Cañadón Seco - Santa Cruz - Argentina
"Ciudad Luz"

Artículos

La vida de una gaucha bonaerense llena de coraje: es tractorista y doma caballos de polo
 


Paula aplicando en método de doma racional, donde se vincula cariñosamente con el animal.

  • Más videos y fotos: GonBal.

Paula Lorbes, la gaucha influencer de 22 años, nacida en Ferré, pueblo bonaerense, más que influencer es una chica de campo, que más que entretener decidió abrir una ventana a su vida (IG @paula_lorber) tal cual es y tiene muchos seguidores que no pueden creer lo es capaz de hacer: hace doma racional de caballos, es tractorista y se moviliza en moto.

“Mis abuelos tenían una chacra muy pequeña en Colón, provincia de Buenos Aires donde yo prácticamente me crié entre los animales. Ellos criaban distintos tipos de animales y sembraban. Así que ahí aprendí a manejar tractores. Me gustaba mucho”, cuenta la joven que es hija de un maquinista y tractoristas, que aclara que es empleado mientras que su madre está al frente de un comercio.
“Ahí me fue guiando un poco por mi papá con respecto a la maquinaria, que también me gusta mucho”, explica Paula.

Tenía apenas 7 u 8 años cuando abonaban la tierra con su abuelo, con el guano de los pollos que criaban. “Yo manejaba el tractor y mi abuelo iba desparramando el abono. Los cambios del tractor eran duros y él me ayudaba. Cuando fui creciendo lo empecé a hacer sola.
Por otra parte, mi tío José, amante de los caballos, tenía varios en ese mismo campo, así que le fui agarrando la mano al manejo”, detalla sobre esa infancia llena de aventuras.

A los 12 años, durante el verano, acompañaba a su papá al trabajo:
“lo ayudaba a mover la maquinaria de un lado a otro, entonces me pagaban muy poco, porque en realidad lo hacía jugando y no era un empleado. Pero toda esa plata me la guardaba porque vivía con mis papás y me pude comprar mi caballo”, recuerda.
La gaucha de Ferré cuenta que por ese entonces iba a todos lados por el pueblo con Indio, así se llamaba y lo tenía en un terreno de su tía.

A los 18 años Paula hizo su primera experiencia en el exterior. Estaba de novia con Lucio, un veterinario de su pueblo y se fueron a vivir a Alemania durante un año, porque él ya había hecho una experiencia en Nueva Zelanda, le había gustado y quería conocer otros países.
”Yo justo tengo descendencia alemana, así que decidimos ese país por esta razón, para conocer mis antepasados. Ya habíamos buscado trabajo en una granja mediante Facebook porque sabíamos que era un lugar seguro y nos fuimos. Estuvimos un año completo. Yo trabajé de tractorista y también hacía el tambo, actividad en la que no tenía experiencia, pero había visto cómo se hacía”, relata sobre esa vivencia.

Después de un mes y medio de vacaciones en la Argentina, la entonces pareja viajó a Dinamarca a hacer lo mismo que en Alemania.
Durante ese tiempo, conoció una tambera ucraniana, pero ninguna mujer que manejara tractores como ella. “Por la mañana hacía el tambo y seguido a eso trabajaba con los tractores por los campos, pasando el disco o sembrando”, precisa.

Su ex pareja ahora está en Canadá. “El siguió viajando, que es lo que le gusta a él. Yo amo mucho a mi país y todas nuestras costumbres. Extrañaba mucho y decidí volverme”.
Paula podía tener todo lo que necesitaba en el primer mundo, pero le hacía falta ese mate y asado con amigos, con la familia, con los afectos. “Allá era completamente distinto ir al supermercado, no hacía falta mirar los precios. La gente era muy buena, servicial. No hay inseguridad, ves chicos jugando en cualquier parte, se manejan solos y la gente se respeta. Es muy distinto a lo que se está viviendo en la Argentina y como amante de mi país es triste ver cómo está todo, la inseguridad, la economía bastante complicada”, dice la joven, que a su corta edad tuvo la oportunidad de contrastar diferentes sociedades y estilos de vida.

Como mujer de campo y con esa ganas de compartir la ceremonia del mate, enseñó a cebar mate en Europa, pero no tuvo mucha suerte.
“Yo jugaba al fútbol allá, así que hice muchos amigos. Les convidaba mate y lo probaron, pero hasta ahí nomás. A un profesor de fútbol le gustó y me preguntó si era mejor que el café para reemplazarlo. Hoy en día me manda fotos tomando mate”, cuenta todavía contenta.

A su regreso a la Argentina, trabajó en la misma empresa que su padres, en una campaña de trigo y conoció a Federico, el dueño del centro de doma de caballos y en marzo próximo se cumple un año de una actividad que ama tanto que siente que no es trabajo. Reciben mayormente caballos de polo.
Paula está aprendiendo cada día todos los secretos de la doma racional, que se aplica en lugar de la vieja doma, que era violenta.

“No sé si es difícil porque yo siento tener una conexión muy linda con los caballos y más esta clase de doma que tiene mucho respeto hacia el animal, no hay violencia como la doma tradicional, que se solía hacer, pero todo cambió, es distinto, así que me gusta mucho y uno tiene que dedicarle tiempo para que ellos entiendan, que no le van a hacer daño y es muy lindo tener una conexión especial con ellos”, asegura.

La joven domadora cuenta que antes la gente creía que al animal había que domarlo a la fuerza y demostrarle rigor.
“Que uno era más que ellos que en realidad es una cosa ilógica porque un animal como un caballo es mucho más fuerte que una persona y si ellos quisieran, fíjate la nobleza del animal, te matan de un solo golpe y no lo hacen. Nosotros no queremos generar este vínculo con el animal, sino todo lo contrario. Darles confianza, generar un vínculo que ellos sepan que nosotros somos uno más de ellos, y no depredadores. Lleva mucho más tiempo y paciencia porque ellos no saben qué es lo que nosotros queremos hacer con ellos”, explica.

Ahora no tiene caballos propios porque no tiene tiempo para dedicarles. Y con los caballos que llegan y permanecen con ellos a lo largo de un año, que es el tiempo que lleva su trabajo, le resulta imposible no sentir un especial afecto.
“Ni bien llegué a este lugar, me encariñé con una yegua. Era muy mansa, le hacía lo que quería, porque teníamos una conexión especial y era muy dócil conmigo. Cuando me tocó despedirla, y después de extrañarla unos días dije ‘no me tengo que volver a encariñarme con ellos más de lo normal porque después los extraño y se que deben irse con sus dueños’”.

Paula comparte algunas características del trabajo que tanto ama. “A los caballos los tenemos andando un mes y cuando entienden que están haciendo todo bien, los largamos a descanso, se quedan pastando por un mes, recapacitando, pensando en todo lo que hicieron y vuelven más mansos”, explica.
En una de sus fotos donde se la puede ver recostada sobre un caballo cuenta que se trata de la doma india. Algo que parece sencillo pero todo lo contrario. Si el animal llegara a levantarse sería muy peligroso. “Esta doma también busca una conexión, que uno pueda hacer que el caballo esté en el suelo sentarse arriba o estirarse arriba de él y que no se mueva. Eso también habla de la nobleza de estos animales uno también le transmite paz, tranquilidad”, cuenta.

La mañana empieza con una pava de mate. Paula se dedica a crear un vínculo con los potros que llegan en estado salvaje, a empezar la conexión, los acaricia, les muestra sogas y las pasa alrededor de su cuerpo, sin pegarles en ningún momento. Cuando termina su tarea ayuda a los otros chicos, a Federico, andando los caballos que se están por entregar a los dueños.
Más tarde, se ocupa de sus tareas cotidianas en la casa donde disponen de paneles de energía solar, por lo que los días nublados no tienen luz. Y tampoco tienen gas, así que cada vez que enciende el calefón para poder bañarse con agua caliente tiene que ir a juntar ramas, como en los viejos tiempos.

Su sueño es convertirse en una domadora. “Ahora estoy aprendiendo del domador y en algún momento me gustaría ser la domadora y enseñar lo que aprendí”. Solo un puñado de mujeres tienen la valentía de Paula Lorber y ella lo sabe.
“El ambiente es bastante machista. A la hora de largarse es muy difícil estar en contacto con hombres nada más, y quizás con los años cambie, pero la verdad es que está muy bueno largarse a domar, intentarlo, a pesar de que sea un trabajo bastante riesgoso y que demanda mucho esfuerzo físico”, concluye.

Cuenta Paula que en su adolescencia solía jinetear caballos (que no hay que confundir con doma) que asegura que es un deporte tan representativo del país como el fútbol, pero que sin embargo, decidió dejarlo atrás para no lastimarse.
“Una trata de mantener su estado físico y lo mejor posible. También cuidar el trabajo, porque sino uno se estropea...”, cuenta quien en su momento se dio varios golpes.

 


Créditos:


     
Página Principal