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Natalia Robledo, la docente que se inició en pista para lograr una nueva marca nacional

 


Natalia Robledo –izq- junto a Fabiana Hagg del Team Treno, agrupación con la cual consiguió la nueva marca nacional en 800 metros.

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  • Por todo Próspero Palazzo corre el rumor, que entre los vecinos vive un ex boxeador que si bien nunca trascendió como campeón, tuvo el privilegio de guantear primero y enfrentar después a José María “el mono” Gatica, el 6 de julio de 1956 en Lomas de Zamora, en lo que sería la última presentación del mítico boxeador argentino de peso ligero.

    “Me tocó boxear con algunos de los mejores boxeadores, José María por ejemplo”, cita a Diario Patagónico Jesús Andreoli en referencia a José María “el mono” Gatica, boxeador que se acrecentaría con su muerte el 12 de noviembre de 1963 cuando el popular “mono”, quizás el más grande ídolo del boxeo argentino, moría tan pobre como había nacido, dando origen a un mito popular.

    En su casa de barrio Próspero Palazzo, Jesús Heraldo Andreoli invita a que pasen a su hogar y estrecha la derecha con fuerza y vigor. Postura que mantendrá durante toda la entrevista a sus 84 años de vida.
    En la actividad pugilística, Jesús se inicio a los doce años bajo una lámpara que iluminaba la esquina de uno de los tantos barrios de la localidad bonaerense de Benito Juárez.
    “Bajo el foco de la luz hacíamos boxeo, en realidad guantes. Y cuando fue a pelear a mi pueblo Oscar Acefe (boxeador de la categoría mediano alías ‘el crédito del barrio’) yo debuté en ese festival” recordó.

    Luego continúo con Felipe Segura como entrenador, y hasta hizo guanteo con Gatica, cuando este comenzaba a dar la vuelta a su carrera.
    “Al final de una de las prácticas, Segura me dijo ‘usted pelea con Gatica’. Así que así fue nomás, me empecé a preparar en forma intensiva para la pelea”, rememora.
    Sin Juan Domingo Perón como padrino de José María Gatica, al boxeador nacido en una villa miseria se le hacía cuesta arriba volver a los años de oro.
    La caída del peronismo que había abrazado Gatica con tanto fervor, estaba ausente como gobierno. Y los años de apogeo ya habían llegado a su fin para el boxeador puntano.

    Sin embargo, la noche de la pelea el estadio de Lomas de Zamora explotaba de público. Incluso Andreoli sostiene que le tomó poco más de media hora llegar hasta el cuadrilátero. Porque todos querían ver una vez más al “Tigre Puntano”, nacido un 25 de mayo de 1925 en un humilde hogar de la ciudad de Villa Mercedes (San Luis), que con el tiempo llegó a ser una figura singular del boxeo nacional, generadora de amores y odios durante el gobierno del general Juan Domingo Perón.

    “Era mi ídolo, fue un sueño enfrentarlo. Antes y después de la pelea no hubo palabra alguna con el ‘mono’, sí semanas antes cuando en forma de charla amena José María me decía ‘te voy a cagar a palos’, y yo le respondía que lo esperaba arriba del ring para ver quién es quién”, recuerda.
    La campana marca el inicio del combate, Andreoli oscila entre las cuerdas porque sabe que una victoria ante la leyenda lo catapulta en su carrera (que concluirá a los 38 años con más de 120 combates entre el amateurismo y el terreno rentado).
    Gatica está en decadencia, pero conserva el instinto que lo llevó a construir un personaje nacional. Sin embargo, Jesús no cede espacios, cruza los golpes y hace de su derecha el arma para mandar a la leyenda a la lona en el primer asalto.

    En la intimidad, Andreoli prefiere el silencio a la hora de expresar si sintió lástima alguna por aquel rival que se apagaba como la lámpara que supo animar sus comienzos en los barrios de su Benito Juárez natal.
    El público alienta al ‘mono’, este hace lo necesario para sacar una luz de potencia y estilo que lo llevó con su personalidad discordante, que sembraba amor e idolatría en las populares y odio entre los habitantes del ring side.
    Características que se fueron acrecentando en las noches porteñas, que encontraron a Gatica como un habitué de los cabarets donde fue despilfarrando, quizás a conciencia, todo el buen dinero que se ganaba sudando en el cuadrilátero. Aunque siempre tuvo predilección por los más humildes, porque en definitiva era su propia historia la que veía reflejada en cada pobre que se le acercaba.

    Con la llegada de la Revolución Libertadora. Gatica cayó en el ostracismo, luego en la pobreza y finalmente en la injusta denigración. A tal punto que se prestó a realizar una parodia en la cancha de Boca ante Martín Karadajián, uno de los más famosos “Titanes del ring”.
    Hasta que la muerte lo encontró en noviembre de 1963, cuando salía de la cancha de Independiente, donde vendía muñequitos (diablitos rojos) y cayera desde un colectivo que lo pasó por encima, en aparente estado de ebriedad.

    Suena la campana del cuarto asalto, Andreoli insiste sobre Gatica, se mece de uno y otro lado. La gente vitorea como en los años de gloria. Pero el “mono” castiga al cuerpo, y espera que Jesús sienta el poder de sus puños.
    Un golpe descendente sobre el lateral derecho de Andreoli lo hace recular. Gatica lo dejó sin aire, el golpe (más que un golpe) tiene toda la intensidad de una puntada en el interior de las entrañas.
    Jesús opta por arrodillarse y de esta manera recuperar el aliento, sabe que esos diez segundos significan la cuenta final para muchos boxeadores. Pero para él ese tiempo se traduce en una puerta para ir por un sueño.

    Arrodillado, Andreoli mira a su rincón, y su entrenador (de quien no recuerda el nombre, pero lo trae a la memoria como un pelotudo importante), está por tirar la toalla. Ya minutos antes lo quiso hacer, pero Jesús se preocupaba porque ello no sucediera mientras enfrentaba al mítico boxeador.
    A pesar de ello, la esquina toma la decisión más dolorosa para el vecino de Próspero Palazzo. Y el fallo no se hace esperar, nocáut por abandono en el cuarto asalto. Despedida con gloria (una gloria con sabor amargo) para José María Gatica.

    “Yo tenía pensado esperar la cuenta hasta los ocho segundos. Y luego continuar, pero el pelotudo encargado de mi rincón hizo que abandonara. Primero me invadió una bronca tremenda, pero mientras veía como aclamaban a Gatica me emocioné, él ya estaba en decadencia. Y me dio mucha pena cuando le alcanzaron a su pequeña hija y él festejaba el triunfo con ella a andas. Más que nada por él, porque como persona era muy ameno, luego todos conocen que se perdió en la fama. Sin dudas la imagen del ganador de esa noche, no era para nada el del Gatica que supo trascender tras las cuerdas”, concluyó.

    Jesús Andreoli continúo en la actividad hasta los 38 años, y llegó a ser subcampeón de la provincia de Buenos Aires. En una de las tantas contiendas a mediados de 1957 le comentaron que tenía que venir a pelear al sur del país, que en Comodoro Rivadavia y otras ciudades pagaban hasta tres veces más el valor de la bolsa.
    Andreoli hizo los bolsos y vino a probar suerte al sur, en su viaje combatió en General Conesa y Puerto Madryn donde sumó dos victorias. Pero cuando llegó a la capital petrolera se encontró con otra realidad, mucho más dura.
    “Cuando estaba en Buenos Aires tenía la chance de ir a combatir a México, pero necesitaba plata. La idea era venir a la Patagonia, hacer plata y encarar al exterior del país, pero en Comodoro Rivadavia me quedé ‘seco’, así que Oscar Rojas me dio una mano, y entré a trabajar como empleado municipal cuando Antonio Morán era el intendente”, expresa.

    El municipio le dio casa en el barrio 13 de Diciembre, y Andreoli mató el vicio en el club de ese barrio, representando al barrio.
    Luego una promesa como entrenador para abrir una escuela de boxeo en Próspero Palazzo lo hizo radicarse en el barrio de zona Norte. La promesa nunca se concretó, y Andreoli se estableció en un barrio donde el mito comenzó a tomar vigencia, ese que dice que un vecino del barrio del “Aguilucho” le combatió de igual a igual a José María Gatica. Que también le pudo haber ganado, pero que esa decisión no dependió de él. Y que se emocionó casi hasta las lágrimas cuando vio a aquel púgil que emanó de los barrios humildes con su hija en brazos.

    El tiempo le dio revancha a Jesús Heraldo Andreoli, porque el 24 de mayo de 2013, tras cerca de cincuenta años de descansar su cuerpo en el “panteón de los boxeadores” del Cementerio de la Chacarita. Los restos del “Mono” Gatica fueron trasladados a Villa Mercedes, San Luis, donde tiene su lugar eterno en un monumento en un féretro colocado en posición vertical.
    Como invitado de lujo, sobre una multitud que se dio cita, se encontraba Jesús Heraldo Andreoli, como aquella noche del 6 de julio de 1956, cuando fue testigo privilegiado de una leyenda que ponía fin a su carrera tras las cuerdas.

     


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