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Historia

La guillotina: la macabra idea de un médico para evitar que los condenados a muerte sufrieran dolor
 


El condenado era acostado en un plano inclinado. Nótese al costado una canasta, donde se depositará su cuerpo.
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  • Nicolás Jacques Pelletier integraba una banda que se dedicaba a asaltar transeúntes y viajeros. La noche del 14 de octubre de 1791 su víctima fue un hombre que caminaba por la calle Bourbon-Villeneuve, actualmente Rue D’Aboukir, en París. Los gritos de ocasionales testigos alertaron a la policía que lo detuvieron. No se sabe si la víctima fue asesinada, pero esa misma noche Pelletier fue acusado y en un trámite exprés el juez Jacob Moreau lo condenó a muerte. La ejecución debía cumplirse el 31 de diciembre de 1791.
    El desgraciado Pelletier tendría unos meses de amarga espera: aún la Asamblea Nacional no se había puesto de acuerdo sobre el modo de llevar adelante las ejecuciones.

    Los macabros espectáculos de quitar la vida a los condenados eran seguidos morbosamente por la población porque además, tenían el aditamento de no ser todos iguales. El modo dependía del delito cometido. Por ejemplo, Robert François Damiens, un fanático que había intentado asesinar al rey Luis XV con una navaja, fue torturado y descuartizado usando caballos atados a cada una de sus extremidades; a Catherine Desahayes, una bruja y envenenadora fue quemada en la hoguera el 22 de febrero de 1680; a ladrones comunes se los ahorcaba y a los aristócratas se les cortaba la cabeza con un hacha. De la pericia del verdugo dependía que el condenado tuviese una muerte rápida, lo que no siempre ocurría.

    Hasta que apareció un médico que intentó regularizar la cuestión. José Ignacio Guillotin había nacido el 28 de mayo de 1738 en Saintes, un poblado ubicado en el oeste francés. Fue alumno en el Colegio de Aquitania en Burdeos, entró en la orden de los jesuitas, que luego abandonaría para estudiar medicina en París. Al producirse la revolución, era profesor en la Facultad de Medicina. Cuando se convocaron los Estados Generales, fue elegido para integrar la Asamblea Nacional.
    Desde su escaño manifestó su horror por los suplicios soportados por los condenados, el uso de la tortura y los privilegios de la aristocracia. Propuso la decapitación como único método, ya que aseguraba una ejecución rápida. Primó el concepto surgido de la revolución de que cortar una vida no constituía una venganza que se tomaba la sociedad, sino que condenaba de acuerdo a la ley.
    Asimismo, primó el concepto de que los delitos del mismo género debían ser castigados con el mismo género de pena, sean cuales fueran la condición o profesión del acusado.

    En el código aprobado por el cuerpo deliberativo, votó la pena capital por decapitación, y quedaba prohibido ejercer cualquier tipo de tortura. Restaba resolver cómo separar la cabeza del cuerpo.
    Guillotin solo se refirió, genéricamente, a un mecanismo con una hoja pesada y afilada, que se usaba en algunos países europeos desde el siglo XVI. Los que se opusieron a su idea trataron de ridiculizarlo, llamando “guillotina” a ese instrumento que aún no había sido creado.

    En marzo de 1792, mientras Pelletier contaba los días que le quedaban de vida, la Asamblea encargó al médico cirujano Antoine Louis, la elaboración de un aparato adecuado. Louis era secretario perpetuo de la Academia de Cirugía, profesor y un médico de mucho prestigio. Trabajó sobre un modelo de hoja oblicuo para que el corte fuera contundente, rápido y preciso.
    Cuando tuvieron el modelo ideado, rechazaron el presupuesto del carpintero Guidon quien, si bien garantizaba la construcción de una máquina perfecta que duraría, por lo menos, 50 años, pidió un dineral, 5660 libras. Louis convocó al alemán Tobías Schmidt, un fabricante de clavicordios radicado en la capital, quien pasó un presupuesto de 824 libras y prometió terminar el aparato en una semana.

    Se probó en el patio de Bicêtre, un establecimiento que además de prisión, era hospital y manicomio. Con la presencia de Antoine Louis, Guillotin y diversos funcionarios, primero se guillotinaron ovejas y luego tres cadáveres.
    La operó el experimentado verdugo Charles Henri Sanson. De 53 años, era la cuarta generación en la familia de este oficio, que había comenzado su bisabuelo. Sanson le cortaría la cabeza al rey Luis XVI.

    Era un cadalso cuadrado, de unos tres metros de altura. En sus laterales, se elevaban dos guías por donde corría una cuchilla triangular de acero, unida a un peso de plomo de sesenta kilos, ideada para impactar a la altura de la cuarta vértebra cervical. El condenado se lo acostaba en un plano inclinado hacia adelante, y se le sujetaba la cabeza en un semicírculo llamado “lunette”. Una cesta recibía la cabeza, mientras que en otra era arrojado el cuerpo.
    Los testigos aseguraron que la cuchilla realizó su cometido en forma eficiente. Los presos, mirando tras las rejas, gritaban socarronamente “¡Esto es igualdad!”.
    Muchos quisieron ponerle un nombre, como “Mirabette”, “Louision” y “Lonisette”. Pero le quedaría el de guillotina. Finalmente, el juez determinó que la ejecución de Pelletier se realizase el 25 de abril de 1792. Cerca de las 15:30 el condenado, que vestía una camisa roja, subió al cadalso, también pintado de rojo. El macabro espectáculo se había montado en la Plaza de Grève, a orillas del Sena. El lugar era entonces una playa de arena y grava, usada por barcos para descargar mercaderías. Esta plaza se había popularizado como el sitio de ejecuciones públicas durante el reinado de Luis XV.
    Se había congregado una multitud, afecta a las ejecuciones y curiosa por el aparato que verían funcionar por primera vez. Por precaución, se había convocado a efectivos de la Guardia Nacional para evitar posibles excesos.

    Para las autoridades fue una ejecución limpia, pero para la muchedumbre, fue un total fiasco. No se habían terminado de acomodar cuando en centésimas de segundos, Sanson accionó el mecanismo, la cuchilla se precipitó sobre el cuello del condenado y todo había concluido.
    La gente, indignada por el breve espectáculo, reclamó a viva voz “traigan nuestra horca de madera”.

    Schmidt, que ganaría buen dinero fabricando guillotinas para repartirlas en toda Francia, dilapidaría su fortuna, embelesado con la joven bailarina Chameroi, que junto a su amante se dedicó a quitarle todo su dinero.
    La última vez que la guillotina se usó fue el 10 de septiembre de 1977 cuando se ejecutó al tunecino Hamida Djandoubi, quien había asesinado a su ex novia.

    Guillotin siguió ejerciendo la medicina en un consultorio que tenía en la esquina de Saint-Honoré y de la Sourdière. Durante el Terror estuvo encarcelado un tiempo y murió de ántrax en París el 26 de marzo de 1814. Y aunque sabía que no había inventado el aparato, y que solo deseaba ahorrar sufrimientos innecesarios al condenado a muerte, hasta su último suspiro, la famosa guillotina sería una “mancha involuntaria de su vida”.  


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