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Ecología

Repositorios Nucleares en la Patagonia Argentina
 


A casi diez años de que quedara descartada la construcción de un basurero nuclear en Gastre, provincia del Chubut, algo huele mal en la Patagonia. Documentos reservados a los que tuvo acceso La Nacion, fechados luego de la clausura del proyecto, muestran extraños movimientos de materiales hacia el centro de la región, grandes compras de selladores que se utilizan en repositorios nucleares y presurosos traslados de personal hacia una zona de minas de uranio oficialmente abandonada.

En las inmediaciones de esas minas se produjeron luego varias muertes misteriosas y los cuerpos presentaban características propias de los intoxicados con hexafluoruro de uranio.

La importancia del material hallado radica en que establece una fuerte sospecha: que el basurero nuclear, o un sucedáneo, pudo haberse construido igual en un lugar diferente de Gastre, y todavía estar allí.

La Comisión Nacional de Energía Atómica lo niega, y explica los documentos como algo administrativo.

Los documentos

Se trata de órdenes de compra, de recibo, pedidos, contratos y mapas generados por la empresa Investigaciones Aplicadas Sociedad del Estado (Invap), y entre ellos dos parecen ser los más importantes:

El primero, la orden de entrega número 1985 del 12 de noviembre de 1990, según la cual el Invap compra a la empresa neuquina Carlos Suhr 36 toneladas de bentonita para ser entregadas en el parque industrial de Trelew, en forma inmediata y pago contado anticipado. La bentonita es el sellador utilizado en los repositorios de residuos nucleares y, según fuentes consultadas, "treinta y seis toneladas sólo pueden ser necesarias para sellar un basurero de grandes dimensiones".

El segundo, la orden de entrega número 2045 del 20 de noviembre de 1990, por la que el Invap contrata a la empresa Turismo Buttini de San Rafael, Mendoza, para trasladar a 19 personas desde la capital provincial hasta la mina de uranio de Los Adobes, en Chubut. Al momento de contratar este servicio, hacía 8 años que la mina estaba cerrada y sin funcionamiento.

El vocero del Invap en Bariloche, Tomás Buch, admitió no tener una explicación para tales movimientos. "Tenemos un sistema de compras muy complicado", dijo. "No tenemos ningún registro que indique a qué corresponden estos documentos, y las personas que podrían saberlo ya no están en la empresa.

Además, ¿a quién se le ocurre preguntar por cosas que pasaron hace nueve años?" El licenciado Hugo Perl, de la CNEA, dijo a su vez que esos movimientos se hicieron para la prospección de una mina de uranio en Cerro Solo, contigua a Los Adobes, y que se utilizó el Invap por conveniencia contable. Hasta el cierre de esta edición, sin embargo, en la CNEA no se había encontrado el material documental referente a esa prospección.

Para las organizaciones ecologistas Greenpeace y Patagonia Natural, por último, los traslados de material y gente son sospechosos, sobre todo por el momento en que se hicieron: dos semanas antes de la fecha del primer documento, el 28 de octubre de 1990, el presidente Menem anunció que el proyecto de basurero nuclear estaba cancelado.

"No se hará", dijo refiriéndose a Gastre.

La elección de la CNEA

A Gastre, el pueblo que estuvo a punto de figurar en los mapas marcado por una calavera con dos tibias cruzadas, lo inventó el sueño nuclear de los militares argentinos.

Un sueño que se desbocó tras el 24 de marzo de 1976, cuando un plan de la dictadura estableció que, para fines de siglo, en el país funcionarían seis centrales atómicas, que se controlarían todas las etapas del ciclo de combustión nuclear, y que se contaría con un repositorio para residuos radiactivos de alta actividad.

Hoy los resultados están a la vista: de las seis centrales atómicas sólo hay dos en funcionamiento -Atucha I y Embalse- y en proceso de privatización; el control del ciclo de combustión se cumplió, pero la Agencia Nuclear Internacional supervisa el uso final del combustible, y oficialmente el repositorio no existe.

Para Gastre, la pesadilla comenzó en junio de 1986, ya sin dictadura, cuando la CNEA anunció públicamente que el lugar elegido para depositar los residuos era ese pueblo.

A sus cuatrocientos habitantes, entonces, les cayó del cielo una triste fama: cuando todavía sonaban los ecos del desastre de Chernobyl de dos meses antes, venían a enterarse de que la casa se les estaba por convertir en el primer basurero nuclear del planeta.

"La movilización y la denuncia fueron clave para frenar el proyecto", dice Juan Carlos Villalonga, de la organización ecologista Greenpeace.

En los meses siguientes hubo recolección de firmas y marchas y, en octubre de 1990, la propia Greenpeace denunció que la empresa francesa Pechiney había ofrecido al gobierno argentino financiar la construcción del basurero a cambio de 15.000 hectáreas en la zona.

Según Villalonga, "si se hubiera aceptado esa oferta, el país se habría convertido en el basurero nuclear de Francia".

Cuatro días más tarde, el 28 de octubre de 1990, Menem anunció que el basurero no se iba a construir. El asunto parecía terminado.

¿Terminado?

Camiones en la noche

"Muchos creen que en la Patagonia se guardan en secreto residuos nucleares", admite José María Musmeci, vicepresidente de la Fundación Patagonia Natural.

En los últimos dos años, ocho veces lo sacaron de la cama para avisarle acerca de camiones sospechados de cargar material nuclear, que viajaban a oscuras con rumbo incierto.

"Unos llevaban mercadería corriente y otros, si bien eran de la CNEA, iban con todo en regla para Pilcaniyeu o para Bariloche. Pero a algunos de esos camiones se los tragó la tierra, y nunca los pudimos encontrar."

En su oficina de Puerto Madryn, Musmeci se pellizca la barba, suspira y abre las manos como preguntando: "¿Cómo saberlo?".

Juan Carlos Villalonga también es cauto, pero algo lo hace sospechar: "Si no fuera porque está el Invap de por medio, diría que no es posible...".

Hay una palabra que puede definir al Invap: misterio.

La empresa, con rango de "asociada" a la CNEA, tiene su sede en Pilcaniyeu y su dirección postal en San Carlos de Bariloche. Pilcaniyeu, donde funciona, queda literalmente en medio de la nada, 90 km al este del lago Nahuel Huapi y 300 al noroeste de Gastre, en plena estepa patagónica.

Si el pueblo alguna vez fue próspero, fue cuando circulaba diariamente el ferrocarril que unía San Antonio Oeste con Ingeniero Jacobacci, y desde allí, pasando por Pilcaniyeu, se seguía hacia la cordillera.

Para llegar a los laboratorios fortificados y custodiados por Gendarmería, hay que ser mago: no hay cartel en la entrada ni garita. Nada. Sólo una tranquera solitaria detrás de la estancia San Ramón, en medio de los cerros devastados por los últimos incendios.

Entre 1976 y 1982, en el ambiente nuclear se tenía al Invap por un instituto que trabajaba en el desarrollo secreto de proyectos militares. Entre otras cosas, motores de submarinos y el RA-7, un reactor a plutonio.

"Durante toda la dictadura, el Invap fue un brazo de la CNEA. Más que una empresa asociada, era el apéndice que le hacía los trabajos sucios", definió un físico nuclear, jefe de área en el Centro Atómico de Bariloche.

Aunque otras fuentes desmintieron el comentario, la relación de dependencia entre los laboratorios de Pilcaniyeu y la CNEA parece haber continuado al menos hasta fines de 1990.

Según los documentos obtenidos por La Nación, en esas fechas el Invap actuaba en nombre de la Comisión: las bocas de perforación, la bentonita y el resto de la mercadería comprada, dicen los papeles, deben ser "según muestras aceptadas por la Comisión", y parte de los materiales debe ser entregada en depósitos de la misma.

¿Y entonces?

Entonces todavía no hay una explicación única. Ni para esos papeles ni para los demás elementos que componen el paisaje de la sospecha: las denuncias sobre convoyes fantasmas que recorren caminos vecinales, la existencia de canteras protegidas por ejércitos privados donde se guardan extraños contenedores, los movimientos insólitos en túneles en desuso y, lo peor de todo, la duda sobre si hubo gente que murió por causas de las que lógicamente no tenía que morir.

Eso, ni más ni menos, parece ser lo que ocurrió en los últimos meses de 1993 en un pequeño pueblo fuera del mundo llamado Paso de Indios.  


Créditos: Este artículo fue plagiado del diario La Nación.

 



2001
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