Cañadón Seco - Santa Cruz - Argentina
"Ciudad Luz"

Historia

La experiencia de una instrumentadora civil en Malvinas
 


Foto superior: "Del Hospital Militar Central fuimos desplegadas a Malvinas: Norma Etel Navarro, María Cecilia Riccheri, María Marta Lemme, Susana Maza y yo. Del Hospital Militar de Campo de Mayo fue María Angélica Sendes".
Foto inferior: Rompehielos ARA “Almirante Irízar” de la Armada Argentina, que para entonces había sido reconfigurado como buque hospital.
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La siguiente es la historia de Silvia Barrera, nacida en la localidad de San Martín, Provincia de Buenos Aires, quien en 1982 tenía apenas 23 años de edad y se desempeñaba como Agente Civil, cumpliendo funciones como instrumentadora quirúrgica desde 1980 en el Hospital Militar Central (HMC) del Ejército Argentino (EA), ubicado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Al igual que otras mujeres que integraban el Servicio de Sanidad del Ejército Argentino, Silvia no había recibido ningún tipo de formación militar, nunca había practicado tiro ni había participado de un ejercicio de combate en campaña.

La noticia de la recuperación de nuestras Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur aquel histórico 2 de abril sorprendió totalmente a Silvia, al igual que la grandísima mayoría de los argentinos e ingleses.
Hasta ese día, sería justo decir que nadie esperaba que las Fuerzas Armadas argentinas realizaran una operación militar para recuperar por la fuerza el legítimo ejercicio de nuestros derechos soberanos sobre los archipiélagos australes que el Reino Unido de Inglaterra e Irlanda del Norte nos había usurpado 149 años antes.

A continuación, transcribimos la entrevista que gentilmente nos brindó la señora Veterana de la Guerra de Malvinas Silvia Barrera, a quien agradecemos por su entrega, humildad y entusiasmo en mantener viva la “causa Malvinas”.
La siguiente es la historia de Silvia Barrera, nacida en la localidad de San Martín, Provincia de Buenos Aires, quien en 1982 tenía apenas 23 años de edad y se desempeñaba como Agente Civil, cumpliendo funciones como instrumentadora quirúrgica desde 1980 en el Hospital Militar Central (HMC) del Ejército Argentino (EA), ubicado en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Al igual que otras mujeres que integraban el Servicio de Sanidad del Ejército Argentino, Silvia no había recibido ningún tipo de formación militar, nunca había practicado tiro ni había participado de un ejercicio de combate en campaña.
La noticia de la recuperación de nuestras Islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur aquel histórico 2 de abril sorprendió totalmente a Silvia, al igual que la grandísima mayoría de los argentinos e ingleses.

Hasta ese día, sería justo decir que nadie esperaba que las Fuerzas Armadas argentinas realizaran una operación militar para recuperar por la fuerza el legítimo ejercicio de nuestros derechos soberanos sobre los archipiélagos australes que el Reino Unido de Inglaterra e Irlanda del Norte nos había usurpado 149 años antes.
A continuación, transcribimos la entrevista que gentilmente nos brindó la señora Veterana de la Guerra de Malvinas Silvia Barrera, a quien agradecemos por su entrega, humildad y entusiasmo en mantener viva la “causa Malvinas”.
 


¿Cómo te enteraste del inicio de la Guerra de Malvinas?
Silvia Barrera: El 2 de abril de 1982, mientras me preparaba para ir al Hospital Militar Central, escuché por Radio Colonia que se habían recuperado las islas. Creo que todos los argentinos sentimos lo mismo: una euforia triunfalista por la recuperación. Recuerdo que, al llegar al HMC, todo era confusión y esperar órdenes para los preparativos del quirófano, que es un área crítica.
Con el correr de las horas, comenzamos a tomar conciencia de que, por trabajar en el HMC, podíamos llegar a participar de la guerra y por ser personal del quirófano, recibiríamos gran cantidad de heridos.  


¿Qué actividades cumpliste durante el mes de abril?
Al día siguiente del desembarco argentino se informó al personal del Hospital Militar Central que solo iría a las islas el personal militar de las Fuerzas Armadas (FFAA).
Como en ese momento todavía no había mujeres como personal militar dentro del Ejército Argentino, todas las agentes civiles perdimos la esperanza de ser convocadas a cumplir funciones en Malvinas.
El HMC suspendió las actividades de rutina y solo se atendieron las urgencias, los pacientes oncológicos y las emergencias de obstetricia.
Preparábamos material para las cirugías que íbamos a realizar, en una tensa calma, mientras escuchábamos los partes de las tratativas diplomáticas.
 


¿Cómo viviste el comienzo de los combates?
El 1º de mayo comenzaron los combates en Puerto Argentino tras los bombardeos de la aviación británica y sentimos que la guerra empezaba y no había marcha atrás. Así, el día siguiente, 2 de mayo, nos enteramos del trágico hundimiento del Crucero ARA “Gral. Belgrano”, en el cual perecieron 323 de sus 1.093 heroicos tripulantes. Los enfrentamientos armados entre nuestras fuerzas y los ingleses se iban incrementando y en el Hospital Militar Central todo seguía igual, los heridos en las islas no llegaban aquí, eran llevados al Hospital Militar de Campo de Mayo, que por su ubicación no permitía el acceso a los medios de prensa.  


¿Cuándo te convocaron para desplegarte a Malvinas?
El 7 de junio llegó un Mensaje Militar al HMC, emitido desde el Comando de Sanidad, en el que se indicaba que necesitaban 10 instrumentadoras voluntarias para el Centro Interfuerzas Médico Malvinas, más conocido como “Hospital de Puerto Argentino”. Por aquel momento, en el quirófano del Hospital Militar Central trabajábamos aproximadamente 30 instrumentadoras.
Nos explicaron a dónde íbamos, que ya se estaba combatiendo en las cercanías de Puerto Argentino, que debíamos tomar la decisión en ese momento porque partiríamos para las islas al día siguiente, más precisamente a las 4 de la mañana, y que íbamos a ser las únicas mujeres de las FFAA en Malvinas.
Me ofrecí como voluntaria y fui una de las afortunadas que fue seleccionada para ir a Puerto Argentino. Del HMC fuimos cinco mujeres y del Hospital Militar de Campo de Mayo una sola.
Rápidamente avisamos a nuestras respectivas familias nuestra decisión, nos fuimos a nuestros hogares para organizar lo que llevaríamos y comenzamos a mentalizarnos de lo que vendría...
No hay dudas que fue una de esas pocas decisiones que nos cambiaron la vida para siempre.  


¿Quiénes fueron tus otras compañeras civiles que fueron a las islas?
Del Hospital Militar Central fuimos desplegadas a Malvinas: Norma Etel Navarro, María Cecilia Riccheri, María Marta Lemme, Susana Maza y yo. Del Hospital Militar de Campo de Mayo fue María Angélica Sendes.  


¿Cómo fue el cruce a Malvinas?
Salimos de Aeroparque a bordo de un avión de Aerolíneas Argentinas. Aquel 8 de junio, cerca de las 6 de la mañana, llegamos a Río Gallegos las primeras “mujeres vestidas de verde”. Para nuestra sorpresa, nadie nos esperaba. Supusimos que la ausencia de alguna autoridad que nos recibiera se debía a que era muy temprano, pero al ver que no aparecía nadie y ya habían pasado dos horas, nos empezamos a preocupar. Hay que recordar que no había celulares y los teléfonos eran públicos con monedas.
En esos momentos apareció un médico de ambo y lo reconocimos; había sido residente en el hospital, le pedimos si podía averiguar qué pasaba con nosotras y después de una hora sin respuestas se ofreció a llevarnos al Hospital Militar de Río Gallegos.
Allí constataron que íbamos a Malvinas y nos llevaron a la Base de Apoyo Logístico (BAL) que tiene el Ejército Argentino en esa ciudad para proveernos el equipo de invierno. Más tarde, llegó un helicóptero que operaba desde el Rompehielos ARA “Almirante Irízar” de la Armada Argentina, que para entonces había sido reconfigurado como buque hospital, y emprendimos el vuelo hacia aguas adentro del Atlántico Sur para incorporarnos a la dotación de ese buque, que es un ícono de la presencia argentina en la Antártida.  


¿Qué recordás de tu paso por el ARA “Alte. Irízar”?
El recibimiento fue, en un principio, de total sorpresa por parte de la tripulación (la Armada no tenía tripulantes femeninos en aquella época), que no esperaba mujeres.
Luego, con el correr de las horas, comenzamos a trabajar en conjunto con nuestros pares masculinos y las dudas iniciales fueron dando paso a una relación de fluida cooperación y confianza profesional en las capacidades de cada uno.
Al amanecer del día siguiente, comenzamos a tener contacto con barcos de guerra ingleses a nuestro alrededor, con ellos se hizo intercambio de suturas, sangre y plasma para sus heridos.
Nuestro rompehielos es un buque enorme, pesa casi quince mil toneladas y tiene más de cien metros de largo por unos quince de ancho y veinte de alto. Era un coloso pintado de color blanco con grandes cruces rojas que lo identificaban como Buque Hospital, lo cual en teoría lo protegía, según la Convención de Ginebra, de un eventual ataque inglés.
El rompehielos tenía una capacidad de 250 camas, 3 quirófanos, sala de rayos, laboratorio, terapia intensiva, terapia intermedia y cámara hiperbárica, etc. Además, transportaba una importante cantidad de insumos necesarios para realizar cualquier cirugía.  


¿Cómo fue el arribo a Malvinas?
Llegamos a Puerto Argentino al atardecer del 9 de junio. Unas horas después sufrimos nuestro bautismo de fuego al presenciar un bombardeo a nuestro alrededor. Fue como estar en medio de una película de guerra.  


¿Qué recordás de esos días en las islas?
El 10 de junio, estando preparadas para desembarcar en Puerto Argentino, se produjeron una serie de hechos, supongo en parte por la improvisación, por problemas de género y por preservar nuestra integridad, que derivaron en tratativas entre el Estado Mayor General del Ejército, el Comandante del Rompehielos ARA “Alte. Irízar” y el Director del Centro Interfuerzas Médico Malvinas.
Mis compañeras y yo no participamos de esas deliberaciones y, momentos más tarde, se nos ordenó quedarnos a trabajar a bordo de nuestro buque hospital, a pesar de nuestro descontento.
Acatamos la orden y comenzó una rutina que duraría nueve días: recibir heridos, realizar el triage, derivarlos a las salas de internación, preparar los que serían quirúrgicos, realizar las cirugías, mientras realizar curaciones de los ya operados y reesterilizar el material usado.
Estas actividades nos obligaron a actuar además de instrumentadoras, como camilleras, enfermeras, psicólogas improvisadas y escucharlos como madres, hermanas, etc.  


¿Qué sentías cuando recibías a nuestros heridos?
Algunos de esos hombres nos transmitían con abrumadora intensidad lo que siente un soldado que ha vivido con frío, con hambre, con angustia, con incertidumbre, esperando que pase lo más terrible: herir de muerte o morir en su posición.
Esos jóvenes argentinos de los escalafones permanentes y los soldados conscriptos, con una situación desventajosa, defendieron su Patria, su Bandera y la soberanía de nuestro territorio y a sus compatriotas, con coraje, altruismo y valentía, ellos nunca fueron chicos, siempre fueron hombres. Llegaban al Buque con lo que se describe como “la mirada de los mil metros” o “las mil yardas”. Era una mirada inerte, perpleja y desenfocada de un soldado, que luego aprenderíamos que era una característica del stress post traumático.  


¿Qué clase afecciones trataban más frecuentemente?
Atendimos diferentes afecciones, entre las más recurrentes puedo citar otitis supuradas, postoperatorio apendicitis, neumopatías, infecciones urinarias, infecciones en la piel, traumatismos agudos, cuadros hemorrágicos, parestesias de miembros, lesiones tróficas de la piel de las manos, pie de trinchera y desnutrición.
Curamos y realizamos cirugías generales, cirugías oftalmológicas, quemados, cirugías traumatológicas, cirugías maxilofaciales. Las causas más comunes fueron por proyectiles de baja velocidad, esquirlas de munición de artillería, esquirlas de bombardeo aéreo, hemorragias internas y traumatismos agudos, quemaduras y amputaciones.  


¿Cómo se trasladaba a los heridos?
Traer abordo a los heridos era una tarea difícil porque el buque estaba anclado cerca de tierra en la bahía frente a Puerto Argentino, pero lejos para la evacuación.
Normalmente, el traslado se hacía por medio de helicópteros y unos días después comenzó a empeorar el clima y se realizó por medio de un barquito llamado “Yehuin”, pintado de negro con una cruz roja, que hacía las veces de ambulancia.
Realizar nuestras tareas comenzó a complicarse cuando el buque comenzó a inclinarse a casi 45º por el mar embravecido, se nos caían las cosas, nosotras nos caíamos, una de las cirugías la tuve que hacer atada al paciente y al cirujano para poder movernos al mismo tiempo.  


¿Cómo recibiste la noticia de la rendición?
Así llegamos al 13 de junio, esa noche -por los altoparlantes del “Alte. Irízar”- avisaron que al día siguiente se firmaría el cese del fuego, ese fue un shock difícil de superar, uno de los momentos más terribles, cuando nosotros habíamos zarpado con las noticias de que íbamos peleando.
Esa noche los británicos intentaron desembarcar con buzos tácticos en gomones usando al Rompehielos para camuflarse, los marinos que estaban de guardia en cubierta les dispararon con sus armas, frustrando el ataque y provocando varias bajas entre las tropas ingleses, nosotras estábamos operando y escuchamos los disparos.
Al amanecer, se encontraron los gomones abandonados por los británicos.
El 14 de junio se firma el cese del fuego y estando tan cerca del puerto fuimos tristes e impotentes espectadores de como los británicos hacían que nuestros hombres se desarmaran y se sacaran la ropa dejándolos a la intemperie, bajo el agua nieve.
Ahí comenzó a acelerarse el trabajo, la consigna era evacuar la mayor cantidad de hombres para que no cayeran prisioneros, civiles que al igual que nosotras estaban sin grado militar (los periodistas de TELAM, ATC, el personal del Correo, el personal de Vialidad Nacional, etc.) y los Capellanes Castrenses.  


¿Cómo fue el retorno al continente?
El buque estaba sobrepasado en su capacidad: teníamos 310 heridos y casi 60 hombres de evacuados civiles, el agua escaseaba y había que racionarla, no podíamos bañarnos.
El 18 de junio, los británicos autorizaron, post control y requisa de cosas que les interesaban del buque (rollos de fotos y cámaras), el regreso al continente.
Llegamos a Comodoro Rivadavia y comenzó la evacuación, que fue más rápida porque allí el buque amarró en el puerto local.  


¿Qué hiciste cuando desembarcaste en Comodoro?
Evacuados los heridos, la superioridad se encontró con la disyuntiva de qué hacer con nosotras, con el peligro de volver a Malvinas en otro viaje y que pudiéramos caer prisioneras, se decidió que volvamos a Buenos Aires.
Otro problema era el alojamiento, como los hospitales y las Unidades Militares estaban colapsadas, nos llevaron a un hotel.
Nos bañamos y salimos a comer, eso no nos estaba permitido, porque no querían que tuviéramos contacto con los medios periodísticos.
Allí tuvimos que cumplir con las promesas hechas a nuestros heridos en el barco, avisar a sus familias como estaban y adonde estaban, buscar un teléfono público que funcione, monedas para las llamadas y comunicarnos, llamar a familiares de heridos, desconocidos y explicar que pasaba con ellos, fue una de las tareas más duras, emocionalmente.
Al día siguiente pedimos ir a visitar a nuestros heridos y luego nos llevaron y nos dejaron en un galpón del Aeropuerto de Comodoro, sin comida y sin baño, a las 20 hs abordamos un avión que nos traería de regreso a Buenos Aires, llegamos a El Palomar y ahí estaban nuestras familias esperándonos.  


¿Cómo fue tu regreso a tu al HMC?
Llegar y reencontrarnos después de diez días sin saber de nosotras, que fuera Día de la Bandera y Día del Padre, fue un plus para nuestra emoción.
Al día siguiente, a las 7 de la mañana, ya estábamos de vuelta en nuestro puesto en el Hospital Militar Central.
Nuestro retorno nos sorprendió, porque parecía que, para los demás, Malvinas era pasado. En cambio, para nosotros, los Veteranos de la Guerra de Malvinas, fue una experiencia muy fuerte que nos acompañará toda la vida.  


A nivel profesional, ¿qué fue para vos Malvinas?

Malvinas fue el mayor despliegue de la historia de la Sanidad Militar Argentina, y nosotras -las instrumentadoras y enfermeras- fuimos parte de ella.
Desde que comenzaron los ataques del enemigo en mayo, los médicos, odontólogos, enfermeros y enfermeras, instrumentadoras y camilleros, que estaban dentro de las 200 millas náuticas alrededor de las islas, fueron insuperables en valentía personal, determinación, ingenio y capacidad para poner en práctica planes previamente formulados en fase teórica y nunca ejecutados en la práctica.
Esta emergencia trajo nuevas visiones de lo que es una evacuación aeromédica (que nuestro país nunca había practicado), de los requerimientos de personal y material.
Había una abrumadora necesidad de actuar de inmediato, clasificar, estabilizar, transportar a los que probablemente sobrevivieran, recuperar a las víctimas y proporcionar servicios médicos, para hacer lo que estábamos capacitados para hacer.
Los equipos médicos completos (médicos, enfermeros e instrumentadoras) solo actuaron a bordo del Rompehielos ARA “Alte Irízar”. En el otro buque hospital, el buque polar ARA “Bahía Paraíso” y en el Centro Interfuerzas Médico Malvinas (Hospital de Puerto Argentino) faltaban instrumentadoras.  


¿Alguna reflexión final que quieras transmitir?
Venimos de una historia que debe volver a estudiarse, por los cientos de mujeres que vertieron su sangre en guerras intestinas; que educaron, alimentaron, ofrendaron y vengaron a sus hijos y entregaron su dignidad.
Esas mujeres, heroínas anónimas que bordaron con sus manos los hilos de nuestra bandera, que entregaron sus sueños, recorrieron caminos y sembraron con árboles de esperanza nuestro territorio, por eso -en su honor y memoria- debemos continuar en la búsqueda de la igualdad, la equidad y la inclusión, sin posicionamientos extremos.
Las instrumentadoras y enfermeras civiles que fuimos a la mayor movilización de la Sanidad Militar argentina fuimos parte de esa historia que merece ser contada con voz femenina, con una perspectiva diversa, desde la óptica de sus mujeres, algunas de nosotras protagonistas reconocidas, la mayoría escasamente mencionada. Debe relatarse desde la inclusión, la pujanza, la lealtad, el patriotismo y la ofrenda de nuestras vidas, si hubiera sido necesario.
La historia debe contarse desde la visión real, lejos de paradigmas, prejuicios, voluntarias omisiones, manidos y ancestrales dogmas de superioridad masculina, reconociendo a las mujeres como participantes activas en la Gesta de Malvinas, adonde fueron precursoras de la mujer de las Fuerzas Armadas actuales.
Por eso estamos orgullosas de ser el punto de partida para reescribir el pasado y ayudar a diseñar con valentía el futuro de las mujeres.  


¿Crees que han sido debidamente reconocidos los VGM de nuestra Sanidad Militar?

Todavía no se ha honrado a los hombres y mujeres en servicio del cuerpo médico, que ayudaron desinteresadamente a los cientos de víctimas con diferentes heridas durante esos días del Conflicto, muchos de nosotros seguimos siendo agentes civiles, nunca nos fue otorgado un grado militar, ni siquiera como reservistas.
Hace 40 años que todavía tenemos que demostrar quién es quién, adonde prestó funciones y a la falta de reconocimiento se agrega el dolor de que se agreguen al padrón los que quedaron en el continente, nunca sufrieron estar bajo fuego y que reclaman un reconocimiento injusto. No importa lo monetario, pero sí que se hagan llamar VGM.  


¿Cómo ves el futuro del Ejército Argentino y las otras FFAA?
El futuro de las FFAA y del Ejército no es bueno, en tanto y en cuanto no se asimiló lo aprendido en Malvinas. En la actualidad, si hubiera un conflicto o una emergencia, no hay instrumentadoras militares, carecemos de algunos profesionales con especialidades médicas y, sobre todo faltan, psiquiatras y psicólogos especializados en stress post traumático, ya que ahora a la población de VGM se agregan los militares de las tres Fuerzas Armadas que realizan Campañas Antárticas y Misiones de Paz alrededor del mundo.
Sin embargo, a pesar de las falencias, las Fuerzas Armadas nos brindan conocimientos, respeto, valores y una inyección de amor a la Patria y a los símbolos patrios que otras instituciones han dejado de lado.

 


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