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Arte y Cultura

Escritos en las cimas
 


Dejando huella escrita en la cima de la Beer Creek Spire, un cuatro mil de la High Sierra californiana (EUA). (© Maira Ros).
Desde tiempos remotos el instinto humano ha llevado a muchas personas a explorar todos los rincones del planeta. Unos de los lugares de más difícil acceso, las cimas de las montañas, también han sido codiciados y finalmente vencidos, a menudo a través de grandes sacrificios por parte de sus protagonistas.
Esto ha hecho que muchos de ellos hayan querido dar constancia fidedigna de su paso por estos puntos culminantes, ya sea dejando objetos de todo tipo tales como estatuas, banderas, palos, cruces, placas, troncos, refugios, carteles, etc., o bien erigiendo hitos, torres de piedras, monolitos o incluso haciendo grabados y pintadas en la roca.
De entre todos estos vestigios de paso puestos por la mano del hombre en lo alto de las montañas hay que destacar con luz propia los libros de registro de las cimas, los cuales merecen por su importancia histórica un capítulo aparte.
 


La crónica del montañismo escrita desde las alturas

Desde que fueron depositados los primeros ejemplares a mediados del siglo XIX, estos libros o libretas de registro han servido para dejar testimonio escrito de primera mano de los ascensionistas en el momento en que habían alcanzado las cimas.
Se trata de registros formados por un pliego de hojas a menudo encuadernado y acompañado por un lápiz o bolígrafo, metidos dentro de un recipiente, de un agujero o debajo de un montón de piedras para soportar con mayor o menor acierto las duras inclemencias meteorológicas de las alturas, y no siempre se han mantenido en buenas condiciones.

Los registros que se han podido recuperar, y que provienen de las épocas de exploración y descubrimiento de las principales cordilleras del mundo, se han convertido en pequeños tesoros que esconden datos fundamentales de las actividades de los pioneros, algunas de las cuales son inéditas y han pasado desapercibidas a los ojos de los cronistas oficiales.
Sirvan las presentes líneas para dar valor a todo este legado escrito y que pueda ser preservado e investigado como es debido.
 


El origen histórico

A partir de la primera mitad del siglo XIX, poco antes de que se colocaran los primeros libros de registro, se empezaron a dejar en las cimas tarjetas de visita o papelitos con las firmas de los primeros ascensionistas, resguardados dentro de botellas de vidrio o de cajas de lata.
Se tiene constancia, en 1835, de una primera mención de tarjetas metidas dentro de una botella en la cima de Monte Perdido (Pirineo).

También en el Piz Bernina (Alpes Réticos, Suiza), en 1850: sus primeros ascensionistas dejaron allí una botella con monedas y una nota escrita.
Incluso en la Torre Salinas (Picos de Europa), el ingeniero y geólogo Casiano de Prado quiso depositar en 1853 en esta cumbre una botella con las tarjetas de su comitiva, pero les cayó rodando cuesta abajo y se les rompió.
En los Alpes, en concreto en los Dolomitas, se depositó en 1860 una de las primeras tarjetas de visita oficiales en este macizo, y fue de la mano del primer presidente del Alpine Club de Londres, el insigne Sir John Ball, en la cima de la Punta di Rocca de la Marmolada.

En Estados Unidos, uno de los primeros papelitos escritos en una cima fue el del Mont Dana, en Sierra Nevada, depositado en 1863 por una expedición científica.
En 1873, se dejaba un vestigio escrito a base de tarjetas y papeles dispersos en el Mount Hood, un estético volcán del noroeste de este extenso país.
En los Andes, en 1897 Stuart Vines dejaba en la cima del Aconcagua un papel escrito y una tarjeta en el marco de la expedición de Edward A. FitzGerald, la que consiguió la primera ascensión a esta cumbre que es el techo de todo América.

Centrándonos ahora en el origen de los libros de registro tal y como los conocemos, retrocedemos unos años atrás, concretamente hasta el 1857. Fue entonces cuando nació de la mano del ingeniero civil francés Toussaint Lézat una iniciativa que seguramente no tenía precedentes en el mundo en ese momento.
Según palabras de su compañero Ernest Lambron, lo llevó a cabo en el Aneto, el techo de los Pirineos, y se basaba en que «dentro de una de las tres torres que se han levantado en la punta de este pico, el Sr. Lézat ha colocado una caja que contiene un registro para que los turistas inscriban su nombre, el de sus guías y el día de la ascensión».

Se inauguraba así uno de los primeros libros de registro de la cima de la historia, concretamente el 1 de septiembre de 1857:
¡Un documento donde firmaron nada menos que 29 personas ese día!. La idea de recoger los testimonios de una forma más ordenada y clara, evitando el caos de tantas tarjetas y papelitos insertados dentro de las botellas de vidrio de las cimas, espoleó Lézat a tomar esta decisión histórica.
El año siguiente, él mismo depositó otro libro de registro similar, en concreto al pico de Salvaguardia, en el Pirineo aragonés. Afortunadamente ambos libros, el primero del Aneto y este último se encuentran hoy en día conservados.
 


La expansión alrededor del mundo

A partir de entonces, poco a poco los libros de registro fueron proliferando en los picos más emblemáticos y altivos de los Pirineos, impulsados de la mano de los primeros clubes de montaña, compañías de guías y otras asociaciones.
De esta forma se pusieron en la década de 1870 en el Balaitús o Vathleitosa, en el Pico Vignemale y en el Monte Perdido, estos dos últimos a cargo de la sección del suroeste del CAF francés.

Décadas después se acordó la gestión de los libros de registro pirenaicos y otros macizos peninsulares a través de los solemnes congresos organizados por la Federación francoespañola de Sociedades Pirenaicas.
En 1926 se decidió que Louis Le Bondidier, conservador del Musée Pyrénéen de Lourdes (Francia), confeccionaría los libros y sus estuches de protección, al tiempo que los archivaría en este museo.

En aquella época, tanto el CAF francés como el CEC catalán eran las entidades que más libros colocaban en las cimas. Después se añadieron la RSEA Peñalara (Madrid), Montañeros de Aragón (Zaragoza) y otros.
En los Alpes, uno de los primeros libros de registro depositados sobre una cima fue el del Zugspitze, el techo actual de Alemania, colocado en 1861 dentro de una caja de lata. Este libro desapareció, pero en su lugar el fotógrafo Bernhard Johannes puso en 1869 el famoso Zugspitz Album.

A partir de entonces los libros de cumbres (Gipfelbuch en alemán) empezaron a formar parte de las cumbres alpinas, a menudo metidos dentro de un estuche fijado a las típicas cruces o Gipfelkreuz que culminan muchos picos de esta cordillera, puestos a cargo de las secciones de los clubes alpinos de Italia, Suiza, Francia, Alemania, Austria o de iniciativas personales como la de Jakob Aljaz en Eslovenia.
En varias regiones de escalada alemanas y checas proliferan los libros de registro en lo alto de las agujas, una costumbre germánica que se ha importado en países como Bulgaria y Grecia. En las cumbres de los Tatras, a caballo de Polonia y Eslovaquia, también se sigue esta tradición.

Situados en Estados Unidos, en 1894 el prestigioso Sierra Club, fundado por el célebre John Muir, emprendió una campaña pionera de colocación de unos veinte libros de registro en las cumbres de Sierra Nevada (Mount Dana, Lyell, Conness, Whitney, Tallac...).
Se trataba de papeles enrollados dentro de tubos metálicos, que son considerados como unos de los primeros registros de cima de toda América.

Poco a poco se fueron perfeccionando con unas cajas de diseño muy apreciadas por los coleccionistas y los ladrones, y bien entrados en el siglo XX, otras entidades de diversos estados de este país como el California Alpine Club, el Colorado Mountain Club, The Mazamas o The Mountaineers, introdujeron esta tradición a cientos de montañas de su ámbito de acción.
Se trata de una costumbre que hoy en día aún no ha cesado. En Canadá también hay mucha afición a los libros de cumbres, y en América del Sur no es tan extendida, pero se pueden encontrar a menudo registros en cimas emblemáticas de los Andes, como por ejemplo el volcán más alto del mundo, el Ojos del Salado, situado entre Chile y Argentina.

En otros continentes, como África y Asia, los libros de cima no son muy habituales, por lo que se cree que los vestigios que se han podido encontrar más bien han sido importados de Occidente, como ha sucedido en Filipinas o Tailandia.
En Siberia y el Pamir hay cierta actividad, y se pueden encontrar pliegos de hojas de registro dentro de botes, recipientes y cajas en puntos culminantes de paredes de escalada tipo bigwall y otras regiones remotas con marcada influencia rusa.
Yendo más al sur, en el continente de Oceanía, tenemos un ejemplo de actividad bastante destacable, sobre todo en Australia, con diversas iniciativas históricas y también actuales repartidas por Tasmania, los alrededores de Adelaida y en las cumbres de los desiertos del interior.

Como punto final cabe destacar un hecho insólito en la Antártida, en concreto en el pico más alto del continente helado, el monte Vinson, porque en su punto culminante permaneció un libro de registro durante 38 años, desde 1966 (fecha de la primera ascensión de la cima) hasta el 2004.
Hoy en día esta reliquia se encuentra conservada en la sede del American Alpine Club, en un estado de conservación bastante bueno teniendo en cuenta que la expedición que lo colocó tuvo que soportar temperaturas de hasta -34ºC.
 


La actualidad: Un legado único custodiado con fervor

Esta tradición se ha ido deshinchando en los últimos tiempos debido al aumento del nivel de vida y la mejora de las redes viarias (Nota GonBal: Perteneciente o relativo a los caminos y carreteras), con la consiguiente masificación de la montaña, que ha hecho que el privilegio y la solemnidad de firmar en un libro de registro se haya ido desvaneciendo debido a la banalización de este hecho.
Ciertamente, esta tradición hoy en día se ha dispersado mucho y podemos encontrar iniciativas de todo tipo, tanto a título personal como asociativo, de forma que hay cimas bien adornadas con su correspondiente libro y caja, y otras que no tienen nada para escribir.

Lo que está claro es que la tradición no se ha perdido, digamos que se ha transformado de acuerdo con los nuevos tiempos de globalización y libertad de expresión. Las nuevas tecnologías, además, permiten otras formas de certificar que se ha hecho una cima, pudiendo marcar la coordenada GPS offline (como lo hace la aplicación Peakhunter) o generando un track virtual, por ejemplo.
Hay regiones del mundo donde la costumbre tradicional está muy presente (Canadá, EE.UU., los Alpes, el norte y el centro de Europa, Australia, etc.), y en otros que ya no lo es tanto como lo fue en épocas pasadas, tal y como sucede en nuestro país.

Lo que está claro es que, independientemente del estado actual de la tradición, allí donde haya registros de cumbres históricos conservados deben ser valorados y respetados como piezas únicas de la historia del montañismo de aquella región.
Afortunadamente, alrededor del mundo hay varios archivos, bibliotecas, museos y asociaciones que han procurado preservar todo este legado. En algunos lugares se han digitalizado estos registros o están en fase de digitalización, y en otros se permite su consulta física dentro de un estricto control para evitar que se dañen o sean sustraídos.

 


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