidad de estar en la primera fila en el momento de la revelación de una maravilla natural. De alguna forma, es ser un explorador del pasado, hacer un viaje en el tiempo para entender cómo encajan las piezas de un rompecabezas: ¿cómo pudo el planeta albergar semejantes criaturas? ¿por qué se llegó al gigantismo? ¿cómo surgieron esas moles que comían cientos y cientos de kilos de vegetales por día?

    –¿Los dinosaurios eran “inteligentes”?
    –Tenían comportamientos complejos. Muchos eran animales sociales, que vivían y se reproducían en manadas. Tenemos evidencias de que no sólo cuidaban a las crías, sino que los jóvenes permanecían juntos, como ocurre con los mamíferos. Eso no necesariamente tiene que traducirse en inteligencia como la entendemos desde el punto de vista humano, pero sí eran animales sofisticados.

    –¿Tenían algún tipo de lenguaje?
    –No se sabe. Pero las aves [sus descendientes directos] son animales extremadamente vocales. Y sus parientes más cercanos, los cocodrilos, son los más vocales entre los reptiles. Tienen una serie de sonidos bastante compleja para comunicarse. Eso nos lleva a pensar que probablemente la comunicación sonora cumplía un papel importante entre los dinosaurios así como la comunicación visual.

    –¿Cuántas especies de dinosaurios se conocen?
    –Estamos acercándonos a las mil y queda mucho por descubrir. Hay que tener en cuenta que el evento de fosilización es muy, muy improbable. Y que tengamos la suerte de encontrarlos, también. Los hallazgos paleontológicos siempre son fortuitos: si uno llega muy temprano, cuando no actuó la erosión, no ve nada. Hay que llegar en el momento exacto en que la erosión empezó a destapar (pero todavía no destruyó) los restos, porque así como destruye la roca, también destruye los fósiles.

    –¿Por qué el evento catastrófico que los exterminó a ellos no hizo lo mismo con los mamíferos?
    –La selectividad que tuvo la extinción que puso fin a la era de los dinosaurios es algo fascinante y sobre lo que se va a trabajar muchísimo en los próximos años. En ese momento desaparecieron entre el 70 y el 90% de las especies, pero en especial diezmó todas las de gran tamaño. Los mamíferos de esa época eran muy chicos, con el aspecto de una zarigueya o una comadreja.

    –¿Pensás que podría encontrarse un ejemplar más grande que el Patagotitan?
    – Me sorprendería mucho. Cuando uno se fija en los otros dinosaurios gigantes, están todos en ese orden de magnitud. Sería muy sorprendente que un día encontráramos un animal terrestre que pesara 140 toneladas. Que existieron especies más grandes, puede ser... pero 10% o 15% más. Lo fascinante de este titanosaurio es todo lo que nos permite entender sobre los límites de la vida en la Tierra. Una de las cosas que analizamos es que vivió durante uno de los picos de temperatura de los últimos 700 millones de años. El momento en que los ecosistemas se estructuran con la aparición y diversificación de las plantas con flores.

    –¿Qué soñás descubrir?
    –Me gustaría llegar a entender la transición entre los dinosaurios no voladores y los voladores (las aves). Sabemos que las plumas aparecieron antes [que el vuelo]. Sería increíble encontrar acá, en la Patagonia, restos de esa época, de grupos intermedios.

     


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