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El argentino Luis Ángel Firpo ingresará al Salón de la Fama de boxeo
 


El ruido de esa noche, la explosión de alegría equivocada en sus compatriotas al escuchar que Dempsey estaba volando fuera del ring, el rugido de decepción y frustración al conocer el resultado oficial.
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El boxeo argentino es fruto de dos paradojas fundacionales: la primera es que nació como un deporte de pudientes y con el tiempo se ofreció como una alternativa de escape para las clases sociales más bajas.
La segunda se basa en su primer hito de argentinidad gloriosa, que fue escrito con la tinta de una derrota por nocaut: la de Luis Ángel Firpo ante Jack Dempsey en el Polo Grounds de Nueva York el 14 de septiembre de 1923.

El boxeo llegó a la Argentina de la mano de los británicos y sus mejores cultores exponentes fueron marineros que, además de la consabida rudeza, habían heredado hábitos y mañas que en términos formales databan del siglo XVII.
Para culto y regocijo de las clases más acomodadas, durante un puñado de décadas el exotismo de dirimir por el honor en cotejos a golpes de puños bajó de los barcos y se expandió en los sótanos de la Capital Federal y de Avellaneda. En ese contexto, el multifacético Jorge Newbery destacó en más de una trasnoche, y el letrista Celedonio Flores lo honró de forma tácita en el tango Corrientes y Esmeralda:

“Amainaron guapos junto a tus ochavas
cuando un cajetilla los calzó de cross
y te dieron lustre las patotas bravas
allá por el año novecientos dos”.

Abiertas las compuertas de la elite, el furor de la masividad llegó durante la década del 20 de la mano de un juninense aporteñado, gigantesco, de marcado ceceo (trocar la s por la z) y empleado de farmacia y zapatería, que a fuerza de voltear muñecos destacó en el boxeo profesional y obtuvo el derecho de disputar el campeonato del mundo de peso completo.
Firpo se apellidaba, aunque trascenderá como el Toro Salvaje de las Pampas que, con un mazazo diestro, sacó del ring al Matador de Manassa, Jack Dempsey, en un supremo instante llamado a ser recreado por artistas plásticos, novelistas y hasta dibujantes de comics como Matt Groening.

En el tercer episodio de la octava temporada de Los Simpsons, Homero convertido en boxeador arroja fuera del ring a su contrincante y la escena se congela en el óleo a la tela que había gestado el pintor y litógrafo George Bellows.
Esa pelea, considerada la más dramática del Siglo XX, cifrará el glorioso destino del pugilismo nacional, pero lo hará en clave contradictoria: pese a que terminará en derrota, la travesía es acompañada por una multitud apostada a las puertas del Pasaje Barolo, expectante de las señales que llegaban mediante una antena dispuesta en la cúpula del edificio.

El acontecimiento tendrá un vigor inusitado y arrasará con prejuicios y aprensiones. Se levantó entonces la prohibición que regía para el área de la Ciudad de Buenos Aires y de un día para el otro, sin estaciones intermedias, el boxeo dejó de ser una expresión clandestina y violenta que propiciaba tumultos indeseables para convertirse en una actividad al alcance de quien desee aventurarse.
El deporte del llamado Arte de Fistiana que un argentino, Firpo, había enaltecido en la meca del creciente espectáculo.

Con el anuncio de la inclusión de Luis Ángel Firpo al Salón de la Fama Internacional del Boxeo en Canastota como parte de la Clase de 2024 en la categoría de “Viejas Glorias”, un siglo de espera ha concluido para sus compatriotas, para su familia y también para la historia del boxeo.
“En nuestros corazones, la espera nunca terminó”, dijo emocionada María de Lourdes ‘Chiche’ Pérez Barbieri, sobrina nieta de Firpo y una de las custodias de su legado, al enterarse de la noticia.
“Esto es algo que me llena de un orgullo enorme. Esa pelea en 1923 en Nueva York está grabada a fuego en los corazones de cada argentino y de cada fanático del boxeo, y ahora podemos decir que el tiempo ha hecho justicia a esa victoria. Es un reconocimiento a su fuerza física y mental, y también a su humildad”, destacó.

En su país, no solo se convirtió en una celebridad instantánea. Se transformó en el primer boxeador en poseer una licencia profesional, numerada como 001, al regresar a casa con una bienvenida de héroe. A partir de entonces, su fama despegó. Numerosos productos llevaron su nombre o fueron patrocinados por él, incluyendo uno de los primeros periódicos deportivos del país llamado Firpo Sports.
Poseía varios negocios, incluyendo concesionarios de automóviles y otros, y para el momento de su muerte era dueño de miles de hectáreas de algunas de las tierras más fértiles del mundo. A medida que su leyenda crecía, sus otros logros en el ring fueron casi olvidados o minimizados por su legendaria pelea con Dempsey.

Firpo nació el 1 de octubre de 1894 en la ciudad de Junín, provincia de Buenos Aires. A los pocos años, sus episodios de hipoacusia estimularon a sus padres de radicarse en Buenos Aires, para un mejor tratamiento. La mudanza ocurrió en 1898 y tras regresar un tiempo a Junín, se radicó en Boedo en 1906, donde se desempeñó como empleado en un restaurante, en una farmacia y en la Unión Telefónica.
Cobrador en una fábrica de ladrillo, con sus puños puso en fuga a tres asaltantes y el dueño de la empresa, Félix Bunge, lo estimuló a volcarse al boxeo, donde se inició relativamente grande: a los 26 años, en diciembre de 1917, frente a Frank Hagney. Hizo dos exitosas giras en los rings de EEUU y la segunda en 1923, cuando noqueó a Jess Williard, ex retador al campeón mundial Dempsey, El Matador de Manassa.

Su condición de gigante latinoamericano ya había promovido el legendario mote de Toro Salvaje de las Pampas, ocurrencia del destacado periodista Damon Runyon, y al tiempo surgió la chance de enfrentar a Dempsey.
Hábil para los números, con reputación de gran negociador y fama de amarrete de película, Firpo gestionó su propia bolsa para subirse al ring del Polo Grounds de Nueva York el 14 de septiembre de 1923. Sus chances eran remotas (no sabía boxear: peleaba a cara descubierta al modo de un pendenciero de esquina) y el 90% del combate así lo certificó. Cayó diez veces: siete en el primer round y tres en el segundo para ser noqueado a los 3 minutos y 57 segundos.

Según el prestigioso periodista cordobés Julio Ernesto Vila, “Firpo había cometido dos grandes errores: subir al ring con fractura de húmero izquierdo y prescindir en su rincón de su asesor, Jimmy De Forrest, quien juró y perjuró que con su influencia el juninense habría sido declarado ganador”. Sin embargo, el destino es lo que en efecto pasa, no lo que pudo haber pasado: Firpo había elegido como asistente a su amigo Horacio Lavalle.
Firpo terminó su carrera con un respetable récord de 31 victorias y 4 derrotas, con 26 nocauts, habiendo derrotado a figuras como Harry Wills (un hombre al que Dempsey famosamente evitó, y no solo por su raza) y Bill Brennan, entre otros contendientes de su época. Y obtuvo fama cuando detuvo al ex campeón de peso pesado Jess Willard en ocho asaltos en Boyle’s Thirty Acres solo dos meses antes de enfrentarse a Dempsey.

De todos modos, ningún otro acto heroico o hazaña superaría esa fatídica noche de septiembre del ‘23, con docenas de celebridades en primera fila y millones escuchando por radio en todo el mundo en una de las primeras transmisiones en vivo para una pelea por el título.
El ruido de esa noche, la explosión de alegría equivocada en sus compatriotas al escuchar que Dempsey estaba volando fuera del ring, el rugido de decepción y frustración al conocer el resultado oficial y la controversia subsiguiente gritada en cientos de conversaciones sobre el tema durante un siglo entero son su mayor legado.

Sus restos descansan en el cementerio de Recoleta, a la vera de un monolito que suele ser visitado por los adoradores del boxeo, turistas y algunos curiosos. No es para menos: se lo considera del genuino padre del pugilismo nacional.
Y en las últimas horas, el Salon Internacional de la Fama del Boxeo anunció oficialmente la inclusión de Luis Ángel Firpo como nuevo miembro en la categoría “Old Timers” de dicha entidad, en la que ya se encuentran Carlos Monzón, Pascual Pérez, Nicolino Locche, Victor Galindez, Tito Lectoure y Amilcar Brusa.
Su gloria será eterna.

 


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