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Arte y Cultura

El Inca Garcilaso de la Vega, cronista de dos orillas que reveló un imperio
 


Gómez Suárez de Figueroa, autobautizado el Inca Garcilaso de la Vega.

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  • Cuando hoy, en pleno siglo XXI, se busca la palabra "chucho" en el Diccionario de la Real Academia Española, una de sus acepciones, la tercera, se refiere a su origen quechua (chucchu, temblar de frío). Este rastreo etimológico se puede verificar sin dar demasiados rodeos y acudiendo a una fuente irrefutable e invaluable: Comentarios reales de los Incas, Libro Tercero, capítulo XXIV. Este tesoro monumental provee un acervo único en su especie, no sólo lexicográfico, ya que allí se preservan la historia, los mitos, las costumbres, el saber y la cultura popular del imperio inca, una civilización que ha dejado sus huellas y cuyo legado aún se palpa en América latina.

    Retratar este complejo universo fue la tarea de un testigo privilegiado, quien se convirtió en historiador, antropólogo, lingüista y sociólogo ad hoc, una responsabilidad que se resume con la palabra cronista. "Los secretos naturales de estas cosas ni me las dixeron ni yo las pregunté, más de que las vi hacer", escribe Gómez Suárez de Figueroa, autobautizado el Inca Garcilaso de la Vega. Este año se conmemora el cuarto centenario de su muerte, una fecha que disminuye su notoriedad ante los copiosos homenajes dedicados a Cervantes y a Shakespeare. Los tres autores están aunados no sólo porque comparten la fatídica fecha de su muerte, sino también porque han tenido una tarea análoga: la descripción de la era dorada de un imperio.

    Dedicados a la princesa doña Catalina de Portugal, Comentarios reales de los Incas se publicó en Lisboa en 1609, cuando el autor tenía 70 años. En su proemio, el Inca Garcilaso, quien había nacido en Cuzco, explica que su trabajo nace "forzado del amor natural de la patria" para retratar aquel mundo antes de la llegada de los españoles, un espejo de aquella galaxia que atraviesa todos los estamentos sin prejuicios y respetando a sus antepasados. Modesto, enfatizaba que su propuesta era aportar con comentarios -de aquí su nombre- o glosas, sin contradecir a los demás historiadores. Esta disciplina no era ajena a sus capacidades, ya que también es el autor de Historia general del Perú.

    Este cronista mestizo y bilingüe (hablaba el quechua y el español, y desde temprano aprendió latín) era hijo reconocido del capitán español Sebastián Garcilaso de la Vega (pariente del poeta Garcilaso de la Vega, conocido por sus famosas églogas) y de la princesa inca Isabel Chimpu Ocllo. Su padre biológico lo abandonó por presiones de la corona, pero le dejó una dote que utilizó para costear sus estudios en Europa, adonde se mudó a los veinte años. En España iría cambiando su nombre, no a modo de seudónimo, para ocultar o modificar su identidad o esencia, sino, por el contrario, como una revalorización de la estirpe materna y homenaje a los logros de su padre, un conquistador que luchó junto a Francisco Pizarro.

    Sobre la base de sus recuerdos, así como también cotejando a otros cronistas, escribe Comentarios reales de los Incas, y como todo texto perteneciente a este género, el libro no está no exento de subjetividad. Su compatriota Mario Vargas Llosa, en "El Inca Garcilaso y la lengua general", se refiere a una visión de los incas donde el autor mezcla ficción y realidad en pos de embellecer la historia del Tahuantinsuyo (el nombre del imperio en quechua), "aboliendo en ella, como hacían los amautas con la historia incaica, todo lo que podía delatarla como bárbara -los sacrificios humanos, por ejemplo- y aureolándola de una condición pacífica y altruista que sólo tienen las historias oficiales, autojustificadoras y edificantes".

    El lector de Comentarios reales de los Incas se aproxima a una cultura superior, dueña de una fe guiada por Viracocha, a diversas teorías del nombre Perú (posiblemente de pelú, con el que los indios bárbaros denominaban el concepto de río), así como a la historia de la conquista previa a 1492. Así se referirá al naufragio de 1484 en el que Alonso Sánchez de Huelva, sin proponérselo y arrastrado por un temporal, llegue a las costas de Santo Domingo, aquello que él creerá parte de las Indias, una aventura que luego contará a su regreso a Europa a un cosmógrafo Cristóbal Colón.

    La epopeya de un imperio y de una conquista se puede leer a partir de la prosa del Inca Garcilaso, a quien Vargas Llosa llamó "el más artista entre los cronistas de Indias", dueño de una "palabra tan seductora y galana (que) impregnaba todo lo que escribía de ese poder de sobornar al lector que sólo los grandes creadores infunden a sus ficciones".
     


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