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Historia

El “sillón de Rivadavia”

 


El sillón del actual escritorio presidencial corresponde a la primera presidencia de Julio Argentino Roca.

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  • Cuando el presidente de la Nación concurre a la Catedral de Buenos Aires con motivo de algún acto de carácter oficial, ocupa un asiento conocido como “el sillón de Rivadavia”. Si bien el mueble es de comienzos del siglo XIX, su origen no está documentado y su nombre parece corresponderse más bien con la acepción figurada que suele darse a dicha expresión, para aludir a la institución presidencial. Y la razón por la cual se denomina “sillón de Rivadavia” a la Presidencia de la República, es que según la historiografía oficial porteña, el primero en ocupar dicho cargo fue Bernardino Rivadavia, en el año 1826. Sin embargo, vista desde aquí la verdad es muy diferente.

    En 1821 se reunió en Córdoba un Congreso General Constituyente a instancias del gobernador Juan Bautista Bustos, con el apoyo de José de San Martín y Martín Miguel de Güemes. Rivadavia, enemigo acérrimo de San Martín y de Bustos, logró mediante intrigas hacerlo fracasar. Tres años más tarde fue Buenos Aires la que convocó a un nuevo Congreso, al cual Córdoba, a pesar de lo ocurrido, envió sus representantes, al igual que las demás provincias.

    Estando el Congreso reunido, regresó Rivadavia de un viaje a Londres y de inmediato comenzó a urdir la manera de manejarlo en su beneficio y evitar la sanción de una constitución federal. El 19 de noviembre de 1825 el Congreso decidió duplicar el número de sus miembros, con la excusa de dar mayor representación a los pueblos. En realidad se trataba de una treta para beneficiar a Buenos Aires, que pasaba a tener dieciocho diputados que se incorporaron de inmediato, mientras las demás provincias, por razones de distancia, demoraron en designar y enviar los suyos.

    Aprovechando esta circunstancial mayoría porteña, el 6 de febrero de 1826 se resolvió la instalación de un Ejecutivo Nacional con carácter permanente, con el título de presidente. Al día siguiente se procedió a su elección, recayendo en Bernardino Rivadavia, que asumió de inmediato. Un mes más tarde, el 4 de marzo del mismo año, la mayoría lograda por Buenos Aires volvía a imponerse para sancionar una ley que designaba a dicha ciudad capital de la República.

    Con tan burdas maniobras, el país veía una vez más frustradas sus ilusiones de darse una organización justa y estable bajo el sistema federal, que la mayoría de las provincias anhelaba. Nuevamente las ambiciones hegemónicas del centralismo llevaron a la Nación a la guerra civil, a causa de la reacción que estas medidas provocaron en las demás provincias que, como era de esperar, desconocieron ambas medidas.

    Dispuesto a sostener su posición, Rivadavia distrajo tropas de la guerra con el Brasil para armar un ejército que puso bajo el mando de Gregorio Aráoz de Lamadrid y Antonio Álvarez de Arenales, destinado a invadir las provincias del norte e imponer en ellas gobiernos adictos. Afortunadamente, Lamadrid fue derrotado por Juan Facundo Quiroga en El Tala y en Rincón de Valladares, y Arenales se vio obligado a huir a Bolivia, frustrándose así los planes del autotitulado presidente.

    En Córdoba la Legislatura, en su sesión del 29 de mayo de dicho año, rechazó por nueve votos contra dos la ley de creación del Ejecutivo permanente, desconociendo a Rivadavia como presidente. El 19 de julio se opuso a la designación de Buenos Aires como capital por igual número de votos y resolvió retirar sus diputados al congreso.

    Idéntica actitud asumieron todas las provincias, con la excepción de Buenos Aires y la Banda Oriental, cuando el 24 de diciembre de 1826 el Congreso aprobó una constitución de carácter unitario, para la cual los gobernadores serían meros delegados del poder central, designados por el presidente.

    La aventura presidencialista de Rivadavia no pudo sostenerse y pronto llegó a su fin. Acosado por la guerra civil y por el vergonzoso tratado de paz que su enviado Manuel José García firmó con el Brasil, el 27 de junio de 1827 presentó su renuncia, que fue aceptada tres días más tarde por el propio congreso que había designado, “por ventajosa para el país”. El “presidente de la ciudad de Buenos Aires”, como irónicamente le llamaba la Legislatura cordobesa, terminaba así su fugaz, falso y lamentable gobierno.

    El hecho de no haber sido reconocido por la gran mayoría de las provincias, hace que su título fuera absolutamente nulo e inexistente, por lo cual si una figura retórica debiera utilizarse para aludir a la primera magistratura, esta debería ser en todo caso “el sillón de Urquiza”, ya que Justo José de Urquiza fue el primer presidente genuino que tuvo la Nación, reconocido por todas las provincias menos por Buenos Aires, que se separó del país y le declaró la guerra. Pero esa es otra historia.

    Prudencio Bustos Argañarás
    (Publicado el 20 de agosto de 2006 en el suplemento Temas de La Voz del Interior).  


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    En el imaginario de los argentinos circula el mito de que el reconocido sillón presidencial de Casa Rosada es el que utilizó Bernardino Rivadavia. En realidad el que se encuentra actualmente en el despacho del presidente no fue el que usó Rivadavia durante su mandato.

    Entonces, ¿quién fue el primer presidente en utilizar este sillón presidencial?

    El sillón del actual escritorio presidencial corresponde a la primera presidencia de Julio Argentino Roca. Data de 1885 y está conformado de madera de nogal italiana. Fue decorado con la técnica dorado a la hoja, con lámina de oro. Fue adquirido en la Casa Forest de París a fines del siglo XIX y ha sido utilizado desde entonces por todos los presidentes de nuestro país.

    El sillón presidencial más antiguo, es el que se exhibe en el Museo del Bicentenario, perteneció a Santiago Derqui, que gobernó durante un breve período entre 1860 y 1861.  


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