Caleta Olivia - Santa Cruz - Argentina
"Portal a los Hielos Eternos"

Historia

Casimiro Szlapelis

 


Casimiro Szlapelis junto a Amalia Ramig en Sarmiento. Nace el 1º de octubre de 1895 en el pueblo de Kupiskis, a orillas del río Levuo, en Lituania.
Nace el 1º de octubre de 1895 en el pueblo de Kupiskis, a orillas del río Levuo, en Lituania.

Su padre Justino, ha tenido cuatro hijos con su primera mujer pero, después, se ha enamorado de nuevo y se ha casado con Sofía Yankaukas, por eso ya no le extraña ver ahora la cara de esta criatura recién nacida, tan arrugada, tan azulosa, tan parecida a todas las otras.

El padre de Justino se llama Isidoro y vive sin su familia y muy lejos de su Lituania natal, en Gualeguaychú, Argentina. En 1897 Isidoro se cansa del litoral, del río y de los mosquitos y decide partir hacia la zona de Colonia Sarmiento.

Descubrirá que hay allí también un río, pero más angosto, con cisnes de cuello negro y sin mosquitos. Hay también viento. Hay dos lagos que, de a ratos, se embravecen. Hay caminos polvorientos, un bosque petrificado y una soledad más árida y más temible que la de Gualeguaychú, por eso se vuelve y le escribe una carta desgarradora a su hijo Justino pidiéndole que se encuentre con él en este final de mundo.

Justino y toda su familia llegan a la Argentina. El pequeño Casimiro inaugura su segundo año de vida cerca del río caluroso y marrón, mientras su padre y su abuelo trabajan la chacra y su madre ha comenzado a dictar clases en la escuela de artes y oficios y va teniendo más hijos.

En el verano de 1903 una manga de langostas les devora los campos y todos deciden radicarse definitivamente en Sarmiento, aun con la soledad.

Las aguas del Lago Musters están grises, heladas y con olas. Más lejos se ven los sauces bordeando el río Senguer. Casimiro y algunos de sus hermanos comienzan a ir a la escuela allí pero, luego, él sigue estudiando pupilo en Comodoro Rivadavia. Todos saben que, en el colegio de los salesianos los huérfanos abandonados, los indígenas y los pobres de solemnidad, se admiten gratuitamente.

Después, con los años, Casimiro será esquilador, peón, carrero, mecánico. También será el primer automovilista del lugar conduciendo un Buick de cuatro cilindros con palanca afuera. Para 1918 sigue soltero, compra su primer coche propio y se independiza.

En el pueblo también vive Amalia Ramig, una joven rusa llegada con su familia de una colonia alemana en el Volga, protestante luterana.

Estimada Amalia -le escribirá ardido de vergüenza y desesperación- no sé si usted habrá reparado alguna vez en una presencia temblequeante, casi desapercibida, que la ve pasar todas las tardes por la esquina del almacén. Esa presencia, mi querida, no es otra que la mía, tan temblequeante como esta mano -también mía- que en este justo instante se atreve a escribirle y a rogarle que me permita, alguna de estas tardes, mirarla a usted a los ojos para decirle, en presencia no desapercibida sino concreta, cuánto la amo.

Casimiro se preguntará por muchos años qué fuerza había sido la que le permitió deslizar esa carta debajo de la puerta cancel de la casa de Amalia pero lo cierto es que ella accede a esperarlo y a escuchar su encendida declaración de amor de sus propios labios, un día particularmente ventoso a fines de octubre de 1918.

Pero los padres de Amalia se oponen a semejante compromiso por asuntos religiosos y, sobre todo, porque la chica es todavía menor de edad. Casimiro delira con el rapto de la niña: se imagina llevándosela lejos, despeinando sus trenzas, persiguiéndola a las escondidas entre los álamos, incluso viajando a Lituania juntos en algún barco carguero; pero al fin resuelve con cordura esperar a que ella se haga mayor.

El día de su cumpleaños la va a buscar con su sombrero de paja echado para atrás y su chaqueta de domingo. Amalia sale de su casa sólo con un atado con sus ropas, una carterita de cuero negro y la negativa de sus padres, que la miran partir detrás de la ventana entrecerrada. Se casarán, pero bastantes años después porque en Sarmiento no hay iglesia.

Casimiro trabaja como contratista pero también construye caminos y escuelas y, en 1922, compra una radio. Es muy difícil sintonizar una emisora desde esas latitudes pero, cuando consigue encontrar "Radio Cultura" que llega de Buenos Aires, pone el artefacto a todo volumen y la gente del pueblo se arremolina a las puertas de su casa siempre abierta, para poder escuchar y compartir.

Con Amalia tienen seis hijos: Elena, Tula, Antena, Rosa, Alba y Febo. Todos conformarán más tarde un conjunto coral que cantará en todo acontecimiento importante de la zona. Es que Casimiro mismo es un personaje importante de la zona.

En 1929 se le ocurre explotar una mina de hierro y cobre que ha descubierto en el Lago Fontana. La llaman "El solcito" y, en su inauguración, toca la banda municipal de Sarmiento.

Casimiro también buscará uranio en las mesetas patagónicas, será operador de cine, dirigirá las obras de otras escuelas en Río Mayo, Aldea Beleiro, Apeleg; pero lo que él realmente quiere es volar. Volar como las águilas y los cóndores. Acortar distancias, difuminar fronteras, desvanecerse en el aire.

En 1933 da sus primeros pasos en un planeador. Vuela por los cielos del sur como ha hecho todo siempre: sin permiso y sin licencia.

En 1951 recién consigue su brevet y entonces se compra un avión de segunda mano y funda un aeroclub. Tendrá tres aviones Casimiro en su vida. Al tercero lo llama Chimango. Es un pequeño Luscombe de 1947 y él usa la ruta 3 como guía para seguir el rumbo.

Con ese avión traslada enfermos, acarrea materiales y hombres para seguir abriendo caminos en la Patagonia, lleva a algunos chicos, también sin permiso, a volar sobre las casas y les arroja a otros, para que se repartan, bolsas de caramelos que estallan como bombas sobre los patios de las escuelas.

Todo sigue igual -le escribirá a Amalia alguna tarde melancólica de marzo- todo sigue como era entonces, como cuando fui a buscarte con mi sombrero de paja y te vi esperarme con tus zapatitos de taco a la puerta de la casa de ladrillo de tus padres. Siempre estaremos juntos y, alguna vez, volaremos entre los pasillos de la eternidad y cruzaremos todos los obstáculos.

Tiempo después, y también con ese último avión, Casimiro tirará flores todos los domingos sobre el cementerio, tratando de hacer puntería para que las margaritas y los malvones y las rosas silvestres, caigan sobre la tumba de Amalia que ya hace algunos años no está con él. Entonces, nada es igual. Las visitas al cementerio se volverán casi cotidianas en el otoño y en el invierno de 1982, aun con frío y nieve. Solo, tantas veces sin la compañía de sus hijos o de sus innumerables nietos, continuará con la obsesiva limpieza del sepulcro matrimonial, del respaldo de yeso que lo espera como alargando los brazos en esa tierra firme tan diferente a los cielos patagónicos y abiertos.

Casimiro se apaga la tarde del 10 de mayo de 1983, después de almorzar en el aeroclub mientras se adormece escuchando por la radio una melodía de Brahms con el diario en la mano.
 


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