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Historia

San Martín en España y la batalla de Bailén
 


"La rendición de Bailén" de José Casado del Alisal (1832–1886). Wikipedia.

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  • Bailén es una ciudad española ubicada a unos 250 kilómetros de Madrid. Son ciudades antiguas con sus leyendas y sus tradiciones, pero para nosotros los argentinos su importancia reside en que allí, el 18 de julio de 1808, se libró una batalla entre españoles y franceses que incluyó la participación destacada del joven oficial José de San Martín, un militar que para esa fecha tenía por lo menos más de diez años de antigüedad y entre sus experiencias personales se jactaba de haber saludado en su condición de soldado del célebre Regimiento de Murcia a Napoleón, en los tiempos, claro está, en que los franceses eran aliados de los españoles.

    Objetivamente hablando, la batalla de Bailén ganó su lugar en la historia por razones mucho más amplias que la participación de San Martín. Fue una batalla en la que participaron alrededor de cuarenta mil hombres, duró casi nueve horas y los soldados pelearon bajo un solazo que levantó la temperatura a más de cuarenta grados. Bailén fue la primera derrota de las tropas de Napoleón en campo abierto. La leyenda dice que cuando Napoleón se enteró de la noticia se puso furioso y decidió meterse él mismo en España, una mala noticia para los españoles porque una cosa era derrotar a los generales Dupont o Vedel y otra, muy diferente, vérselas con el propio Corso en el campo de batalla.

    Bailén significó entonces que los franceses podían ser derrotados y que la resistencia española a la ocupación no era broma. Sus oficiales y sus tropas peleaban con coraje e inteligencia, pero además sumaron a la estrategia de los combates tradicionales un aporte absolutamente novedoso en las luchas de resistencia contra las ocupaciones extranjeras: la guerra de guerrillas, es decir, el empleo de comandos armados y partidas ágiles y móviles que eluden el enfrentamiento abierto, pero se valen del conocimiento del terreno, la solidaridad de la población y el coraje para tender emboscadas, debilitar y desmoralizan a un enemigo que no está en condiciones de pelear contra atacantes que golpean de sorpresa y huyen.

    Repasemos algunos hechos. Como consecuencia del tratado de Fontainebleu firmado en 1807 entre Godoy y Napoleón, se permite que los franceses puedan ingresar a España para ocupar Portugal, aliado estratégico de Inglaterra. Napoleón aprovecha las circunstancias para quedarse con España, una maniobra que incluye la deposición -la vergonzosa deposición- de la corona española.

    El 2 de mayo de 1808 el alcalde de Móstoles inicia con su célebre llamamiento la resistencia de España a la ocupación francesa. Mientras la monarquía capitulaba en toda la línea, el pueblo español se levantaba en armas en Madrid y luego en todas las ciudades y pueblos del país. Murat, el mariscal preferido de Napoleón, reprimió sin asco y las imágenes históricas más elocuentes las brindó Goya con sus célebres cuadros en los que se registran los fusilamientos de los resistentes y las luchas callejeras en el centro de Madrid, refriegas que se libraron puerta por puerta y casa por casa.

    La literatura también es una excelente auxiliadora de la historia, como lo testimonian los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Precisamente el tomo tercero “El 19 de marzo y el 2 de mayo” y el cuarto, “Bailén”, aluden a estos episodios de resistencias con su principal protagonista, el joven gaditano, valiente y enamorado como un D'Artagnan, Gabriel de Araceli. Por su parte, Espronceda, Alarcón y, en los últimos años, Pérez Reverte se han referido a estos acontecimientos. “Un día de cólera” de Pérez Reverte merece leerse.

    Que nadie se alarme: no me salgo de la historia hablando de las pinturas de Goya o las novelas de Pérez Galdós, por el contrario creo que el arte enriquece a la historia, la puebla de imágenes, establece una relación más vívida, más intensa con el pasado. Estuve en Bailén hace un par de años. Saludé la estatua a San Martín levantada por nuestra embajada y presté atención al escudo de la ciudad en el que se destacan las armas y un cántaro, un cántaro agujerado por un disparo, el cántaro que la historia asegura llevaba María Bellido para asistir con agua a los soldados españoles. También cuando estuve en el Museo del Prado aprecié el cuadro “La rendición de Bailén”, de José Casado de Alisal y el cuadro de Ferrer Dalmau que ilustra escenas de la propia batalla de Bailén.

    Controlado Madrid a sangre y fuego, las tropas napoleónicas del mariscal Pierre Antoine de Dupont avanzan rumbo a Cádiz con el objetivo de rescatar la escuadra francesas de Rosily, la escuadra cuya permanencia en la zona motivó las escenas salvajes protagonizadas por un populacho enardecido y que concluyeron con el linchamiento del general Solanas, el ilustrado jefe militar que tenía como ayudante a un San Martín que por primera vez contemplaría horrorizado lo que era capaz de llegar la multitud irracional y salvaje.

    Dupont marcha hacia el sur de España al frente de alrededor de veinte mil hombres. En Valdepeñas, descubren que el pueblo español le puede llegar a hacer la vida imposible. Allí, deciden dejar de lado los llamamientos diplomáticos y aplicar mano dura contra los resistentes. “Pueblo tomado, pueblo arrasado”, será la consigna que aplicarán al pie de la letra. El 8 de junio sus tropas saquean Córdoba y diez días después se instalan en Andújar a la espera de la llegada del mariscal Honoré Antoine Marie Vedel, una espera que por el azar o el destino luego será clave en el desenlace de la batalla.

    En Sevilla, Cádiz, Granada, los españoles se movilizan para organizar la resistencia. El jefe militar de las tropas será el general Francisco Javier Castaños, monárquico, conservador. La victoria de Bailén lo transformará en uno de los militares clave del ejército español. Veinticinco años más tarde la monarquía española le otorgará a este solterón introvertido y fernandino el título nobiliario de duque de Bailén.

    El ejército español se formará con milicianos voluntarios; predominará la infantería, el entusiasmo, el coraje y en más de un caso, la improvisación. En estas condiciones se logra organizar un ejército de alrededor de veinticinco mil hombres distribuidos en tres divisiones a cargo de Antonjo Malet, marqués de Coupigny, cuyo ayudante de campo será el capitán José de San Martín, prestigiado por el coraje y la iniciativa desplegada en el combate de Arjonilla; la segunda división estará a cargo de los generales Félix Jones y Manuel de la Peña; la tercera división estará dirigida por el oficial suizo Teodoro Reding, más una columna volante de siete mil hombres a cargo del coronel Juan de la Cruz.

    En la última semana de junio y las dos primeras de julio columnas de los ejércitos sostienen enfrentamientos esporádicos, pequeños combates. Precisamente, el combate de Arjonilla se librará el 23 de junio. San Martín, al frente de unos veinte soldados muy bien montados, ataca a cincuenta coraceros franceses y los hace huir. Fue una atropellada de sorpresa, muy efectiva porque murieron diecisiete coraceros. Y no hubo más bajas porque a San Martín le ordenaron que cesara la persecución.

    Un dato curioso para los amigos de las casualidades o los caprichosos juegos del destino. En este combate el caballo de San Martín fue herido y los soldados franceses se precipitaron contra él para liquidarlo. Allí, un soldado andaluz, de quien la historia no registra su apellido pero sí su nombre, Juan de Dios, lo defenderá espada en mano, defensa a la que se sumará Pedro de Martos, otro soldado.
    San Martín salva su vida a duras penas gracias estas intervenciones que de alguna manera fueron providenciales. ¿Como en San Lorenzo cinco años más tarde? Como en San Lorenzo. En Arjonilla, Juan de Dios y Pedro de Martos anticiparon a Juan Bautista Cabral y Juan Bautista Baigorria. Para fines de junio, las tropas españolas dirigidas por Castaños se instalan en la localidad de Porcuna; las tropas francesas de Dupont levantaron sus campamentos en Andújar, población ubicada a 28 kilómetros de Bailén, el escenario definitivo de la batalla, aunque los soldados todavía no saben que será allí donde se confirmará la cita con la Historia.
     


    San Martín en Bailén y La Albuera

    Las circunstancias, el azar, la improvisación, el destino en definitiva, permitieron que la batalla se realizara en las inmediaciones de Bailén, cuando en principio todo parecía indicar que las tropas se enfrentarían en Andújar o en algunas zonas aledañas. El escenario bélico de todos modos siempre estuvo presente en ese territorio de no más de cien kilómetros cuadrados; las expediciones militares, las maniobras de las partidas, tanto francesas como españolas, anticipaban la batalla final.

    El mariscal Pierre Antoine Dupont había instalado su comandancia desde hacía casi un mes en Andújar a la espera de la llegada de las tropas del general Antoine Marie Vedel, que en esos días derrotará a los españoles en un entrevero producido en la localidad de Despeñaperros. En ese contexto, el mariscal Dupont avanza desde Andújar a Bailén con la expectativa de unirse con las tropas de Vedel quien -y aquí comienza a jugar el azar o las casualidades- se había marchado hacia las zonas de sierras porque temía una emboscada española.

    La batalla de Bailén se librará entre enemigos que esperan tropas de ayuda que no llegan. Vedel, en el caso de los franceses; Castaños, en el caso de los españoles. Fue una batalla que duró casi doce horas y se libró en una jornada donde la temperatura estuvo alrededor de los cuarenta grados. Es más, algunos historiadores consideran que el calor fue el principal aliado de los españoles, porque en cierto momento de la batalla, alrededor del mediodía, las mujeres de Bailén se acercaron al campo de batalla para ayudar con agua a los españoles, agua que clamaba la sed y “enfriaba” las artillerías al rojo vivo.

    Otra vez las casualidades o las “señales” del destino: Arjonilla y el heroísmo de soldados anónimos, salvando la vida de San Martín anticipó San Lorenzo; el Canto Guerrero de los Astures de Gaspar Melchor de Jovellanos fue el preludio de nuestro futuro Himno Nacional; las mujeres de Bailén anticiparon a las enternecedoras Niñas de Ayohuma, tan ponderadas en las misceláneas del Billiken. Pero volvamos a Bailén, julio de 1808. Los franceses hasta ese momento no sólo se consideraban invencibles, sino que, referido al caso particular de los españoles, estimaban que jamás podrían ser derrotados por soldados improvisados y con escasa disciplina militar. Subestimar al enemigo, y a un enemigo inspirado por sentimientos de orgullo nacional, suele ser un error clásico de todos los ejércitos de ocupación en la historia. Los oficiales napoleónicos se dieron el lujo, para su desgracia de cometer el mismo pecado.

    ¿Cómo imaginar que una partida de patanes iba a poner en aprietos a coraceros y dragones probados en los grandes campos de batalla de Europa? Lo que Dupont supuso que sería un paseo concluyó como una derrota en toda la línea, su rendición y posterior traslado a Francia, donde Napoleón lo despojará de todos sus honores militares, sus beneficios económicos y sus títulos nobiliarios. Dupont era un aristócrata talentoso y valiente, guerrero y jefe militar probado que alguna vez contempló cómo la multitud tomaba la Bastilla. En definitiva, un inspirado oficial de Napoleón que cometió un error que le costó su carrera militar y política; ese error se llamó Bailén.

    La batalla se resolvió para después del mediodía. Dupont esperó hasta último momento la llegada de las tropas de Vedel, las que finalmente se hicieron presentes, pero ya era tarde, porque más de quince mil soldados franceses ya se habían rendido con Dupont a la cabeza. La escena en la que el oficial francés le entrega la espada al general Castaños es histórica, la registran las pinturas y esa última frase de Dupont: “General, os entrego la espada vencedora en cien combates”.

    El trato a los derrotados fue benigno, algo a destacar porque los franceses cometieron todo tipo de tropelías cuando pocas semanas antes habían tomado la ciudad de Córdoba y la soldadesca desatada se dedicó a asesinar civiles, violar mujeres y saquera templos y casas de familia. Como contrapartida, a los altos oficiales franceses se les permitió regresar a España, mientras que los soldados fueron trasladados a la isla Cabrera, un destino en principio humanitario que luego se transformó en una verdadera pesadilla para esa tropa de vencidos. En Cabrera, los soldados franceses estuvieron detenidos hasta 1814. Cuando llegó la orden de liberación más de la mitad de los prisioneros habían muerto víctimas del hambre y las diversas pestes.

    San Martín adquirió la mayoría de edad militar en esta batalla. Asistente de campo del general marqués de Coupigny, manifestó en una batalla librada en condiciones difíciles y confusas coraje, serenidad e iniciativa militar. Sus superiores ponderaron sus méritos y dos meses después lo ascendieron a teniente coronel y le otorgaron una medalla que don José llevó con orgullo hasta sus últimos días. La anécdota cuenta que en Boulogne Sur Mer, el viejo general le entregó a su nietita la medalla de Bailén para que jugara con sus muñecas. Merceditas, su hija, le reprochó el gesto: “¿Cómo es que le entrega a esa niña sus medallas ganadas en combates? preguntó con tono crítico su hija. La respuesta de San Martín se registra como hecho real y hasta hay una letra de tango que evoca el episodio: “¿Cuál es el valor de todas las condecoraciones del mundo si no alcanzan para detener con ellas las lágrimas de una niña?”.

    Bailén fue una victoria de las armas españolas contra las tropas francesas, pero estuvo muy lejos de ser el punto final de una guerra que habrá de continuar por unos cuantos años más. La presencia de Napoleón en España, luego de Bailén, volcó las relaciones de fuerza a favor de los franceses. Para 1810 España resiste, pero cada vez está más débil. Precisamente, ese retroceso militar es el que alienta en América a los movimientos emancipadores que se habrán de extender desde México a Buenos Aires.

    En mayo de 1811, casi tres años después de Bailén, San Martín participa en la última batalla que lo contará del lado de los españoles. Tiene para entonces treinta y tres años, ya es considerado un militar experimentado y con un prestigio muy bien ganado en los campos de batalla. Vive en Cádiz, donde continúa frecuentando las reuniones de las sociedades secretas masónicas. Allí, iniciará sus relaciones con oficiales americanos e ingleses; seguramente en esos años empezó a trabajar la idea de trasladarse a Buenos Aires, de renunciar a una promisoria, pero finalmente limitada, carrera militar en España para jugar su destino a una misión que está en sintonía con sus ideales liberales y patrióticos.

    La batalla de La Albuera se habrá de librar el 16 de mayo de 1811 en esta pequeña localidad ubicada a unos veinte kilómetros de Badajoz. Fue un gran combate donde hubo más de diez mil muertos. El resultado fue incierto, pero representó una afirmación de la voluntad de lucha de los españoles contra la ocupación. En realidad, la voluntad de lucha se expresó en este caso en una coalición integrada por españoles, portugueses e ingleses. Un dato para tener en cuenta. San Martín en esta batalla, peleó bajo las órdenes de un oficial inglés, algo en cierta medida previsible atendiendo a las alianzas de ese momento. Pero lo curioso en este caso no es tanto combatir bajo las órdenes de oficiales ingleses, como el hecho casual de que ese oficial se llamaba William Beresford... sí, Beresford, el mismo que cinco años antes había sido derrotado en Buenos Aires por las tropas criollas y españolas lideradas por Liniers. Pero ésa ya es otra historia.
     


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