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Narváez: en la ruta de Pascualito Pérez

Por ahí anda tambaleando el boxeo profesional argentino, coleccionista de campeones mundiales y disparador de ovaciones en el Luna Park de otras épocas. Tiempos en los que cualquier aficionado podía repetir de corrido la galería de los mejores del mundo.

Omar Narváez, primer medallista argentino en un Mundial amateur. Décadas en las que conseguir una chance mundialista era de por sí un logro consagratorio. El boxeo camina rengueando porque escasean los grandes pegadores, sólo se lucen cinturones de poca monta y ni los gimnasios más pequeños logran llenarse. Cómo se extraña a Pasculito Pérez, a Nicolino, Ringo, Monzón, Laciar...

Entre tanto campeón de lujo, no había tiempo para fijarse en el boxeo amateur, una actividad quizás mucho más rica a nivel técnico, pero "aburrida" para los fanáticos por la falta de contundencia, de nocauts. O de sangre.

Sin embargo, algo cambió en el panorama del boxeo nacional desde hace unos cinco años. Contrapuesto con la lenta y triste decadencia de ídolos como Locomotora Castro y Látigo Coggi, surgió un conjunto de talentos en el ámbito amateur conducidos por el entrenador cubano Sarbelio Fuentes.

Walter Crücce, campeón panamericano en Mar del Plata 95, fue uno de ellos. Pablo Chacón, medalla de bronce en los Juegos de Atlanta 96, otro. Después llegó la "explosión Omar Narváez", el chubutense nacido el 7 de 1975 en Trelew que logró la primera medalla para el país en un Mundial amateur: bronce en Hungría 97 en la categoría mosca (hasta 51 kg).

Ya por entonces se vislumbraba la decadencia del profesionalismo nacional. Entonces se quiso apurar a Narváez para que "cambiara de equipo". Su ambición de un título mundial o de una medalla olímpica y su criterioso entorno aconsejaron que todavía no había llegado la hora.

Tenía 21 años, la sed de revancha tras haber perdido en los octavos de final de Atlanta 96 y una colita en el pelo que aún no le llegaba a la cintura.

Uno de sus dos metas estuvo a punto de cumplirse el año pasado, su mejor temporada. Después de adjudicarse el Memorial Córdova Cardín en La Habana —una suerte de Wimbledon para el boxeo amateur—, se quedó con la medalla dorada en los Panamericanos de Winnipeg.

Hilvanó una racha de 17 triunfos seguidos que lo ubicaron, un mes más tarde, como firme aspirante al título en el Mundial de Houston. Allí fue pasando ronda tras ronda hasta la final. Lo esperaba el kazajo Bulat Jumaidilov, pero algunos fallos polémicos le cortaron la seguidilla y la corona. Sólo se conformaría con una medalla en Sydney.

Conseguir su plaza olímpica no fue tan sencillo como aparentaba. "Creo que fue normal empezar a sentir la presión de ser favorito", explicaba. Quedó eliminado en los torneos de Tampa y Tijuana. Su chance se limitó a ganar el Preolímpico de Buenos Aires. Lo consiguió, y respiró.

Zurdo, rápido como Pascual Pérez —el mosca más laureado del país—, Narváez es el segundo de cuatro hermanos, todos boxeadores. Está casado con Cynthia y tiene una nenita, Sharon, que casi lo deja afuera del Mundial de Houston porque en esa fecha iba a nacer.

Ninguno de ellos podrá acompañarlo hasta la lejana Sydney, pero confían en que la televisión les traiga los combates de su querido Omar. Las emociones se irán sucediendo, como vienen ocurriendo desde hace unos meses.

Primero, la incertidumbre de la clasificación. Después, la elección que casi lo nomina abanderado de la delegación nacional, y que perdió a manos del windsurfista Carlos Espínola. Más tarde, el viaje a Australia.

Ahora lo espera la gloria o la satisfacción de haberlo dado todo. Desde octubre seguirá sus pasos en el profesionalismo. Como para que sus futuros títulos le sirvan de muletas al rengo boxeo argentino.

Créditos:

Víctor Pochat.
Para Clarín
 



 
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